domingo, diciembre 30, 2018

Casi dos mil viviendas, o el gran fraude de Ana Botella

Ana Botella vendió al ‘fondo buitre’ Blackstone 1.860 viviendas destinadas alquileres sociales, el 70% de las que había en Madrid.
Los alcaldes de los ayuntamientos para los que trabajo deben pensar que soy gilipollas, porque cada vez que quieren comprar o vender algo les someto a un lío de papeles tal que, a buen seguro, preferirían cejar en su empeño de prestar servicios públicos y dedicarse a tareas de otra naturaleza. Sin embargo, Ana Botella y los siete altos cargos del Ayuntamiento de Madrid ahora condenados, se despojaron de todo aquel patrimonio (1.860 viviendas, 3.430 garajes y trasteros y 25 locales comerciales) sin un mal informe técnico.
Claro, tampoco había pliegos de condiciones, informes jurídicos o valoraciones económicas. Nada. Y tampoco hubo escrúpulos, porque a la alcaldesa las casi dos mil familias que se estaban jugando el futuro, en realidad, le importaban un huevo. El simple informe de la consultora que asesoraba al ‘fondo buitre’ en cuestión (Price Waterhouse Cooper), sirvió para cerrar una operación en la que el Ayuntamiento de Madrid dejó de ingresar una cantidad de millones de euros que no es posible precisar.
1.860 viviendas suponen una población (si es cierto que la media de ocupación de estas es de tres personas por unidad) de 5.580 habitantes. Un pueblo entero. Y no de los más pequeños.
20181229_1702185.580 personas  cambiaron de casero (en palabras de la alcaldesa sin escrúpulos Ana Botella) con la promesa de que no les pasaría nada más. Y solo les pasó que se tuvieron que ir, porque el valor de sus viviendas se multiplicó en pocos años y el de los alquileres (que ya habían dejado de ser sociales)  le fue a la zaga. Así que desahucios, juicios, dramas familiares imposibles de valorar para quien no los ha padecido, que a la señora alcaldesa le importarían nuevamente un huevo.
Y detrás de la operación, José María Aznar Botella, su hijo, consejero por la época en al menos dos de las cien empresas del entramado controladas por Blackstone. ¡Cosas!
El impacto de esta operación, aún en una localidad tan grande como Madrid, tiene consecuencias de todo orden, y todas (gentrificación, proliferación del alojamiento turístico no controlado, aumento del precio de la vivienda y del alquiler…) malas para las personas. Perdón, malas para las personas con pocos medios de subsistencia, que son las que sufren de habitual los desmanes de los políticos sin principios.
Así que la política sin principios Ana Botella perjudicó al municipio, a 5.580 de sus habitantes (casi 2.000 familias), a todos los que después intentaron acceder a una vivienda de alquiler… perjudicó a todos.
Ahora el Tribunal de Cuentas condena a la alcaldesa y a siete de sus altos cargos en el Ayuntamiento a pagar 26 millones de euros (la demanda del actual equipo de gobierno cifraba el perjuicio patrimonial en 55 millones) a los que, con toda probabilidad, podrá hacer frente sin muchas dificultades.
Y… ¡coño! Resulta que estos son los que vienen a explicarnos cómo se deben hacer las cosas. Resultan ser el ejemplo de gestión eficiente de los recursos públicos, los grandes neoliberales que dan las claves de la política 2.0 en tiempos de crisis. El marido de la señora en cuestión aparece como el gran hacedor de la derecha española, el súper político que sacará al país de las miserias a las que nos conduzcan las izquierdas (no sé si ya apoyándose en algún otro Rodrigo Rato). Y al final terminan condenados en tantas piezas judiciales que ya no se pueden enumerar, a las que ahora se suma el curioso caso ‘Kitchen’ en el que se ventila el asuntillo de cómo, con fondos reservados (del Gobierno), la cúpula policial pagó al chófer de otro corrupto para que hiciera desaparecer los documentos que incriminaban, también por corrupción, a la cúpula del partido que los gestionaba.
Espero que pasen una mala nochevieja, en serio. Aunque no sea más que este el gustazo que podamos darnos en estos días en los que el discurso de la ultraderecha se extiende como la pólvora en la sociedad, haciendo que todas estas atrocidades aparezcan como anécdotas menores en el panorama informativo nacional.
La última reflexión que se me viene a la cabeza al hilo de este encadenamiento de asuntos más que turbios es que si Pedro Sánchez (este que pactando con nacionalistas, independentistas, batasunos… consiguió sacarlos de La Moncloa) no existiera , habría que inventarlo.
Feliz año nuevo.
El dibujo es de mi hermana Maripepa.

domingo, diciembre 23, 2018

¿Vendréis a cenar?

—Y tú, ¿qué tal vas?
—Preparando la cena.
—¿Algo especial?
—Lo que todos los años, lubinas de esas de criadero y langostinos dos salsas, para después del discurso del Rey.
—Hablará de la pascua y eso.
—Sí. Y de lo de Cataluña. De lo de Andalucía seguro que no habla.
—¿Qué ha pasado?
—Han pactado.
—Ya me lo maliciaba. Han venido a quedarse. ¿Y en Cataluña, qué?
—Pues que no han pactado.
—Vaya. Estos también han venido a quedarse.
20181223_004456
—Pasa en todas partes… Fíjate el Salvini ese, xenófobo puro y mandando como el que más. ¡Y si no el Trump! Ya están en todos sitios.
—¿Y tu Mari?
—Mejora.
—Mala suerte tuvo…
—Sí. Pero quedará bien. Andan por aquí revolucionados con banderas.
—Y las que vendrán.
—Amor patrio, parece.
—¿Amor?
—Sí, del patrio.
—Será. Pero para mí que les han hinchado la cabeza con tonterías y no van a parar hasta que nos la abran a todos. ¿Ya os han enganchado la luz?
—Casi cincuenta pavos me ha costado. Encima de puta, les pones la cama.
—Cuando la cortan, ya sabes.
—Ya. Pero hay que elegir. Primero las medicinas, luego la luz, luego la cuenta del súper, que ya dejan de fiarme.
—Si ellos están igual…
—Pero no tanto.
—No. De eso tampoco va a hablar el Rey.
—No, no. Seguirá con lo de que España va bien, ahora que han vuelto a poner de moda a Aznar. Ahora parece que es el que manda, con esa facha de facha que tiene el pobre.
—¡Hija, que angustia!
—Tú verás.
—Así que los de Andalucía pactan con los del ese Vox y a Sánchez me lo ponen de vuelta y media por pactar con el de la coleta, ¿no? ¡Con lo buen mozo que parece!
—Claro. Como que no es lo mismo. Unos van de lo de por Dios y por España y los otros lo que quieren es romperla.
—Y yo que los veo parecidos…
—Ya, porque eso es por Dios, por España y por quitar el aborto y el divorcio y las autonomías y el matrimonio homosexual y vetar la eutanasia y quitar lo de la violencia machista y la ley de igualdad y la memoria histórica…
— ¿Y eso no es romper nada?
—Se ve que no. ¿No ves que dejan los toros?
—Coña con lo de romper España, qué en serio se lo han tomado.
—Hablar con el Torra ese torrao’ eso sí que es romper España. Lo demás les importa un comino.
—¡Hija, que angustia!
—Tú verás.
—¿Y Paquito?
—Buscando sigue.
—¿Nada?
—Nada. No sé cómo lo aguanta el pobre. Se pillará una depre el mejor día. Con lo mío tiramos. Pero tiramos como tiramos.
—¿Y al final a Franco lo resucitan o qué?
—A ese ya lo tienen vivito y coleando. A ver si lo ponen de cena en alguna casa bien para la Nochevieja.
—¡Qué empacho, mi niña!
—Será mejor eso que enterrarlo en pleno centro de Madrid. Una cena de fin de año es un final muy digno.
—Tampoco podréis venir para fin de año, ¿verdad?
—¡Que va!
—Vendrán mejores tiempos.
—¿Lo crees?
—Vendrán. Tus hermanos tampoco cenarán en casa. Les toca con las parientas y eso; ya sabes que rotan. Pero papá y yo estaremos bien.
—El año que viene seguro que nos juntamos todos como antes.
—¡Dios lo haga!
—Anda, deja a Dios, que parece que está librando desde los ochenta.
—Qué brutita eres, hija mía.
—Feliz Navidad, mamá.
—Feliz Navidad, Teresa. Dale un beso a todos. Y a la niña.
El dibujo es de mi hermana Maripepa. Los dos os deseamos feliz Navidad.

domingo, diciembre 16, 2018

La vía eslovena

Sería muy complicado describir en pocas palabras las consecuencias de la desaparición del mariscal Tito sobre lo que fuera Yugoslavia, la exacerbación del nacionalismo serbio, la personalidad de Milošević o la estructura social y cultural de los Balcanes tras la Segunda Guerra Mundial.
El dato que sí es fácil traer a estas páginas es que en el referéndum (ilegal) celebrado el 23 de diciembre de 1990 en la región yugoslava de Eslovenia, el respaldo a la independencia obtuvo un 95% de los votos con un 93,2% de participación. Y a esto lo llamamos unanimidad.
Comparar Cataluña con Eslovenia y a España con la antigua Yugoslavia es, simplemente, una gilipollez.
Pero sigamos.
Muchos españoles (catalanes y no catalanes) estuvimos durante muchos meses indignados con la actitud de cerrazón al diálogo del Gobierno de Rajoy. Reclamábamos una solución política a lo que a todas luces era un problema político y de primera magnitud, quizá uno de los dos más importantes de los que se hayan planteado en el país desde el advenimiento de la democracia, junto con el del terrorismo etarra. Aun así, tal y como sucedió durante el largo conflicto con ETA, el Partido Socialista estuvo apoyando lealmente (de acuerdo o no con ellas) las iniciativas gubernamentales, en la comprensión de que es el Gobierno quien está llamado a tomar las decisiones, que estas nunca son fáciles, y que la unidad de la acción política en temas de tal trascendencia es imprescindible.
Ahora el escenario es bien otro. Las incesantes llamadas a encontrar juntos una solución por parte del nuevo Gobierno son sistemáticamente desoídas por una Generalitat que se ha desentendido de la gestión de los asuntos cotidianos de Cataluña y busca únicamente recrecer la tensión entre las partes. Cuenta con el inestimable apoyo moral del nacionalismo españolista: el PP —que ya mostró su deslealtad oponiéndose a las políticas antiterroristas contra ETA cuando era el PSOE el que gobernaba, incluyendo instrumentalización de las víctimas—, Ciudadanos y ahora ya Vox, nuevo en la escena. Estos, lejos de apoyar la razonable intención de buscar una solución dialogada, alientan mejor cuanto más encarnizadamente el conflicto, supongo que para ganar adhesiones entre el electorado no catalán, tal y como lo han conseguido con el andaluz.
IMG-20181215-WA0003
El siguiente paso en esta escalada de lo absurdo ha sido llamar a la guerra contra el estado opresor. Permítanme que me descojone. Digo que me descojone de lo de tildar al de España de estado opresor, porque lo de llamar a la guerra no mueve a risa. Ni siquiera un poco. Es colosal la irresponsabilidad de ese Consejo de la República, liderado por el huido Puigdemont y por su hombre en la tierra, Quim Torra, secundado por otros tantos exmilitantes de Convergencia Democrática de Catalunya  (aquel partido de burgueses catalanes que tuvo que cerrar porque la corrupción se lo comía por los cuatro costados) y aclamado por el grupo de revoltosos encapuchados (¿a qué me recordará?) al que se ha denominado Comités de Defensa de la República. Es de tal calibre que probablemente estén a punto de conseguir lo que pretenden que, mucho me temo, no es la proclamación de república alguna.
No tengo la más remota idea de con qué armamento cuenta esta república nonata cuyos comités defienden con tanto ardor guerrero ante la inacción que se ordena a los Mossos d’Esquadra, ni si están pensando en armar a la población civil, ni qué lúcidos estrategas están diseñando qué emboscadas a los carros de combate que, supongo, preverán que el estado opresor envíe en defensa de la integridad territorial. No sé nada de todo esto, ni pienso perder un minuto en intentar averiguar.
Lo que sí sé es que Quim Torra (este que se fue a ayunar un par de días a un monasterio para quitarse unos kilos o ganar unas portadas) parece estar dispuesto a morir o a hacer morir en el camino que auguró dramático de ese su “destino en lo universal”.
¿Estará también Quim Torra dispuesto a matar?
El dibujo es de mi hermana Maripepa.

domingo, diciembre 09, 2018

Espejismo

Y, sin embargo, la socialdemocracia se muere.
Ya no nos hace falta mirar hacia Europa para ver como los partidos de extrema derecha entran en gobiernos y parlamentos. No creo que tardaremos en ver como la izquierda, vieja, sin ideas, desempolva la multicopista para reimprimir los discursos, arrinconada en los escaños del gallinero.
Pero la vida sigue.
La misma semana en que la izquierda es desalojada del poder en Andalucía, el CIS hace públicos los resultados de una encuesta según los que Pedro Sánchez podría coronarse emperador de las Españas todas con más del 30% de los votos, el Gobierno continua con las cuitas de la exhumación de Franco y un par de barcos navegan a la deriva por el Mediterráneo en busca de puerto seguro donde atracar con un puñado de negros que se habían creído con el derecho de sobrevivir.
Todas las tertulias abren puntuales a las ocho de la mañana, personas de ambos sexos miran incrédulas las noticias en el móvil atentas a la herida que se vuelve a abrir entre  PSOE y PSOE por un quítame allá esas taifas.
Díaz sigue pregonando a los cuatro vientos que contenta, lo que se dice contenta, no está, pero que ha ganado las elecciones a más de diez puntos de no sé cuál de las otras formaciones. Abascal se toma otro carajillo bien cargado, Casado se intenta encajar la mandíbula masajeando el músculo orbicular de la boca que se le ha quedado en rictus de sonrisa abierta después de pedir otra vez la aplicación del 155, Rivera no puede despertar del sueño de la multiplicación de los escaños.
La inteligencia política de los pactos afila la estrategia para construir esa Andalucía con la que cada quién había querido contar que soñaba. La Constitución Española de 1978 cumple 40 años entre aplausos a viejos y nuevos monarcas.
¿Lo ve? La vida sigue.
Simpático efecto este de las elecciones por el que, 36 años después, descubrimos que nada es para siempre.
Tezanos no lo sabe, pero el espejismo demoscópico en el que vivimos se va disipando a medida en que levanta la neblina de la corrupción y nos acercamos a la incierta fecha de una contienda en la que solo podremos blandir nuestro propio discurso, tan desleído.
IMG-20181208-WA0027
Se nos ha olvidado contar qué coño queremos hacer de nosotros mismos. Y la derecha, que sí que lo sabe pero no lo va a contar, llena medios y redes de postverdades universales que calan en la grey como agua de mayo y levantan el ánimo taciturno de un electorado que estaba hasta los cojones de escucharnos decir las mismas cosas década tras década.
Ellos son más y lo hacen mejor, ahora troceados para agrandar el arco de la intención de voto.
Así que la vida sigue. Y nosotros nos estamos yendo.

domingo, diciembre 02, 2018

Órbita lunar

Leí que la NASA (Administración Nacional de la Aeronáutica y del Espacio, por sus siglas en inglés) ha planificado para 2023 el momento en el que habrá personas humanas orbitando alrededor de la luna.
Gran noticia. Porque la evolución de la especie está pendiente de estas cosas, aunque parezca que a los de su barrio no les vaya a afectar extraordinariamente en un futuro inmediato.
Conocido el alcance de la cuestión no dudé en ponerme a trabajar en ello y redacté la siguiente misiva:
“A los jefes de la NASA
Estados Unidos de América
Muy señores míos:
Tenido conocimiento de las cercanas fechas en las que se tiene prevista la puesta en órbita de seres humanos alrededor de la luna, me es grato ponerme en contacto con ustedes a fin de solicitar me sea permitida la elección de algunos de ellos, toda vez que tengo la seguridad de que, del acierto en escogerlos, dependerá en gran medida el éxito de tan magna empresa.
Sin otro particular quedo, suyo afectísimo, a la espera de sus siempre gratas noticias.”
La siguiente tarea, hasta tanto recibiera la respuesta de la Agencia, era hacer la preselección del personal, por tal de tenerla ya preparada en el momento de aceptarse mi generoso ofrecimiento.
20181202_012334
La primera persona que se me vino a la cabeza fue, lógicamente, Carles Puigdemont, ello no porque me moleste en absoluto su presencia en Waterloo, sino porque pensé que, para como tiene el patio, lo mismo le da dirigirlo desde Bruselas que desde la órbita lunar y estará allá, sin embargo, más a salvo de la acción de la Justicia española.
A renglón seguido pensé en Donald Trump, que este sí estará mejor cuanto más alejado del planeta Tierra aunque, bien pensado, cabría esperar un par de años más y apuntarlo en el experimento que se produjera en la órbita de Marte.
Poco ambicioso, observé. La oportunidad merecía pretensión mayor, una reflexión más profunda. Pensé entonces en proponer la carga de la nave con pederastas (clérigos y seglares) y  maltratadores. Una operación de álgebra elemental me disuadió de la idea porque con tanto ser (humano o no) como habría que montar, el artefacto podría malograrse y quedar sin rumbo por el espacio infinito para toda la eternidad.
La siguiente opción parecía brillante: Los políticos corruptos y, de paso, los imbéciles. Pero aquí el problema se agravaba: al número ingente de ellos (al sumar a los imbéciles) se añadía el problema de las comunicaciones, pues tanta persona haciendo tan largo uso de la palabra para decir memeces, colapsaría a buen seguro las bandas de frecuencia del espacio radioeléctrico universal, y el resto de los mortales, los que nos quedáramos por aquí, tendríamos que volver al viejo método de hablarnos de tú a tú o remitirnos cartas ológrafas por correo postal (escritas y firmadas de puño y letra), lo que, así de sopetón, se me antojó inconveniente según está de convulso el gremio de los carteros.
¡Eureka! Grité. ¡Notarios y registradores! Me alejaría de segregar de la convivencia al enemigo ancestral del pueblo llano (la Iglesia) como ya se intentara en tiempos de menos paz que estos, pero me libraría de tan aburridos ejemplares de servidores públicos. Sin embargo caí en la cuenta de que mi listado, tan lleno de apellidos ilustres o ilustrísimos, se confundiría con un censo de escribanos y recaudadores del diezmo más propio del Siglo de Oro y que no tendría éxito alguno en un instituto tan moderno como es al que me dirigía.
Los banqueros me parecieron excelentes candidatos en un principio: estos no son tantos, advertí. Y los hubiera propuesto de no haber estado en el convencimiento de que querrían llevar consigo posesiones, obras de arte y tal peso en monedas (no se sabe que otros efectos bancarios o bursátiles tengan algún valor más allá de la corteza terrestre) que pondrían igualmente la misión en riesgo. Desistí de la ocurrencia. Algo similar me pasó con los taxistas que huelen mal, estos seguramente tampoco son muchos, pero enrarecerían el ambiente hasta convertirlo en irrespirable para el resto del pasaje. Mala idea.
Deseché así a los médicos matasanos, a los arquitectos megalómanos, a los censores de cuentas, a los secretarios municipales, a los constructores que especulan con las viviendas de las personas, a los tertulianos que saben de todo… Imposible librar al mundo de tanta inconveniencia como soporta.
La intención era buena, mas la elección imposible.
¿Por qué no nos vamos tú y yo?
El dibujo es de mi hermana Maripepa

domingo, noviembre 25, 2018

Charlotada

El Diccionario de la Real Academia Española de la Lengua (espero que citarlo no sea ofensivo para nadie) define en su segunda acepción la palabra “charlotada” como “Acción pública grotesca o ridícula”. La primera acepción la identifica como “Festejo taurino bufo”. Las dos me valen.
Para ilustrar esta reflexión me vale también una de las enseñanzas de mi madre que, ya de bien pequeños, nos explicaba que llamar la atención es algo relativamente fácil: si yo saliera a la calle —nos contaba— con una pluma verde en la cabeza, conseguiría que todo el mundo se volviera a mirarme. Terminaba haciéndonos notar la sutil diferencia entre llamar la atención y hacer el ridículo, para concluir que el mérito de llamar la atención consiste, precisamente, en no hacer el ridículo para conseguirlo.
20181124_224932.jpg
La charlotada en la que algunos diputados del Congreso consiguen convertir cada sesión, es una fiel representación de sus dos acepciones académicas: una acción pública grotesca y ridícula; un festejo taurino bufo, donde sus señorías corretean pon el coso haciendo todas las gracias de las que son capaces, desde ponerse una pluma verde en la cabeza, hasta caer de culo delante de la vaquilla despertando la carcajada general de niños y mayores. Y cuadra igualmente a la perfección con aquella explicación infantil: No llaman la atención, sino a la melancolía.
La única persona empeñada en poner cordura entre tanto gilipollas es la presidenta de la Cámara, doña Ana Pastor, que intenta defender la institucionalidad del Congreso porque parece creer firmemente en la institución, aunque ni siquiera el grupo político al que pertenece le acompañe en la andadura. Con poco acierto hasta el momento, para pesar de todos.
La estrategia de la oposición al Gobierno es el ruido. En este momento da igual a costa de qué. Es el ruido. Mucho ruido. Insultos mejor cuanto más gruesos y, si riman, todavía mejor. Chascarrillos repetidos día tras día en la Cámara se hable de lo que se hable, ruido. Aplausos desaforados a la intervención de Casado, que ha vuelto a decir que los Reyes Católicos eran del PP (o igual de Alianza Popular, que esto nunca se sabe); risotadas histéricas ante el parlamento de Rivera, que ha vuelto a exigir la aplicación del ciento cincuenta y cinco (por el culo te la hinco) en Cataluña ¡ya!; escupitajos ante la expulsión del diputado Rufián, que ha vuelto decirle a un ministro del Gobierno que se lo va a comer todo… (¿Escupiría de verdad el tal Salvador al ministro? ¿Será tan marrano?)
El diputado Rufián se ha propuesto acaparar redes sociales y telediarios después de la sesión de control al Gobierno de cada miércoles. Se arma de plumas  verdes para la cabeza y acopia su arsenal de borderías para repartir a diestro y siniestro provocando la hilaridad de su puñado de camaradas. Una nueva sesión de control. Una nueva charlotada.
El nivel de los debates parlamentarios no podía caer más bajo. Es tan bajo como el nivel igualmente muy bajo de nuestros representantes legítimamente elegidos. No se puede hacer más que esperar tiempos mejores sin poner la tele cuando estén los niños.
Distinga usted, señor Rufián, señor Casado, señor Rivera, entre llamar la atención y hacer el ridículo. Evitará con ello la profunda vergüenza ajena que sentimos algunas personas al presenciar los espectáculos lamentables en los que han convertido sus intervenciones.
El dibujo es de mi hermana Maripepa.

domingo, noviembre 18, 2018

Enredos en red


Un mensaje de LinkedIn se despedía la otra mañana de los jefes y daba calurosamente la bienvenida a los ‘gefes’, acrónimo de ‘gestores de felicidad’. El idiota que lo posteaba aseguraba que los gestores de felicidad (varones, atractivos, comprensivos, empáticos y conocedores de la psicología concreta sus subordinados que, claro, le adoran y forman con él un verdadero equipo ganador), sustituyen a los jefes (antiguos, varones también pero con sobrepeso, autoritarios, exigentes, desapacibles y marimandones), que van desapareciendo como dinosaurios en glaciación para dar paso a las nuevas formas de liderazgo.

Oh —pensé—, un tonto. Y seguí con lo mío.
IMG-20181118-WA0000
Minutos después me llegaba por whatsapp una carta que lleva dando por culo desde 2011, escrita supuestamente por una sufrida farmacéutica que con toda probabilidad no existe, en la que explica con todo detalle cómo moros y sudacas se llenan los bolsillos de medicamentos gratis ¡gratis! y los revenden luego en sus países de origen para forrarse a nuestra costa. Como es lógico, el autor o autora real del panfleto se declara a sí mismo como no racista, pero comprende que todo tiene un límite y brama contra la universalización de la sanidad, seguro o segura de que, si solo fuera para españoles de pura cepa, España sería un país solvente y próspero y sus habitantes nadaríamos en la abundancia medicamentosa.
Circula por Twitter un vídeo con el soliloquio de un farmacéutico anónimo (enseña solo la bata y los zapatos) postrado de dolor ante el tremendo taco de recetas que un moro que se iba de vacaciones había intercambiado por medicamentos gratis. Y todos gratis. Y muchísimos.
¿Sabe? Es mentira. Todos los farmacéuticos lo saben.
Un inmigrante paga el 40% del precio del medicamento. Ningún médico utiliza un talonario de recetas para llenarle a ningún sudaca la maleta de fármacos. Es mentira y ya está. Y propagar estas sandeces sirve únicamente para propiciar el clima de mierda que a algunos les encanta crear contra los inmigrantes o, por ser más exhaustivo, contra los pobres.
En el mismo tono circula por ahí una carta verídica escrita por un alcalde a su población (que a veces es francés, a veces es de Zaragoza y a veces es una alcaldesa extremeña), que explica las razones por las que no permite que se deje de servir jalufo en los comedores escolares a pesar de las insidiosas exigencias de la comunidad alauita. La carta hace un panegírico completo de lo que tienen que hacer los musulmanes cuando llegan a nuestro país, en lugar de intentar mantener en lo posible sus costumbres. El mensaje insultante suele venir encabezado por un ‘con dos cojones’, que da noticia de lo mucho que el remitente admira al falso autor de la carta por atreverse contra tamaña invasión como representa la de la comunidad islámica, a la que ya hicimos huir de nuestro suelo con la cabeza gacha (o cortada) en la gloriosa Reconquista.
Este otro panfleto inmundo me trajo a la memoria aún otro, en el que algún fascista con muy pocas luces (valga la redundancia) ofrecía datos objetivos sobre los más de 600.000 políticos que viven a costa de los sufridos ciudadanos (generoso, Arturo Pérez Reverte rebajó la cifra a 445.000 en un tuit ya célebre por la ignorancia que revela). Hacía también una comparativa asombrosa entre los salarios astronómicos de los diputados y la cuantía misérrima con la que han de apañarse los pobres maestros o médicos, que estos sí que de verdad hacen el bien.
Las cifras reales son tan otras que da pudor revelarlas: de los más o menos 74.000 cargos electos que se computan, 68.462 son alcaldes y concejales de los 8.116 municipios que hay en España, el noventa por ciento de los cuales (de municipios menores de 10.000 habitantes) no cobra sueldo alguno. Lo demás son senadores, diputados nacionales o autonómicos (descuento a los de las diputaciones, porque ya computan como concejales), o sea, lo normal en cualquier país democrático. No todos cobran y los salarios en política, de verdad, en España no son para tirar cohetes. Los corruptos se llevan mucho más, pero esta es otra historia y no tiene que ver con los políticos, sino con los corruptos.
Entre tanta mierda como consumimos, posteamos, retuiteamos, casi me quedo con lo del idiota de los ‘gefes’. No genera odio, no contribuye a crear clima de crispación, es inocuo incluso para quienes profesan esa moderna confesión del ‘management’.
La otra confesión, la de la xenofobia, la de la aporofobia, esa que negamos profesar pero que cada día llena nuestros móviles y ordenadores de mensajes aberrantes que se absorben en nuestra anatomía como una crema hidratante, esa da más miedo. Acojona porque damos por bueno su contenido imposible, simplemente, porque dicen lo que queremos leer. Nos encantaría que fuera verdad que los inmigrantes desfalcan nuestro sistema sanitario para tener una excusa para echarlos de aquí; nos encantaría que fuera verdad que los salarios de nuestros políticos esquilman las arcas del Estado y tener así la excusa para acabar con ellos; nos encantaría que fuera verdad que el Islam estuviera intentando terminar con la dieta mediterránea para poder declararnos gordos de militancia y acabar con el invasor y, de paso, con la quinoa. Queremos que sea verdad y lo repetimos muchísimas veces para hacerlo cierto. Aunque sea mentira.
Pero es mentira. Ni los políticos desfalcan con sus sueldos nada de nada, ni los inmigrantes hacen el sistema sanitario insostenible revendiendo medicamentos, ni el Islam está intentando imponer sus costumbres a occidente a costa del jamón serrano.
Lo terrible es que no son simples ciber-charlatanes que no encuentran argumentos veraces para sostener aquello de lo que pretenden convencernos y se los inventan. Son factorías de bulos (fake news) que están a punto de conseguir un diputado de Vox, según el CIS, en Almería (la provincia que más inmigrantes debe emplear en sus invernaderos), que han conseguido colocar a un sujeto deleznable en la Casa Blanca, a varios xenófobos en gobiernos europeos, que influyen en los resultados electorales, no por casualidad, a través de campañas muy bien organizadas que se sirven ¡oh prodigio! de usted y de mí para convertir en virales las cosas más sorprendentes.
¿Por qué recibe usted esos mensajes? ¿Con quién le confunde el que se los reenvía? ¿Se atreve usted a compartirlos? ¿Hacemos una cosa?: ¿Los borramos del Facebook? No aguanto ni uno más.
El dibujo es de mi hermana Maripepa.

domingo, noviembre 11, 2018

¡Educación!

No es que ande yo clamando (que también) por que la derecha se reconvenga y deje de tirar coces contra todo lo que se menea, sea hombre, mujer o pájaro, siempre que pueda perjudicar los destinos patrios ahora que andan en manos del PSOE. No es eso.
Es que se ha presentado en sociedad el proyecto de la nueva Ley de Educación y este país vuelve a tener la oportunidad de lograr un Pacto de Estado en torno al asunto de más importancia que, en la práctica, se puede debatir.
El proyecto ya está en manos de los grupos parlamentarios y de las grandes asociaciones de madres y padres de alumnos que, como era de esperar, lo han recibido con desigual aplauso.
Un poco de memoria: Desde 1970 hasta nuestros días, se han sucedido SIETE leyes, que hubieran podido ser ocho si la llegada de Zapatero al poder en 2004 no hubiera abortado la entrada en vigor de la que en 2002 redactó el Gobierno de Aznar. La última vez que el Estado estuvo a punto de lograr un Pacto Educativo que conformase a todos los sectores implicados y terminara con el desconcierto en las aulas que produce la volatilidad de esta regulación, fue de la mano del ministro Gabilondo (Ángel) durante el Gobierno de José Luis Rodríguez Zapatero, pacto que De Cospedal (María Dolores) recientemente fulminada de las filas populares por un quítame-allá-esas-conversaciones con el tal Villarejo, se encargó de dinamitar. No lo hizo fracasar por la mala calidad del texto o del acuerdo, sino porque la cercanía de las elecciones de 2011 hicieron aconsejable no darle aquella baza a las izquierdas con tal de no poner en riesgo la mayoría absoluta que finalmente obtuvo el Partido Popular. La educación, lo que se dice la educación, a esta señora (y al partido en cuyo nombre actuaba) le importaba un huevo.
Para demostrarlo, apareció el ministro Wert, el nefasto Wert que, sin encomendarse a Dios ni al Diablo, impuso a la comunidad educativa una de las leyes que más contestación han provocado en la historia de España. Tan tan tan mala, que a estas alturas todavía no ha habido acuerdo para implantarla del todo y tiene algunas prescripciones no incorporadas a la praxis académica, tales como las reválidas, por poner un ejemplo.
20181110_212744
Ahora, la ministra Celaá lanza un nuevo proyecto de ley orgánica que quita la Religión de las aulas, incorpora la Educación para la Ciudadanía (con un nombre más moderno), ordena los criterios de admisión en los centros, homologa los currículos para que el final de la enseñanza obligatoria converja en la misma titulación académica. Una apuesta para revertir los recortes que introdujo el PP, por la educación pública, por la no discriminación y la igualdad en el acceso a los centros, por el papel de la comunidad educativa incluso en la elección de los directores.
Ciudadanos ya ha dicho que es un insulto a la inteligencia (como si todos fueran hijos de la mismísma ‘Ley Wert’. Podemos, de momento, o no sabe o no contesta. Y el PP debe estar acopiando todo tipo de armamento, mejor cuanto más pesado, para preservar la insultante intromisión de la Iglesia en las escuelas, para proteger la cuenta de resultados de los muchos negocios educativos que florecieron al amparo de su regulación, para asegurar que sus hijos y solo sus hijos tengan acceso a esa instrucción de calidad que permitirá que continúen ocupando el lugar de preeminencia que ellos y solo ellos deben jugar en la economía, en las finanzas, en la industria, en la gran empresa, en la Administración, en la sociedad.
Un país en el que el fracaso escolar está cifrado en el 30% del alumnado, o sea, en el que uno de cada tres niños está repitiendo curso o simplemente se la ha pegado, no se puede permitir el lujo de que los partidos políticos se llamen a andanas cuando se planea la negociación de un pacto por la educación. Sacar la Religión de las aulas (al menos convertirla en no obligatoria y no evaluable) no puede enfurecer a la CONCAPA por muy católicos que sean, olvidando que nos encontramos en un país aconfesional; imponer la asignatura de Valores Éticos en un mundo en el que la violencia machista se cobra tantas víctimas, no puede volver loca a la derecha; la recuperación de principios como el de igualdad, el de no segregación, el de democratización de los centros, no se puede discutir sin ruborizarse. Pero, sobre todo, negarse a un acuerdo para no darle ‘puntos’ al partido que lo propone, aunque este sea el PSOE, es un lujo que este país nuestro no se puede permitir.
Una ley educativa por gobierno, ni es la manera, ni hay país que lo soporte sin sufrir las consecuencias desastrosas que en el nuestro padecemos.
Más allá de lo que está pasando en la Justicia, que no es manco, más allá de las grabaciones de Villarejo, más allá de la oportunidad electoral de ganar dos puntos porcentuales en la intención de voto, la obligación de los partidos políticos es alcanzar un acuerdo que ponga la Educación donde tiene que estar, que es, en mi opinión, por encima de todo.
Suerte, ministra Celaá. Necesitamos mucho que la tenga.
El dibujo es de mi hermana Maripepa.

domingo, noviembre 04, 2018

El soldado de primera clase Wellington Rodríguez

El soldado de primera clase Wellington Rodríguez es ciudadano norteamericano, así que también es un ciudadano de primera clase.
Wellington Rodríguez es republicano y casi entiende al cien por cien la lengua de sus oficiales, pero las órdenes las comprende con nitidez. Todas. Cien por cien.
En el examen de ciudadanía le preguntaron por el Día de Acción de Gracias, el Congreso, la Primera Enmienda, por el Himno, por las guerras, por los presidentes y algo de geografía. Acertó 92 de las cien preguntas y realizó una entrevista brillante. No tardó en alistarse en el Ejército. Ni dos años habían pasado y Wellington Rodríguez ya era soldado de primera clase.
Hoy está en Texas. Con órdenes claras repetidas en inglés y en español. Armado con un MK de calibre 5,56×45 equipado con bayoneta y lanzagrandas de 40mm. Está esperando a la columna de migrantes que se acerca inexorablemente a la frontera con México, aunque todavía les quedan 1.200 kilómetros por recorrer.
Son unos 3.000 soldados, pero el presidente Trump ha prometido llevar allá hasta 15.000. Más de los que hay destacados en el conflicto de Afganistán.
Y Wellington tiene la orden de disparar a matar.
Wellington Rodríguez nació en Honduras.
img-20181103-wa0006.jpg
La historia es caprichosa. Wellington lo sabe. Los Estados Unidos de América se construyeron a base de migrantes de varias naciones europeas (españoles, ingleses, franceses, neerlandeses) que consiguieron hacerse con los territorios que ocupaban los habitantes originarios, los indios americanos, a los que recluyeron en reservas y hasta casi exterminaron, excepción hecha de los que trabajan en salones de espectáculo. Lo sabe porque lo estudió para el examen de ciudadanía, aunque en su libro no lo ponía exactamente así. Lo que no sabe en qué momento los migrantes dejaron de ser bienvenidos, ni por qué no valían los de Honduras, o los de México, o los de Guatemala o Belize. Eso no lo sabe.
La columna de migrantes viene andando. 1.200 kilómetros más y estarán a las puertas de una vida que han imaginado sin miseria. Solo sin miseria. Pero son muchos. No son distintos, porque Welington Rodríguez tiene su mismo color y habla su misma lengua, pero son muchos. Y, además, son pobres. Algo muy malo puede suceder si otros pueblos deciden imitar a españoles, franceses, ingleses, neerlandeses y recluir en reservas a los republicanos, actuales nativos, para exhibirlos años después en un “saloon” repitiendo como papagayos aquello de ‘América first, América first, América first’, con un pelucón amarillo.
Estos que llegan no son ciudadanos de primera clase como Wellington Rodríguez, que ya se ha ganado por sus méritos la condición de estadounidense. Son sobras de la sociedad, gentes que no han sabido hacerse a sí mismos para progresar en la vida y vienen a los Estados Unidos a vivir de la sopa boba y quitarle el trabajo a los ciudadanos honrados. A lo mejor todos ellos quieren ser soldado de primera clase. Ellos y ellas, que ahora las cosas no son como antes.
La misión de Wellington es impedirlo. Y sabe que podrá. Porque los Estados Unidos de América no van a soportar semejante invasión.
Luego volverá a New Jersey dónde su novia, hondureña como él, le espera para formar una familia de americanos del norte.
Y no le podrá contar a sus hijos americanos del norte que una vez, allá por el año 2018 o 19, disparó su MK de calibre 5,56 contra sus hermanos americanos del sur para que nunca, nunca, nunca les quitaran el trabajo.
El dibujo es de mi hermana Maripepa.

domingo, octubre 28, 2018

Preguntas difíciles

Michael J. Sandel (premio Princesa de Asturias de Ciencias Sociales 2018) vino a decir que en un momento en que la democracia se enfrenta a tiempos oscuros, hacer preguntas difíciles sobre cómo debemos convivir ‘es nuestra mayor esperanza para arreglar el mundo en el que vivimos’.
20181027_220525
Ensayemos las preguntas. ¿Qué bienes proteger para hacer mejor la convivencia en este mundo que nos toca?
¿La igualdad? ¿La de todos los hombres y mujeres? De… ¿todos? ¿La igualdad de oportunidades? ¿Cree usted que una niña marroquí que cursa segundo de primaria en el colegio del barrio debe tener las mismas oportunidades que su propio hijo o hija para alcanzar los puestos directivos de las grandes empresas o los altos cargos de la Administración?
¿Las defensa de las libertades individuales? ¿La libertad de expresión? ¿Aunque ofenda los viejos principios sobre los que se sustentó su educación y la de sus padres? ¿La de elección del propio sexo o del momento en el que desea producir su propia muerte?
¿La justicia? Me refiero a la justicia social, esa que predica que nadie puede carecer de todo mientras un par de centenares de personas acumulan la riqueza del planeta. ¿Cree usted en la redistribución de la riqueza? Se hace a través de los impuestos. ¿Permitirá que aumenten los suyos para que otros disfruten de una parte de lo que usted ya tiene?
¿Cree en los servicios públicos universales y gratuitos? Universales quiere decir para todos. También para los que han venido huyendo de la guerra o de la miseria. ¿Cree que un libio tiene el mismo derecho que usted a ser intervenido en un hospital público de una dolencia que le causará la muerte? ¿En el mismo orden? ¿Guardando la misma lista de espera?
¿Piensa en los poderes del Estado como reguladores de la convivencia? ¿De los mercados? ¿De los salarios? ¿De los precios? ¿De las condiciones que deben mantener los alimentos que ponen a la venta los comercios? ¿Considera que es el Estado el que ha de garantizar que los servicios básicos o los bienes de consumo esenciales para la vida alcancen a todos, sin excepción, ‘sin que pueda prevalecer discriminación alguna por razón de nacimiento, raza, sexo, religión, opinión o cualquier otra condición o circunstancia personal o social’?
¿Cree usted en el estado de derecho? ¿Piensa que las normas que regulan la convivencia están por encima de su voluntad particular, sus apetencias, su derecho a acumular riquezas incluso sorteando la fiscalidad (que es esa que preserva el derecho de los demás a disfrutar de lo que es de todos)?
Preguntas difíciles.
Asomarnos a la realidad aunque sea sin demasiada profundidad ya nos deja intuir que, en efecto, la democracia se enfrenta a tiempos oscuros en esta sociedad que desconfía (no sin razón) de los partidos políticos y en la que emergen líderes sin más bagaje que el tirón mediático que se convierten en los referentes electorales más efectivos. La extrema derecha (cuyos líderes devienen en caudillos) acelera su presencia en los parlamentos europeos amenazando con romper por la vía democrática a la democracia misma. La derecha más moderada radicaliza sus posiciones en busca de un discurso que cale en el electorado a base de consignas efectistas que proponen soluciones fáciles a problemas muy difíciles. La socialdemocracia ha perdido el hilo de la historia, ha abandonado sus referencias ideológicas y ha recortado a 240 caracteres sus postulados cada vez menos consistentes, más manidos. La izquierda radical continúa sustentada en propuestas imposibles que tienen que ver con la autarquía económica, con la negación de todo aquello que hoy en día es innegable, como la propiedad, el comercio o el orden económico internacional. Los nacionalismos siguen emputeciendo el mundo.
¿Se ha respondido? ¿Cree usted en la democracia?
De todos los sistemas de los que la humanidad se ha dotado para organizar la convivencia es el menos malo, el más igual. Es el que otorga a más gente el derecho a decidir y el que articula mecanismos para que los que somos más, podamos acotar (aunque solo sea en parte) el poder de los que, siendo menos, lo detentan.
Mis respuestas me empujan a la izquierda de la misma forma que (ahora que la democracia se enfrenta a tiempos oscuros) me empujan a hacer abstracción de las decisiones particulares sobre asuntos concretos, para pensar en global.
Ahora no me quiero detener en si Franco deber ser enterrado en la Almudena o si me jode que le suban los impuestos al gasoil. Quiero subir un peldaño y mirar un poquitín más grande. Creo en la democracia, creo en los servicios públicos universales, creo en las libertades individuales, en la justicia social, en la redistribución de la riqueza. Y quiero que me represente alguien que piense lo más parecido posible, porque igual, igual, lo que se dice igual, no sé ni siquiera se sería lo conveniente.
No lo sé pensar de otra manera. Soy un tipo de izquierdas.
Si usted se ha dicho en alguna ocasión que no es ni de izquierdas ni de derechas en un alarde de equilibrio ideológico entorno a la virtud, haga el ejercicio de responderse a sí mismo. Quizás se sorprenda.
El dibujo es de mi hermana Maripepa.