domingo, abril 16, 2006

El tiovivo mágico

El parque de atracciones estaba lleno de niños cuando Beatriz llegó con su hermano Daniel, de la mano de papá y mamá.

Igual que todas las veces, sus padres les habían dicho que sólo se podrían montar en tres o cuatro cosas y que estaba prohibido subirse a la “montaña rusa” porque era muy peligrosa.

Daniel sólo quería montarse en la “montaña rusa” y siempre agarraba una pataleta y siempre su padre se enfadaba con él y le decía que esa era la última vez que le llevaba al parque de atracciones. Siempre se le terminaba pasando cuando su madre le prometía que le dejaría montarse cuando cumpliera diez años, aunque a Daniel le parecía que para eso faltaba todavía una eternidad.

Para Beatriz todo esto era una pesadez. No podían empezar a pasárselo bien hasta que Daniel no acababa de llorar. Era un verdadero pesado y además a ella le daba lo mismo porque la que más le gustaba de todas las atracciones del parque era el tiovivo, que a Daniel, sin embargo, le parecía un aburrimiento.

Y aquí venía la siguiente pelea:

-De eso nada -decía él-. Lo primero a los coches de choque. Yo en los caballitos no me monto porque sólo dan vueltas y más vueltas.
-Siempre te tienes que salir con la tuya -le replicaba Beatriz-. Los coches de choque sí que son una bobada: Ahí, a hacer el borrico y a darte trompicones con todo el mundo.
-Mamá -lloriqueaba otra vez Daniel-, dile a Beatriz que no sea marimandona. ¡Siempre tiene que salirse con la suya!
-Está bien, niños -dijo por fin el padre-. Dejad ya de pelearos. No volveremos al parque si no os ponéis inmediatamente de acuerdo.

Pero no era preocupante su actitud. Siempre lo decía, siempre era igual.

Montaron en los coches de choque. Ya eran amigos otra vez Beatriz y Daniel. Montaron en el tren de la bruja, a pesar de que a Beatriz le parecía una cosa de niños muy pequeños. Montaron en el látigo. Comieron algodón dulce y, por fin, montaron en el tiovivo.

Los caballitos eran la atracción favorita de Beatriz y ella sabía bien por qué. Intentó convencer a su hermano para que se montara en un precioso caballo negro, que se llamaba “Furia” -claro- y que tenía un sombrero y dos pistolas para poder jugar, pero él prefirió una “Harley Davidson(1)
” que tenía un casco integral. Ella sí lo hizo. Se montó en el caballo más bonito de todo el carrusel, uno de color canela con largas crines blancas como la cola, que no tenía pistolas, pero sí un precioso sombrero plateado. El caballito no tenía nombre, pero sí una “b” mayúscula en el lomo, que ella sabía perfectamente lo que significaba. A pesar de todo le llamaría “Veloz”, como había oído nombrar a otros en la televisión.

(1) Potente moto de fabricación norteamericana, sueño de todos los niños a partir de cierta edad y de casi todos los adultos hasta que se casan y su cónyuge les convence de que es mucho mejor una Vespa con sidecar.

Sonó la sirena. Pronto la maquinaria se pondría en funcionamiento y “Veloz” empezaría a subir y a bajar en su viaje alucinante hacia el país donde todo es posible. Y así fue.

“Veloz” empezó con su trote elegante el camino mágico. Primero un par de vueltas al paso, con los saludos a papá y a mamá que estaban abajo (nunca querían montarse con ellos), sentados en un banco con cara de aburridos. Después al trote. ¡No había caballo que se le pareciera!. Y, de repente, a galope tendido cabalgando por una llanura inmensa de arena y matorrales que conducía al valle. Daniel la seguía a toda velocidad, aunque muy despistado en su potente motocicleta. Sus padres estaban abajo del todo, casi no se les distinguía ya, ahora con cara de susto en lugar de aquella de aburrimiento de sólo unas vueltas atrás.

La moto de Daniel levantaba un polvo de muchísimo cuidado, pero “Veloz”, a pesar de la galopada tremenda, solamente levantaba muy poquito. Así de elegante era.

-Te lo dije -le recriminó Beatriz-. Debiste coger un caballo elegante, en lugar de esa moto ruidosísima que llevas.
-Tonterías -replicó él con mucha seguridad-. Esto sí que es una “máquina”.
-El valle está a muy pocos kilómetros de aquí -dijo ella a voz en grito para superar el ruido de la moto-. Desde allí podremos ver el espectáculo estupendo del país donde todo es posible. A ver si allí cambias de opinión y alguien te presta un caballo como está mandado.

Un estrecho cañón(2), por el que tuvieron que pasar uno detrás de otro, abría paso a una pradera tan verde que casi hacía daño a la vista, surcada por un ancho río de agua clarísima. Era fabuloso. Daniel y Beatriz pusieron pie a tierra(3). “Veloz” se fue derecho a abrevar mientras Daniel sacaba la pata de cabra(4) a su moto para que descansara.

(2) Un “cañón” es, además de un arma muy mortal de la que mejor no hablar, un paso entre montañas de difícil acceso.
(3) Como su propio nombre indica, poner pie a tierra es bajarse uno de donde esté subido.
(4) La pata de cabra es la sujeción de la moto para que se mantenga de pie cuando nadie está encima de ella.

-No escapará ¿verdad? -preguntó el hermano.
-¡No! -dijo ella-. Es un caballo dócil y fiel. Volverá con nosotros en cuanto esté repuesto.
-¿Quién vive aquí?
-Este es el mundo mágico de los cuentos -explicó Beatriz al incrédulo Daniel-. Aquí viven los osos de peluche, los trenes de pilas, las muñecas de china y los soldaditos de plomo cuando pasan a la reserva activa(5), o sea, cuando ya no llevan armas. Viven las hadas, las ranas que se van a convertir en príncipes y los pájaros que habitan los bosques encantados. Duermen las bellas durmientes, los genios de las lámparas y los muñecos dormilones. Por eso, precisamente, es mejor llegar a caballo que en esas ruidosas motos que tanto te gustan.

(5) Reserva activa es la situación a la que pasan los militares cuando, por la edad u otras circunstancias, ya no tienen que ir al cuartel.

Beatriz cogió a su hermano de la mano y empezó a enseñarle los sitios en los que vivían todos los personajes fantásticos.

-Buenos días -saludó a los tres cerditos que aún discutían sobre cómo hacerse la casa-. Hola -dijo después a seis de los siete enanitos-. ¿Dónde os habéis dejado a Gruñón?
-Estaba por ahí, peleándose con Grethel por una teja de chocolate de la casa de la bruja -contestó uno de ellos que, evidentemente, no era Mudito.
-¿Ves? -dijo Beatriz a su hermano-. Aquí están todos.
-¿Podríamos visitar a los Rangers del Universo? -preguntó Daniel.
-No lo creo. No sé si vivirán aquí. En el valle sólo vive la gente tranquila de los cuentos... No creo que hayan llegado todavía los personajes violentos de las series de dibujos. Esos no están en los sueños dulces de los niños.

El bonito cisne en el que se había convertido el patito feo, nadaba altivo en un charco del río, en el que no dejaban meterse al rey Midas, para que no convirtiera el agua en oro líquido, que luego era muy difícil de secar.

Daniel reconoció las botas del Gato con botas pero no veía al gato. Le preguntó a Garbancito (supo que era él, porque dormía la siesta debajo de una col) y éste le contó que, seguramente, estaría haciéndole de rabiar a Tom o a Jerry, que era su actividad favorita del atardecer.

El mismísimo Lucky Luke se cruzó en el camino de los dos hermanos paseando con su caballo, Jolly Junper y su perro, Ran-Tam-Plan, que era tan bobo que todos le llamaban “Tuso”.

-¡Hola vaquero! -Saludó a Daniel con esa voz ronca que te estás imaginando-. ¿Eres tú el que ha venido con esa ruidosa moto al valle? -le preguntó.
-Sí -dijo Daniel algo tímido.
-Veo que te queda mucho por aprender -afirmó el personaje-. Anda -concedió al fin-, vuélvete con mi caballo al parque. Ya me lo traerás otra vez que vuelvas...
-Y ¿si te hace falta mientras tanto?. No sé cuando podremos volver por aquí.
-Pierde cuidado, muchacho. Jolly Jumper encontrará el camino si sabe que le llamo -contestó despreocupado Luke.

La sirena del tiovivo resonó por todo el valle.

-¡Corre! -gritó Beatriz-. Está terminado la vuelta. Monta tu caballo.

Tal y como si del Llanero Solitario se tratara, Beatriz silbó a “Veloz”, lo montó de un salto y ambos corrieron de vuelta. Volvieron a pasar por el cañón a la llanura y desde ella saltaron al tiovivo cuando casi se estaba deteniendo ya.

Otro par de vueltas al trote, una al paso y ahí estaban papá y mamá saludando con la mano y con cara de extrañados.

-¿No te habías montado tú en aquella moto? -preguntó a Daniel su padre cuando se hubieron bajado-. ¿Cómo es que estás ahora en ese caballo escuálido?
-¿Escuálido? ¡Es el mismísimo caballo de Lucky Luke! -contestó el niño completamente emocionado por la aventura y sin comprender que su padre no hubiera reconocido al jamelgo(6).
-¿Cómo? -exclamó su madre casi preocupada.
-Es una historia muy larga -replicó Beatriz antes de que su hermano metiera la pata.

(6) Caballo flaco.

Estaba segura de que, los mayores, no entenderían.


FIN

1 comentario:

Mentecata. dijo...

Lo que da de sí una vuelta en el tío vivo. Yo, la última vez que monté, tenía 23 años menos, un peto vaquero puesto y una enorme barriga de embarazada. No encontré el país mágico, pero en su lugar vi todo mi mundo futuro. Tb, al igual que la niña del cuento...prefería montar en el caballo más guapo y sin embargo ahora, me siguen chiflando las harley (creo que es porque no tengo marido que prefiera una vespa con sidecar). Por cierto...me encanta Luckie Luke y mi prefe era rantamplán. Todo un placer pasar por aquí princeso.