domingo, enero 10, 2021

Hasta mi compañero

Lo bueno que tenemos los españoles de aquí, de España, es que vivimos la vida como si nada de lo que sucede en ella fuera realmente con nosotros.

La pandemia esta de la covid-19 (no puedo olvidar el aserto de la presidenta madrileña que ya dejó claro que era una cosa de covi-diciembre-19, esto es, no puedo olvidar lo atrevida que es la ignorancia), la pandemia, decía, nos ha dejado buena prueba de ello. No iba con nosotros. Era mucho más importante salvar el turismo, salir este sábado por la noche o celebrar como Dios manda la Nochevieja, porque la verdad es que a nosotros, quiero decir a usted y a mí, no nos va a pasar nada.

Luego resulta que sí pasa y que hay que confinar el mundo, pero como usted y yo todavía no estamos contagiados, nos sigue pareciendo que nuestras prioridades continúan teniendo más valor, más importancia, que las prioridades de la colectividad. Así que seguimos con nuestros fiestones, seguimos con nuestras reuniones de amigos o escamoteándonos del aforo de bares y comercios y seguimos contagiando. Cerremos el mundo.

Fiestón

Bueno, pues ahora va y nieva. Los larguísimos programas de meteorología que se emiten por todas las cadenas lo venían advirtiendo desde octubre o así. Lo habían anunciado por activa, por pasiva y por perifrástica. Habían contado pormenor a pormenor las zonas de más riesgo con el detalle de cada metro cuadrado de superficie del país y hora de cada uno de los días en los que el fenómeno Filomena estaría entre nosotros.

Pero ¿he escrito nosotros? ¡Error! Debí escribir ‘ellos’. Una vez más, la cosa no iba con nosotros. El asunto se refería a otros. Eran otros los que no debían coger el coche, los que tenían que tomar precauciones, los que no tendrían que salir a la calle. ¿Yo? ¿El más experto conductor de la Meseta? ¿El más refinado geoestratega de las dos castillas y parte de Andalucía? ¡Cómo darme yo por aludido por las señales de alerta que lanzan por tierra, mar y aire siendo yo, como así es, tan avezado observador de la realidad y medidor de los riesgos que afectan al mundo?

Esta tampoco iba con nosotros, así que nos lanzamos en tropel a carreteras, vías urbanas e interurbanas, autopistas y caminos vecinales. Nosotros nos sabíamos capaces de sortear cualquier situación de peligro llegado el caso. Y ¿qué? Pues el colapso. Todos los expertísimos conductores que se quedaron atrapados el viernes en Madrid hasta que el alcalde pidió el auxilio del ejército a las dos de la madrugada del sábado sintieron de repente que, a lo mejor, la cosa sí iba con ellos, pero desecharon inmediatamente el sentimiento de culpa: Almeida, Ábalos, Sánchez, debieron haber puesto los medios necesarios. No, la cosa, efectivamente, no hubiera ido con ellos si las autoridades hubieran hecho correctamente su trabajo. Usted y yo teníamos razón.

Y aún hay más. Sociólogos, politólogos, observadores, ciudadanos de toda condición (o casi toda) vienen advirtiendo desde hace mucho rato de los peligros que comporta la ultraderecha una vez que alcanza el control de las instituciones. Iba a escribir la ultraderecha populista, pero he juzgado innecesario el epíteto pues no se conoce que haya de otra. Nos parecía una broma que Johnson, Bolsonaro , Trump, Salvini, u Orbán, estuvieran gobernando o intentándolo porque, de una parte, todo esto pasaba muy lejos y, de otra, no sería —pensábamos— tan fiero el león como lo pintan.

Y ahí tienen al presidente de la democracia más avanzada del mundo (¿?), alentando a sus seguidores a tomar el Capitolio y… ¡consiguiendo que lo tomen!

Resulta que la democracia más avanzada del mundo (¿?) concentra en el presidente del país un poder omnímodo y que con todo él, puede hacer lo que le salga de los cojones. Cosas tan espantosas como impedir que la Guardia Nacional reprima una revuelta de esas características en el tiempo que es prudente que lo haga para que aquello no se parezca a un golpe de estado. Puede provocar esa revuelta e impedir que se sofoque. Puede jugar con las instituciones como si fueran su tablero de Risk.

¿Por qué? Porque las instituciones no están diseñadas para defenderse de sí mismas. Porque nadie hizo la previsión de que un descerebrado las llegara a gobernar y, por eso, no se dotaron de mecanismos eficientes para evitar ser destruidas desde dentro.

Por eso, seguramente, nuestro lanzador olímpico de huesos de aceituna compara estos acontecimientos con las cosas que suceden en España, como para demostrar que quienes no tenemos cerebro somos nosotros, que las manifestaciones pacíficas y sin armas convocadas por la izquierda española tienen el mismo cariz que los asaltos cruentos y armados al Capitolio convocados por un imbécil que llegó a ser presidente y que esto, claro está, no va con ellos.

No, esto tampoco va, ni con usted, ni conmigo. Esto no puede pasar en España. Y por eso, volveremos a votar a Vox, porque como sabemos que de todas formas no va a gobernar, nos da como gustito escuchar las atrocidades que sueltan, con ocasión y sin ella, en desprestigio de nuestras instituciones. Luego a lo mejor va y gobiernan… pero no nos pasará a nosotros.

No es cosa ni de usted ni mía. La jugada no es nuestra. Yo me doy mus, hasta mi compañero.

Los dibujos de portada y del interior son de mi hermana Maripepa. Hoy nos ha hecho dos.

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