domingo, septiembre 25, 2016

Y además, un chándal.

¿Tienes un hijo de nueve? Sin duda ya le has cogido cariño y te parece embarazoso deshacerte de él. Pero ¿te acuerdas de los 300 que acabas de dejarte en libros? ¿A que después de eso la separación de Angelina Jolie y Brad Pitt (cuya fortuna, pobres, por separado, se calcula en unos 200 millones de dólares por cabeza) te parece una gilipollez? Por cierto, ¿no tendrás también una hija que ronde los dos y a la que tengas que poner esa vacuna de 80 pavos que alguno de nuestros próceres sanitarios olvidó incluir en el calendario de vacunaciones? Pues ahora vístelos. ¡Cuidado con ese uniforme! ¡No querrás que sean los niños más andrajosos de todo el puto colegio concertado al que los llevas! Y, además, deportivas y un chándal. ¡Ah, no! Que la niña va a la guardería. No hay plazas públicas en el barrio. La guardería es privada. 300. Al mes. El precio de las actividades extraescolares, hará que se te olvide el otro gran divorcio de la semana, este de Pablo Iglesias e Íñigo Errejón.  Aún no se sabe bien por qué se pelean, ni por qué a sus riñas las llaman “debate ideológico”. Pero es como va. Y mientras, aquella quimera de los servicios públicos universales y gratuitos que nos llegamos a creer, ya no está.

Tu chico no va a hacer una ingeniería, ni tu chica acabará Ciencias Ambientales, como hubiera sido tu sueño. Seguramente, para cuando llegue el momento de tomar la decisión no tendrás más remedio que optar un módulo superior de cocina para él y para cuándo le toque a ella, con suerte, podrá elegir alguno que hayan inventado que tenga que ver con gestión de las redes sociales y, al menos, se lo pasará pipa haciéndolo. Y este es el futuro inmediato. El futuro desigual que forjamos día a día para nuestros hijos y para nuestras hijas. No para esos hijos hipotéticos concebidos como una radiografía de la humanidad que vendrá, sino para los tuyos, 9 y 2 años, que este curso empiezan la primaria y la guardería.

No. Tú no estás entre los elegidos. Has oído hablar de que las desigualdades se han acentuado extraordinariamente en estos últimos años. Has pensado que eso afectaba solo a otros, hasta que has comprobado que no te salen las cuentas. Tienes que quitar al niño de violín. Tendrás que comprar la ropa de este curso en las ofertas del hipermercado.


El futuro es de otros. En eso, en concreto, no estamos pensando. Y pinta fatal.


El dibujo es de mi hermana Maripepa. Y el informe de Save the Children... no tiene desperdicio.

domingo, septiembre 18, 2016

Yo me apeo.




Maquinista abandonando su tren en Osorno
Malditos sindicatos, maldito trabajo, maldito trasto infernal… ¿A que me apeo? ¿Habrá algún maquinista de paisano en el tren que me haga de esquirol? No. Tonterías. Lo hubiera reconocido. Tampoco somos tantos. Coño, estamos en Osorno. ¿Se les habrá perdido algo a estos en Osorno? Y son las nueve de la noche. Bueno, el sábado es la Virgen, ya estarán de fiestas. Y aún no hace tanto frío, no lo pasarán tan mal. El caso es que me apeo. Que son las nueve, que mi jornada laboral acaba aquí y que las horas extras no compensan. Malditos sindicatos. Años negociando y llenándose el buche a costa de los afiliados. Si fuera piloto no, pero soy maquinista. Pie a tierra, ya está. De esta igual me largan, claro. Algo encontrarán, seguro, porque para ponerse tiquismiquis se las buscan solos. Abandono del puesto de trabajo o algo. Me apeo, me bajo, que luego descarrilan y le echan las culpas a uno. A uno muerto, que ya manda cojones. Ese chiquete con cara de atontado seguro que me pone una reclamación. O me la ponen todos, que ya pudiera ser, porque la gente se pone muy nerviosa cuando le paran los trenes. Pero estamos en Osorno, aquí hay mucha vida en las fiestas. Deberían aprovechar y tomarse algo. Que se busquen la vida. No les voy a decir yo por la megafonía lo que tienen que hacer en Osorno. La parienta seguro que me entiende, estaba hasta el moño ya de este curro sin horarios. La hipoteca… Al tío del banco igual no le sienta tan bien. Veintitrés años en una cabina mirando a las vías. Y mira que son aburridas las putas vías. Pero es que ya se ha terminado mi jornada laboral y estos de la RENFE no tienen vergüenza. ¡Que pongan personal, joder! Años negociando para nada. Los sindicatos negociando, la empresa que si te he visto no me acuerdo y uno, el currito, ni una baja por enfermedad, ni un retraso en más de 20 años, ni un percance… Que hagan lo que quieran, de todos modos me voy a apear. Y si uno dice que se apea, se apea. Pues no es nadie uno apeándose de los sitios. Si fuera piloto, no. Entonces no. Pero esos ganan más. Mucho más. Y además menuda hostia si te bajas sobrevolando Osorno. Pero soy maquinista. Es otra historia, aquí no hay que tirarse. Horas y horas, kilómetros y kilómetros. Y la responsabilidad. Todo a los hombros de uno. No está pagado. Y a mí si me buscan me encuentran. Y no es por Rajoy, ni por Zapatero, que esto ya viene de años. Estos tampoco han hecho nada, ¡pero ninguno! A cualquiera le quería yo ver sentado en la cabina horas y horas sin perder la vista de las vías. ¡Qué aburrimiento! Pero, a ver, ¿no la lía parda aquí todo el mundo y se va a casa de rositas? ¿No se ha terminado mi jornada laboral? Pues yo me apeo. Me bajo del tren. Se lo dejo con el freno echado y en una estación ¿se puede pedir más de uno?






Los recortes de periódico son reales y el dibujo es de mi hermana Maripepa.


domingo, septiembre 11, 2016

Chico, ¡qué barbaridad!


No nos quedan referencias de aquellas de las que nos enorgullecíamos cuando éramos más jóvenes. El discurso político, el intelectual, no están. No están los líderes del pensamiento. No nos quedan.  

Este debe ser el milagro español.  

Del americano se dice que es que cualquiera puede llegar a presidente. El español no es ese: aquí cualquiera puede llegar a presidente –cualquiera, esto está constatado y hasta quedarse un rato sin que nadie lo juzgue milagroso. 

El milagro español debe ser nuestra capacidad para asistir impasibles a todas las cosas que pasan y dejar que sigan pasando fumando un cigarrillo light delante de un gin tonic, con la expresión ¡qué barbaridad! colgada del labio de abajo. 

Señor a la espera de que
acaben las noticias
Nos hablan del burkini como si de prohibirlo o no dependiera la pervivencia de la civilización en occidente y arqueamos las cejas con admiración antes de haber averiguado si se trata de un bañador muy tapado o de un helado de sabor exótico. Canonizan a una monja que decía que el sufrimiento de los pobres le va muy bien al mundo (frase más fácilmente atribuible a un emperador romano que a una monjita tan flaca) y decimos “¡qué barbaridad! exhalando una larga calada de humo. Le ofrecen un carguito de 200.000 a un exministro que dejó el empleo por prácticas de ingeniería financiera poco explicables y le damos un trago al combinado que hemos conseguido que nos sirvieran sin pepino. Nos dicen que el 25 de diciembre va a haber elecciones (las que hacen tres) y ni tosemos. Nos cuentan que dos millones de personas que huyen con sus hijos de las bombas se hacinan en no sé qué fronteras, que cincuenta millones de niños no tienen casa, y nos acordamos de aquel obispo piadoso que afirmaba que no son trigo limpio, que vienen con mucha mezcla, dando otra calada al cigarrillo y esperando que se acaben las noticias y empiece de una vez súper sálvame naranja. 

No podemos mirar a ningún ladoLas reacciones de nuestros políticos a las acciones de sus adversarios lo son en clave de fin del mundo, con la expresión máxima de denostación y enérgica protesta.  Pero luego el mundo no se acaba y, al final, con igual virulencia reacciona el adversario antes denostado a las acciones de su oponente o a sus afirmaciones acerca de cualquier sandez, porque de lo otro, de lo que importa, de eso en concreto, nadie está hablando. 

Algo se desvanece delante de la inmediatez que preside los acontecimientos. Parece que no queda sitio para la reflexión. El análisis de más profundidad que otras veces encontrábamos en los editoriales de algunos diarios, sirve ahora para sostener las tesis más convenientes a intereses que nada tienen que ver con nosotros. Y encima se nota. Tan zafios se han vueltoNuestras referencias, nuestros periódicos, nuestros líderes, o ya están muertos o han abandonado el pensamiento con pinta de ser para siempre. Y la vida sigue. Átona. 

– Oiga, que no, que el exministro ha renunciado al carguito.  
– Chico, ¡qué barbaridad! 

(Y el dibujo es de mi hermana Maripepa) 


domingo, septiembre 04, 2016

Maldito septiembre.


Se ha tomado en casa el primer café de la mañana, de Melita, a pesar de que no le gusta nada el café americano. Ha pasado de largo el bar en que solía desayunar y la parada del autobús que le llevaba al trabajo. Es miércoles. Puto miércoles. Su coche sigue aparcado en la calle de atrás. No sabe seguro si tendrá gasoil suficiente para llegar a la gasolinera. El día que fueron a cenar a casa de su hermana ya estaba la reserva a punto de agotarse, pero era el cumpleaños de su sobrina. No podía faltar.

Apenas son las ocho y media. 

Su smartphone se ha quedado algo antiguo. Dio de baja la tarifa de datos, así que no se puede conectar a internet hasta que no llegue a las inmediaciones de alguna cafetería que ofrezca WiFi gratis. Pero tampoco habrá ningún correo electrónico que descargar más allá de los comerciales que le volverán a ofrecer un viaje idílico a precio ventajosísimo o habitaciones de hotel al 50% que no necesita. Las nueve menos cuarto. El País digital dice que no ha habido investidura y que van a nombrar algo a algún corrupto, pero esto hace ya un rato muy largo que le importa un huevo. 

El headhunter que le recomendaron no era más que un cantamañanas que le robó mucho tiempo y algo de dinero. Es un gran currículum, hay algo adecuado a sus expectativas, hay algo para usted, le dijo con esa voz que inunda de seguridad almas y despachos hace ya cuatro meses. A lo mejor cinco. Ya no le coge el móvil. No volverá a llamarle, es perder el tiempo. Le queda un billete de cinco y algo suelto. Serán para un café y una tostada. No hay prisa por el cambio. Las diez y diez. Ayer fue demasiada humillación lo de la cola del paro. Ofertas de empleo. Las ojea a hurtadillas del señor del kiosco en las páginas salmón de un diario que no va a comprar. Nada que se ajuste a su perfil. A ambos lados de la calle hay personas que se mueven de un sitio para otro con pinta de ir a dónde alguien les espera. O a comprar. Ni una cosa ni la otra. 

Las niñas aun no lo saben. 

No han empezado las clases todavía. No puede volver a casa tan temprano. Sospecharían. No sabe bien si han entendido del todo que este año no hubiera apartamento en Santa Pola y mañanas de playa con los primos. La paella del chiringuito no la habrán echado de menos. Tampoco usted. Ni a sus cuñados. El teléfono parece averiado: ninguna llamada; ningún whatsapp 

Las doce. Maldito septiembre. 

(Y el dibujo es de mi hermana Maripepa.)