domingo, noviembre 29, 2020

Las lágrimas de Irene

Estamos dispuestos a celebrarlo todo. Y lo celebramos.

Nada que objetar, por otra parte, porque todo lo que suene a fiesta (nacional o extranjera) nos pone de un humor magnífico y, aunque solo sea por eso, ya vale la pena agendarlo en nuestro nutrido escandallo de excentricidades.

– Perdona, ¿has dicho helow… qué?

– Haloween, idiota.

– ¿Y eso qué es lo que es?

– Pues una cosa de los muertos.

– ¡Alabado sea el Santísimo!

Si hay que celebrar a los muertos, se celebran. Y si hay que celebrar el viernes después de Acción de Gracias (¡cosas!), pues lo celebramos y tomamos los comercios al asalto en busca de esa oferta irrepetible de accesorios para la barbacoa, tengamos o no barbacoa, que esto no es relevante a lo que nos ocupa.

– ¿Black Friday?

– Yes

– Pues ¡Black Friday!

¿A quién jodemos? Pues a nadie.

(Ya celebramos con devoción mariana el día del Pilar: tejemos un manto floral de descomunal tamaño en la plaza del mismo nombre, a más gloria de la virgen de igual advocación, ataviados y ataviadas con el traje típico de cada lugar de procedencia del peregrinaje, desde las siete de la mañana hasta bien entrado el atardecer… y nadie le parece una exageración.)

Un viernes negro con mascarilla es, sin embargo, como un jardín sin flores. Y vende menos, nunca mejor dicho. Así que tenemos buscar regocijo en Isabel Díaz Ayuso discurseando en Barcelona contra el independentismo (¡qué gran azote para la izquierda!) o a favor de la aniquilación de los impuestos, porque pa´ qué.  Y, si no, lamentando en tono mayor la muerte de aquél señor regordete que jugaba a pelota a las mil maravillas y luego fostiaba a su pareja cuando le venía bien y se metía un tiro de farlopa que temblaba el misterio para celebrarlo. El caso es celebrar.

Celebremos. El célebre alcalde de la capital de España (que tiene la estatura en común con la virgen aquella del manto) lo celebra con las luces navideñas y planta (con dos cojones) un kilómetro y medio de bandera de España en versión led Surface Mount Device, dotada de sistema RGB, con un índice de reproducción cromática de hasta el 80% (ya sé que esto del índice de reproducción cromática –IRC para los entendidos– es un dato menor). ¿Quiere parecerse el alcalde de Madrid a Abel Caballero y medírsela con el de Nueva York? No. En realidad solo quiere reafirmar su patrioterismo de opereta y tocarle los huevos al ingente censo de españoles de mal, estos que hace ya mucho rato asumimos de quién era la bandera, a quién representaba y para qué la usaban aquellos que se la apropiaron. Pero igualmente celebramos el acontecimiento, porque las gilipolleces de Almeida (como las de Díaz Ayuso) nos producen un regustillo íntimo que, ‘como un licor suavísimo, nos llena de contento’ (en cita de Pablo Guerrero).

Y ¿cómo celebra nuestra ministra de Igualdad la fecha en la que el mundo clama contra la violencia machista? Pues la ministra llora. Sí.

– ¿Llora?

– Llora.

– Pobre.

– Ya.

La ministra llora

Con toda probabilidad, si su madre la vio por la tele estaría pensando aquello de ‘como vaya yo vas a llorar con razón’. Pero llora. Llora porque en su yo íntimo sabe que el suyo es el ministerio de todas las mujeres, y eso es una cosa de mucho llanto. Y a lo mejor también llora porque esto le garantiza primera plana en todos los medios al uso. El caso es que llora de sus ojos y encoge nuestro ánimo: venga, ministra, que eso no es nada… que las ministras no lloran. (Cómo Sánchez Dragó se ha metido con ella, hago aquí público reconocimiento de las lágrimas de Montero y me solidarizo en ella en el llanto eterno).

Estamos dispuestos, decía, a celebrarlo todo. Urge buscar la fórmula para hacer grande la paliza que dos polis franceses le metieron a un tipo negro por ir sin mascarilla, o el disparo Taser (una pistola eléctrica con muy mala leche que lanza descargas eléctricas y que no está descrito sirva para inmovilizar jovencitas) que entre tres mossos d’esquadra propinaron a una chavalita que perdió los nervios cuando iba al psiquiatra.

Pero somos gente de buscar cualquier excusa y, sin duda, también la encontraremos para esto.

Celebremos. El mundo está perdiendo el oremus. Así que… ¡celebremos!

El dibujo es de mi hermana Maripepa.

domingo, noviembre 22, 2020

Arguineguín

 

Arguineguín nos enfrenta de nuevo con otro de los paradigmas de la inmigración ilegal.

No son mamás abrazando bebés que huyen del desastre humanitario que supone una guerra sangrienta en sus países de origen. No hay más drama humano detrás de sus rostros que el de la miseria. Son primogénitos. Hombres en su mayoría, primogénitos a los que su religión y sus circunstancias sociales cargan con la responsabilidad de mantener a sus familias. Son los mejores. Tienen orgullo en la mirada, no miedo. Y eso produce miedo en vez de lástima.

Van 17.000 solo en Canarias este año y la progresión asusta. No hay infraestructuras, no hay medios, no hay más que hombres que, bajo el estatus de ‘inmigrantes ilegales’, han venido a España en busca de supervivencia (o de fortuna) para sí y los suyos. De ellos 1.300 permanecían hacinados en el muelle de Arguineguín a mediados de semana, pensando en que a lo mejor hicieron mal en saltar del continente. Hoy parece que solo quedan 860 (860 hombres sin nada).

Cuando supe que el ministro Grande-Marlaska había ido a reunirse con su homólogo en Rabat se me movió un punto de esperanza. Se desvaneció enseguida al comprender que el motivo de su viaje era el de lograr contener la salida de migrantes desde sus costas. Aunque debí suponerlo. Porque el ministro no fue a diseñar soluciones, ni a buscar coordinación, ni medidas de ordenación de un tráfico que no se va a detener, sino a tratar de contener lo incontenible.

África es una bomba demográfica de la que se espera doble su población (de los 1.200 millones de habitantes de hoy según la ONU, a los 2.400 que se proyectan para 2050 por la misma fuente) en tan solo 30 años. Y, citando a Bertrand Badie (profesor en el Instituto de Estudios Políticos de Paris), ‘en África la movilidad es la regla’.

Dicen los estudiosos del fenómeno migratorio que conviven en él dos fuerzas: la de atracción y la de empuje. Entre las dos orillas del Mediterráneo se encuentran hoy las mayores desigualdades entre dos continentes: una estrecha franja de mar (que nunca debió ser una frontera) separa el primer mundo y el último; el mundo que llama y el que empuja. ¿Quién quiere parar qué? ¿Con qué fuerza moral? ¿Con qué otra clase de fuerza?

Las remesas de los inmigrantes hacia sus países de origen suponen en algunos de ellos el 15% de su PIB, aproximadamente la mitad de todo su flujo de capital entrante. De otra parte, el futuro de Europa está indisociablemente ligado a la inmigración africana, que cada año contribuye en aproximadamente un 85% a su crecimiento demográfico. ¿Nadie va a reconocer la aportación de esa ingente fuerza de trabajo al equilibrio económico y social del viejo continente?

Buscando

Entre tanto, en Arguineguín, puerto de pescadores y destino turístico frente a la playa de Las Marañuelas (al sur de Gran Canaria), los miles de jóvenes que lograron abandonar el puerto deambulan por sus calles. Los vecinos les sacan agua y comida, les prestan sus móviles para llamar a casa (porque llevan semanas jugándose la vida y quieren contar a sus madres lo han conseguido) y se asombran de la ineficiencia de una Administración incapaz de dar solución a un problema que se repite y se repite cada vez que la meteorología amansa las apenas 130 millas de mar que separan la opulencia de la miseria.

Hablaremos de las mafias que tratan con personas, de por qué resultan ilocalizables los barcos nodriza de los que parten las neumáticas o las pateras que llegan finalmente a puerto. Hablaremos de cómo se gestiona la acogida de este enorme número de personas en tiempos de pandemia. Hablaremos de todo, no faltaría más. Incluso de la bondad estéril de montar campamentos de emergencia para 7.000 magrebíes en la isla, y del traslado de algunas decenas de ellos a la península, delante de una legislación tortuosa promulgada para protegernos de estos que, se dice, vienen a quitarnos el trabajo. Escucharemos con atención las palabras (o los tartamudeos) de nuestros ministros del Interior, de Exteriores, de la Seguridad Social, explicando un problema cuya solución ni imaginan. Hablaremos de todo, pero no de lo que importa.

Europa (España) necesita a África. Sobre todo a esa cornisa mediterránea de África de la que procede la mayor parte de la inmigración del continente, junto con (en menor medida) su costa occidental. Y África necesita a Europa (y a España). También para mantener esas exiguas remesas de dinero que envían a sus países de origen los migrantes y que tanto representan para aquellos pero, sobre todo, para canalizar inversiones, para propiciar y ordenar un crecimiento imprescindible mediante una verdadera cooperación económica, mejor cuanto más alejada de la caridad.

Ya hemos demostrado lo bien que cooperamos con la educación y con la sanidad. Veamos ahora si somos capaces de cooperar seriamente al desarrollo. Y de eso nos beneficiaremos todos.

Amigo Marlaska: no se afane en detener. Imagine para comprender. Y, si pudiera ser, para resolver.

El dibujo es de mi hermana Maripepa

domingo, noviembre 15, 2020

Comunicar. Comunicarnos

 

Como ya se nos ha olvidado la “ley mordaza”, nos escandalizamos gravísimamente por el Procedimiento de actuación contra la desinformación (en adelante el Procedimiento), aprobado por el Consejo de Seguridad Nacional el pasado 6 de octubre y publicado por la Orden PCM/1030/2020, de 30 de octubre.

No paro de preguntarme cuál habría sido mi reacción si el Procedimiento en cuestión hubiera sido aprobado por un Consejo de Seguridad Nacional comandado por un recto presidente del Partido Popular, o sea, por un Gobierno como Dios manda, en lugar de por este Gobierno social-comunista-narco-bolivariano y proetarra, encumbrado a la Moncloa, entre otros, con mi voto. Me preguntaba si hubiera sido la misma que ante la puesta en marcha del conjunto de medidas que bautizamos cariñosamente como “ley mordaza”, esto es, la Ley Orgánica de Protección de la Seguridad Ciudadana, que conllevaba también una reforma del Código Penal y de la Ley Antiyihadista. Baste recordar que cinco relatores de derechos humanos de Naciones Unidas criticaron esta “ley mordaza” porque, a su entender, “puede cercenar derechos fundamentales de los ciudadanos”, y exhortaron a su retirada.

Alarmado por la violenta crítica que la noticia provocó por parte de asociaciones de prensa, medios de comunicación y redes sociales, y por la airada reacción de la oposición política, que coloca la medida en la senda hacia la dictadura populista emprendida por Pedro Sánchez y Pablo Iglesias, me puse manos a la obra: me empollé el texto.

Un censor de aquellos en todo lo suyo

Y no. No está pasando nada. En realidad no está pasando absolutamente nada, pues el Procedimiento (que sigue rigurosamente las indicaciones que sobre el particular ha hecho la Unión Europea) ni siquiera incorpora una medida sancionadora concreta que poder aplicar a medios, personas, organizaciones o gobiernos extranjeros que pongan en marcha campañas de desinformación. No hay censores, ni perseguidores, ni patíbulo para los mentirosos. No hay cierre de medios de comunicación (como otras veces), ni secuestro de ediciones (como otras veces). El Procedimiento no faculta a ningún órgano de la Administración para dictar sentencias, ni siquiera resoluciones administrativas, no suplanta competencias de otros poderes del Estado…

Articula, esto sí, un método escrupuloso de detección de estas campañas de desinformación (que tantísimo daño hacen) y crea un órgano para este propósito, la Comisión permanente contra la desinformación, dirigido por el que lo es del Departamento de Seguridad Nacional (un general de brigada) y coordinado por la secretaría de Estado de Comunicación (que seguramente no es el órgano más adecuado).

A quien tenga la tentación de sospechar que esto nos conduce a una dictadura, solo habrá que recordarle cómo actuaba la Censura en los tiempos de la dictadura de verdad para disuadirle de tales pensamientos porque, óigame, le aseguro que no se parece en nada.

Hablamos de información, de la tóxica y de la veraz. Del daño que hacen las campañas de desinformación y de cómo desactivarlas. De comunicar para manipular o para protegernos de la manipulación: hablemos de cómo de hacerlo, hablemos tranquila y responsablemente.

Molaría. Pero no vamos a poder. El Gobierno Leviatán PSOE-Podemos (por concentrar en una sola imagen el comunismo-narcobolivarianismo-proetarrismo) también quiere impedirlo con la reforma de la ley Wert que la ministra Celaá ha puesto en marcha y que ha superado su primer trámite parlamentario.

Nos referiremos en más ocasiones a este proyecto de ley y a las barbaridades que, como nos tiene acostumbrados, va cantando la derecha española sobre sus maldades demoníacas. Pero interesa a este asunto de la comunicación la desaparición que el proyecto promueve del concepto ‘lengua vehicular’: ya no hay.

La segunda acepción del diccionario de la RAE (la primea se ocupa de eso que le sacamos al tipo que nos cae mal cuando se da media vuelta), define la lengua como ‘Sistema de comunicación verbal propio de una comunidad humana y que cuenta generalmente con escritura’.

Un nutrido grupo de españoles biempensantes ha lanzado contra esta abolición de la ‘lengua vehicular’ las maldiciones más incendiarias, acusando al Gobierno de atacar al castellano, como si de su defensa  dependiera, una vez más, la salvación de la patria de las manos de Satán; como si el hecho de que los catalanes hablen catalán o gallego los gallegos trajera aparejado el anatema.

Comunicar, comunicarnos, comunidades humanas. Educar en la comunicación. El primer político al que se le ocurrió la brillante idea de utilizar las lenguas como arma arrojadiza debería arder eternamente en el octavo círculo del infierno, en el que se castiga, según Dante, a los consejeros fraudulentos, ‘que andan revestidos en una llama que los abrasa’.

Con las lenguas no se debería jugar. Con la palabra no se debería jugar. Las lenguas, como el habla, como la norma que las ordena, no son de los gobiernos, sino de la gente. No hay lenguas vehiculares. Y si nuestro país es, además de en aceite, rico en lenguas ¿cómo no quererlas todas, atesorarlas, producirlas? Se diría que a la derecha española le aterra que, como el diablo, España hable todas sus lenguas y trata así de concentrarlas en una grande, sola, santa y libre.

¿Por qué hemos asumido que la verdadera lengua vehicular del mundo sea el inglés y que pase por un sintecho cualquiera que no lo domine  y nos ponemos de las uñas porque los euskaldunes quieran hablar el euskera? ¿Por qué no dejamos en paz a las comunidades humanas a las que la RAE se refiere y dejamos que cada una utilice libremente la lengua que habla? ¿No es suficiente que la norma que ha de regir la educación en España garantice que ‘al finalizarse la educación básica los estudiantes tengan un “dominio pleno” del castellano’?

Hable usted la lengua que le de la real gana. Comuníquese conmigo de forma que los dos podamos entendernos. Disfrute de la inmensa riqueza literaria escrita en todas las que hay en España. Aprenda inglés si a mano viene, por si las moscas. Y no diga muchas mentiras hable la que hable. Si las dice, procure que no se hagan ‘virales’… la Comisión permanente contra la desinformación le podría regañar.

El dibujo es de mi hermana Maripepa

domingo, noviembre 08, 2020

¡Parad el recuento!


Al momento de cerrar este comentario, Joe Biden se configura como el presidente electo de los Estados Unidos de América.

Si se logra que las instituciones funcionen correctamente, tomará posesión el 20 de enero de 2021, fecha esta que la Constitución más vieja de la democracia planetaria establece para tal evento.

Ejerciendo con elegancia su derecho al pataleo

Si es que se logra, porque a Donald Trump le quedan, a saber, al menos dos ‘derechos’ por ejercer: el derecho al pataleo (inocuo aunque molesto donde los haya), y el de emponzoñar al máximo posible el recuento electoral. El objetivo: llegar al 14 de diciembre sin los resultados confirmados a base de llenar de recursos los tribunales de Justicia de cada uno de los estados en denuncia de corrupción, de manipulación, de fraude en el voto por correo.

Ha sido su principal eje de campaña: ‘el voto por correo va a ser un fraude’. Mi madre hubiera dicho que eso es ponerse la venda antes de la herida, pero Trump ha ido mucho más lejos. Ya se había ocupado de dejar al servicio postal sin la financiación adicional por la pandemia (25.000 millones de dólares) que necesitaba para gestionarlo y de anular la partida extraordinaria negociada con los demócratas para promover el voto por correo, que pretendía evitar a los estadounidenses ocasiones de contagio. También esto le importaba un huevo.

Ese 14 de diciembre es cuando ha de reunirse el Colegio Electoral. Lo forman los compromisarios elegidos en las votaciones del día 3 (el primer martes de noviembre de cada cuatro años). Se designa un número de compromisarios por cada estado, que va desde los 55 de California, hasta los 3 de los menos poblados, como Vermont, Wyoming, Montana o Alaska. Y es en cada estado donde se deciden las normas que rigen las elecciones: plazos, recuentos, validez de los sufragios…  Y es el Tribunal Supremo de cada estado quien interpreta después en vía de recurso su correcta aplicación en un proceso que, aunque parezca mentira, culmina con la elección de un único presidente para todos ellos.

Si Trump logra que para el 14 de diciembre no estén confirmados la totalidad de los compromisarios, se iniciaría un tortuoso camino hacia la Presidencia con muchas posibilidades de reelegir al candidato que defiende el título.  Así es el delirante sistema de elección del presidente del Estado más poderoso del mundo. (Baste para confirmar cuanto digo la controversia entre Al Gore, ganador de hecho de las elecciones de 2000, y George W. Bush, que fue declarado, sin embargo, ganador en la chapucera resolución de un recurso que interpuso ante el Tribunal Supremo del Estado de Florida.)

Así que Donald Trump clamaba ¡Parad de contar!, cuando la tendencia de las encuestas, que apostaba por Biden, empezaba a confirmarse por los datos del recuento. ¡Parad de contar!, cuando Joe Biden comenzaba a perfilarse como ganador no solo en votos directos (le saca a estas horas más de cinco millones), sino en compromisarios de los estados que compondrán el Colegio Electoral. ¡Parad el recuento!, convencido de que las instituciones se plegarían a su mandato como han venido haciendo desde que en 2016 se impusiera a Hillary Clinton (a pesar de que esta le sacó tres millones de votos de ventaja).

Xenofobia, sexismo, machismo y ahora ya negacionismo. No de la pandemia, que también, sino del proceso electoral y del normal funcionamiento de las instituciones del país. ¿Le importa algo dejar en ridículo a su patria? América… ¿first?

Donald Trump es un tipo muy malo (del verbo ser malvado).

Y la democracia más avanzada del mundo no tiene herramientas para combatirlo. Su viejísima Constitución está escrita cuando no había ordenadores, no existe un censo electoral estable, en cada estado se tiran millones de votos a la basura, porque el que gana en cada uno se lleva a todos los compromisarios que tiene asignados, sin siquiera aplicar una suerte de regla D’Hondt (de la que tanto nos quejamos) para repartir proporcionalmente los votos electorales según los resultados.

En la democracia más avanzada del mundo tardarán aún días (y ya llevan cinco) en poder determinar quién ha ganado las elecciones presidenciales. Larga noche electoral.

En el país más poderoso del mundo, los comercios de las grandes urbes bunkerizan sus escaparates por miedo a revueltas callejeras ante el veredicto de las urnas, los partidarios de un candidato pueden acudir armados con fusiles de asalto a las sedes electorales, el presidente puede gritar a voz en cuello ¡Parad el recuento! Y nadie sabe detenerlo. Las televisiones interrumpen avergonzadas su intervención en directo: miente sin pudor, difama. Y se avergüenzan porque EEUU jugaba a ser el guardián de las esencias, el que interviene (incluso militarmente) países por falta de limpieza en sus procesos electorales, el que envía observadores que verifican resultados y sanciona a los estados que juzga poco democráticos. Y, de repente, el presidente lo presenta ante el mundo como una república bananera, cargándose en una noche toda la legitimidad de la que Washington, sin que nadie se lo hubiera pedido,  se ha autoinvestido históricamente como mantenedor del orden democrático mundial.

El gran antiamericano dejará la Casa Blanca.

¡Parad el recuento!, bramaba. Y algunos dirán ¡pero no se paró! Y a mí se me ocurre… ¡mandaría cojones!

El dibujo es de mi hermana Maripepa.

domingo, noviembre 01, 2020

Delirios de Halloween

Lo llaman ‘fatiga pandémica’. Es el moderno eufemismo de una realidad tozuda que se concreta en estar hasta los mismos ovarios de la cosa esta de la covid-19.

Así que nos empeñamos en fingir que la vida sigue. Siga o no.

El ministro de Sanidad se va de fiesta un miércoles. Ciertamente, me importa un huevo. Que se tome lo que quiera, que lo tiene todo pagado y vuelva al despacho que hay un lío enorme en España. Pero vamos, que por un cóctel no le vamos a poner falta tampoco.

La Generaliltat de Catalunya inicia un programa espacial. ¡Un puto programa espacial autonómico! Lanzarán el Tarradellas-I en misión colocar en la órbita terrestre la base interestelar Moreneta Space (por si fallara lo de Waterloo), o yo qué sé. A lo mejor no, a lo mejor mola y esta inversión acojonante se convierte en pingües beneficios para la sociedad catalana que torna en la comunidad más avanzada del mundo en comunicaciones satelitales. Bien bien, no creo que sea el momento, pero por el espacio exterior contagios no van a haber.

La presidenta de Madrid sique sin ingresar en sanatorio alguno. Contra todo pronóstico sigue por ahí diciendo una cosa y su contraria, no ya en el mismo día, sino en unidad de acto. Meritorio. Digno de tratamiento, pero meritorio. Los madrileños ya la lloran. En vida, sí.

Los ministros se suben el sueldo. Con un par. Como hay poco lío con la cosa de los Presupuestos Generales del Estado, se suben el sueldo mil eurillos al año (algo menos en realidad) al aplicarse la misma subida que a todos los funcionarios. El 0,9%. ¿No es una enormidad subirle el sueldo a los funcionarios cuando la peña se está empezando a quitar el hambre a hostias? ¡No a la subida de los funcionarios! No es que me caigan especialmente gordos (yo soy uno de ellos sin ir más lejos), pero nos va muy bien saber que mañana nuestra empresa no va a cerrar y, por este año, nos podemos apañar perfectamente con nuestra retribución pública aunque la congelen.

Casado vuelve a Casado. Sí, había sido una falsa alarma, el espejismo de un oasis que se produce por la necesidad de que aparezca cuando la sed aprieta, pero que es un espejismo al cabo. Abstención a la prórroga del estado de alarma decretada por el Gobierno porque… este porque… porque… ¡ah! Porque es un gobierno narco-bolivariano-propandémico-dictatorial  y proetarra, que lo que quiere es jodernos a todos la vida para… para… ¡ya! Para instaurar una república bananera (sin plátanos que llevarse a la boca) y producir la crisis total de ¡España!, que quedará en manos de falsos demócratas, mercaderes del templo y fariseos, facilitando al diablo su destrucción total, por más que Fernández Díaz le rece mucho a su ángel Marcelo y a todas las vírgenes marías de la corte celestial.

Fernández Díaz, por su parte, se hace una Infanta y le cuenta al juez que si lo ha visto no se acuerda, que todo lo hizo por amor. El juez no parce chuparse el dedo y le dice que no se cree nada. Todo en orden por ese lado.

Un cura de Valdepeñas regaña a la grey por rácanos ¿Qué es esto de donar 6 euros si entran dos sueldos en casa? Lo retransmite en streaming y se hace viral primero y noticia de telediario después. De verdad que vamos muy en la normalidad.

Se prohíbe salir por la noche. No es un toque de queda. El presidente, por mor de afinar en la definición precisa de las cosas, dice que es una restricción de la movilidad nocturna, o sea la de por las noches, o sea, un toque de queda como si dijéramos. He descubierto que me he hecho mayor porque me importa un huevo. Si a usted ni le va ni le viene, compártalo, hagámoslo viral ¡Me importa un huevo que no me dejen salir por la noche! Mi perrita Pekas hará sus pipís a media tarde desde ahora y aquí paz y después gloria. Las discotecas me producen un dolor de cabeza (y de articulaciones) impropio de una persona de bien.

Noche de Halloween

Esa parte de la juventud arrojada y dicharachera, aprovechará la prohibición para salir en tropel a gritar libertad y quemar contenedores. Es noche de Halloween (o no, que eso no importa mucho) y tienen derecho a contagiarse entre ellos y a sus mayores y a asaltar algún comercio para poner a la venta en Wallapop el producto del pillaje.

Donald Trump ganará la liga (o lo que quiera que se estén jugando allá, que parece cualquier cosa menos la Presidencia de los Estados Unidos de América).

El islamismo radical sigue matando. Vuelve a matar en Francia. Siete mil soldados. Mismo argumento que en entradas anteriores ¡Qué hartura de dioses que mandan matar! ¿Hubo alguna vez once mil vírgenes? Y una verdad universal de las pocas que acepto sin ambages: ¡que no se mata, coño, que no se mata! ¡Que-no-se-mata! Ni por Dios, ni por la patria, ni por el rey (por estos nuestros no está sospechado que nadie lo pretendiera), ni por nada de nada. No se mata.

Delirios de realidad medidos en noche de ánimas; realidad en pequeñas dosis, insignificantes algunas, cotidianas otras, otras movilizan siete mil soldados. Nueva realidad que queremos no habite entre nosotros. (Muy bíblico estoy hoy, lo dejo ya).

La vida, la misma vida, detrás de una mascarilla FPP2.

Bienvenidos a Halloween 2020.

El dibujo es de mi hermana Maripepa