domingo, abril 26, 2020

Lo imprescindible

Esta mañana ha vuelto a comprobar que la nevera no tiene comida.
Ha añadido un poco de agua al cartón de leche para que llegara el desayuno a todos.
Se ha estrujado la cabeza pensando en cómo resolver lo imprescindible. No hay para comer. Un vistazo al monedero: dos euros con veinte. Da para el pan. Hoy.
20200425_215721Los niños saben que los tuppers que pone en la mesa al mediodía vienen de la parroquia. Ni les importa. Están calientes. Y ricos. Son de Cáritas. Esto lo hacen muy bien, porque la caridad siempre se le ha dado muy bien a la Iglesia. Ha escuchado en la cola que ahora las raciones son más pequeñas porque viene mucha gente más a por comida por lo del coronavirus. Y lo ha entendido: usted misma no había venido nunca antes de ahora. No le da vergüenza. Bueno, a lo mejor un poco.
Ha guardado la mitad de lo que traía para que quedara para la cena. Había de sobra para comer casi bien con la otra mitad.
Los niños han montado una pista de monopatín en el pasillo, aislada con mantas en el suelo para no molestar a los vecinos con el ruido. Da igual: hacen no mucho ruido de todas maneras, no tienen muchas energías que gastar.
El padre de las criaturas hace ya dos años que no porta por casa. Casi mejor porque, aunque nunca le puso una mano encima, el maltrato adopta formas igual de crueles que las hostias.
En la casa en la que limpiaba ya no limpia. Y en la escalera que limpiaba tampoco ya limpia; se han organizado entre los vecinos, por lo que se ve. No es la crisis, no. Es el miedo. Iba cuatro horas a la semana al apartamento de una mujer que le sigue pagando aunque le pidió que dejara de ir por allí. Mañana irá a cobrar. Le da mucha vergüenza, pero no puede hacer nada. Casi cien a la semana. Dará para los desayunos y podrá resolver algún recibo. A lo mejor no.
Para celebrar el cumpleaños de la pequeña ya pensará en algo.
Ha oído decir algo sobre una renta básica. Quiere decir que están pensando que nadie puede carecer de lo imprescindible. Pero no se lo ha creído: ¿usted se imagina un mundo en el que nadie carezca de lo imprescindible? ¡Tonterías!
Ha oído que la Conferencia Episcopal ha dicho que no le gusta un pelo y algo de peces y cañas de pescar que no sabe bien bien lo que quiere decir, porque en Cáritas le dan peces (y a veces patatas con carne) pero no cañas de pescar ni cuchillos de deshuesar vacas; así que no ha hecho caso. Usted piensa que cuando todo esto pase volverá a limpiar en las casas de siempre y en las escaleras de siempre y que la señora que le paga aunque no vaya le seguirá pagando cuando pueda ir, con más razón. Y con eso se apañaba casi bien. Para lujos no, eso no. Pero casi bien.
¡Maldito bicho inmundo –ha pensado–! Teníamos que hacer como Trump, inyectarnos desinfectante y que se joda. ¡O nos jodíamos nosotros –ha pensado–. Pero más jodidos…! Luego ha pensado que ese tipo tiene que ser tonto.
Y ha repartido para la cena lo que guardó a la hora de comer.
Los niños se han dormido. No vale la pena volver a mirar la nevera. Mañana no habrá leche para el desayuno. Ha pensado que quizás alguna vecina… pero no, ¿y si le dicen que no? ¿Con qué cara las iba a mirar luego?
Por la tele pasan una de Jackie Chang repartiendo hostias como panes a diestro y siniestro. Menos mal. Se dormirá antes de que el bueno se case con la china esa más guapa a la que le va la vida tan mal. A esa sí que le va mal la vida.
Pero pensándolo bien… sí que se puede imaginar un mundo en el que nadie carezca de lo imprescindible. Sí que puede.
No puede imaginarse cómo se resuelve el problema de la geometría variable en el reparto del poder entre las grandes naciones: lo del G7 y lo del G9 no sabe si tiene arreglo o no, pero sí que puede imaginarse un mundo en el que haya leche para el desayuno en todas las neveras.
Eso –ha pensado– ni siquiera deber ser tan caro. Y ahí le venció el sueño.
El dibujo es de mi hermana Maripepa.

domingo, abril 19, 2020

El silencio de los confinados

Pasan los días.
La pandemia no es propiedad de los enfermos, ni de los sanitarios, ni de los confinados, ni de los muertos, que no la quieren para nada. La política se ha adueñado de la enfermedad, de sus consecuencias, de eso que vino en llamarse ’el relato’, de los soliloquios que nos marcamos delante del televisor a falta de mejor interlocutor (ni peor).
IMG-20200418-WA0008No hablamos de la mujer que se ha muerto sola en la cama de un hospital sin entender qué le estaba pasando, de los cuerpos que nadie ha reclamado, ni de la pena: no hemos hablado de la pena de cualquier hombre que despidió a su mujer apretando la mano de sus dos niños, solos los tres y los sepultureros en el cementerio inmenso que estaba vacío, y luego llamó uno a uno a sus hermanos, a sus tíos, para contarles que la cosa había acabado mal.
Solo hablamos de la culpa.
Pero ¿sabe? No hay culpa.
Algún imbécil ha rebautizado el COVID-19 como la pandemia del 8-M, porque así regocija sus entrañas podridas y descarga la hiel que se lo come por dentro sabe Dios por qué coño.
Otros han dedicado su tiempo a confundir, a mentir, a explotar el dolor para hacer algún tipo de caja. Miserables…
El común de las personas estamos a otra cosa.
Los menos cosen mascarillas de poca utilidad aferrados a la vieja Alfa de pedal, sin pensar muy bien a quién servirán para qué, mirando bizcos la aguja que sube y baja con el hilo enganchado fijando como por encanto las puntadas en la tela verde.
Los más, los más, desentrañan el lenguaje imposible de las aplicaciones informáticas en las que viajan los deberes de los niños por la mañana y, por la tarde, se asoman a la ventana a ver la vida aplaudir. Esta palmada por los sanitarios, esta por la policía, esta por los bomberos, esta por la madre que me parió, compartida con el ministro de Justicia, que tiene cara de buena persona.
Y cuando suena el teléfono se hiela la sangre. Porque es del hospital y de allí no llaman para tonterías. Y apagas la tele. Por si se apaga el mundo.
Y pasan los días.
Y a medida que pasan, la cosa va perdiendo gracia, porque maldita la gracia que tiene. Y el virus sigue matando y la tele los sigue contando y la política sigue dueña y señora del dolor escondido de los dolientes, porque de eso no sabemos hablar.
Alguien ha pintado ‘rata contagiosa’, todo con mayúsculas, en el coche de una médica. Seguro que por la noche, después del aplauso. Y han colgado un cartel en la puerta de un vecino que dice que con el virus a otra parte, que muy agradecidos por su labor ingente, pero que a otra parte.
‘No son números –grita algún que otro necio que pide luto y luto–, son seres humanos’.
¡No te jode…!
Ese sí que ha sabido captar la esencia. ¡Oye, fíjate, seres humanos! ¡Y yo que pensé que eran números! Pues que si no me lo recuerdan, oye, que ni caer. Y otro ministro en la tele tratando inútilmente de explicar el cambio de método en el conteo de víctimas y contagiados; y una señora tocada de mascarilla con bandera de España (¡eso sí que es ser española!), trayendo a sede parlamentaria otra noticia de escándalo que le ha mandado su cuñado por WhatsApp. Y el ministro que no y ella que sí. Y el ministro, que no… ¡Y ella que sí!
Y un ‘covimbécil’ grita por la ventana a una señora que sale a la calle con su hijo porque no sabe, el covimbécil, que con una parálisis cerebral no puede dejarlo en casa solo para bajar a la compra. Pero hay que supurar la ira por algún poro. Y las glándulas que producen el sudor están paradas. Las de Rajoy no.
Y ahora cálculos, curvas, proyecciones. Científicos, ministros, jefes de la oposición, hacen la suya.
Nosotros tendremos que hacer la nuestra. No abandone la cordura. Le va mucho en ello.
El dibujo es de mi hermana Maripepa

domingo, abril 12, 2020

Entonces pasó un año

Lo de la barba ha dejado de ser una broma.
Ahora tengo barba.
Desde la ventana se ven los bloques de hormigón que se usaron para aislar la calle. Aquí los casos se habían parado hacía ya cuatro o cinco meses, pero sabíamos que la ciudad no estaba limpia. No todos apoyaron la medida.
Los hombres salen  por la mañana a recoger los víveres que deja el camión de reparto exactamente a las 6:35. No se sabe quién lo conduce: el brazo de la grúa deja el contenedor azul de acero con el nombre de la calle delante de las vallas de hormigón y lo recoge puntualmente treinta minutos más tarde, a las 7:05, cuando los hombres han distribuido el contenido por los portales. Cada piso tiene su hora de recogida del portal. A mí me toca a las 7:02 pero, en realidad, basta con oír cerrarse la puerta del ‘C’ para saber que es tu turno: 3º B, vía libre. Arroz, sardinas, fruta fresca, pasta, un filete de algo que pudiera ser ternera, dos yogures, sopa de sobre, algo más de comida deshidratada, como de astronauta, ¡dos cervezas! Más que suficiente para pasar el día. Los domingos viene un ‘tupper’ con paella o pollo en salsa. Solo hay que calentarlo. En el ‘A’ viven un ciento de niños ruidosos que se pelean por las escaleras cuando bajan a por el paquete. He visto por la mirilla que el suyo es más grande que el mío. No sé cuántos están en esa casa; deben ser bastantes. A veces los hombres se hacen un lío con los pedidos de internet y nunca ves llegar el tuyo. A mí ya me ha pasado con alguno. No digo yo que se los queden, pero claro, te hace sospechar.
Al principio, los ciudadanos ejemplares colaboraban con la policía a detectar a los infractores. Yo nunca delaté a ningún vecino… me daba como pudor. Después la geolocalización del móvil se perfeccionó y ya se sabía dónde estaba a la gente por su GPS. Estaba prohibido salir a la calle sin el teléfono. Te multaban. Ahora casi no la usan. Después de muchos muertos comprendimos que la cosa iba en serio. Menos mal, porque las redes ya no funcionan durante todo el día: la televisión avisa por el canal autonómico de las horas y localizaciones a las que se activan. Va por compañías y por códigos postales: hoy en mi distrito Movistar de 13:00 a 18:00; Vodafone de 21:00 a 24:00… las demás ni las sé. Muchos se han dado de alta en varios operadores para tener más tiempo. Es legal, pero a mí me parece un abuso. El espacio radioeléctrico se utiliza para la señal de los drones.
Al Ejército ya casi no se le ve. He oído que solo vigilan las entradas principales de las ciudades. Ya no se les ve. Acojonaban. Se comprende que era necesario, pero acojonaban. Sobre todo cuando dejó de ser la UME que se dedicaba a desinfectar residencias y eso, y ya eran soldados armados los que vigilaban el confinamiento. Los drones vigilan ahora. Y también distribuyen las cosas de la farmacia.
A las 19:00 el Gobierno actualiza los datos del día: contagiados, fallecidos, dados de alta, consumo de combustible, pureza del aire por municipio, emisiones de CO2, actividad industrial por áreas, delincuencia, gasto por habitante en bienes de primera necesidad, ahorro familiar, toneladas de plástico ahorradas y reutilizadas; es una voz neutra, sin tono. Hoy ha habido un repunte en gasolina 95 y ha salido el ministro explicando no sé qué de la media de envejecimiento del parque automovilístico y avisa de una posible subida sostenida junto con el correspondiente paquete de medidas… en fin, como siempre. Está lloviendo. Ese ministro tiene muy mala cara; seguro que lo ha pillado.
La semana que viene tenemos que quitar el bloqueo para que pueda pasar el furgón de los test. Viene de martes a jueves, ambos incluidos. Yo siempre doy negativo. De todas maneras me encanta bajar. El enfermero que hace las extracciones es un hombre amable y siempre cuenta algún chascarrillo de otras calles. Sus ojos sonríen cuando te ve y te llama por tu nombre. No creo que se lo sepa, supongo que mira la ficha cuando te llega el turno. Yo estoy citado a las 11:15 del jueves. A lo mejor me afeito para ir y me la dejo crecer otra vez. Bueno, a lo mejor. Tampoco es para tanto.
IMG-20200411-WA0014A las 21:15, después del parte, me toca bajar la basura. Un día a la semana. No hay más turnos. A los del ‘A’ les han dado más horas, pero ellos hacen más que yo. Para mí es suficiente. Los contenedores están en la avenida, más allá del bloqueo. En la avenida hay algún comercio abierto. En realidad no hace falta porque con el paquete hay más que suficiente y todo demás se puede conseguir por internet, aunque a veces no llegan las cosas, eso es verdad. Debe ser para casos urgentes. En la avenida sí hay policía y se oye que los ciudadanos ejemplares están activos todavía. Y luego están los drones. Hay que tener mucho cuidado al salir a la avenida. En mi calle está uno más seguro.
Tengo ventana de datos ahora con mi compañía. Trataré de hablar con alguien.
El dibujo es de mi hermana Maripepa

domingo, abril 05, 2020

Obligados a aprender

Cada uno andará sacando ya sus propias conclusiones. Con tanto tiempo para pensar, una vez que el canal fútbol ya no vale para nada, y con la enorme cantidad de información (y desinformación) que mana de los medios tradicionales y las redes; con 15 días ya de experiencia en el confinamiento parcial y 7 más de hibernación casi total de la economía, ya tenemos almacenados datos suficientes para ensayar las primeras ‘grandes verdades’ que arroja esta situación tan nueva.

Aquí van las que yo intuyo, sin perjuicio de que el prolongamiento de la cosa las pueda modificar parcial o totalmente (recuerde, ‘estos son mis principios, si no le gustan…’)
La primera gran verdad que se me viene a la mente es que Leonel Messi no se gana el sueldo. España puede sobrevivir dignamente sin que el calendario de la Liga llene los espacios de ocio de la ciudadanía. No hay fútbol y no pasa nada, salvo para los que se enriquecen con el colosal negocio del balón.
La segunda abunda en la primera. Leo Messi no se gana el sueldo y los investigadores de este país (¿del mundo entero?) están tan infravalorados que da vergüenza poner en comparación las cifras. La diferencia es que Leo Messi te salva la tarde de un domingo (solo si eres del Barça) y un investigador que levanta al mes 1.800, le puede salvar la vida a la sociedad toda. Jugar a pelota, aunque sea como los propios ángeles está, pues, sobrevalorado. Estoy dispuesto a dar un euro por cada científico al que usted conozca con nombre y apellidos, indicando para qué organización trabaja y de cuántos artículos es autor en publicaciones internacionales de prestigio. Yo ya le digo que no me sé ninguno.
aprender por oblibaciónLa tercera gran verdad es más enigmática. Yo mismo aún no sé  qué conclusión sacar de ella siendo, como es, cierta: Mientras en Europa la pandemia termina con las existencias de  papel higiénico, en Estados Unidos lo que se acaban son las armas de fuego. Se conoce que cagarnos nos cagamos todos, pero mientras los unos ventilamos nuestros miedos en la intimidad del excusado, los otros se envalentonan y se disponen a terminar con ellos a tiro limpio. Debe ser la consecuencia de los héroes que modelaron el imaginario de las infancias de cada cual, los nuestros Rompetechos, Carpanta, Mortadelo y Filemón, los suyos el Capitán América, Batman, Superman. Esto debe conformar la personalidad colectiva de los pueblos.
Otra: el uso que las personas hacemos de la tecnología va a cambiar por completo y en todos los ámbitos de nuestra vida. No solo hemos aprendido a teletrabajar y comprendido los conceptos ‘escritorio remoto’ o ‘herramienta colaborativa’; hemos aprendido a hacer la compra por Internet (por mal que están funcionando las aplicaciones de las grandes plataformas de distribución domiciliaria de alimentos), pero no solo la nuestra, también la de nuestros padres e incluso en según qué supuestos, la de nuestros hijos; hemos aprendido a utilizar eso del Movistar+ que nos vendieron junto con una línea de móvil que no necesitábamos al contratar los datos de nuestra casa, más allá del canal fútbol; hemos descubierto qué quiere decir Netflix. No es cosa menor (o, como diría Rajoy, es cosa mayor): el tráfico de datos en estos días ha experimentado un crecimiento tal que las grandes plataformas han temido por su capacidad para transmitirlos, augurando en algunos casos una posible saturación de los sistemas. Pero hay más. El tirón que la pandemia va a dar de la tecnología, del llamado ‘big data’, de la robótica, de las aplicaciones científicas, es abrumador y, con toda probabilidad, cambiará nuestra forma de acceder a la información (esto ya ha cambiado), a los bienes de consumo, nuestros hábitos de movimiento, nuestras costumbres en todo lo que se refiere al ocio, nuestros métodos de aprendizaje, nuestra forma de relacionarnos, incluso, con nuestro entorno inmediato.
Una más: la Corona puede renunciar a parte de la Guardia Real y poner a los chicos a hacer cosas útiles. Enorme, simplemente, enorme. Sobrecogedor.
La penúltima: el Estado funciona. A pesar de la ignominiosa oposición a la que se ha sometido al Gobierno por parte de quienes no dudan en sacar tajada política de los muertos (ya lo demostraron con el desastre de ETA, con el 11-M, con la guerra de Irak o con el accidente del Yak-42 en Turquía), el Estado ha demostrado funcionar. Con los errores cometidos (no faltaría más) se ha constatado que la autoridad central se puede superponer a las competencias autonómicas cuando la cosa se pone fea e implantar un único espacio de toma de decisiones para adoptar las medidas que se consideran precisas para el interés de España. Los mecanismos de colaboración entre el poder central y el territorial se han desvelado más que razonablemente eficientes, excepción hecha de los contados casos que todos conocemos y que nada tienen que ver con la pandemia; la sociedad ha respondido de manera impecable a la exigencia de confinamiento ordenada por el Gobierno, nada sencilla ni de tomar, ni de acatar; las medidas económicas, con sus luces y sus sombras, tienden a no dejar a nadie atrás. Con sus luces y sus sombras. La actuación coordinada bajo un mando único de Policía Nacional, Guardia Civil, policías autonómicas y locales, cuerpos de bomberos, Ejército (de aplaudir la colaboración de la Unidad Militar de Emergencia), son un ejemplo también impecable de Estado que funciona.
El gran ‘pero’ de todo esto se esconde en la poquísima utilidad práctica que han demostrado las grandes organizaciones transnacionales, léase la ONU, la OTAN y, desde luego la Unión Europea que, sin una estructura clara de poder político, no ha sabido (¿podido?) estar a la altura de las circunstancias que se plantean cuando lo que se viene encima entraña un riesgo cierto e inmediato, insensible a la subida o bajada de los tipos de interés o a la aplicación de medidas de contención del déficit público. Europa, amén de unas dosis de insolidaridad que rozan el esperpento, ha reaccionado tarde y mal, manteniendo su actitud ya clásica de desprecio a los países del sur.
Y la más gorda: los fines del Estado, según los conocemos hoy, son antiguos. El concepto de ‘seguridad pública’ ha cambiado radicalmente en el último mes. No es de las balas de lo que hay que protegerse. Es de otra cosa. Y es muchísimo más peligrosa. Mata más. Y mata globalmente, porque las amenazas no son locales.
Protegerse de esto implica, primero, comprender que el problema es global y, después, potenciar de manera drástica e inevitable nuestra capacidad para la investigación y a nuestros investigadores, nuestra sanidad y a nuestros sanitarios, nuestros recursos sociales y de protección de la dependencia, los efectivos humanos, técnicos y económicos que somos capaces de poner a disposición de las situaciones de catástrofe. Porque si del llamado ‘estado del bienestar’ quisimos (quisieron) evolucionar al ‘estado de la seguridad’ (de tiente mucho más económico que policial, por cierto), definir el concepto de ‘seguridad’ se hace hoy más necesario que nunca. Disponer de los mecanismos precisos para hacer que esa seguridad sea posible implica repensar integralmente los Presupuestos  de la Unión Europea, los Generales del Estado, los de las comunidades autónomas y los de las corporaciones locales. Seguramente también los de la OTAN, los de la ONU (especialmente los de la OMS). Dotar a los pueblos y a las personas de medios de subsistencia que garanticen vidas dignas, donde subsistencia significa algo más profundo que llegar vivo a fin de mes.
El dinero, no me cabe duda hoy, hay que dedicarlo a otra cosa. La responsabilidad social de las empresas hay que hacerla valer más allá de las donaciones graciables de aparatos carísimos a los hospitales (que bienvenidos sean a falta de otros caminos para ejercitarla). La fiscalidad tiene necesariamente que cambiar.
‘Estar seguro’ es lo que quiero que hoy me dé el Estado.
Nota al pie: ayer por la mañana se murió Luis Eduardo Aute. Me atreví a parafrasear una de sus canciones para titular este blog. En este tiempo de muerte parece solo una más. Pero es mi adolescencia, mi juventud y una buena parte de mi edad madura. Hasta siempre, hermano Eduardo.
Y el dibujo es de mi hermana Maripepa.