domingo, noviembre 04, 2018

El soldado de primera clase Wellington Rodríguez

El soldado de primera clase Wellington Rodríguez es ciudadano norteamericano, así que también es un ciudadano de primera clase.
Wellington Rodríguez es republicano y casi entiende al cien por cien la lengua de sus oficiales, pero las órdenes las comprende con nitidez. Todas. Cien por cien.
En el examen de ciudadanía le preguntaron por el Día de Acción de Gracias, el Congreso, la Primera Enmienda, por el Himno, por las guerras, por los presidentes y algo de geografía. Acertó 92 de las cien preguntas y realizó una entrevista brillante. No tardó en alistarse en el Ejército. Ni dos años habían pasado y Wellington Rodríguez ya era soldado de primera clase.
Hoy está en Texas. Con órdenes claras repetidas en inglés y en español. Armado con un MK de calibre 5,56×45 equipado con bayoneta y lanzagrandas de 40mm. Está esperando a la columna de migrantes que se acerca inexorablemente a la frontera con México, aunque todavía les quedan 1.200 kilómetros por recorrer.
Son unos 3.000 soldados, pero el presidente Trump ha prometido llevar allá hasta 15.000. Más de los que hay destacados en el conflicto de Afganistán.
Y Wellington tiene la orden de disparar a matar.
Wellington Rodríguez nació en Honduras.
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La historia es caprichosa. Wellington lo sabe. Los Estados Unidos de América se construyeron a base de migrantes de varias naciones europeas (españoles, ingleses, franceses, neerlandeses) que consiguieron hacerse con los territorios que ocupaban los habitantes originarios, los indios americanos, a los que recluyeron en reservas y hasta casi exterminaron, excepción hecha de los que trabajan en salones de espectáculo. Lo sabe porque lo estudió para el examen de ciudadanía, aunque en su libro no lo ponía exactamente así. Lo que no sabe en qué momento los migrantes dejaron de ser bienvenidos, ni por qué no valían los de Honduras, o los de México, o los de Guatemala o Belize. Eso no lo sabe.
La columna de migrantes viene andando. 1.200 kilómetros más y estarán a las puertas de una vida que han imaginado sin miseria. Solo sin miseria. Pero son muchos. No son distintos, porque Welington Rodríguez tiene su mismo color y habla su misma lengua, pero son muchos. Y, además, son pobres. Algo muy malo puede suceder si otros pueblos deciden imitar a españoles, franceses, ingleses, neerlandeses y recluir en reservas a los republicanos, actuales nativos, para exhibirlos años después en un “saloon” repitiendo como papagayos aquello de ‘América first, América first, América first’, con un pelucón amarillo.
Estos que llegan no son ciudadanos de primera clase como Wellington Rodríguez, que ya se ha ganado por sus méritos la condición de estadounidense. Son sobras de la sociedad, gentes que no han sabido hacerse a sí mismos para progresar en la vida y vienen a los Estados Unidos a vivir de la sopa boba y quitarle el trabajo a los ciudadanos honrados. A lo mejor todos ellos quieren ser soldado de primera clase. Ellos y ellas, que ahora las cosas no son como antes.
La misión de Wellington es impedirlo. Y sabe que podrá. Porque los Estados Unidos de América no van a soportar semejante invasión.
Luego volverá a New Jersey dónde su novia, hondureña como él, le espera para formar una familia de americanos del norte.
Y no le podrá contar a sus hijos americanos del norte que una vez, allá por el año 2018 o 19, disparó su MK de calibre 5,56 contra sus hermanos americanos del sur para que nunca, nunca, nunca les quitaran el trabajo.
El dibujo es de mi hermana Maripepa.

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