sábado, agosto 06, 2016

La Administración Pública se aleja del ciudadano… Y hace bien.

Era caro. Era intrusivo. Era ineficiente. Y era muy pesado.
La nueva constante en el ejercicio del poder que las instituciones del Estado realizan a través de sus estructuras administrativas es el ahorro. No es la eficiencia, ni la eficacia, ni la celeridad, ni la cercanía. Estas serán consecuencias y no causas de la nueva manera de prestar los servicios públicos.
Las fórmulas previstas hasta ahora como el modo de presentar los servicios ante los ciudadanos eran eso: demasiado caras. El proteccionismo y la regulación que ha venido desarrollando la Administración en todos los órdenes de la vida de las personas y de su actividad económica o productiva son igualmente demasiado caros, porque lo son las medidas de control precisas para hacerlos valer. Igualmente, los sistemas de publicidad, de pedagogía social, de difusión y fomento de los servicios públicos son caros. Muy caros.
Ahorremos. No hay más remedio, porque ya se ha constatado que no va a haber más dinero.
Se camina a todas luces hacia un modelo de gestión de la cosa pública mucho menos intrusivo, más cauto en la definición de sus competencias y en el dimensionamiento de sus objetivos para con la sociedad y mucho más efectivo en la prestación de los servicios. Más eficiente en la ejecución de sus tareas, más preciso en la atención a las demandas de sus usuarios.
La clave del éxito habría estado en hacer esta transformación de forma planificada, ordenada, coherente. Decidir qué Administración queremos y cómo de austera queremos que sea. Qué cosas queremos hacer y cuáles no. Qué medidas sobran y cuáles hay que mantener. Qué líneas de servicio, de fomento, de policía, deben persistir y cómo las queremos poner en valor ante la sociedad que las consume.
Pero la decisión ha sido dejarlo estar. A pesar de los esfuerzos de la CORA (Comisión para la Reforma de las Administraciones Públicas) de su @ReformaAAPP, la falta de estrategia ha derivado en recortar a golpe de ajustes presupuestarios los gastos que, a juicio de gestores públicos de toda índole, pudieran resultar superfluos, sin un diseño detallado del dibujo final que perseguimos. Así, despieces, desamueblamientos y amputaciones han dado con una arquitectura pública de servicios y procesos inconexos, cercana a la imagen de “cerrado por derribo”.
La parte buena: Los tiempos avanzan que es una barbaridad.
Las nuevas leyes de Procedimiento Administrativo y de Régimen Jurídico del Sector Público de 2015 (la ironía del Legislador ha hecho que reproduzcan el esquema del articulado de las de 1958 y 1957 respectivamente, pero esta es otra historia), a punto de entrar en vigor, han venido a demostrar que las nuevas tecnologías proporcionan herramientas que superan con mucho la imaginación de los gestores públicos. No es menor, porque el conocimiento de la tecnología y sus capacidades  permite hacer el tan necesario diseño de la Administración que queremos, encajando adecuadamente sobre nuevos instrumentos de gestión los servicios que queremos prestar y prestarlos en términos de competitividad y de sostenibilidad, de manera semejante a cómo funcionan servicios de similar naturaleza en organizaciones de carácter privado. En éstas, la adecuación de los costes de producción y la satisfacción del usuario final son elementos críticos en el diseño del producto. También en el ámbito público queremos hacer esa adecuación en los costes de producción, pero sin menoscabar los servicios que tan trabajosamente costeamos con nuestros impuestos (quienes los pagamos).
Y todo está en revisión.
No resulta fácil intuir qué líneas se seguirán en este proceso o conjunto de procesos de adecuación de la Administración a tan fuertes restricciones económicas y presupuestarias pero, en todo caso, la aparente tendencia que se sigue en los gobiernos autonómicos y se intuye en el de España, pasa por las siguientes premisas:
-          Desaparecen servicios no esenciales
-          Disminuye la “promoción” (publicidad) de los servicios esenciales
-          Se desregula
-          Se incrementa la policía sobre lo que queda regulado y se hace más rígido el régimen sancionador
-          Se externaliza cuánto no está estrictamente sujeto al “ejercicio de autoridad”
-          Se extrema el control del gasto en servicios externos
-          Aparece el copago como fórmula de sostenibilidad
-          Se adelgaza la organización hasta los mínimos imprescindibles para la gestión
-          Se extrema la eficiencia en la relación con el usuario y en la gestión del proceso
-          Aparece la proactividad en el diseño de los servicios
-          El control a posteriori sustituye al control a priori
-          Se promueve el uso intensivo de las tecnologías de la información y de las telecomunicaciones
-          Se extrema el análisis de la opinión ciudadana y del impacto social de las políticas de gasto.

Tampoco es fácil decidir, de todas estas, cuáles son buenas y cuáles no tanto. Lo que sí se puede afirmar rotundamente es que aplicar la inteligencia a la necesidad de ahorrar nos hubiera evitado la sensación de orfandad que en estos días tenemos las personas respecto del Estado.

6 comentarios:

Resiliencia dijo...

Cuanto echaba de menos tus comentarios. Brillante como siempre. Sólo ha faltado tu punto socarrón. Tu fiel seguidor.

Unknown dijo...

En mi zona, tras veinte años de gestión nefasta en la que los propios miembros del gobierno llegaron a denostar públicamente a sus empleados y que propiciaron privatizaciones salvajes que se han demostrado ruinosas, lo que queda de la administración pública son ruinas que costará mucho volver a poner en marcha. Como bien dices, son estos malos tiempos para la lírica, de recorte en recorte. Creo que la administración debe ser eficaz y útil, debe estar al servicio de las personas y luego, si encima es barata, miel sobre hojuelas. Los servicios públicos no son un negocio, no deben medirse en función de lo que cuesta mantenerlos sino en función de lo que aportan a la ciudadanía. No lo verán nuestros ojos, me temo...
Buen comentario de alguien que sabe muy bien de qué habla. Un placer leer cosas tan bien argumentadas.

Sonia dijo...

Creo que para mejorar la Administración que tenemos y transformarla en la que nos gustaría tener, hace falta algo más que adelgazarla al extremo y adaptarla a la realidad tecnológica, aunque quizás para ello necesitaríamos dinero e inteligencia, y parece que no vamos muy sobrados de ninguna de las dos cosas.

Fernando Díaz dijo...

Como siempre, en lo fundamental (y no solo) estoy de acuerdo.
Que la existencia de lo público es necesaria es incuestionable; que la provisión de los servicios tenga que realizarse con los planteamientos de hace medio siglo, ya no tanto.
Es cierto que la austeridad está en el desolador panorama, pero no como planteamiento estratégico, sino como maldición sobrevenida y a la que no hay más remedio que adaptarse. Lo que por otra parte, tal vez tenga su parte positiva ya que el camino no era ni razonable. ni mucho menos sostenible.
Coincido también (como llevamos haciéndolo una década) en el papel de la tecnología. Pero eso sí, enmarcada en una estrategia fundada y coherente, y no en una táctica en muchas ocasiones incoherente y cuya falta de eficacia no tiene consecuencias para los impulsores. Ya sabes, aquello que lo público no es de nadie, maldición sureña donde las haya.
Apuntaría tímidamente dos elementos adicionales: Necesariamente habrá que abordar un profundo cambio en la gestión de los recursos humanos dedicados a la gestión pública (y no quiero abundar en ello porque me enciendo y necesitaría mucho más espacio, amén de salfumán y estropajo de aluminio).
Y sobre todo hace falta dirección solida al timón del navío. El nivel de nuestra Política nacional (con P mayúscula) está entre la sordidez, la orfandad y el rubor ajeno. Sin estrategias comunes, sin grandes acuerdos estatales, sin dejar, en definitiva, fuera de la refriega las cosas de comer será difícil pretender que la Administración Pública se auto reforme. Del mismo modo que es de una ingenuidad infantil pretender que se autorregule cualquier colectivo implicado en pérdidas o limitaciones. Dejando al margen el hecho ineludible que la Administración se dota de ejecutores cualificados, difícilmente de gestores y nunca de transformadores.

Gómez dijo...

Y nunca, nunca, de transformadores.

Una vez más completamente de acuerdo contigo. Pero ¿Cómo se concilian Política y Administración, cuándo la primera aparece como un incordio para la segunda y la segunda como un estorbo para la primera?¿A cuantos mandatarios hemos visto crear para sí una pseudo-administración paralela propia para para llevar a cabo sus políticas, sin duda bienintencionadas, ante su incapacidad (o la imposibilidad) de utilizar para ello los cauces administrativos ya instituidos? Y ¿a cuantos altos funcionarios renegar de sus políticos y torpedear sistemáticamente sus propuestas?

Esta es una realidad sin solución. O al menos a mí no se me alcanza. Y este nuevo paradigma que se ha apoderado de todo, el del ahorro, no vendrá a mejorar las cosas. Así que debemos entender que ha dejado de ser un problema (no lo es aquello que no se puede resolver) para convertirse, pura y simplemente, en una putada.

Unknown dijo...

Enhorabuena Justo. Los oasis de reflexión e inteligencia (como éste) son imprescindibles para continuar el camino por este desierto abrasador.
La gestión de lo público conecta inevitablemente con una visión ética que no es posible soslayar. Tras once años de dedicación a eso que llaman el interés general me he dado de bruces con la más absoluta falta de responsabilidad en buena parte del sector privado.
Y no me refiero sólo a las empresas de cierto tamaño. Todo el sistema está contaminado de una concepción profundamente egoísta sobre el futuro.
La crisis ha sacado lo peor de cada uno y los discursos de spot publicitario hypster sublimados por Podemos no son más que una demostración grosera de esto.
Los debates sobre el ser y el deber ser se reducen a algo irrelevante cuando uno comprueba que a la inmensa mayoría le importa un pito.
Soy muy pesimista respecto de estos asuntos cuando miro al futuro. Y si a ello unimos el declive europeo en el contexto internacional y su progresivo radicalismo popular frente al desesperante pacaterío (¿existe esta palabra?) institucional europeo, dan ganas de llorar.
Perdón por ser tan negativo. Y eso que ha ganado el Sporting.
¡Ánimo Justo! Esperamos con avidez tus nuevas aportaciones.