domingo, enero 31, 2021

Espectros

Daba ternura volverlo a ver saliendo por la tele: un tipo que no le importa prácticamente a nadie, diciendo cosas que no le importan prácticamente a nadie.

En estos tiempos que corren, con toda la vida girando alrededor de la incidencia acumulada, ahí estaba Carles Puigdemont. Gordito (se ve que su exilio está siendo más amable que el de los republicanos que salieron por piernas después de la Guerra Civil), con su pelucón y ese gesto de certezas que exhiben las personas cuando juegan a convencer.

Charlaba de sus cosas. No estaba contando jeringuillas ni divagando sobre los turnos de vacunación. Hablaba de Catalunya y eso. Como antes de los desastres. De lo suyo, de sus listas, de que si tal, de que si Illa y España le ultrajan, en fin, de sus cosas. Y daba ternura: casi se me llenan los ojos de lágrimas; evocador. Nos trasladaba a aquellos tiempos felices en los que uno podía ponerlo a parir en un bar de Salamanca o discutir a voz en cuello con los españolistas en uno de Granollers.

Hablando de sus cosas

Normalidad y disnormalidad se superponen y se confunden. No podía ser de otra manera, porque la disnormalidad ya se ha convertido en lo normal.  Y la vida sigue, insisto, no podría ser de otra manera. Así, Cayetana Álvarez de Toledo, como un espectro de la España prepandémica, reaparece haciendo gala de melena rubia y cuidado acento argentino para la ocasión de los comicios del 14F. Le han dado suelta con permiso para soltar por su boquita todos los insultos que le dé la real gana, siempre que sean contra Illa, claro, y no contra el buen Casado, que eso ya le costó el ostracismo en esos tiempos remotos de normalidad. Con pandemia o sin ella, Cayetana es Cayetana y es venenosa. Lo que pasa es que ahora, en lugar de escalofríos, nos da como gustito oírla bramar por los sitios: es como un sonido de nuestra infancia, como un coro de voces infantiles recitando la tabla del nueve, después de cambiar de canal porque, también en la 1 estaban hablando del pico de la curva.

Casi habían conseguido que, de todas las cosas que sabemos hacer y solíamos hacer, persistieran solo la de producir y la de consumir.  Casi nos habían convertido en sujetos escondidos de un genocidio sin culpables, como Los girasoles ciegos de Alberto Méndez, pero con un enemigo invisible en este caso, cuando emerge aquella zona oscura de la normalidad, ahora vestida de elecciones autonómicas, para recordarnos que también podemos sentir el desagrado, que aquellos polvos siguen trayendo estos lodos, que todo perdura en su estado primitivo sin nada aprendido.

Consumidores y productores (los que aún tenemos el privilegio de producir y la capacidad de consumir) haciendo muy ricos a unos pocos y empobreciendo a otros cuantos, subvirtiendo el orden natural que había sido de viajes, cines, comidas de trabajo y fines de semana en una casa rural, por otro de videoconferencias, toques de queda, y compras on line. El flujo del dinero cambiando de dirección pero apuntando siempre a un lado en el que usted y yo no estamos. Se arruinan las cafeterías y se enriquecen las tecnológicas (lástima que estas no paguen los impuestos en España para sujetar a las cafeterías), porque ahora en lugar de una de pulpo a feira regada con cerveza a discreción, consumimos gigas desde dispositivos móviles asesinando el intercambio. Así que aquí tienen a Artur Mas retorcido en nostalgia, otra vez apareciendo en el smartphone que nos conecta con la realidad, pero no está el compañero de la oficina para confirmar con él que es un puto espectro del pasado, ni el camarero que dulcifica la noticia sirviendo otra ronda, esta vez con unas bravas con las que apagar la indignación encendiendo el estómago.

Extraña realidad consumida en solitario. Sin contexto, sin pareceres con los que comparar el nuestro, sin quedada para el cine, sin fútbol, sin paseo por las callejas del centro. Extraños ecos de normalidad  que se superponen a una manera impostada de estar en el mundo que no era la nuestra. ¿Cómo se consume a Cayetana Álvarez de Toledo entre medidas de seguridad, sin una de choquitos con los que digerirla? Productores y consumidores de una sociedad hurtada de la capacidad de serlo. Rebuscando en el teléfono una señal que nos despierte de la última videoconferencia… Y aparece Oriol Junqueras.

El dibujo es de mi hermana Maripepa

domingo, enero 24, 2021

Corruptos

Porque no son pillines.

Son corruptos de los de verdad.

Es esta sociedad nuestra de la recomendación, del enchufe, del contacto ese que te cuela en una lista de espera, que te salta el turno, esta sociedad nuestra, decía, la que vive ahora la desconsideración cívica más insultante que hemos padecido en mucho tiempo.

Nosotros no lo ocultamos. Nos complace. Nos encanta favorecer en secreto a los nuestros. Nos enorgullece tener amigos poderosos que hacen trampa por nosotros porque nos hace sentir importantes. Lo sé, lo sé, nos decimos, hice mal; y esa sonrisa de complacencia dice todo lo demás.

Y lo contamos en la cola del pan, como un secreto inconfesable que lubrica nuestra alma inmortal. Un bálsamo sanador.

Ahora es que aparecen en la escena alcaldes, consejeros, directores, militares de alta graduación, con el poder suficiente para hacerlo traer. Orgullosos, tampoco lo ocultan: yo soy el consejero, chavalín. Ya me la hice poner. O ¿qué pensabas?

Esa fortuna oculta que nuestro amigo hurtó al Fisco nos enorgullece a pesar de saber que la habría hecho estafando un poquito. ¡Un tipo listo, este!, nos decimos. Se perdonan esas pillerías, salvo que se trate de un político. Si es un político bramamos contra la corrupción. No es que nos produzca un especial rechazo la corrupción (¿cuál fue la última factura que pedimos sin IVA?), sino que nos producen brutal rechazo los políticos. Este es nuestro juego: un punto de rectitud inquebrantable, otro de cinismo, y una pizca (o dos) de picaresca que en nuestros propios actos juzgamos venial.

Sí, sí, nos dicen, claro que aprobó: iba muy bien recomendado. ¡Qué bueno es tener amigos!, respondemos orgullosos. Porque ahora no estamos pensando en el que se quedó sin plaza para que nuestro pariente la lograse; es un ‘viva la virgen’, lo sabemos, pero es un buen muchacho y se lo merece todo. Aún a costa de los demás.

¡Oh, no te preocupes por eso! A mi hermana ya se la han puesto, ¿no ves que tiene una recomendación? ¡Chico, qué alivio! ¡Qué bueno es tener amigos! No nos aflige.

Alcaldes, consejeros, directores, militares de alta graduación… ni siquiera necesitan encomendarse al amigo. Son poderosos. Lo ordenan para sí y listo. Se la hacen poner. Tienen la ocasión y justificarlo en lo moral no les hace puta falta. Saben de sí mismos que son los que más cerca están del virus, son los que más han trabajado para combatirlo, son los que más riesgo han corrido por sus compatriotas. Se lo merecen con creces por encima del turno que alguien ha marcado sin contar con ellos. Y sonríen complacidos por su propia capacidad para delinquir sabiendo que hacen lo correcto porque, para nosotros, el nuestro es el primero de todos los riesgos que debemos combatir.

¡Qué paradoja! Nos escandalizamos con aquello del triaje ¿lo recuerda? ¡Sí, hombre! Cuando dejábamos morir a los más viejos para salvar la vida de los jóvenes y cedíamos el respirador o la cama de UCI a aquellos que presentaban mayor esperanza de vida. Nos hicimos cruces de todos los credos. Hablamos de nuestros mayores como el patrimonio más preciado de esta civilización y clamamos contra la injusticia de preferir a los que todavía no habían construido nada para nuestro bienestar. Y fíjese, paradoja, que ahora nos ponemos sus vacunas a hurtadillas, porque al anciano al que se la hemos quitado del brazo no lo conocemos (o a lo mejor sí) y no nos parece que su caso sea más urgente que el nuestro.

No, no son pillines. No son tramposos. Son corruptos, delincuentes de la más baja ralea. Los poderosos a los que tanto nos conforta pillar con la vacuna. Y los demás también.

(Sí, sí, sí, verlos en la tele nos pone muchísimo. Casi tanto como escuchar al vicepresidente decir majaderías sobre el exilio de Puigdemont. Como un licor suavísimo nos llena de contento —hubiera dicho Pablo Guerrero, el cantor—, porque nos reafirma; ¡todos son iguales! Y nosotros también, pero eso no nos lo decimos nunca. ¡Muerte al político, al alcalde, al consejero! Lo nuestro es otra cosa.)

Abusones, esperpento del poder. Actores del reparto de la desconsideración cívica más insultante.

Ahora que parecíamos despertar a esa conciencia de lo colectivo porque creíamos trabajar todos contra un enemigo común, nos hemos dado de bruces con lo más grotesco: con nosotros mismos.

Los que queden serán los mejores. Hay más de ocho mil alcaldes y no sé cuántos consejeros y directores y militares de alta graduación, que no se han vacunado los primeros.

Los otros van dimitiendo.

Dan puto asco… Y muchísima pena.

El dibujo es de mi hermana Maripepa

domingo, enero 17, 2021

A dos desastres de añorar el 2021

Iñaki Gabilondo se pira porque está empachado.

¿A quién puede extrañar?

El empacho es generalizado. Solo nos libra de él la Santa Madre Iglesia que, de cuando en cuando, nos da alguna alegría que nos abstrae del caos y nos lleva a la risa.

A tan solo dos desastres de añorar el año 2020, la Iglesia nos recuerda cuál es su papel en el mundo y habla por su boca el obispo de San Sebastián, monseñor Munilla, proceloso mantenedor de la moralidad pública, para denostar la vestimenta de la mujer de hoy (vaqueros rotos, ¡rotos!), evocando los delicados modos de los años 50.

Por eso no pudieron comprarse una pala (como el buen Casado) para quitar nieve de los colegios, y por eso solo un puñado de templos abrieron sus puertas durante las noches gélidas para ofrecer cobijo a quienes carecían de él. Estaba monseñor el 14 de enero enviando un tuit a la feligresía, cuyo visionado recomiendo enfebrecido, del siguiente tenor literal:

“El progresismo es un virus que te permite regresar a las cavernas al mismo tiempo que piensas que estás llegando a la luna”. Y lo adereza con una foto de obligatorio retuit, que muestra y compara los usos y costumbres de la vestimenta femenina, 1950 versus 2020.

El progresismo es el verdadero virus. Otros, sin duda de más relajadas costumbres, están luchando contra el SARS-CoV-2, en prueba de la irrelevancia de los quehaceres del ser humano en estos tiempos convulsos en los que las mujeres visten tejanos rotos por las rodillas.

¿Importan acaso más incidentes como el de Cártama? ¿Tiene relevancia que un hijo de la grandísima puta rocíe con ácido a su ex y a una amiga de esta y las envíe directamente a la UCI, en comparación con la desmesura que el progresismo está causando en nuestras vidas? Monseñor sabe que no.

Otros luchan contra las nevadas. Ahí tienen al indolente Casado afanado con su pala nueva en quitar nieve ante los fotógrafos (palas con un solo uso para reventa en Wallapop), desatendiendo lo fundamental. O a la población en general, gritando contra la subida de la luz en plena ola de frío, como si el verdadero frío no estuviera ya asido sin remedio a las almas de los cristianos a la espera de que las llamas eternas del infierno lo mitiguen.

Ahí tienen a Martínez Almeida, que por proteger a los madrileños de la progresía que nos invade, ha pasado una factura al Gobierno de 1.398 millones de euros (más de lo que se invirtió en mitigar los daños del terremoto de Lorca de 2011 —13 muertos y 300 heridos, 431 millones—, la gota fría del año pasado en Levante —63.000 siniestros, 20 millones—, o la borrasca Golria —12.223 siniestros, 97 millones—, ¡juntos! ) por consentir que la nevada les pillara de improviso. Desolado el alcalde porque el municipio dejó de ingresar más 1,8 millones del estacionamiento regulado (por lo que se ve no había nadie aparcando por ahí) y otros 45,8 por las pistas deportivas que los madrileños no han alquilado o las tarifas de los gimnasios a los que no han acudido. ¡Grande, Martínez Almeida, grande (en lo moral)!

Un monseñor en sus cosas

Tercera ola de contagios por la covid en España: cientos de poblaciones confinadas, 53.114 muertos en el momento de escribir estas líneas. Catástrofe climática en el país: miles de individuos paralizados por la imprevisión de las autoridades que no supieron comprender que iba a nevar de cojones de acuerdo con las previsiones (certerísimas) de la Agencia Estatal de Meteorología. Subida del coste de la energía (gas y electricidad) en plena incidencia del peor temporal que se recuerda, que el Gobierno de la nación no sabe, no puede o no quiere atajar obligando a las compañías, como coño sea, a mantener precios asumibles para los consumidores. Un tipo rociando de ácido a dos chavalas en Málaga. Y lo más acuciante de todo, lo más grave, aquello que debe encoger nuestras débiles conciencias progresistas: chicas luciendo tejanos harapientos y no cuidados vestidos a media pierna en aquellos tejidos vaporosos que tanto resaltaban nuestra feminidad. Este es el virus verdadero, ¿a que sí, monseñor?

Iñaki, contigo: esto mueve a hartazgo. Empacha.

El dibujo es de mi hermana Maripepa.

domingo, enero 10, 2021

Hasta mi compañero

Lo bueno que tenemos los españoles de aquí, de España, es que vivimos la vida como si nada de lo que sucede en ella fuera realmente con nosotros.

La pandemia esta de la covid-19 (no puedo olvidar el aserto de la presidenta madrileña que ya dejó claro que era una cosa de covi-diciembre-19, esto es, no puedo olvidar lo atrevida que es la ignorancia), la pandemia, decía, nos ha dejado buena prueba de ello. No iba con nosotros. Era mucho más importante salvar el turismo, salir este sábado por la noche o celebrar como Dios manda la Nochevieja, porque la verdad es que a nosotros, quiero decir a usted y a mí, no nos va a pasar nada.

Luego resulta que sí pasa y que hay que confinar el mundo, pero como usted y yo todavía no estamos contagiados, nos sigue pareciendo que nuestras prioridades continúan teniendo más valor, más importancia, que las prioridades de la colectividad. Así que seguimos con nuestros fiestones, seguimos con nuestras reuniones de amigos o escamoteándonos del aforo de bares y comercios y seguimos contagiando. Cerremos el mundo.

Fiestón

Bueno, pues ahora va y nieva. Los larguísimos programas de meteorología que se emiten por todas las cadenas lo venían advirtiendo desde octubre o así. Lo habían anunciado por activa, por pasiva y por perifrástica. Habían contado pormenor a pormenor las zonas de más riesgo con el detalle de cada metro cuadrado de superficie del país y hora de cada uno de los días en los que el fenómeno Filomena estaría entre nosotros.

Pero ¿he escrito nosotros? ¡Error! Debí escribir ‘ellos’. Una vez más, la cosa no iba con nosotros. El asunto se refería a otros. Eran otros los que no debían coger el coche, los que tenían que tomar precauciones, los que no tendrían que salir a la calle. ¿Yo? ¿El más experto conductor de la Meseta? ¿El más refinado geoestratega de las dos castillas y parte de Andalucía? ¡Cómo darme yo por aludido por las señales de alerta que lanzan por tierra, mar y aire siendo yo, como así es, tan avezado observador de la realidad y medidor de los riesgos que afectan al mundo?

Esta tampoco iba con nosotros, así que nos lanzamos en tropel a carreteras, vías urbanas e interurbanas, autopistas y caminos vecinales. Nosotros nos sabíamos capaces de sortear cualquier situación de peligro llegado el caso. Y ¿qué? Pues el colapso. Todos los expertísimos conductores que se quedaron atrapados el viernes en Madrid hasta que el alcalde pidió el auxilio del ejército a las dos de la madrugada del sábado sintieron de repente que, a lo mejor, la cosa sí iba con ellos, pero desecharon inmediatamente el sentimiento de culpa: Almeida, Ábalos, Sánchez, debieron haber puesto los medios necesarios. No, la cosa, efectivamente, no hubiera ido con ellos si las autoridades hubieran hecho correctamente su trabajo. Usted y yo teníamos razón.

Y aún hay más. Sociólogos, politólogos, observadores, ciudadanos de toda condición (o casi toda) vienen advirtiendo desde hace mucho rato de los peligros que comporta la ultraderecha una vez que alcanza el control de las instituciones. Iba a escribir la ultraderecha populista, pero he juzgado innecesario el epíteto pues no se conoce que haya de otra. Nos parecía una broma que Johnson, Bolsonaro , Trump, Salvini, u Orbán, estuvieran gobernando o intentándolo porque, de una parte, todo esto pasaba muy lejos y, de otra, no sería —pensábamos— tan fiero el león como lo pintan.

Y ahí tienen al presidente de la democracia más avanzada del mundo (¿?), alentando a sus seguidores a tomar el Capitolio y… ¡consiguiendo que lo tomen!

Resulta que la democracia más avanzada del mundo (¿?) concentra en el presidente del país un poder omnímodo y que con todo él, puede hacer lo que le salga de los cojones. Cosas tan espantosas como impedir que la Guardia Nacional reprima una revuelta de esas características en el tiempo que es prudente que lo haga para que aquello no se parezca a un golpe de estado. Puede provocar esa revuelta e impedir que se sofoque. Puede jugar con las instituciones como si fueran su tablero de Risk.

¿Por qué? Porque las instituciones no están diseñadas para defenderse de sí mismas. Porque nadie hizo la previsión de que un descerebrado las llegara a gobernar y, por eso, no se dotaron de mecanismos eficientes para evitar ser destruidas desde dentro.

Por eso, seguramente, nuestro lanzador olímpico de huesos de aceituna compara estos acontecimientos con las cosas que suceden en España, como para demostrar que quienes no tenemos cerebro somos nosotros, que las manifestaciones pacíficas y sin armas convocadas por la izquierda española tienen el mismo cariz que los asaltos cruentos y armados al Capitolio convocados por un imbécil que llegó a ser presidente y que esto, claro está, no va con ellos.

No, esto tampoco va, ni con usted, ni conmigo. Esto no puede pasar en España. Y por eso, volveremos a votar a Vox, porque como sabemos que de todas formas no va a gobernar, nos da como gustito escuchar las atrocidades que sueltan, con ocasión y sin ella, en desprestigio de nuestras instituciones. Luego a lo mejor va y gobiernan… pero no nos pasará a nosotros.

No es cosa ni de usted ni mía. La jugada no es nuestra. Yo me doy mus, hasta mi compañero.

Los dibujos de portada y del interior son de mi hermana Maripepa. Hoy nos ha hecho dos.

domingo, enero 03, 2021

La pócima

El Mal ya tiene el control de cientos de mentes en nuestro país y en toda Europa.

Aunque las identidades son públicas, me abstendré de ofrecer más datos de los imprescindibles para esta información fidedigna, a fin de evitar las fatales consecuencias que podría acarrear la localización precisa de personas que representan un claro peligro para la humanidad toda y de las que, suponemos, las autoridades hacen un seguimiento exhaustivo.

Así, tenemos por cierto que nada más inocularle la pócima hechicera, “A”, de 96 años, poderosa activista, declaró en Guadalajara con los ojos inyectados en sangre “tenemos que conseguir que el virus se vaya”. ¿Ven? Sabíamos que sería peligroso. Lo gritamos a los cuatro vientos, pero nada. Instantes después, “M.”, auxiliar de enfermería, espetó “Tenemos que dar ejemplo porque es la única manera que existe de superar esto”.

¿A qué se referían? El poderoso control de las fuerzas ocultas ¿habría hecho ya efecto en sus mentes? El chip ID2020 creado por el magnate de la tecnología ¿estaría emitiendo ya señales desde su interior para dominar el mundo?

No quedó ahí. Pocas horas después, “A.L.” en Palencia, a sus 88 años, desvelaba estar “muy contento por haber sido elegido el primero”. Él ya sabía que el anticristo corría por sus venas y que había sido llamado para anunciar el fin del mundo. El primero en todo Castilla y León. El primero.

“J.A.”, en Zaragoza había dicho minutos antes solo una palabra: “Esperanza”. “Esperanza”. ¿Qué augurio de fatalidad encerraría esa palabra oscura? “Esperanza”. Aterrador.

No puedo evitar la referencia a “J.P.”, la mujer de 89 años que desde Barcelona confundía a la población con el pícaro llamamiento en sus palabras, “no preocuparse tanto”. ¡Ja! Serás tú la que no tenga que preocuparse; tú, inyectada ya de icor del mal. Tú, “J.P.”. No nos confundes con tu avanzada edad: sabemos que el maligno ha entrado en ti. Sabemos lo que quieres.

La misma muerte, vacuna en ristre

Ancianos y ancianas, sanitarios y sanitarias, recorren ya Europa, acaso el mundo, con la voluntad cegada, presas del encantamiento producido por la sanie fatal.

Es la vacuna.

Y nos lo habían advertido: ¡cuidado!

El Mal ya tiene el control de cientos de mentes alrededor del mundo. Lo advirtieron sin cejar en el empeño los evangelistas por el orbe de la tierra, no sé si los episcopalianos, el mismísimo Jair Bolsonaro, el excelentísimo señor rector magnífico (¡pero magnífico!) de la Universidad Católica de Murcia, que erró en su predicción de que las tinieblas no podrían triunfar sobre la Luz… Han vencido. Han vencido. Las tinieblas vencen, la Luz se apaga.

Vea el espectáculo de nuestras viviendas de mayores, de nuestros campos de petanca, de nuestras obras públicas, preñadas de abuelas y abuelos, andador en ristre, absortos en la tarea suprema de la destrucción del mundo. Vea a nuestras sanitarias y sanitarios clavando con saña sus jeringuillas en los cuerpos adocenados de quienes buscan con inocencia la tramposa Verdad: ¡toma! ¡Toma! ¡Toma! ¡Toma néctar de los infiernos! ¡Púdrete, mujer pro-vacuna! ¡Prueba de tu propia medicina, abducida por Bill Gates y el mismísimo Soros! “¡Pero qué se han creído, esclavos y servidores de Satanás!” (El rector magnífico dixit).

Apenas son las nueve y cinco de un domingo fatídico. Un maldito 3 de enero que los libros de Historia no podrán olvidar nunca. Los Reyes Magos de Carmena parecerán una broma en comparación con estos que ya se encaminan desde el lejanísimo Oriente con decenas de millones de dosis de muerte en sarcófagos a 73 grados bajo cero.

Adiós, querida libertad, adiós propósitos de año nuevo, adiós “relaxing cup of café con leche in plaza Mayor”. Hola, príncipes del Mal, Anticristo, malévolos chips del control humano.

Nueva normalidad ¡oh, yo te imploro!: líbranos de las necedades de los hombres, que está la cosa muy malita.

El dibujo es de mi hermana Maripepa.