lunes, agosto 29, 2016

De paletos y paleteces


Gritábamos ¡todos los paletos fuera de Madrid! Y algún imbécil pudo pensar que nos referíamos a quienes habían nacido más allá de los confines de la ciudad.

Pero no. A los de Madrid nos importa un huevo dónde ha nacido la gente y a lo que llamamos paleto es a otra cosa.

Con esto de ser verano no podía dejar preguntármelo. ¿Alguien se ha topado con la imagen casi espeluznante de una mole rosa hasta las trancas de cerveza, paseando en calcetines por las playas de la Costa del Sol y mirando por encima del hombro a los nativos del lugar? Ahí hay un verdadero paleto. ¿Alguien ha escuchado la frase ya célebre de “muy españoles y mucho españoles”? Pues ahí hay otro.

El verdadero espectáculo de paletez (la expresión no es académica pero ilustra convenientemente lo que se quiere apuntar) lo ofrece cualquiera que se niega a mirar más allá de donde vive, de lo que tiene, de lo que conoce y desprecia el conocimiento de los demás, las otras vivencias, lo que ignora. Importa poco o nada si nació en un pueblo del Campo de Calatrava o en un populoso barrio de Nueva York. Importa, esto sí, la pasión por aprender, la capacidad de escuchar y asimilar lo que los demás cuentan, la curiosidad, la admiración por todas las cosas sin desprecio de las propias. En definitiva, el afán por el conocimiento.

Claro que tu pueblo, tu barrio, tu escalera, son los que más te gustan del mundo. Te gusta el lugar en el que conociste a tu primer amor, la música que escuchabas por entonces (que solía ser de Karina, no olvidar), las comidas que hacía tu madre cuando las madres eran aún las que se ocupaban de las cosas de comer (y tantas otras), la mecedora de tu abuela y la longaniza que producían en la fábrica cercana de embutidos. Tocaba solo comprender que el mundo era mucho más grande y que, aunque tengamos la guarida en dónde la tengamos, cada rincón del mundo es el favorito de alguien, y cada sabor el de otro y cada abuela la más querida. Y que ningún rincón, ninguna abuela, son mejores o peores, ninguna patria, ninguna longaniza.

La  pasión por exhibir lo que nos diferencia de los demás so pretexto de que los mejores somos los de nuestro barrio es una paletez. La seguridad de que para cocido el murciano y no el que comen los de Madrid, otra. La defensa a ultranza de la sobrasada mallorquina una más grande y la creencia de que el paleto es uno que vive en un pueblo, la más gorda del mundo.

Mira por ahí. No seas paleto.

(El dibujo es de mi hermana Maripepa)

domingo, agosto 21, 2016

Un no parar (o la última ocurrencia de Mariano Rajoy).

Este Mariano es que se pone a no hacer nada y es un no parar.

El pelo patrio se ha convertido en algo bien fácil de tomar y este sujeto se ha propuesto tomárnoslo a todos sin despeinar el propio y fumándose un puro de los más gordos.

El pretendido respeto por las instituciones del que todos hacen gala sacando pecho hasta la hilaridad, se queda en nada cuando Mariano decide entonar el pies quietos y esperar a que los demás le hagan su trabajo sin rubor alguno.

Así fue cuando, tras las elecciones del 20 D, Mariano decidió por primera vez en la ya no tan joven democracia española declinar la invitación del Rey a someterse a la investidura, forzando a Pedro Sánchez (que seguro que lo hizo encantado) a una suerte de malabarismos que, finalmente, dieron en nada pero que, como el mismo Sánchez ha repetido hasta la saciedad, pusieron en marcha el reloj de la democracia. Aquello se debió a un razonamiento infantiloide y miedoso: “Majestad, ¡es que no me ajuntan!”, debió decirle al Rey. Y, ni corto ni perezoso, dejó que otros hicieran lo que le correspondía a él como líder del partido más votado.

Pero la historia se repite y, como suele suceder en estos casos, corregida y aumentada.

Ahora, tras las elecciones de junio (¡dios mío, escribo esto avistando septiembre!), Mariano ha dicho: “Señor (como se dirige uno a Su Majestad) sí, pero no tanto”. Y, ¡oh sorpresa!, sí pero no tanto quiere decir: Sí, si es que esta vez me ajuntan. Y si no me ajuntan detengo este negociado hasta que juzgue que el asunto está maduro.

¿Qué significa para Mariano que el asunto esté maduro? Pues que el resto de las formaciones políticas de este país comprendan que él, ÉL, es necesario y caigan en la cuenta de que es ÉL o la nada. Mariano pretende que todos, sin excepción alguna, depongan ideales y programas y se plieguen a sus quereres. Especialmente el PSOE: “¡Córcholis, si hasta Felipe González me avala!”, debe pensar Mariano. Ello sin nada a cambio, sin negociar, sin ceder. Por ese sentido de Estado del que únicamente ÉL pretende estar en posesión.

Y es que Mariano encabeza las filas del partido más votado, ha revalidado esta posición con más votos y más escaños pero, puesto a no hacer nada, es un no parar y deja transcurrir el tiempo haciendo nada, sin duda para que el resto de los mortales nos demos cuenta de nuestro error y nos apresuremos nuevamente a hacerle su trabajo.

Entre tanto, crecen las desigualdades, continúan vigentes la reforma laboral, la ley mordaza, la LONCE o la vergonzante reforma del Código Penal. El Ministerio del Interior sigue regentado por un falto; José Ignacio Wert, en Paris, mantiene su nidito de amor al frente de la representación del Gobierno ante la OCDE, el Gabinete en funciones se pudre de corrupción y la presidenta del Congreso, ¡oh fatalidad!, contagiada de este frenesí de la inacción que le inspira su jefe espiritual y político, se salta tranquilamente su obligación constitucional, elude el deber institucional que contrajo al aceptar la tercera magistratura del Estado y no ve el momento de comentarle a Mariano que ya va siendo hora de convocar el Pleno de Investidura. Personajes de mentirijillas. ¿Qué les importa defraudar una vez más lo que vienen defraudando desde que el mundo es mundo, si los intereses de quienes tienen encomendado protegerlos están a salvo y bien a salvo?

Así, en esta ausencia de Estado tan amable para quienes nada necesitan del Estado y tan amarga para quienes todo lo esperamos de él, Mariano ha tenido una idea: convocará las hipotéticas terceras elecciones para el día de Navidad. Como el día 25 de diciembre de todos modos se tiene que levantar para ir a misa, sus asesores le han dicho: ”Presidente, si pones el Pleno de Investidura para el 30 de agosto, hay tiempo para que el PNV te canjee cromos si es el caso. Y, sobre todo, si el PSOE no te ajunta, le cargas el mochuelo de que se convoquen elecciones en tan señalado día para la Cristiandad. ¿Quién podría sospechar que ha sido cosa tuya?”.

Tan contento se debió poner Mariano con semejante genialidad que ni siquiera dio tiempo a la presidenta del Congreso para hacer lo que a todas luces le tocaba, que es anunciar que para el día 30 de agosto (fecha clave para que los plazos de la normativa electoral hagan caer en el 25 D la jornada electoral) convocaría el Pleno de investidura. Fue el propio Mariano quien ordenó llamar a los medios y, sin otro sacrificio que el de dejar consumir su puro en el cenicero de la salita contigua, dio cuenta a los españoles de la última gran sandez. 

Las instituciones le importan un carajo. Ha comprendido que las reglas del juego están hechas para interpretarlas. Y como nada prevén la Constitución ni el Reglamento de la Cámara en cuanto a plazos, está dispuesto a jugar con ellos hasta descojonarse de risa. Esa risa suya blanda y un poco salivar que le sale cuándo alguien le regala una ocurrencia brillante como ésta.

La desvergüenza no hace mella. La tomadura de pelo a la que nos somete tampoco la hace. La burla que supone intuir que espera a las elecciones vascas para ver si por ventura el PNV necesita sus votos y le cambia la Lehendakartiza por la Presidencia del Gobierno nos parece bien. El atrevimiento de dejarnos entrever que convocará elecciones para el 25 de diciembre si el PSOE mantiene la disparatada idea de que no debe propiciar un gobierno del PP (¡disparatado!), creo que nos hace hasta gracia.


Estoy pensando que nada me apetece más que ir a no votar a este Mariano el día 25 de diciembre. Porque este Mariano, puesto a no hacer nada, es un no parar, pero cuándo lo hace... lo hace.

(El dibujo es de mi hermana Maripepa)

viernes, agosto 12, 2016

A mí me daban dos.

Y eso era exactamente lo que pasaba: que te daban dos. Que si tu padre se enteraba de que el profe de Formación del Espíritu Nacional te había metido una hostia en clase por mofarte del Consejo de Ministros… te daba dos, por listo.
A estos niños no. Si a estos niños que ya son hombrecitos y que gobiernan nuestras vidas en todos los aspectos, el maestro les hubiera dado un bocinazo, sus mamás le habrían denunciado en todos los órdenes administrativos y jurisdiccionales habidos y por haber. Porque estos niños —lo dice mi hermana que es una mujer sabia y que además es maestra— han crecido con el Libro Rojo del cole en la mesilla de noche y un poster de los Derechos de los niños y las niñas de la UNESCO, editado por Aldeas Infantiles, en el sitio en el que antes estaba el crucifijo nacarado que protegía de todo mal nuestros sueños púberes.
Y ya sus papás les hicieron comprender que son los reyes de la casa y, por extensión, de todo lo que les rodea. Son los reyecitos, la razón última de la existencia de sus progenitores y de los padres de sus progenitores. Son lo que más importa… de hecho, lo único que en realidad importa. Y han crecido sabiéndolo.
Y ¿en el Congreso de los Diputados? También. También son los reyes del Congreso de los Diputados, y de las instituciones todas… ¡Pues no faltaría más, rey mío! ¡Claro que te puedes llevar al nene al Congreso y darle de mamar y desde luego que puedes darte piquitos con tus amigos cuando bajan de la tribuna de oradores y venir con rastras y sin afeitar! ¿Qué se habrán creído todas esas antiguallas con las manos manchadas de cal viva? Ya eres un hombrecito.
Y, desde luego, que tus vacaciones son sagradas, que el mes de agosto no está para que andes tú con todos los calores en Madrid por un quítame allá esas investiduras. Ya en septiembre, con la fresquita, le dices tú cuatro verdades a esos de la antigua política.
Con toda seguridad nada se recordará en septiembre de las declaraciones de los segundones (reinas, reyes, cada uno de sus papás y de sus mamás) que andan ahora pasando por el photocall del Congreso diciendo lo que les viene en gana (nada muy muy inteligente, por lo demás, pero sí dicho con muchísima rotundidad). Esperaremos. Todos los españoles esperaremos a que los hombrecitos hagan su vuelta al cole. Porque ahora están de vacaciones. Y es que, en realidad, las instituciones les importan o poco o muy poco a pesar de que esas instituciones sean las que nos representan a todos.
Yo me indigno un poco (¡con los indignados!). Porque a mí me lo enseñaron de otra manera. Aprendí a respetar las instituciones como lo que pensé que eran —aquello con lo que la sociedad se dotaba a sí misma para organizar la convivencia—. Pero es que, si no, a mí me daban dos.

sábado, agosto 06, 2016

La Administración Pública se aleja del ciudadano… Y hace bien.

Era caro. Era intrusivo. Era ineficiente. Y era muy pesado.
La nueva constante en el ejercicio del poder que las instituciones del Estado realizan a través de sus estructuras administrativas es el ahorro. No es la eficiencia, ni la eficacia, ni la celeridad, ni la cercanía. Estas serán consecuencias y no causas de la nueva manera de prestar los servicios públicos.
Las fórmulas previstas hasta ahora como el modo de presentar los servicios ante los ciudadanos eran eso: demasiado caras. El proteccionismo y la regulación que ha venido desarrollando la Administración en todos los órdenes de la vida de las personas y de su actividad económica o productiva son igualmente demasiado caros, porque lo son las medidas de control precisas para hacerlos valer. Igualmente, los sistemas de publicidad, de pedagogía social, de difusión y fomento de los servicios públicos son caros. Muy caros.
Ahorremos. No hay más remedio, porque ya se ha constatado que no va a haber más dinero.
Se camina a todas luces hacia un modelo de gestión de la cosa pública mucho menos intrusivo, más cauto en la definición de sus competencias y en el dimensionamiento de sus objetivos para con la sociedad y mucho más efectivo en la prestación de los servicios. Más eficiente en la ejecución de sus tareas, más preciso en la atención a las demandas de sus usuarios.
La clave del éxito habría estado en hacer esta transformación de forma planificada, ordenada, coherente. Decidir qué Administración queremos y cómo de austera queremos que sea. Qué cosas queremos hacer y cuáles no. Qué medidas sobran y cuáles hay que mantener. Qué líneas de servicio, de fomento, de policía, deben persistir y cómo las queremos poner en valor ante la sociedad que las consume.
Pero la decisión ha sido dejarlo estar. A pesar de los esfuerzos de la CORA (Comisión para la Reforma de las Administraciones Públicas) de su @ReformaAAPP, la falta de estrategia ha derivado en recortar a golpe de ajustes presupuestarios los gastos que, a juicio de gestores públicos de toda índole, pudieran resultar superfluos, sin un diseño detallado del dibujo final que perseguimos. Así, despieces, desamueblamientos y amputaciones han dado con una arquitectura pública de servicios y procesos inconexos, cercana a la imagen de “cerrado por derribo”.
La parte buena: Los tiempos avanzan que es una barbaridad.
Las nuevas leyes de Procedimiento Administrativo y de Régimen Jurídico del Sector Público de 2015 (la ironía del Legislador ha hecho que reproduzcan el esquema del articulado de las de 1958 y 1957 respectivamente, pero esta es otra historia), a punto de entrar en vigor, han venido a demostrar que las nuevas tecnologías proporcionan herramientas que superan con mucho la imaginación de los gestores públicos. No es menor, porque el conocimiento de la tecnología y sus capacidades  permite hacer el tan necesario diseño de la Administración que queremos, encajando adecuadamente sobre nuevos instrumentos de gestión los servicios que queremos prestar y prestarlos en términos de competitividad y de sostenibilidad, de manera semejante a cómo funcionan servicios de similar naturaleza en organizaciones de carácter privado. En éstas, la adecuación de los costes de producción y la satisfacción del usuario final son elementos críticos en el diseño del producto. También en el ámbito público queremos hacer esa adecuación en los costes de producción, pero sin menoscabar los servicios que tan trabajosamente costeamos con nuestros impuestos (quienes los pagamos).
Y todo está en revisión.
No resulta fácil intuir qué líneas se seguirán en este proceso o conjunto de procesos de adecuación de la Administración a tan fuertes restricciones económicas y presupuestarias pero, en todo caso, la aparente tendencia que se sigue en los gobiernos autonómicos y se intuye en el de España, pasa por las siguientes premisas:
-          Desaparecen servicios no esenciales
-          Disminuye la “promoción” (publicidad) de los servicios esenciales
-          Se desregula
-          Se incrementa la policía sobre lo que queda regulado y se hace más rígido el régimen sancionador
-          Se externaliza cuánto no está estrictamente sujeto al “ejercicio de autoridad”
-          Se extrema el control del gasto en servicios externos
-          Aparece el copago como fórmula de sostenibilidad
-          Se adelgaza la organización hasta los mínimos imprescindibles para la gestión
-          Se extrema la eficiencia en la relación con el usuario y en la gestión del proceso
-          Aparece la proactividad en el diseño de los servicios
-          El control a posteriori sustituye al control a priori
-          Se promueve el uso intensivo de las tecnologías de la información y de las telecomunicaciones
-          Se extrema el análisis de la opinión ciudadana y del impacto social de las políticas de gasto.

Tampoco es fácil decidir, de todas estas, cuáles son buenas y cuáles no tanto. Lo que sí se puede afirmar rotundamente es que aplicar la inteligencia a la necesidad de ahorrar nos hubiera evitado la sensación de orfandad que en estos días tenemos las personas respecto del Estado.

lunes, agosto 01, 2016

La tienda de la verdad

Me contaron un cuento. Casi seguro que con buenas intenciones.

Palidezco desde entonces ante quienes enarbolan la bandera de la verdad absoluta, seguros de poseerla y abrazarla, predican la nueva política y denostan la política (esa que no es ni nueva ni vieja) en la seguridad de que ellos sí y no todos los demás, son capaces de conducir a buen puerto el destino los pueblos. Contra todos. Contra la industria, contra las creencias, contra el IBEX 35, contra los partidos tradicionales, contra todas las reglas, contra toda institución. 

Palidezco ante quienes hacen de su verdad la verdad absoluta y la van transformando a medida que los acontecimientos les dan o les quitan razones. La verdad absoluta debe ser algo parecido a una fotografía de Dios pero quienes se saben ahora en posesión de ella ya no son clérigos y fanáticos: Ahora son políticos, nuevos, estos sí, los que nos dogmatizan.

Me contaron que un hombre paseaba por una ciudad lejanísima del ya de por si lejano Oriente y tropezó con una calle muy poblada de colores, gentes y comercios de todos los órdenes y cuestiones. Que allí había tiendas en las que con todo se comerciaba, todo se compraba y se vendía o se alquilaba; lo más extraño, lo más precioso, lo más cotidiano, lo más valioso, lo más raro, lo más común. 

Entre tantas tiendas de cosas magníficas, mientras paseaba mirando a un lado y a otro, me contaron que aquel hombre descubrió una tienda austera, poco amueblada, atendida por un solo dependiente, cuyo escaparate exhibía un rótulo inquietante: "Tienda de la verdad", rezaba.

El hombre, después de mirar un rato los escaparates vacíos, decidió adentrarse y preguntar a la única persona que había tras el mostrador. Buenos días. Buenos días. Yo quería saber qué es esto de la verdad, cómo se vende, de qué se trata... Es sencillo, respondió el hombrecillo menudo que despachaba: vendemos verdad. Ah, se sorprendió el hombre. Pues... yo quiero comprarla. Magnífico, repuso aquél: ¿Qué tipo de verdad deseas? Tenemos un gran surtido de verdades a medias, las verdades del barquero, verdades de Perogrullo, verdades teologales budistas, cristianas y de otras religiones, algunas verdades inconfesables, verdades históricas, verdades indubitables, verdades científicas y pseudocientíficas, que se están llevando mucho, verdades de antología, tenemos la verdad de la buena, una versión muy actualizada de las cuatro verdades... No, no, cortó el cliente, yo quiero la Verdad, toda la Verdad. Mmmm... Dudó el comerciante. Mira, una verdad de la buena sería más que suficiente para empezar y eso que tú me pides saldría realmente caro. También, si lo prefieres, tenemos verdades amargas, que dan mucho juego. No importa, tengo dinero de sobra y uno está harto ya de verdades pequeñas, ya me comprendes. Sí, claro que te entiendo, pero hay verdades que parecen mentira y verdades como puños, que salen muy bien de precio y resultan francamente atractivas en reuniones de sociedad. Sin duda, mas permíteme que insista: lo que busco yo es toda la Verdad y tengo dinero suficiente para permitírmela. Está bien, dijo el dependiente, he comprendido. Este, sin embargo, es un producto que yo no estoy autorizado a vender ¿no te iría bien una verdad como un templo que tenemos recién llegada de Occidente? También un par de verdades bien dichas podrían hacerte un papelón y estamos trabajando en la verdad 2.0, que está a punto de salir al mercado. ¡No, ya te lo he dicho! Repuso malhumorado el hombre. Pues yo soy un simple tendero, se excusó el que en efecto era un simple tendero, para eso tienes que hablar con la dueña. Solo ella puede despacharte lo que me pides, pero es persona ocupada y no volverá a la ciudad hasta por lo menos el viernes, Tendrás tiempo hasta tanto de reflexionar y decidir si no te sería más rentable adquirir alguna de las que te estoy ofreciendo. El hombre salió del comercio contrariado, dispuesto a llegar hasta el final por caro que fuese y por más tiempo que tuviera que esperar para conseguirlo. 

Toda la Verdad, pensaba. Qué gran cosa sería poseer toda la Verdad ¿habrá dinero que pueda pagarla?

Esperó hasta el viernes. Volvió a adentrarse por la calle bulliciosa dónde todo parecía tener precio o renta, compró algunos regalos para sus hijas y para los compañeros de trabajo y, a hora que consideró prudente, se llegó hasta la Tienda de la verdad. Allí le esperaba una mujer madura, amable y sosegada, que le invitó a sentarse con ella en la trastienda delante de una taza de té rojo muy caliente. Me dijo mi empleado que estabas interesado en la Verdad. Así es, quiero toda la Verdad, la Verdad entera. Eso tiene un precio difícil de pagar, le dijo la señora que hablaba en voz casi baja y siempre dulce. No importa; como ya le dije al dependiente, tengo dinero de sobra para permitírmela. El precio no es dinero, repuso ella; la verdad casi nunca se paga en monedas. Yo regento un negocio complicado y no todo lo que vendo se puede cuantificar. Dime, pues, ¿qué tengo que ofrecerte a cambio de que me des lo que quiero tener? Bebieron un trago largo de té en la trastienda vacía, porque la mujer madura, amable y sosegada no quería precipitar la conversación. Insisto, rompió al final el hombre que empezaba a ponerse nervioso: tú vendes la Verdad y yo quiero comprarla. Tú pagarás un precio muy alto por conocer y poseer esa Verdad que me pides, afirmó ella: Cuando seas conocedor y dueño de la Verdad, cuando la tengas, ya nunca más volverás a dormir plácidamente. No volverás a conciliar un sueño tranquilo.

¿Nunca? 

Nunca.


Me contaron que aquel hombre se levantó despacio de la silla sin acabar el té que ya se había enfriado y sin dirigir la mirada a lado alguno. Que caminó hacia la puerta dejando en la trastienda las chucherías que había comprado para sus allegados y que se alejó del local, de la calle y de la ciudad, a la que no volvería, musitando taciturno: nunca, es mucho tiempo.