domingo, noviembre 22, 2020

Arguineguín

 

Arguineguín nos enfrenta de nuevo con otro de los paradigmas de la inmigración ilegal.

No son mamás abrazando bebés que huyen del desastre humanitario que supone una guerra sangrienta en sus países de origen. No hay más drama humano detrás de sus rostros que el de la miseria. Son primogénitos. Hombres en su mayoría, primogénitos a los que su religión y sus circunstancias sociales cargan con la responsabilidad de mantener a sus familias. Son los mejores. Tienen orgullo en la mirada, no miedo. Y eso produce miedo en vez de lástima.

Van 17.000 solo en Canarias este año y la progresión asusta. No hay infraestructuras, no hay medios, no hay más que hombres que, bajo el estatus de ‘inmigrantes ilegales’, han venido a España en busca de supervivencia (o de fortuna) para sí y los suyos. De ellos 1.300 permanecían hacinados en el muelle de Arguineguín a mediados de semana, pensando en que a lo mejor hicieron mal en saltar del continente. Hoy parece que solo quedan 860 (860 hombres sin nada).

Cuando supe que el ministro Grande-Marlaska había ido a reunirse con su homólogo en Rabat se me movió un punto de esperanza. Se desvaneció enseguida al comprender que el motivo de su viaje era el de lograr contener la salida de migrantes desde sus costas. Aunque debí suponerlo. Porque el ministro no fue a diseñar soluciones, ni a buscar coordinación, ni medidas de ordenación de un tráfico que no se va a detener, sino a tratar de contener lo incontenible.

África es una bomba demográfica de la que se espera doble su población (de los 1.200 millones de habitantes de hoy según la ONU, a los 2.400 que se proyectan para 2050 por la misma fuente) en tan solo 30 años. Y, citando a Bertrand Badie (profesor en el Instituto de Estudios Políticos de Paris), ‘en África la movilidad es la regla’.

Dicen los estudiosos del fenómeno migratorio que conviven en él dos fuerzas: la de atracción y la de empuje. Entre las dos orillas del Mediterráneo se encuentran hoy las mayores desigualdades entre dos continentes: una estrecha franja de mar (que nunca debió ser una frontera) separa el primer mundo y el último; el mundo que llama y el que empuja. ¿Quién quiere parar qué? ¿Con qué fuerza moral? ¿Con qué otra clase de fuerza?

Las remesas de los inmigrantes hacia sus países de origen suponen en algunos de ellos el 15% de su PIB, aproximadamente la mitad de todo su flujo de capital entrante. De otra parte, el futuro de Europa está indisociablemente ligado a la inmigración africana, que cada año contribuye en aproximadamente un 85% a su crecimiento demográfico. ¿Nadie va a reconocer la aportación de esa ingente fuerza de trabajo al equilibrio económico y social del viejo continente?

Buscando

Entre tanto, en Arguineguín, puerto de pescadores y destino turístico frente a la playa de Las Marañuelas (al sur de Gran Canaria), los miles de jóvenes que lograron abandonar el puerto deambulan por sus calles. Los vecinos les sacan agua y comida, les prestan sus móviles para llamar a casa (porque llevan semanas jugándose la vida y quieren contar a sus madres lo han conseguido) y se asombran de la ineficiencia de una Administración incapaz de dar solución a un problema que se repite y se repite cada vez que la meteorología amansa las apenas 130 millas de mar que separan la opulencia de la miseria.

Hablaremos de las mafias que tratan con personas, de por qué resultan ilocalizables los barcos nodriza de los que parten las neumáticas o las pateras que llegan finalmente a puerto. Hablaremos de cómo se gestiona la acogida de este enorme número de personas en tiempos de pandemia. Hablaremos de todo, no faltaría más. Incluso de la bondad estéril de montar campamentos de emergencia para 7.000 magrebíes en la isla, y del traslado de algunas decenas de ellos a la península, delante de una legislación tortuosa promulgada para protegernos de estos que, se dice, vienen a quitarnos el trabajo. Escucharemos con atención las palabras (o los tartamudeos) de nuestros ministros del Interior, de Exteriores, de la Seguridad Social, explicando un problema cuya solución ni imaginan. Hablaremos de todo, pero no de lo que importa.

Europa (España) necesita a África. Sobre todo a esa cornisa mediterránea de África de la que procede la mayor parte de la inmigración del continente, junto con (en menor medida) su costa occidental. Y África necesita a Europa (y a España). También para mantener esas exiguas remesas de dinero que envían a sus países de origen los migrantes y que tanto representan para aquellos pero, sobre todo, para canalizar inversiones, para propiciar y ordenar un crecimiento imprescindible mediante una verdadera cooperación económica, mejor cuanto más alejada de la caridad.

Ya hemos demostrado lo bien que cooperamos con la educación y con la sanidad. Veamos ahora si somos capaces de cooperar seriamente al desarrollo. Y de eso nos beneficiaremos todos.

Amigo Marlaska: no se afane en detener. Imagine para comprender. Y, si pudiera ser, para resolver.

El dibujo es de mi hermana Maripepa

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