domingo, enero 24, 2021

Corruptos

Porque no son pillines.

Son corruptos de los de verdad.

Es esta sociedad nuestra de la recomendación, del enchufe, del contacto ese que te cuela en una lista de espera, que te salta el turno, esta sociedad nuestra, decía, la que vive ahora la desconsideración cívica más insultante que hemos padecido en mucho tiempo.

Nosotros no lo ocultamos. Nos complace. Nos encanta favorecer en secreto a los nuestros. Nos enorgullece tener amigos poderosos que hacen trampa por nosotros porque nos hace sentir importantes. Lo sé, lo sé, nos decimos, hice mal; y esa sonrisa de complacencia dice todo lo demás.

Y lo contamos en la cola del pan, como un secreto inconfesable que lubrica nuestra alma inmortal. Un bálsamo sanador.

Ahora es que aparecen en la escena alcaldes, consejeros, directores, militares de alta graduación, con el poder suficiente para hacerlo traer. Orgullosos, tampoco lo ocultan: yo soy el consejero, chavalín. Ya me la hice poner. O ¿qué pensabas?

Esa fortuna oculta que nuestro amigo hurtó al Fisco nos enorgullece a pesar de saber que la habría hecho estafando un poquito. ¡Un tipo listo, este!, nos decimos. Se perdonan esas pillerías, salvo que se trate de un político. Si es un político bramamos contra la corrupción. No es que nos produzca un especial rechazo la corrupción (¿cuál fue la última factura que pedimos sin IVA?), sino que nos producen brutal rechazo los políticos. Este es nuestro juego: un punto de rectitud inquebrantable, otro de cinismo, y una pizca (o dos) de picaresca que en nuestros propios actos juzgamos venial.

Sí, sí, nos dicen, claro que aprobó: iba muy bien recomendado. ¡Qué bueno es tener amigos!, respondemos orgullosos. Porque ahora no estamos pensando en el que se quedó sin plaza para que nuestro pariente la lograse; es un ‘viva la virgen’, lo sabemos, pero es un buen muchacho y se lo merece todo. Aún a costa de los demás.

¡Oh, no te preocupes por eso! A mi hermana ya se la han puesto, ¿no ves que tiene una recomendación? ¡Chico, qué alivio! ¡Qué bueno es tener amigos! No nos aflige.

Alcaldes, consejeros, directores, militares de alta graduación… ni siquiera necesitan encomendarse al amigo. Son poderosos. Lo ordenan para sí y listo. Se la hacen poner. Tienen la ocasión y justificarlo en lo moral no les hace puta falta. Saben de sí mismos que son los que más cerca están del virus, son los que más han trabajado para combatirlo, son los que más riesgo han corrido por sus compatriotas. Se lo merecen con creces por encima del turno que alguien ha marcado sin contar con ellos. Y sonríen complacidos por su propia capacidad para delinquir sabiendo que hacen lo correcto porque, para nosotros, el nuestro es el primero de todos los riesgos que debemos combatir.

¡Qué paradoja! Nos escandalizamos con aquello del triaje ¿lo recuerda? ¡Sí, hombre! Cuando dejábamos morir a los más viejos para salvar la vida de los jóvenes y cedíamos el respirador o la cama de UCI a aquellos que presentaban mayor esperanza de vida. Nos hicimos cruces de todos los credos. Hablamos de nuestros mayores como el patrimonio más preciado de esta civilización y clamamos contra la injusticia de preferir a los que todavía no habían construido nada para nuestro bienestar. Y fíjese, paradoja, que ahora nos ponemos sus vacunas a hurtadillas, porque al anciano al que se la hemos quitado del brazo no lo conocemos (o a lo mejor sí) y no nos parece que su caso sea más urgente que el nuestro.

No, no son pillines. No son tramposos. Son corruptos, delincuentes de la más baja ralea. Los poderosos a los que tanto nos conforta pillar con la vacuna. Y los demás también.

(Sí, sí, sí, verlos en la tele nos pone muchísimo. Casi tanto como escuchar al vicepresidente decir majaderías sobre el exilio de Puigdemont. Como un licor suavísimo nos llena de contento —hubiera dicho Pablo Guerrero, el cantor—, porque nos reafirma; ¡todos son iguales! Y nosotros también, pero eso no nos lo decimos nunca. ¡Muerte al político, al alcalde, al consejero! Lo nuestro es otra cosa.)

Abusones, esperpento del poder. Actores del reparto de la desconsideración cívica más insultante.

Ahora que parecíamos despertar a esa conciencia de lo colectivo porque creíamos trabajar todos contra un enemigo común, nos hemos dado de bruces con lo más grotesco: con nosotros mismos.

Los que queden serán los mejores. Hay más de ocho mil alcaldes y no sé cuántos consejeros y directores y militares de alta graduación, que no se han vacunado los primeros.

Los otros van dimitiendo.

Dan puto asco… Y muchísima pena.

El dibujo es de mi hermana Maripepa

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