domingo, abril 16, 2006

El tiovivo mágico

El parque de atracciones estaba lleno de niños cuando Beatriz llegó con su hermano Daniel, de la mano de papá y mamá.

Igual que todas las veces, sus padres les habían dicho que sólo se podrían montar en tres o cuatro cosas y que estaba prohibido subirse a la “montaña rusa” porque era muy peligrosa.

Daniel sólo quería montarse en la “montaña rusa” y siempre agarraba una pataleta y siempre su padre se enfadaba con él y le decía que esa era la última vez que le llevaba al parque de atracciones. Siempre se le terminaba pasando cuando su madre le prometía que le dejaría montarse cuando cumpliera diez años, aunque a Daniel le parecía que para eso faltaba todavía una eternidad.

Para Beatriz todo esto era una pesadez. No podían empezar a pasárselo bien hasta que Daniel no acababa de llorar. Era un verdadero pesado y además a ella le daba lo mismo porque la que más le gustaba de todas las atracciones del parque era el tiovivo, que a Daniel, sin embargo, le parecía un aburrimiento.

Y aquí venía la siguiente pelea:

-De eso nada -decía él-. Lo primero a los coches de choque. Yo en los caballitos no me monto porque sólo dan vueltas y más vueltas.
-Siempre te tienes que salir con la tuya -le replicaba Beatriz-. Los coches de choque sí que son una bobada: Ahí, a hacer el borrico y a darte trompicones con todo el mundo.
-Mamá -lloriqueaba otra vez Daniel-, dile a Beatriz que no sea marimandona. ¡Siempre tiene que salirse con la suya!
-Está bien, niños -dijo por fin el padre-. Dejad ya de pelearos. No volveremos al parque si no os ponéis inmediatamente de acuerdo.

Pero no era preocupante su actitud. Siempre lo decía, siempre era igual.

Montaron en los coches de choque. Ya eran amigos otra vez Beatriz y Daniel. Montaron en el tren de la bruja, a pesar de que a Beatriz le parecía una cosa de niños muy pequeños. Montaron en el látigo. Comieron algodón dulce y, por fin, montaron en el tiovivo.

Los caballitos eran la atracción favorita de Beatriz y ella sabía bien por qué. Intentó convencer a su hermano para que se montara en un precioso caballo negro, que se llamaba “Furia” -claro- y que tenía un sombrero y dos pistolas para poder jugar, pero él prefirió una “Harley Davidson(1)
” que tenía un casco integral. Ella sí lo hizo. Se montó en el caballo más bonito de todo el carrusel, uno de color canela con largas crines blancas como la cola, que no tenía pistolas, pero sí un precioso sombrero plateado. El caballito no tenía nombre, pero sí una “b” mayúscula en el lomo, que ella sabía perfectamente lo que significaba. A pesar de todo le llamaría “Veloz”, como había oído nombrar a otros en la televisión.

(1) Potente moto de fabricación norteamericana, sueño de todos los niños a partir de cierta edad y de casi todos los adultos hasta que se casan y su cónyuge les convence de que es mucho mejor una Vespa con sidecar.

Sonó la sirena. Pronto la maquinaria se pondría en funcionamiento y “Veloz” empezaría a subir y a bajar en su viaje alucinante hacia el país donde todo es posible. Y así fue.

“Veloz” empezó con su trote elegante el camino mágico. Primero un par de vueltas al paso, con los saludos a papá y a mamá que estaban abajo (nunca querían montarse con ellos), sentados en un banco con cara de aburridos. Después al trote. ¡No había caballo que se le pareciera!. Y, de repente, a galope tendido cabalgando por una llanura inmensa de arena y matorrales que conducía al valle. Daniel la seguía a toda velocidad, aunque muy despistado en su potente motocicleta. Sus padres estaban abajo del todo, casi no se les distinguía ya, ahora con cara de susto en lugar de aquella de aburrimiento de sólo unas vueltas atrás.

La moto de Daniel levantaba un polvo de muchísimo cuidado, pero “Veloz”, a pesar de la galopada tremenda, solamente levantaba muy poquito. Así de elegante era.

-Te lo dije -le recriminó Beatriz-. Debiste coger un caballo elegante, en lugar de esa moto ruidosísima que llevas.
-Tonterías -replicó él con mucha seguridad-. Esto sí que es una “máquina”.
-El valle está a muy pocos kilómetros de aquí -dijo ella a voz en grito para superar el ruido de la moto-. Desde allí podremos ver el espectáculo estupendo del país donde todo es posible. A ver si allí cambias de opinión y alguien te presta un caballo como está mandado.

Un estrecho cañón(2), por el que tuvieron que pasar uno detrás de otro, abría paso a una pradera tan verde que casi hacía daño a la vista, surcada por un ancho río de agua clarísima. Era fabuloso. Daniel y Beatriz pusieron pie a tierra(3). “Veloz” se fue derecho a abrevar mientras Daniel sacaba la pata de cabra(4) a su moto para que descansara.

(2) Un “cañón” es, además de un arma muy mortal de la que mejor no hablar, un paso entre montañas de difícil acceso.
(3) Como su propio nombre indica, poner pie a tierra es bajarse uno de donde esté subido.
(4) La pata de cabra es la sujeción de la moto para que se mantenga de pie cuando nadie está encima de ella.

-No escapará ¿verdad? -preguntó el hermano.
-¡No! -dijo ella-. Es un caballo dócil y fiel. Volverá con nosotros en cuanto esté repuesto.
-¿Quién vive aquí?
-Este es el mundo mágico de los cuentos -explicó Beatriz al incrédulo Daniel-. Aquí viven los osos de peluche, los trenes de pilas, las muñecas de china y los soldaditos de plomo cuando pasan a la reserva activa(5), o sea, cuando ya no llevan armas. Viven las hadas, las ranas que se van a convertir en príncipes y los pájaros que habitan los bosques encantados. Duermen las bellas durmientes, los genios de las lámparas y los muñecos dormilones. Por eso, precisamente, es mejor llegar a caballo que en esas ruidosas motos que tanto te gustan.

(5) Reserva activa es la situación a la que pasan los militares cuando, por la edad u otras circunstancias, ya no tienen que ir al cuartel.

Beatriz cogió a su hermano de la mano y empezó a enseñarle los sitios en los que vivían todos los personajes fantásticos.

-Buenos días -saludó a los tres cerditos que aún discutían sobre cómo hacerse la casa-. Hola -dijo después a seis de los siete enanitos-. ¿Dónde os habéis dejado a Gruñón?
-Estaba por ahí, peleándose con Grethel por una teja de chocolate de la casa de la bruja -contestó uno de ellos que, evidentemente, no era Mudito.
-¿Ves? -dijo Beatriz a su hermano-. Aquí están todos.
-¿Podríamos visitar a los Rangers del Universo? -preguntó Daniel.
-No lo creo. No sé si vivirán aquí. En el valle sólo vive la gente tranquila de los cuentos... No creo que hayan llegado todavía los personajes violentos de las series de dibujos. Esos no están en los sueños dulces de los niños.

El bonito cisne en el que se había convertido el patito feo, nadaba altivo en un charco del río, en el que no dejaban meterse al rey Midas, para que no convirtiera el agua en oro líquido, que luego era muy difícil de secar.

Daniel reconoció las botas del Gato con botas pero no veía al gato. Le preguntó a Garbancito (supo que era él, porque dormía la siesta debajo de una col) y éste le contó que, seguramente, estaría haciéndole de rabiar a Tom o a Jerry, que era su actividad favorita del atardecer.

El mismísimo Lucky Luke se cruzó en el camino de los dos hermanos paseando con su caballo, Jolly Junper y su perro, Ran-Tam-Plan, que era tan bobo que todos le llamaban “Tuso”.

-¡Hola vaquero! -Saludó a Daniel con esa voz ronca que te estás imaginando-. ¿Eres tú el que ha venido con esa ruidosa moto al valle? -le preguntó.
-Sí -dijo Daniel algo tímido.
-Veo que te queda mucho por aprender -afirmó el personaje-. Anda -concedió al fin-, vuélvete con mi caballo al parque. Ya me lo traerás otra vez que vuelvas...
-Y ¿si te hace falta mientras tanto?. No sé cuando podremos volver por aquí.
-Pierde cuidado, muchacho. Jolly Jumper encontrará el camino si sabe que le llamo -contestó despreocupado Luke.

La sirena del tiovivo resonó por todo el valle.

-¡Corre! -gritó Beatriz-. Está terminado la vuelta. Monta tu caballo.

Tal y como si del Llanero Solitario se tratara, Beatriz silbó a “Veloz”, lo montó de un salto y ambos corrieron de vuelta. Volvieron a pasar por el cañón a la llanura y desde ella saltaron al tiovivo cuando casi se estaba deteniendo ya.

Otro par de vueltas al trote, una al paso y ahí estaban papá y mamá saludando con la mano y con cara de extrañados.

-¿No te habías montado tú en aquella moto? -preguntó a Daniel su padre cuando se hubieron bajado-. ¿Cómo es que estás ahora en ese caballo escuálido?
-¿Escuálido? ¡Es el mismísimo caballo de Lucky Luke! -contestó el niño completamente emocionado por la aventura y sin comprender que su padre no hubiera reconocido al jamelgo(6).
-¿Cómo? -exclamó su madre casi preocupada.
-Es una historia muy larga -replicó Beatriz antes de que su hermano metiera la pata.

(6) Caballo flaco.

Estaba segura de que, los mayores, no entenderían.


FIN

domingo, abril 02, 2006

Los OTROS niños

TEATRO PARA LEER EN LA CLASE
Acto primero


Narrador:

Al levantarse el telón, en el escenario se representa un aula con diez bancos y una mesa de profesor. En los bancos se sientan nueve niños, tres de los cuales son diferentes a los demás. La diferencia de los niños no se identifica. Da lo mismo. Es indiferente que sean gitanos, negros, pobres o chinos. Es una historia que trata de niños que, por la razón que sea, son distintos a los demás, sin más matizaciones. Casi seguro que sabréis a quienes, en concreto, me refiero.

En la escena, la profesora no ha llegado todavía y está cuidando el delegado de curso. Es Borja, el décimo actor, un niño tirando a cursi, con perdón. Borja está haciéndose el distraido y mirando de reojo a la clase.

Sandra y Luisa, sentadas al fondo, cuchichean y uno de los tres niños que son diferentes, Manuel, tira hacia Borja un avioncito de papel.

(Están sentados de la siguiente forma: En los dos primeros bancos, Borja -vacío porque está cuidando- y Pili. En los dos segundos, Elena y Alberto. En los terceros, María y Julián. En los cuartos, Manuel y Sandra y en los últimos Antonio y Luisa. Tal y como se representa en el dibujo, la fila Borja-Antonio es la más cercana al patio de butacas.)

Borja (señalando a las niñas que cuchichean):
¡Sandra estás hablando! Te he visto perfectamente. ¡Manuel a ti también te he visto! Has tirado ese avión. Os apuntaré a los dos en la pizarra.

Sandra (burlándose):
“Sandra estás hablando, te apuntaré en la pizarra”.

Manuel (también burlándose):
“Te he visto, te he visto” ¡Verás tú a la salida!

Borja:
Me estás amenazando, Manuel. Siempre tienes que ser tú. Te pongo una cruz y, que sepas, que se lo pienso contar todo a la señorita cuando venga.

Manuel (canturreando):
Chivato, acusica, la rabia te pica.

Borja:
Con que cantando ¿eh?. Pues otra cruz.

Luisa:
Esa pizarra va a parecer un cementerio antes de que llegue la “seño”.

Antonio (escondiéndose debajo de la mesa):
¡El delegado es un dictador(1)
!


(1) Un dictador es un gobernante marimandón, que no está elegido por el pueblo democráticamente, sino que ha llegado al poder por la fuerza y, como lo mantiene también por la fuerza, no le tiene que dar explicaciones a nadie de lo que hace. Por esa razón, suele hacer barbaridades muy gordas.

Borja:
¡Has sido tú Antonio!. Siempre sois los mismos. Se os va a caer el pelo.

Elena :
Crecepelos “el calvuelo”, para delegados peluqueros.

Borja (nervioso):
¡Elena, te la vas a cargar!

María:
Como no dejéis de fastidiar a Borja se va a quedar sin tiza.

Manuel:
Pero si es un acusica hombre, que escriba lo que quiera. A mí como si se opera.

María:
Ya, tú ahora te pones muy gallito, pero luego la “seño” se chiva y tu madre te pone el culo como un tomate.

Manuel:
Pues que me lo ponga, no pienso venir más a este colegio...

Elena:
Para los dolores mus-culares, calzoncillos con pedales.

Antonio:
¡Borja, dictador, trabaja de peón!.

Borja (desesperado):
Vosotros tres os las vais a ver con la señorita, ya lo veréis. Se os va a caer el pelo.

María:
¡¿Pero yo que he hecho ahora?!

Borja:
No diré ni una palabra más. Estáis avisados, os la váis a cargar.

Elena:
Que no hombre, que a ellos se le iba a caer el pelo. La que se la iba a cargar era yo ¿Es qué no te acuerdas? Yo me la cargaba y a ellos se le caía el pelo.

Borja:
Muy bien, Elena. Ahora sí que te las has ganado. Pienso decirle a la señorita todo lo que me has dicho.

Elena:
A mí me da igual. Mi padre es bombero...

Pili:
¿Y eso qué tiene que ver, lista?

Elena:
Pues que te va a pegar con la manguera en toda la cabezota, sabionda.

Pili:
Pues Borja tiene razón. Es que los españoles somos ingobernables(2)
, oye, nunca estamos de acuerdo con nada.

(2) Se dice que un pueblo es ingobernable, cuando quien lo gobierna no sabe cómo hacerlo. Parece una tontería, pero da muy buen resultado como excusa.

Sandra (a Luisa):
¿Qué ha dicho?

Luisa:
No lo sé, que somos irrefrenables, o algo así.

Sandra:
¿Y eso qué será?

Luisa:
No lo sé. Se lo habrá oído decir a su padre. Como trabaja en un banco...

Borja:
Tú no te metas, Pili, que estos no saben nada de nada. Ya les voy a enseñar yo.

Pili:
Sigue así, Borja, que lo estás haciendo muy bien.

Manuel, Antonio, Sandra y Luisa (a la vez y con burlas diversas)
Pelota, pelota. ¡Qué pelota!... Bobalicona...

Elena:
Pelotas “Pililla”, para las niñas “tontillas”.

Alberto:
Como entre la “seño” ahora nos la vamos a cargar todos.

Julián:
Me toca quedarme otra vez sin recreo. Oye tú, Borja, a ver a quien apuntas que yo no he dicho ni “mu”.

Alberto:
No, si ya veréis. Al final nos pasa como el otro día. Siempre tenemos que enfadarla cuando nos toca un examen.

Luisa:
La culpa la tiene Borja. Con un delegado así cuidando no hay manera.

Sandra:
Borjita, dimite(3)
, la clase no te admite.

(3) Dimitir es lo que deben hacer las personas que tienen un cargo cuando meten la pata o son incapaces de que las cosas les salgan bien. Es una técnica muy poco frecuente entre los mayores.
Todos los niños menos Pili y Julián (varias veces)
Borjita, dimite, la clase no te admite.
Borjita, dimite, la clase no te admite.

Narrador:
En ese momento entra la profesora a la clase. Todos están cantando y todos se dan cuenta de que entra y se callan menos Elena, que estaba vuelta hacia la clase para dirigir el “coro” y se queda cantando sóla.

Elena (que se ha quedado sola):
Borjita, dimite, la clase no te admite.

Profesora:
¡Elena!

Elena (sentándose precipitadamente):
¡Andá!

Profesora:
¿Alguien puede explicarme qué es lo que está pasando aquí?

Borja (Todavía desde la pizarra):
Yo puedo, señorita, yo puedo.

Profesora:
A ver, Borja, dime.

Borja:
Pues... En resumen, que todos menos Pili se están portando fatal.

Julián:
Y menos yo, “seño”, que no he dicho ni “mu”.

Borja:
Diga que no, señorita que sí que ha dicho “mu”. Claro que ellos tres (señalando a los tres niños distintos) son muchísimo peores.

Profesora:
Siéntate Borjita. Estoy segura de que lo has hecho muy bien.

(Borja se sienta haciendo un gesto de auto-aprobación
[4])

(4) Un gesto de auto-aprobación es lo que uno hace cuando está seguro de que ha hecho las cosas muy bien y piensa que su madre estaría orgullosa.
Elena (canturreando):
¡Chivato, acusica, la rabia te pica!

Profesora:¡Elena!

Elena:
¡Andá!

Pili (señalando a Elena):
La peor de todas, señorita, la peor de todas.

Elena (burlándose):
“La peor de todas, señorita, la peor de todas”

Luisa
¡Chivata, pelota!

Profesora:
¡Ya está bien, Luisa! Esta clase es un manicomio. Me vais a volver loca.

Julián:
Que yo no, “seño”. Que yo no he dicho ni “mu”.

Profesora:
¡Está bien, ya basta!. Esto no puede seguir así. Sois el peor curso de todos los que he tenido en mi vida. No sé que voy a hacer con vosotros. Al final la que voy a dimitir voy a ser yo: terminaré marchándome a mi casa. Eso voy a hacer: Me voy a marchar a mi casa y que os eduque otro con más paciencia.

Luisa:
No se ponga así, “seño”. Si luego no somos tan malos.

Profesora:
¿Qué no?

Elena:
Que no, “seño”. Que luego somos estupendos.

Profesora:
Bueno, no lo tengo yo tan claro. Pero ahora tendremos ocasión de comprobarlo porque hoy nos toca examen ¿A que no os acordábais?

Julián:
¡Desde luego, tiene razón Alberto. No sé como nos las apañamos siempre para terminar enfadando a la “seño” el día que toca examen!

Narrador:
La profesora reparte unos papeles de examen por los bancos. Los niños empiezan a rellenarlos en silencio. Borja, que es un empollón, se levanta enseguida y lo entrega, a continuación lo hacen Pili y Luisa. Después se levantan Manuel, Alberto y Antonio. Elena, Julián y María lo entregan a continuación y Sandra se queda con el papel haciéndose la distraída.

Profesora:
¿Sandra?

Sandra:
Dígame, señorita.

Profesora:
¿Qué le pasa a tu examen?

Sandra:
No lo sé. Deben ser estas hojas, que no se dejan rellenar. A lo mejor es que son “ingobernables”, como dice Pili.

Profesora:
¿Y no será que hoy tampoco has estudiado?

Sandra:
No, señorita, ¿cómo va a ser eso?. Si no son ingobernables, será que son irrefrenables.

Profesora:
Ya, y por eso te estás quedando la última, como siempre, porque tus hojas de examen son... ¿irrellenables?.

Pili (Canturreando):
Sandra no ha estudiado, Sandra no ha estudiado...

Elena (también canturreando):
Pili es una mema, Pili es una mema...

Profesora:
¡Elena!

Elena:
¡Andá!

Sandra (levantándose a entregar su examen):
Está bien, señorita, pero yo sigo diciendo que son estas hojas que no se dejan.

Narrador:
La “seño” se pone a corregir los exámenes. La clase se queda en silencio. Manuel y Antonio aprovechan el descuido para tirar bolas de papel a Borja y a Pili. Elena se levanta y se va para atrás a hablar con Luisa. Cuando la profesora levanta la cabeza, Elena y Luisa están cuchicheando y, como siempre, la pillan.

Profesora:
¡Elena!

Elena (corriendo a sentarse):
¡Andá!

Profesora:
Muy bien, Aquí tenéis las notas: Borja, un diez.

Borja (levantando los dos brazos):
“Chupi”

Luisa:
¡Pelota, dimisión!

Profesora:
¡Luisa!... Bueno, veamos: Pili, un nueve setenta y nueve.

Pili (muy disgustada):
¿Cómo? ¿Sólo un nueve setenta y nueve? ¡Eso no puede ser! Me van a matar en casa, ya lo verá. ¿Puedo protestar?.

Profesora:
No, Pili, no puedes. Además, no exageres, que no es para tanto.

Elena (burlándose):
¿Qué ha podido pasarme? No se lo podré contar a nadie. Esto será siempre una mancha en mi pasado...

Profesora:
¡Elena!

Elena:
¡Andá!

Profesora:
Tienes un cinco pelado, Elena: PE LA DO

Elena (levantando los dos brazos con mucha alegría):
¡Bien!

Profesora:
¿Y te alegras? ¿Te alegras de haber sacado un cinco pelado? ¡Esto es lo último!. Continúo: Manuel, Antonio y María ¿habéis copiado?.

Manuel, Antonio y María (a la vez):
No señorita.

Profesora:
Pues... es muy raro que tengáis los tres los mismos fallos, ¿no?.

Manuel, Antonio y María (a la vez):
Nosotros no hemos copiado, señorita.

Profesora:
No lo sé. Es muy raro, pero bueno, tenéis un cuatro cada uno.

María:
Y, para un cuatro... ¿Para eso vamos a copiar?.

Profesora:
No lo sé, María. Ya hablaremos de esto. A ver, sigamos: Alberto, un siete. Julián, otro siete. ¡Sandra!

Sandra:
¿Qué?

Profesora:
¡Un cero como una casa!

Sandra:
No, si ya sabía yo que me iba a coger manía al final.

Profesora:
¿Manía? Ya te daré yo a ti manía. Bueno, termino: Luisa, un seis. Ya veis, éstas han sido las notas. Así no vamos a llegar a ningún sitio. Ésta no es la peor clase que he tenido, es la peor clase de todo el colegio. ¡O del mundo!.

Alberto:
No será para tanto, digo yo.

María:
Estoy segura de que hay clases mucho peores. En mi colegio de antes sí que eran malas. Nadie aprobaba ningún examen.

Antonio:
Claro, como que no nos los ponían.

Elena:
¡Qué chupi!. Yo quiero ir a ese colegio, “seño”.

Sandra:
¡Y yo!

Manuel:
Pues yo estaba ya hasta la cocorota de ese sitio.

Pili:
Pues mi padre dice que jamás tuvisteis que salir de allí. Que no tuvisteis que venir a este colegio, porque vuestro sitio (5)
estaba en el otro.

(5) Hay personas mayores que parecen saber cual es el sitio de cada uno. Realmente no lo saben, claro, pero están tan seguros que es muy difícil convencerles de lo contrario.


Borja:
¡Desde luego!

Manuel:
¿Y cómo sabe tu padre cual es mi sitio?

Pili:
Pues porque mi padre es un señor bien importante y seguro que sabe más que el tuyo.

Manuel (burlándose):
Tiene que saber muchísimo, porque parece que sabe cual es mi sitio... ¡Que no lo sé ni yo!

Pili:
Pues ya ves, mi padre sí que lo sabe.

Profesora:
El sitio de cada uno sólo lo puede decidir cada uno, Pili. No seas obstinada(6)
.
[6] Obstinado quiere decir “cabezota”.
Sandra (a Luisa):
¿Qué le ha dicho?

Luisa:
No lo sé, que va mal peinada, creo.

Profesora:
No he dicho despeinada, he dicho obs-ti-na-da.

Borja:
Es inútil, señorita. No tienen vocabulario ninguno.

Alberto (a Julián):
Entonces ¿cómo ha quedado eso de los sitios?

Julián:
¡Jo! Alberto, no te enteras. Que ha dicho la “seño” que sólo cada uno puede decidir cual es su sitio.

Alberto:
¿Y eso que quiere decir?

Julián:
¡Ah! Eso sí que no lo sé.

Profesora:
Eso quiere decir, que os estoy oyendo, que todo el mundo tiene derecho a decidir dónde quiere estar, a qué colegio quiere ir o dónde quiere vivir y que nadie le puede imponer a nadie esas cosas.

Pili:
¿Ni siquiera mi padre?

Profesora:
No, Pili, ni siquiera tu padre.

Pili:
Pues no le va a gustar nada cuando se entere.

Antonio:
A lo mejor ya lo sabe.

Borja:
Pues a mí me ha dicho mi madre que ni se me ocurra jugar con ellos, que juegue sólo con los de mi “clase”.

Narrador:

Un inciso: Por si algún niño no se ha dado cuenta, aquí estamos hablando de otro tipo de clase, estamos hablando de clases sociales. Lo que quiere decir la madre de Borja es que sólo le deja jugar con chicos de su clase social, es decir, que no se junte con otros que sean más pobres, o de otra raza, o distintos por cualquier razón. La madre de Borja piensa que unos son superiores a los otros y por eso prohibe a su hijo jugar con los que cree que son inferiores a él. Pero María no lo entendió así, claro.

María:
¿Y qué pasa, que nosotros somos de la clase de enfrente?

Borja:
No. No es esa clase. Quiere decir que vosotros sois pobres y que no sois de nuestra “clase”.

Narrador:
Cuando está empezando esta discusión, entra en el aula el director del colegio, don Ramón, un hombre de aspecto muy cuidado(7)
y voz parsimoniosa(8). Todos los niños y la profesora se ponen de pie y saludan al “dire”.
(7) “De aspecto muy cuidado” quiere decir muy bien vestido, muy arreglado en general.(8) O sea, un señor cursi que habla despacio para parecer importante.
Todos los niños a la vez (canturreando)
Buenos días, don Ramón.

Profesora:
Buenos días, señor director.

Don Ramón (con su voz parsimoniosa):
Buenos días, niños. Podéis sentaros.

Todos (sentándose):
Gracias, don Ramón.

Don Ramón (a la profesora):
Muy bien, señorita ¿Qué tal van estos niños?

Profesora:
Pues mire usted, la clase va regular. Tengo por aquí algunos niños imposibles...

Don Ramón:
¿Y quién hablaba por aquí de “clases”?

Borja:
Yo, señor director. Era porque mi madre no me deja que juegue con niños que no son de mi “clase”.

Don Ramón:
Bueno, Borja. Y ¿cuántas “clases” de niños crees tú que hay aquí?

Borja:
Pues... Por lo menos dos. Ellos tres no son de nuestra “clase”.

Narrador:
Entonces suena el timbre del recreo. Todos los niños se ponen de pie y casi empiezan a salir corriendo, pero don Ramón les mira enfadadísimo y se quedan quietos como estatuas. Al director no le gusta nada que los niños casi salgan corriendo sin su permiso, pero al final con un gesto de la mano se lo concede. Todos salen corriendo y se quedan solos la profesora y el director.

Profesora:
Ya lo ves, Ramón, esta clase es imposible.

Don Ramón:
Es verdad, parecen muy revoltosos. Pero tú harás un buen trabajo con ellos... ¿O no?

Profesora:
¡Claro! Si malos, lo que se dice malos, no son. Pero revoltosos sí. Elena me va a matar a disgustos, Sandra no estudia nada... Pero María, Manuel y Antonio no hay manera de que entren en razón. No se amoldan a las normas del colegio... Son imposibles y además, ya lo has visto, hay muchos niños que no los admiten. Sólo crean problemas.

Don Ramón:
¿Problemas?

Profesora:
Es difícil de explicar, pero no todos los niños les quieren y algunos, incluso, les dicen que no tendrían que estar aquí, que éste no es su sitio. Estoy segura de que es lo que le oyen decir a sus padres, pero ellos lo dicen también y los otros, claro, se molestan, discuten... En fin, ya has visto como es.

Don Ramón:
Dejaremos pasar otro par de semanas a ver como van las cosas. Si no conseguimos que mejoren, es posible que tengamos que buscarles otro colegio. A lo mejor la solución es esa, que vayan a un colegio más adecuado a ellos.
Cae el telón (o se cierra, según los casos. Es el final del primer acto)

Acto segundo
Telón arriba

Narrador:
Había pasado una semana y ahora los niños jugaban en el patio del colegio, que se representa en el escenario.

Están los diez niños y la profesora con el director, que cuidan del recreo. En una esquina, Elena, Manuel, Antonio y María juegan tirándose a la pelota. En otra parte, Borja y Pili leen algo entre los dos -esos niños parece que nunca jugaban-. Alberto, Julián, Sandra y Luisa están hablando en la parte más cercana del escenario.

Este último grupo se ilumina con un foco mientras el resto del escenario se va quedando en penumbra(9)
. (Lo hacemos así para que se vea que es a estos a los que hay que prestar atención, si no, los espectadores se pueden hacer un lío).

(9) “En penumbra” quiere decir con muy poquita luz. Este efecto lo usamos para que los espectadores centren su atención en el grupo que está interviniendo. Lo haremos así durante todo este acto.
Habrá que inventar un escenario en el que se represente el patio del recreo.
No será difícil.

Sandra:
Ya lo veréis, me van a matar en casa. Después del cero patatero de la semana pasada, que menuda bronca me costó, hoy seguro que me cascan otro.

Alberto:
¿Hoy otro examen?. ¡Jo! Que rollo.

Luisa:
Vamos a tener que estudiar un poco más. Si no, al final vamos a repetir el curso.

Sandra:
Pero si es que a mí me da igual. De todas maneras no me sale nada bien. Mi madre dice que no sé hacer ni la “o” con un canuto, y eso que el dibujo de ayer me salió precioso. Mejor que a Pili, que es tan lista. Tengo unas ganas de dejar de venir al colegio ya de una vez.

María (Que ha dejado de jugar al balón y se une a la conversación):
Pues yo estoy bien contenta de poder venir a un sitio donde me enseñen cosas, aunque todavía no las haga bien. Si tú supieras lo que es no poder ir a un colegio normal, como todos los niños, seguro que no dirías eso.

Sandra:
Menuda bobada. A mí me encantaría poder levantarme a la hora que me diera la gana y poner la televisión, como si fueran vacaciones todo el año.

Julián:
Tiene que ser un chollo: Todo el día viendo los “Rangers” del Universo.

Alberto:
Pues a mí me parece que no. ¿Dónde conoceríamos a los amigos?

María:
Y más cosas: Mi madre y mi abuela y mis tías y todas las mujeres de mi familia se han dedicado siempre a hacer las cosas de casa mientras que los hombres salían a buscar de comer. Yo no quiero tener que pasarme la vida haciendo las cosas de la casa y esperando a un hombre, sea el que sea.

Sandra:
¡Qué cosas! Mi madre también se pasa la vida fregando como una loca y sí que ha ido al colegio.

Julián:
Pues mi madre sí que trabaja y está hasta la coronilla. Se pasa la vida buscando la forma de dejar de trabajar para no madrugar. Y yo estoy deseando que la encuentre. Seguro que se le pasarían esas malas pulgas que tiene siempre.

Alberto:
En mi casa pasa igual, pero yo casi nunca les veo. Así que no sé si quieren dejar de trabajar o no.

Luisa:
Pues igual que en la mía. Es un rollo: Trabaja tanto todo el mundo que yo no veo a nadie en todo el día. Cuando me levanto, sólo está mi padre metiéndome prisa porque no llego a tiempo al cole y, cuando me acuesto, sólo esta mi madre metiéndome prisa porque, si no me duermo, mañana no voy a llegar a tiempo al cole. El caso es que solamente hay gente metiéndome prisa porque no voy a llegar a tiempo. Lo que yo digo, es un rollo.

María:
No os quejéis. Vosotros lleváis zapatos limpios y camisas nuevas.

Sandra:
Yo sigo diciendo que venir a la escuela es un tostón.

María:
Pues yo quiero que mis hijos también lleven zapatos limpios y camisas nuevas cada curso, como vosotros y salir por las mañanas a trabajar, como vuestras madres para poder mantener a mi gente sin depender de nadie.

Narrador:

Estos siguen a su rollo pero ahora su grupo se queda en penumbra y se ilumina la parte del escenario en la que Borja y Pili están mirando un libro.

Pili:
¿De qué están hablando?

Borja:De los mayores y eso.

Pili:
¡Qué tonterías! Mi padre dice que no hay que hablar de los mayores, que ellos siempre tienen razón porque tienen “experiencia”.

Borja:
¡Desde luego! Mi padre tiene muchísima experiencia. Tiene tanta experiencia que no le debe caber ni en el armario de su cuarto. Se ha tenido que comprar un ordenador para guardarla, así que fíjate. A mí me ha dicho que, cuando ya tenga más experiencia, me dejará guardarla también en su ordenador.

Pili:
Mi padre no sé si tendrá tanta, la verdad.

Borja:
Hombre, pues... no creo. Ten en cuenta que mi padre es “agente comercial colegiado(10)
” y eso... da mucha experiencia.
(10) “Agente comercial colegiado” es vendedor.
Pili:
Ya lo creo, ya. Eso debe dar muchísima. Oye y para ser azafata ¿hará falta tener toda esa experiencia?.

Borja:
Pues no lo sé. Supongo que tanta no.

Pili (aliviada(11)
):
Pues menos mal, porque no sé de donde la iba a sacar. Desde luego, los mayores tienen mucha experiencia.
(11) Eso quiere decir mucho más tranquila.
Borja:
Por eso, como tienen tanta experiencia, es por lo que saben que esos tres no son de nuestra “clase”. Se lo pregunté a mi padre el otro día y bien claro que me lo dijo. Que las cosas son como son aunque yo no las entienda y que las malas influencias no traen más que complicaciones.

Pili:
Pues a mí me dijo mi madre que están haciendo todo lo que pueden para que se los lleven a otro colegio. Y también me lo explicó bien claro. Ella dice que si pones tres manzanas podridas en un cesto de manzanas que no están podridas, las tres manzanas malas terminan contagiando a las sanas y al final se pudren todas las manzanas del cesto. ¿Lo entiendes?


Borja (muy seguro):
¡Desde luego que lo entiendo!

Pili:
Pues hijo, menos mal, porque a mí me costó un buen rato.

Borja:
Pues quiere decir que no hay que poner manzanas podridas con manzanas sanas y que nosotros somos las manzanas sanas y ellos las podridas. Y por eso quieren que las saquen del cesto, o sea, del colegio.

Pili:
Sí. Algo así me había imaginado yo. Pero no le hice mucho caso. Como a mi padre le ha entrado la manía de decirme que no voy a llegar a ningún sitio. Y eso que soy la segunda de la clase, que si no... ¡Hasta mi madre dice que no sé ni dibujar! Con lo bonitos que le salen los dibujos a Sandra... Me da una envidia.

Narrador:

Este grupo se oscurece y se ilumina el tercero, donde Antonio, Elena y Manuel estaban jugando a la pelota.

Antonio:
Seguro que me vuelve a tocar salir a la pizarra y hago otra vez el ridículo.

Manuel:
Pues no sé por qué tienes que hacer el ridículo. Tú di lo que sepas y ya está.

Antonio:
Ya. Para que se rían.

Manuel:
Pues a la salida les esperamos y les damos una paliza.

Elena:
Que borriquísimo eres, Manuel. No puedes ir zurrando por ahí a todo el que se ríe.

Antonio:
Pues en mi barrio de mí no se ríe nadie. No sé porque se van a reír aquí.

Elena:
¿Y quién se ríe?

Antonio:
Pues... Todos.

Elena:
Pues es mejor no hacer ni caso que estar todo el día a mamporro limpio. Además, si no quieres que se rían, pues apréndetelo.

Antonio:
También hay muchos días que no te lo sabes tú, lista.

Elena:
Ya. Pero a mí no me importa que se rían. Más me río yo.

Manuel:
En eso tiene razón ella.

Elena:
Que no hay que hacer caso, hombre. Además, vosotros lleváis mucho menos tiempo en el colegio, es normal que todavía no os lo sepáis todo. El otro día oí a la “seño” decir que, como todavía llevabais poco tiempo, teníais una laguna(
12) y que por eso ibais más retrasados. Aunque la verdad es que no sé a qué laguna se referiría.
(12) Tener una laguna, en este caso, quiere decir que hay algunas cosas de atrás que no se han aprendido. Es muy difícil aprender lo siguiente si lo de atrás no se sabe muy bien.
Antonio:
Como no sea al pedazo de charco que hay en la puerta de mi casa.

Manuel:
¡Hombre!. No sería a ese.

Antonio:
No, no sería.

Manuel (a Antonio):
De todas maneras tienes razón. A mí, a veces, también me da corte. Y con esa manía que nos han cogido... Estoy seguro de que están deseando echarnos de aquí y si , encima, les damos motivos...

Narrador:

Estos siguen hablando. El grupo se queda en penumbra y se iluminan don Ramón y la profesora, que están paseando, ahora, por el borde del escenario y hablando de sus cosas.

Don Ramón:
Algunos padres han escrito cartas protestando por tener en el colegio a Manuel, a Antonio y a María. Dicen que son una mala influencia para sus hijos y que el Ministerio debería encontrar otro sitio para ellos.

Profesora:
Algunos días no me extraña, porque son malísimos. Pero yo creo que, poco a poco se van aclimatando(
13). Podríamos dejar pasar otro par de semanas. Si no hacen ninguna trastada más, es posible que no haya que echarles. Sería una pena...
(13)Aclimatarse es acostumbrarse a nuevas situaciones, a nueva gente, etcétera.
Don Ramón:
Sí. A mí también me parece una pena. Pero hay poco tiempo. La verdad es que los padres se están poniendo nerviosos y si no hacemos nada, serán ellos los que escriban directamente al Ministerio y, al final, tendremos un problema.

Profesora:
Pero fíjese: María, por ejemplo, está contentísima de poder venir a este colegio. Dice que aquí aprende mucho más que en sitio al que iba antes y le encanta aprender. Sigo diciendo que sería una pena.

Don Ramón:
Nos han puesto en una situación muy embarazosa(
14). Además de ser malos estudiantes, ya ve los muchísimos problemas que nos están creando.

(14) Eso es una situación comprometida, o sea, complicada.

Profesora:
Interés no les falta.

Don Ramón:
Ya. Pero eso ahora no es suficiente.

Narrador:

Todo el escenario se ilumina. Pili se levanta de donde estaba sentada con Borja y se acerca a la puerta de la clase procurando que nadie se de cuenta. En ese momento todas las luces se apagan y suena el timbre del recreo.

Cuando se enciende la luz en el escenario vuelve a aparecer el aula, tal y como estaba durante el primer acto. Fuera, se ve por una ventana del fondo a los niños poniéndose en fila. Pili entra en escena antes que los demás. Se dirige con mucho sigilo(
15) a la mesa de la profesora y revuelve sus papeles. Coge uno de ellos y lo mira con mucha atención. Manuel entra en ese momento, sin que ella se dé cuenta. La ve, pero no dice nada y sale. Pili coge el papel, lo dobla, se lo guarda debajo del jersey y sale también.
(15) Con mucho cuidado para no ser oída.
Al momento todos los niños empiezan a entrar ordenadamente en clase y se van a sus sitios. Antes de que llegue la “seño”, Pili saca el papel que ha cogido de la mesa y lo guarda en la cartera.

Enseguida entra la profesora también. Se detiene extrañada frente a su mesa. Se da cuenta de que alguien ha tocado sus papeles que están muy revueltos y se enfada una barbaridad.

Profesora:
¡Pero bueno! ¡Alguien ha estado revolviendo mi mesa!. Estos papeles estaban muy bien ordenados. Eso quiere decir que alguno de vosotros ha mirado el examen que iba a poner hoy, estoy segura. El que haya sido lo ha hecho para aprobar sin haber estudiado.

Pili:
Yo no he sido, señorita, se lo aseguro.

Julián y Alberto (a la vez):
Ni yo.

Profesora:
Pues alguien ha tenido que ser. Estos papeles no se revuelven solos.

Elena:
¿Y no ha podido ser, por ejemplo, el viento?

Profesora:
No tiene gracia, Elena. Esto es mucho más serio de lo que parece.

Elena:
Si yo no digo que no sea serio, lo que digo es que a lo mejor ha sido el viento.

Profesora:
Desde luego que no ha sido el viento. El que haya sido tendrá que decirlo. Si no llamaré al director y que él lo resuelva.

Borja:
Ha sido Manuel. Yo le he visto entrar en clase a la hora del recreo.

Manuel:
Yo no he sido, señorita. Y a ti, Borjita, te voy a dar un mamporro a la salida que verás.

Profesora:
Manuel ¿Has sido tú?.

Manuel:
No, señorita. Yo no hago esas cosas.

Profesora:
Pero ¿has entrado en clase a la hora del recreo?

Manuel:
Sí.

Profesora:
Y ¿Cómo explicas eso?

(Manuel se calla y agacha la cabeza)

María:
Manuel no es capaz de hacer eso. Yo lo sé.

Profesora:
Pero Borja le ha visto entrar en la clase cuando no había nadie.

Antonio:
Cualquiera entra en clase durante el recreo, eso no quiere decir nada.

Profesora:
¿Cómo que no quiere decir nada? Quiere decir que ha podido coger los exámenes y mirarlos. Está visto que esto sólo hay una manera de resolverlo: Voy a buscar a don Ramón.

Narrador:
Entonces, la profesora sale de clase. Las luces del escenario se apagan y quedan iluminados Manuel y Pili para que el público vea que la conversa
ción sólo la oyen ellos dos. Es como si todos los demás se durmieran un momentito y sólo ellos se quedaran despiertos.

Manuel:
Pili, sé que has sido tú, te he visto mirando en la mesa de la señorita. Díselo antes de que se líe más gorda.

Pili:
Tú no me has visto. Además, aunque me hayas visto y te chives no te va a creer nadie. Tú eres de otra “clase”, eres una manzana podrida. Nadie te creerá.

Manuel:
Yo no voy a chivarme. En mi barrio los chicos no se chivan unos de otros. Pero te he visto. Querías sacar un diez, como Borja, porque la semana pasada sacaste menos.

Pili:
Yo no he mirado ningún examen. Me da igual que pienses lo que quieras. Nadie te va a creer.

Narrador:

Ahora se encienden todas las luces y entran en clase la profesora y don Ramón.

Profesora:
Bueno niños. Aquí está el director. Si no aparece el culpable don Ramón tomará medidas.

Borja:
Estoy seguro de que ha sido Manuel, señor director.

Don Ramón:
Manuel ¿tienes algo que decir?

Manuel:
Sí: Que yo no he sido.

Elena:
Pero qué manía le ha entrado a todo el mundo con que ha sido Manuel. Nadie le ha visto hacerlo.

Profesora:
Pero Borja le ha visto entrar en clase durante el recreo y él no lo niega.

Don Ramón:
¿Lo niegas Manuel?

Manuel:
Que si niego ¿qué?.

Profesora:
Que has entrado en la clase cuando no había nadie.

Manuel:
He entrado en la clase, pero sí que había alguien.

Profesora y don Ramón (A la vez):
¿Quién?

Manuel:
Yo no me chivo. Chivarse es de cobardicas.

Antonio y María:
No se va a chivar, señorita.

María (sola):
Nosotros no somos chivatos.

Pili:
¿Lo veis? No dice quien porque no había nadie. Se lo está inventando para que no le echen la culpa a él.

Manuel (muy enfadado):
¡Eso es mentira!. No lo digo porque yo no soy un chivato. En mi barrio, a los que se chivan, les dan una paliza.

Narrador:

El escenario se vuelve a quedar a oscuras y solo se iluminan los dos de antes, otra vez para mantener una conversación entre ellos solos.

Manuel (sigue):
Pili, te la vas a cargar. Como me hagas esto me van a echar del colegio. Y seguro que a mis dos “primos” les echan también por tu culpa.

Pili:
¿Y qué quieres?, ¿qué me echen a mí?

Manuel:
¡Pero si has sido tú!. Te he visto mirar en la mesa durante el recreo, antes de entrar.

Pili:
Eso es mentira. Yo no he mirado ningún examen. Además, a mí nadie me ha visto entrar durante el recreo y a ti sí.

Manuel:
Te he visto yo y, sobre todo, te has visto tú.

Narrador:

Y ahora es Pili la que agacha la cabeza. Enseguida, todo el escenario se queda a oscuras y, con todo apagado, empiezan a hablar los niños.

Voz de Luisa, en off(
16) (mientras el escenario se ilumina lentamente):
(16) “Off” es una palabra inglesa que significa “fuera”. Una voz en off, es una voz que se escucha de alguien que está fuera del escenario, es decir a quien el público no ve. También se usa en el cine y en la televisión, es la voz del que cuenta la historia pero que no aparece en la pantalla.
Esta historia podría haber tenido muchos finales. El más normal es que Pili nunca confesara y los mayores desconfiaran de Manuel, porque era diferente (porque era más pobre), y le expulsaran del colegio.

(Mientras se oye la voz: El director mira a Manuel y señala con el dedo la puerta de la calle. Manuel sale de clase escenificando que le expulsan.)

Voz de Pili, en off:
Si hubieran echado a Manuel, seguro que María y Antonio, se hubieran ido con él (a eso llaman “solidaridad(17)
”). A ellos nunca les hubieran admitido en ningún otro colegio, ni siquiera interno y nunca hubieran tenido oportunidad de tener una buena educación.
(17) Esta palabra es mucho más difícil de explicar, pero, seguramente, es la más importante de toda la obra. Será mejor que le preguntéis a la “seño” o a mamá y a papá. Seguro que ellos os lo cuentan mucho mejor que yo.
(Mientras se oye la voz: Salen del aula Antonio y María.)

Voz de Borja, en off:
La verdad es que esta historia se ha complicado un poco, tenemos que buscar la forma de que esto no acabe tan mal.

Voz de Alberto, en off:
También hubiera podido pasar que Pili dijera la verdad y, entonces, la expulsaran a ella. Los padres de Pili le hubieran dado una paliza y la hubieran metido en un colegio interno o alguna barbaridad por el estilo.

(Mientras se oye la voz: Manuel, Antonio y María vuelven marcha atrás -como en el cine- y Pili levanta la mano. El director la mira y señala con el dedo la puerta de la calle. Pili sale.)

Voz de Julián, en off:
Esta historia todavía es muy triste. Los cuentos para niños tienen que terminar bien. Si no nos gustan mucho menos.

Voz de Antonio, en off:
Probemos este final, a ver si os gusta más.

Narrador:

El escenario se vuelve a apagar de pronto, entra Pili y se vuelve a iluminar. Los actores van a intentar un final que nos guste más a todos.

Pili:
Manuel dice la verdad.


Don Ramón:
¿Dice la verdad, Pili?

Pili:
Sí.

Profesora:
¿Y tú cómo lo sabes?


Pili:
Porque he sido yo la que he revuelto los papeles de encima de la mesa.

Don Ramón:
Entonces ¿has sido tú la que ha querido copiar?

Pili:
No señor director. Yo no he mirado el examen. Sólo quería coger una cosa.

Profesora:
¿Qué había en mi mesa que te interesara, Pili?

Pili (sacando de la carpeta el papel que había guardado antes):
Es el dibujo que hizo Sandra ayer. Le quedó tan bonito que lo quería copiar para llevárselo a mi madre. Ella está empeñada en que no sé pintar y este le hubiera encantado.

Narrador:
Se apagan otra vez todas las luces, cualquiera diría que se funden los plomos. Dos focos iluminan ahora a Pili y a Manuel que se han colocado al borde del escenario -con mucho cuidado para no caerse al patio de butacas-. Este sí que es el final:

Pili:
Manuel... ¿Me perdonas?

Manuel:
Claro que sí, tonta. En mi barrio los chicos enseguida olvidamos.

Pili:
¿Sabes? Estoy segura de que no eres una manzana podrida.

Manuel:
¡Qué manía te ha entrado con eso de las manzanas, hija! ¿Cómo voy a ser yo una manzana?

Narrador:

Y se apaga otra vez el escenario y, enseguida, se vuelve a encender. Todos los actores están en fila de frente al público. Como a todo el mundo le ha encantado la función, aplauden como locos. El padre de alguno de los actores grita ¡bravo! y alguna madre echa una lagrimilla porque su hija ha estado “enorme”

Telón ( y fin de la obra)

Nota del autor: Si, por casualidad, el público siguiera aplaudiendo, el telón se puede volver a subir y pueden aparecer otra vez los actores a saludar. No pasa siempre, pero si ocurre, querrá decir que la función ha sido todo un éxito.