El Reino de Marruecos no es un dechado de virtudes democráticas que lidere pacíficamente la conexión entre la opulenta Europa y la miseria de África. No lo es. Pero las relaciones diplomáticas, por brillantes que resulten, no lo alejarán de Algeciras ni un metro ni, por lo tanto, del viejo continente. Va a seguir donde está.
Marruecos no tiene la bomba atómica. Su arma es biológica y no menos poderosa: un pueblo fácil de usar. Batido con la moral deleznable que permite activarlo contra el enemigo, el resultado es el pánico.
La crisis del Tarajal es una crisis doméstica. Humanitaria para unos, migratoria para otros, diplomática para muchos, es una crisis que se juega en casa: Mohamed VI abrió el grifo y enchufó hacia Ceuta (y con menor intensidad hacia Melilla) el chorro humano de un pueblo en la indigencia. El resultado, pánico.
Y entonces ¿qué pasa?
Pues que un eurodiputado español resume la cuestión en twitter: ‘La víctima y la salvadora o el abusador y la idiota. Toda una representación de Europa haciendo el gilipollas.’
Otra diputada con serias dificultades cognitivas hablaba de la turgencia de los pechos de esa misma ‘salvadora’ que consolaba a un negro exhausto cuyo amigo yacía en la arena unos metros más allá.
El líder de Vox llamaba a las armas.
El líder del PP llamaba… no sé a qué cojones llamaba. (El líder del PP, a lo mejor se acuerda de cómo resolvió su jefe, con quince muertos, el similar conflicto que se desató en 2014 y lo hubiera preferido así).
Y desde Mohamed VI a Teodoro García Egea (el pobre), todos arrimaban a su propia sardina un ascua que ardía de podredumbre.
Nuestros prohombres y nuestras promujeres se han hecho sendos líos. Sendos putos líos.
De manera que vuelven las rutinas mundanas a campar por sus respetos después de los confinamientos varios, como si para salir de ellos fuera necesario barbarizar hasta el límite de la comprensión humana.
¿El abusador y la idiota? ¿La turgencia de sus pechos? La necedad no tiene límites.
¿Militarizar las fronteras? ¿Partir peras con Marruecos? No, no tiene límites.
Olvidar que la de España con Marruecos es la frontera más desigual del mundo es optar por saber nada. Ignorar que una franja de mar o un espigón son, en realidad, la frontera entre dos planetas, uno muy pobre y el otro muy rico, es elegir la estupidez.
Después, la deslealtad, el oportunismo, la desvergüenza, el deshonor, se apoderan del discurso público. La mediocridad se hace fuerte. La irresponsabilidad compite con la vulgaridad y las dos ganan la batalla. Son más fuertes que la política, son más fuertes que el sentido común, pueden más que la ciencia y, desde luego, mucho más que el pensamiento.
Los sucesos de Tarajal, con un rey sátrapa que utiliza a su ciudadanía como arma que arrojar, un Gobierno que llena la playa de tanquetas (aunque no saliera de ellas ni un solo disparo) para que nos guarden de moros exhaustos, una oposición que se frota las manos y busca un tanto para anotarse y unos pocos centenares de hijos de puta que, con tal de tener algo que contar, tuitean obscenidades en contra de una muchacha que consuela a un negro, han sobrepasado toda posibilidad de comprensión de la condición humana.
En el otro lado, esa chica que abraza, ese chaval que saca a un bebé de un flotador, las personas que hacen su trabajo, salvando en lugar de arrasando las vidas de cuantos se habían lanzado al mar, nos hacen pensar que, a lo mejor, no todo está perdido.
El dibujo es de mi hermana Maripepa
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