domingo, diciembre 27, 2020

84 palabras

87, según se cuenten.

Una alusión velada a que, si hubiera por ahí uno que fuera un corrupto (que bien podría ser su propio padre) sería una afrenta insoportable para su reinado.

Me descojono. Habla de su reinado como si estuviéramos en el siglo XVIII, cuando Felipe V le ganó la guerra al archiduque Carlos e instauró en España la dinastía borbónica. Y habla de sus viajes con la reina (se le olvida contar que iba en un Mercedes de medio millón de pavos) y del dolor que ha visto, como si sus lacayos hubieran porteado un cofre con monedas de oro para paliar el hambre de su pueblo. Mi pueblo (está elíptico) sufre; y eso provoca el regio sufrimiento de nuestra majestad. Qué cosas hay que escuchar a los reyes. Yo me dormí algún ratito.

Felipe VI ya no sirve, o es la Corona la que no sirve ya. Vivía con su padre mientras este se tiraba a todo lo que se movía, se iba a cazar elefantes por ahí y mandaba contar los billetes de cien en la Zarzuela con máquinas de contar billetes de cien. El entonces príncipe de Asturias, ya  figuraba como beneficiario de pútridas de sociedades secretas en paraísos fiscales. Ya obtenía fondos poco confesables para sus viajes privados. Un rey que nació muerto para la dignidad de la patria. Inútil para una función que, a la vista está, no hace falta ninguna.

Y no. No es que el amor a su padre esté por encima del amor a la patria, ni que el espíritu renovador de su reinado (qué cojones habrá querido decir con eso) le impida convivir con tal cúmulo de fechorías a sus espaldas. Es que un rey no puede reinar con su padre el rey en la cárcel. Es así de rápido.

No es que piense que, en efecto, no todos son iguales ante la ley, porque él no lo es y lo sabe, ni su padre lo fue, y también lo sabe. Es que recibió como legado el premio envenenado de una corona podrida de dinero sucio, de caspa, de piojos, que apestaba a Chanel rancio del número 5 pagado por un país que andaba quitándose el hambre a hostias.

Hablando de sus cosas

Las palabras de ánimo del rey, esto de hemos visto vuestro sufrimiento, pero el rey ama a su pueblo y os llama al esfuerzo colectivo para levantar España, no valen para nada. Valen para reírse del rey. El discurso del rey está hueco porque las coronas no sirven para nada. El rey no va a impulsar ningún tipo de medida económica, ni social (a lo mejor la reina sigue haciendo su papel en la mesas petitorias de la Cruz Roja, eso sí). El rey ni siguiera tiene huevos para ordenar que se deje de insultar al Gobierno legítimo de España, tratándolo de proetarra. No puede decirle a Pablo Casado que deje de masturbar a las instituciones bloqueando su renovación con la mano izquierda mientras jura la constitución con la derecha en la Biblia.

El rey no es símbolo de unidad ni permanencia alguna, por más que haya insultado gravemente a una parte importante de los catalanes, no arbitra, no modera el funcionamiento regular de las instituciones, ignora cuáles son las naciones de su comunidad histórica ante las que está llamado a ejercer la más alta representación del Estado, y las funciones que le atribuyen expresamente la Constitución y las leyes son pocas o ninguna, salvo que queramos significar como relevante el arduo trabajo de recibir el despacho los embajadores cuando toman posesión.

Pero más allá del debate de república o monarquía (un referéndum que mis ojos no verán), más allá del absurdo de sostener que el tataratataranieto de un señor que le ganó una guerra a otro y se quedó con España virtud al Tratado de Utrecht en 1713, es el legítimo jefe de este Estado; más allá de la lógica de la Historia (de la de verdad, digo, no de esta que nos han contado), está el sentido común de una institución que viene estando en el punto de mira de la prensa internacional desde hace décadas y que ahora salta por los aires por la irresponsabilidad de un monarca que debió ser democrático y actuó como el rey absoluto que siempre se supo desde que Francisco Franco le regalase el trono.

Felipe VI está amortizado desde la Nochebuena en la que, con 84 palabras, 87 según otros medios, saltara de puntillas sobre la crisis institucional más severa que ha vivido este país desde la Guerra Civil.

La princesa de Asturias es una niña.

La reina consorte está de mesas petitorias.

El advenimiento de la III República Española es inabordable (que ya se ocupó el rey viejo de bañarla con un recio blindaje en la Constitución del 78).

Así que el rey está desnudo y no tiene quién lo vista.

El dibujo es de mi hermana Maripepa

domingo, diciembre 20, 2020

Vivir con dignidad, morir con dignidad

 

No habría sanidad universal

No habría educación pública, obligatoria y gratuita

No habría divorcio

No habría aborto

No habría reconocimiento estatal de la dependencia

No se perseguiría la violencia de género como el delito abominable que en realidad es

No habría derecho a la memoria: usted no podría reclamar la dignidad de sus muertos aún en las cunetas de la dictadura

No habría matrimonio igualitario

No habría derecho a la transexualidad

La asignatura de Religión seguiría siendo obligatoria y el año que viene seguiría puntuando en los resultados de los chicos y las chicas, igual que hoy

Los restos mortales del dictador más mortífero seguirían custodiados por un puñado de frailes pagados por el Gobierno en el Valle de los Caídos por Dios y por España

No habría un salario mínimo intentando acercarse a la dignidad

No habría ingreso mínimo vital

No existiría nuestro próximo a estrenar derecho a la muerte digna.

¿A quién jode?

¿Enarbolando qué bandera?

La diputada Méndez Monasterio, charlando animadamente

¿En qué piensa la diputada Méndez Monasterio cuando brama que se va a instaurar una ‘industria de la muerte’? ¿Acaso está pensando en que las clínicas de sus amigos cobren por ello? ¿Por qué absurda razón lamenta que se vaya a instaurar la eutanasia ‘cuando el mundo va a celebrar el nacimiento de Jesús’? ¿Qué sucede en la cabeza de la diputada Méndez que no reconoce más mundo que este del cristianismo al que pertenece? ¿Nadie le recordará a esta buena mujer que está en la tribuna de oradores del Congreso y no de pastorcilla en un belén viviente? ¿Le habría parecido oportuna la Ley más cerca de Semana Santa?

¿Qué les ocurre a estos prohombres, a estas promujeres de la derecha, que cuando hablan de libertades se refieren solo a las que necesitan ellos para seguir disfrutando de sus privilegios, habitualmente en contra de la libertad de los demás? ¿No está usted ya hasta los cojones de ese discurso imbécil?

¿Cómo se digiere intelectualmente que sean los que acarician complacidos con un guiño de complicidad el genocidio de 26 millones de españolas, españoles y españolitos pequeños de ambos sexos, los que lloran mirando al cielo de los justos porque solo a uno, uno a uno, se le conceda el derecho a evitar el sufrimiento inevitable de una vida de mierda?

Por plantear la cuestión de una forma más directa, ¿está usted a favor de la pena de muerte y en contra de la eutanasia? ¿Es usted tonto o qué le pasa?

¿No le mola más hablar de conquistas que de reconquistas?

Vamos a ‘hablar y dejar hablao’ como se dice en esta tierra mía de adopción: son derechos inalienables de las personas que tu marido no te hostie, no tener que soportarlo/la eternamente, que te curen las enfermedades,  que haya leche en tu nevera, que puedas enterrar a tus muertos, que puedas amar y compartir tu vida con quien te salga de las narices, ir al colegio como todos los demás, que te cuiden cuando no puedas cuidar de ti mismo, parir solo si quieres parir, follar solo si quieres follar, y morir cuando quieras dejar de vivir. ¿Estamos de acuerdo? ¿Imagina una sociedad en que todo ello no estuviera garantizado por el Estado? ¿Pelearía por ella?

La conquista de derechos individuales es el camino de la libertad cuando se conquistan para todos. No tiene principio ni fin, pero sí tiene color.

¿Insiste en pensar que es igual la izquierda que la derecha?

Yo diría que no.

El dibujo es de mi hermana Maripepa.

domingo, diciembre 13, 2020

Hablar por hablar

—He leído en El Mundo que la Ayuso se arregla el pelo ella sola. Y eso que su marido es peluquero.

—Qué sencilla.

—Sí. Y que tiene un fondo de armario que para qué.

—Ganará bien. Y como sale tanto en la tele…

—Los políticos ya se sabe.

—¡Toma! Y las políticas.

—Pues como lo de Trump.

—¿Qué le pasa a Trump?

—Que está de albañiles en su mansión de Palm Beach. Con los baños, ya sabes.

—O sea que ya le han dicho que se muda.

—Parece, sí.

—Pero este era rico ya de antes, ¿no?

—Parece, sí. Tiene una tower.

—Pues bien ganado que se lo tendría el hombre.

—Se dicen cosas… no creas.

—¿Malas?

—Como que tiene unos asuntillos judiciales que le van a joder un poco la vida cuando salga de la Casa Blanca.

—Pobre. Y la Melania, que le va a dar puerta en cuanto ya no mande.

—Sí. Es como que les da mala suerte salir de los sitios. Mira al emérito, con lo campechano que era.

—Chiquilla, ¡lo que me gustaba a mí ese hombre! ¡Y tan campechano!

—Pues que estaba forradísimo a la chita callando.

—Es que no es un hombre como los demás.

Diálogo entre ventanas

—Pues claro que no. Este era altísimo.

—Y en todos los sentidos.

—Majestad serenísima, no te digo más.

—¿Serenísima?

—¡Como lo oyes!

—¡Qué hombretón!

—Y lo rico que se hizo, Dios sabe cómo. 

—Y luego las mujeres.

—¡Princesas!

—¡Y todo!

—Chica, qué clase. Pero oye, que es salir de su casa y se le complica la vida una cosa malísima.

—Porque los comunistas le quieren mal.

—Bueno y los de Hacienda.

—¿También?

—También. Ahora que quieren que pague impuestos como los demás.

—¿Como qué ‘demás’?

—Pues hija, como tú, como yo.

—¡Ah no! Eso sí que no. El rey no es como los demás.

—¿Verdad?

—¡Y tanto! Hasta la Ayuso lo ha dicho, con ese peinado suyo particular.

—Pero es tan mona.

—Para mí que ha engordado.

—Los cargos, hija mía, los cargos.

—Resultona.

—Sí. Y que habla como los ángeles del cielo.

—Mucha cosa no dice.

—Pero quiere a los madrileños y lucha por su libertad.

—Porque los madrileños… ¿es que no eran ya libres?

—Muy poco. Muy poco libres.

—¡Pobres!

—Sí.

—Esto es que es como una dictadura.

—Ya te digo. Bolivariana.

—¿Y eso qué es lo que es?

—Pues de Bolívar.

—¿El libertador?

—Ese.

—¡Se han hecho un lío!

—Y yo.  Pero te advierto que son todos iguales. Unos picaflores.

—El emérito, sí. ¿Bolívar también?

—Ese ni idea, pero ahí tienes a Galdós.

—¿El de los billetes de mil?

—Ese. Mucho celebrar el año, el año, y ahí le tienes diciéndole a la Pardo Bazán que estaba deseando comerle los pechos.

—¿Eso le decía?

—Cartas y cartas que le mandaba ¡mientras escribía Los episodios nacionales! Y ella bien casada que estaba.

—¡Qué zorrón! ¡Ya veo quién andaba por ‘Los pazos de Ulloa’!

—Será por el de Meirás.

—¿Pero ese no era de Franco?

—Eso es lo que hubieran querido los nietos. Pero ya se largan. Le dicen a eso expoliar.

—Y ¿nos dejábamos expoliar?

—¡Pues claro!

—¡Qué gracioso! Y vaya con don Benito. ¡Hombres! Y si no lo de Simón.

—¿Bolívar?

—El otro.

—¿El de la tele? Ese sí que necesita un peluquero en casa.

—¡Vamos! Que me tiene a España en la cola de Europa.

—Mujer, ya no.

—¡Qué sí! ¡Que teníamos que estar copiando a los alemanes!

—Que no…

—¡Hombre que no! Los más contagiosos que somos.

—Que no… que ahora va al revés.

—¿Ah sí?

—Sí.

—¿Vamos los primeros?

—Los primeritos: los menos contagiosos.

—Y entonces ¿Alemania?

—Los últimos.

—¡Qué vueltas da la vida!

—¡Y que lo digas!

—Pues eso no lo he oído.

—Se dice menos.

—¿No estamos contentos?

—Se ve que no tanto.

—Pues eso es muy feo.

—Pues si quieres fusilamos a 26 millones de hijos de puta.

—Mari, ¡que lengua!

—No lo he dicho yo, lo dice un general.

—Debe ser uno muy bruto.

—Un general muy bruto, sí.

—Por Dios, por Dios, que no lo oigan los niños.

—¡… Ni los mayores!

El dibujo es de mi hermana Maripepa

domingo, diciembre 06, 2020

Nuestra gente

Qué delicada armonía desprende Macarena Olona cuando cita a los setenta u ochenta hijos de puta que quieren fusilarnos a 26 millones de españoles. “Es incierto –ha dicho– que se trate de un manifiesto. Sí es una manifestación en favor de la unidad de España y, como tal, por supuesto que es nuestra gente”.

Conmueve.

Me permito la licencia de nombrarlos como una cuadrilla de hijos de puta, únicamente, haciendo uso de mi legítimo derecho a tratarlos como a mí me tratan porque, no me cabe duda alguna, yo soy uno de esos veintiséis millones que creen (seguro de buena fe) que tenemos que estar muertos.

Y no es que me moleste.

Produce cierto desasosiego, esto sí, pensar que un atajo de salvapatrias a los que no conozco de nada me quieran ver muerto.

En serio, no me molesta.

El cañón de una ametralladora

Si acaso hará que camine mirando con disimulo hacia los lados, con ese punto de desconfianza que da tratar de adivinar del gabán de qué emboscado emergerá el cañón de una ametralladora. O sea que no es molestarme. Solo me inquieta.

Todo lo demás lo doy por amortizado. Ya sabíamos que la inmensa mayoría de los soldados que consiguieron sus primeros galones durante la dictadura y alcanzaron el generalato entrada ya la democracia, no eran precisamente avanzados espíritus libres, ni defensores del sufragio universal, la igualdad de oportunidades o las conquistas sociales (amigos de conquistas sí, pero de otras). De hecho, sospechábamos que no. Que no, vamos, que no. Amortizado, ya digo. La democratización de los cuarteles (si llegó) debió tardar un rato bastante largo en llegar. Amortizado.

Sabíamos también que hay gente muy bruta, que sueña con matar malos todo el tiempo. Y que hay personas que se ponen cachondísimas con las cosas de la unidad de España y las banderas y los crucifijos. Claro que sí. Y, condescendientemente, nos referíamos a ellos como ‘los nostálgicos’, en lugar de como los hijos de puta que nos quieren ver muertos.

Así que ya no más.

Ya no más, porque lo que no sabíamos es que era ‘nuestra gente’.

Ya no más.

Porque esto no es fruto de la fatiga pandémica, ni consecuencia de la vergüenza ajena que da ver a Isabel Díaz Ayuso inaugurando un hospital sin hospital por dentro. No, no se trata de un ‘brote aislado’ de fanatismo patrio, ni del resultado de haber tenido cuatro años en la tele a Donald Trump.

Lo que pasa es mucho más profundo; late en las entrañas mismas de la patria: de nada sirvieron las denigrantes concesiones que se hicieron al poder que desalojaba entonces los sillones del Estado para comprar una transición pacífica. No sirvió de nada traicionar la memoria de los muertos, blindar al ejército y al rey, hacer como que olvidábamos la barbarie de los vencedores institucionalizando un perdón que nadie les sugirió siquiera que tenían que pedir. Su odio permanece. Y ahora, cuando asoma con la peor de sus caras, nos hacen notar sin pudor que está incrustado en quienes heredaron y exhiben aquella forma macabra de entender el poder que creímos del pasado.

No es casual, no es circunstancial. Es endémico, está en el ADN de los espinosas de los monteros, de las olonas, de los abascales y las monasterios. Por favor, escuche con atención (si logra llegar al final) la arenga de su jefe de filas enardeciendo el chat de estos exmilitares genocidas, protogolpistas. Es la tercera fuerza política del Estado y va creciendo en intenciones. No es ninguna broma.

Usted, yo y otros veintiséis millones más, debemos ser aniquilados para calmar la sed de patria y orden de un grupo de degenerados. Aquel orden de mierda con el que creímos haber acabado, para poder salir a la calle sin mirar hacia los lados tratando de adivinar del gabán de qué emboscado emergerá el cañón de una ametralladora.

En serio, ya no más.

Son genocidas: no es para hacer bromas.

El dibujo es de mi hermana Maripepa.

domingo, noviembre 29, 2020

Las lágrimas de Irene

Estamos dispuestos a celebrarlo todo. Y lo celebramos.

Nada que objetar, por otra parte, porque todo lo que suene a fiesta (nacional o extranjera) nos pone de un humor magnífico y, aunque solo sea por eso, ya vale la pena agendarlo en nuestro nutrido escandallo de excentricidades.

– Perdona, ¿has dicho helow… qué?

– Haloween, idiota.

– ¿Y eso qué es lo que es?

– Pues una cosa de los muertos.

– ¡Alabado sea el Santísimo!

Si hay que celebrar a los muertos, se celebran. Y si hay que celebrar el viernes después de Acción de Gracias (¡cosas!), pues lo celebramos y tomamos los comercios al asalto en busca de esa oferta irrepetible de accesorios para la barbacoa, tengamos o no barbacoa, que esto no es relevante a lo que nos ocupa.

– ¿Black Friday?

– Yes

– Pues ¡Black Friday!

¿A quién jodemos? Pues a nadie.

(Ya celebramos con devoción mariana el día del Pilar: tejemos un manto floral de descomunal tamaño en la plaza del mismo nombre, a más gloria de la virgen de igual advocación, ataviados y ataviadas con el traje típico de cada lugar de procedencia del peregrinaje, desde las siete de la mañana hasta bien entrado el atardecer… y nadie le parece una exageración.)

Un viernes negro con mascarilla es, sin embargo, como un jardín sin flores. Y vende menos, nunca mejor dicho. Así que tenemos buscar regocijo en Isabel Díaz Ayuso discurseando en Barcelona contra el independentismo (¡qué gran azote para la izquierda!) o a favor de la aniquilación de los impuestos, porque pa´ qué.  Y, si no, lamentando en tono mayor la muerte de aquél señor regordete que jugaba a pelota a las mil maravillas y luego fostiaba a su pareja cuando le venía bien y se metía un tiro de farlopa que temblaba el misterio para celebrarlo. El caso es celebrar.

Celebremos. El célebre alcalde de la capital de España (que tiene la estatura en común con la virgen aquella del manto) lo celebra con las luces navideñas y planta (con dos cojones) un kilómetro y medio de bandera de España en versión led Surface Mount Device, dotada de sistema RGB, con un índice de reproducción cromática de hasta el 80% (ya sé que esto del índice de reproducción cromática –IRC para los entendidos– es un dato menor). ¿Quiere parecerse el alcalde de Madrid a Abel Caballero y medírsela con el de Nueva York? No. En realidad solo quiere reafirmar su patrioterismo de opereta y tocarle los huevos al ingente censo de españoles de mal, estos que hace ya mucho rato asumimos de quién era la bandera, a quién representaba y para qué la usaban aquellos que se la apropiaron. Pero igualmente celebramos el acontecimiento, porque las gilipolleces de Almeida (como las de Díaz Ayuso) nos producen un regustillo íntimo que, ‘como un licor suavísimo, nos llena de contento’ (en cita de Pablo Guerrero).

Y ¿cómo celebra nuestra ministra de Igualdad la fecha en la que el mundo clama contra la violencia machista? Pues la ministra llora. Sí.

– ¿Llora?

– Llora.

– Pobre.

– Ya.

La ministra llora

Con toda probabilidad, si su madre la vio por la tele estaría pensando aquello de ‘como vaya yo vas a llorar con razón’. Pero llora. Llora porque en su yo íntimo sabe que el suyo es el ministerio de todas las mujeres, y eso es una cosa de mucho llanto. Y a lo mejor también llora porque esto le garantiza primera plana en todos los medios al uso. El caso es que llora de sus ojos y encoge nuestro ánimo: venga, ministra, que eso no es nada… que las ministras no lloran. (Cómo Sánchez Dragó se ha metido con ella, hago aquí público reconocimiento de las lágrimas de Montero y me solidarizo en ella en el llanto eterno).

Estamos dispuestos, decía, a celebrarlo todo. Urge buscar la fórmula para hacer grande la paliza que dos polis franceses le metieron a un tipo negro por ir sin mascarilla, o el disparo Taser (una pistola eléctrica con muy mala leche que lanza descargas eléctricas y que no está descrito sirva para inmovilizar jovencitas) que entre tres mossos d’esquadra propinaron a una chavalita que perdió los nervios cuando iba al psiquiatra.

Pero somos gente de buscar cualquier excusa y, sin duda, también la encontraremos para esto.

Celebremos. El mundo está perdiendo el oremus. Así que… ¡celebremos!

El dibujo es de mi hermana Maripepa.

domingo, noviembre 22, 2020

Arguineguín

 

Arguineguín nos enfrenta de nuevo con otro de los paradigmas de la inmigración ilegal.

No son mamás abrazando bebés que huyen del desastre humanitario que supone una guerra sangrienta en sus países de origen. No hay más drama humano detrás de sus rostros que el de la miseria. Son primogénitos. Hombres en su mayoría, primogénitos a los que su religión y sus circunstancias sociales cargan con la responsabilidad de mantener a sus familias. Son los mejores. Tienen orgullo en la mirada, no miedo. Y eso produce miedo en vez de lástima.

Van 17.000 solo en Canarias este año y la progresión asusta. No hay infraestructuras, no hay medios, no hay más que hombres que, bajo el estatus de ‘inmigrantes ilegales’, han venido a España en busca de supervivencia (o de fortuna) para sí y los suyos. De ellos 1.300 permanecían hacinados en el muelle de Arguineguín a mediados de semana, pensando en que a lo mejor hicieron mal en saltar del continente. Hoy parece que solo quedan 860 (860 hombres sin nada).

Cuando supe que el ministro Grande-Marlaska había ido a reunirse con su homólogo en Rabat se me movió un punto de esperanza. Se desvaneció enseguida al comprender que el motivo de su viaje era el de lograr contener la salida de migrantes desde sus costas. Aunque debí suponerlo. Porque el ministro no fue a diseñar soluciones, ni a buscar coordinación, ni medidas de ordenación de un tráfico que no se va a detener, sino a tratar de contener lo incontenible.

África es una bomba demográfica de la que se espera doble su población (de los 1.200 millones de habitantes de hoy según la ONU, a los 2.400 que se proyectan para 2050 por la misma fuente) en tan solo 30 años. Y, citando a Bertrand Badie (profesor en el Instituto de Estudios Políticos de Paris), ‘en África la movilidad es la regla’.

Dicen los estudiosos del fenómeno migratorio que conviven en él dos fuerzas: la de atracción y la de empuje. Entre las dos orillas del Mediterráneo se encuentran hoy las mayores desigualdades entre dos continentes: una estrecha franja de mar (que nunca debió ser una frontera) separa el primer mundo y el último; el mundo que llama y el que empuja. ¿Quién quiere parar qué? ¿Con qué fuerza moral? ¿Con qué otra clase de fuerza?

Las remesas de los inmigrantes hacia sus países de origen suponen en algunos de ellos el 15% de su PIB, aproximadamente la mitad de todo su flujo de capital entrante. De otra parte, el futuro de Europa está indisociablemente ligado a la inmigración africana, que cada año contribuye en aproximadamente un 85% a su crecimiento demográfico. ¿Nadie va a reconocer la aportación de esa ingente fuerza de trabajo al equilibrio económico y social del viejo continente?

Buscando

Entre tanto, en Arguineguín, puerto de pescadores y destino turístico frente a la playa de Las Marañuelas (al sur de Gran Canaria), los miles de jóvenes que lograron abandonar el puerto deambulan por sus calles. Los vecinos les sacan agua y comida, les prestan sus móviles para llamar a casa (porque llevan semanas jugándose la vida y quieren contar a sus madres lo han conseguido) y se asombran de la ineficiencia de una Administración incapaz de dar solución a un problema que se repite y se repite cada vez que la meteorología amansa las apenas 130 millas de mar que separan la opulencia de la miseria.

Hablaremos de las mafias que tratan con personas, de por qué resultan ilocalizables los barcos nodriza de los que parten las neumáticas o las pateras que llegan finalmente a puerto. Hablaremos de cómo se gestiona la acogida de este enorme número de personas en tiempos de pandemia. Hablaremos de todo, no faltaría más. Incluso de la bondad estéril de montar campamentos de emergencia para 7.000 magrebíes en la isla, y del traslado de algunas decenas de ellos a la península, delante de una legislación tortuosa promulgada para protegernos de estos que, se dice, vienen a quitarnos el trabajo. Escucharemos con atención las palabras (o los tartamudeos) de nuestros ministros del Interior, de Exteriores, de la Seguridad Social, explicando un problema cuya solución ni imaginan. Hablaremos de todo, pero no de lo que importa.

Europa (España) necesita a África. Sobre todo a esa cornisa mediterránea de África de la que procede la mayor parte de la inmigración del continente, junto con (en menor medida) su costa occidental. Y África necesita a Europa (y a España). También para mantener esas exiguas remesas de dinero que envían a sus países de origen los migrantes y que tanto representan para aquellos pero, sobre todo, para canalizar inversiones, para propiciar y ordenar un crecimiento imprescindible mediante una verdadera cooperación económica, mejor cuanto más alejada de la caridad.

Ya hemos demostrado lo bien que cooperamos con la educación y con la sanidad. Veamos ahora si somos capaces de cooperar seriamente al desarrollo. Y de eso nos beneficiaremos todos.

Amigo Marlaska: no se afane en detener. Imagine para comprender. Y, si pudiera ser, para resolver.

El dibujo es de mi hermana Maripepa

domingo, noviembre 15, 2020

Comunicar. Comunicarnos

 

Como ya se nos ha olvidado la “ley mordaza”, nos escandalizamos gravísimamente por el Procedimiento de actuación contra la desinformación (en adelante el Procedimiento), aprobado por el Consejo de Seguridad Nacional el pasado 6 de octubre y publicado por la Orden PCM/1030/2020, de 30 de octubre.

No paro de preguntarme cuál habría sido mi reacción si el Procedimiento en cuestión hubiera sido aprobado por un Consejo de Seguridad Nacional comandado por un recto presidente del Partido Popular, o sea, por un Gobierno como Dios manda, en lugar de por este Gobierno social-comunista-narco-bolivariano y proetarra, encumbrado a la Moncloa, entre otros, con mi voto. Me preguntaba si hubiera sido la misma que ante la puesta en marcha del conjunto de medidas que bautizamos cariñosamente como “ley mordaza”, esto es, la Ley Orgánica de Protección de la Seguridad Ciudadana, que conllevaba también una reforma del Código Penal y de la Ley Antiyihadista. Baste recordar que cinco relatores de derechos humanos de Naciones Unidas criticaron esta “ley mordaza” porque, a su entender, “puede cercenar derechos fundamentales de los ciudadanos”, y exhortaron a su retirada.

Alarmado por la violenta crítica que la noticia provocó por parte de asociaciones de prensa, medios de comunicación y redes sociales, y por la airada reacción de la oposición política, que coloca la medida en la senda hacia la dictadura populista emprendida por Pedro Sánchez y Pablo Iglesias, me puse manos a la obra: me empollé el texto.

Un censor de aquellos en todo lo suyo

Y no. No está pasando nada. En realidad no está pasando absolutamente nada, pues el Procedimiento (que sigue rigurosamente las indicaciones que sobre el particular ha hecho la Unión Europea) ni siquiera incorpora una medida sancionadora concreta que poder aplicar a medios, personas, organizaciones o gobiernos extranjeros que pongan en marcha campañas de desinformación. No hay censores, ni perseguidores, ni patíbulo para los mentirosos. No hay cierre de medios de comunicación (como otras veces), ni secuestro de ediciones (como otras veces). El Procedimiento no faculta a ningún órgano de la Administración para dictar sentencias, ni siquiera resoluciones administrativas, no suplanta competencias de otros poderes del Estado…

Articula, esto sí, un método escrupuloso de detección de estas campañas de desinformación (que tantísimo daño hacen) y crea un órgano para este propósito, la Comisión permanente contra la desinformación, dirigido por el que lo es del Departamento de Seguridad Nacional (un general de brigada) y coordinado por la secretaría de Estado de Comunicación (que seguramente no es el órgano más adecuado).

A quien tenga la tentación de sospechar que esto nos conduce a una dictadura, solo habrá que recordarle cómo actuaba la Censura en los tiempos de la dictadura de verdad para disuadirle de tales pensamientos porque, óigame, le aseguro que no se parece en nada.

Hablamos de información, de la tóxica y de la veraz. Del daño que hacen las campañas de desinformación y de cómo desactivarlas. De comunicar para manipular o para protegernos de la manipulación: hablemos de cómo de hacerlo, hablemos tranquila y responsablemente.

Molaría. Pero no vamos a poder. El Gobierno Leviatán PSOE-Podemos (por concentrar en una sola imagen el comunismo-narcobolivarianismo-proetarrismo) también quiere impedirlo con la reforma de la ley Wert que la ministra Celaá ha puesto en marcha y que ha superado su primer trámite parlamentario.

Nos referiremos en más ocasiones a este proyecto de ley y a las barbaridades que, como nos tiene acostumbrados, va cantando la derecha española sobre sus maldades demoníacas. Pero interesa a este asunto de la comunicación la desaparición que el proyecto promueve del concepto ‘lengua vehicular’: ya no hay.

La segunda acepción del diccionario de la RAE (la primea se ocupa de eso que le sacamos al tipo que nos cae mal cuando se da media vuelta), define la lengua como ‘Sistema de comunicación verbal propio de una comunidad humana y que cuenta generalmente con escritura’.

Un nutrido grupo de españoles biempensantes ha lanzado contra esta abolición de la ‘lengua vehicular’ las maldiciones más incendiarias, acusando al Gobierno de atacar al castellano, como si de su defensa  dependiera, una vez más, la salvación de la patria de las manos de Satán; como si el hecho de que los catalanes hablen catalán o gallego los gallegos trajera aparejado el anatema.

Comunicar, comunicarnos, comunidades humanas. Educar en la comunicación. El primer político al que se le ocurrió la brillante idea de utilizar las lenguas como arma arrojadiza debería arder eternamente en el octavo círculo del infierno, en el que se castiga, según Dante, a los consejeros fraudulentos, ‘que andan revestidos en una llama que los abrasa’.

Con las lenguas no se debería jugar. Con la palabra no se debería jugar. Las lenguas, como el habla, como la norma que las ordena, no son de los gobiernos, sino de la gente. No hay lenguas vehiculares. Y si nuestro país es, además de en aceite, rico en lenguas ¿cómo no quererlas todas, atesorarlas, producirlas? Se diría que a la derecha española le aterra que, como el diablo, España hable todas sus lenguas y trata así de concentrarlas en una grande, sola, santa y libre.

¿Por qué hemos asumido que la verdadera lengua vehicular del mundo sea el inglés y que pase por un sintecho cualquiera que no lo domine  y nos ponemos de las uñas porque los euskaldunes quieran hablar el euskera? ¿Por qué no dejamos en paz a las comunidades humanas a las que la RAE se refiere y dejamos que cada una utilice libremente la lengua que habla? ¿No es suficiente que la norma que ha de regir la educación en España garantice que ‘al finalizarse la educación básica los estudiantes tengan un “dominio pleno” del castellano’?

Hable usted la lengua que le de la real gana. Comuníquese conmigo de forma que los dos podamos entendernos. Disfrute de la inmensa riqueza literaria escrita en todas las que hay en España. Aprenda inglés si a mano viene, por si las moscas. Y no diga muchas mentiras hable la que hable. Si las dice, procure que no se hagan ‘virales’… la Comisión permanente contra la desinformación le podría regañar.

El dibujo es de mi hermana Maripepa

domingo, noviembre 08, 2020

¡Parad el recuento!


Al momento de cerrar este comentario, Joe Biden se configura como el presidente electo de los Estados Unidos de América.

Si se logra que las instituciones funcionen correctamente, tomará posesión el 20 de enero de 2021, fecha esta que la Constitución más vieja de la democracia planetaria establece para tal evento.

Ejerciendo con elegancia su derecho al pataleo

Si es que se logra, porque a Donald Trump le quedan, a saber, al menos dos ‘derechos’ por ejercer: el derecho al pataleo (inocuo aunque molesto donde los haya), y el de emponzoñar al máximo posible el recuento electoral. El objetivo: llegar al 14 de diciembre sin los resultados confirmados a base de llenar de recursos los tribunales de Justicia de cada uno de los estados en denuncia de corrupción, de manipulación, de fraude en el voto por correo.

Ha sido su principal eje de campaña: ‘el voto por correo va a ser un fraude’. Mi madre hubiera dicho que eso es ponerse la venda antes de la herida, pero Trump ha ido mucho más lejos. Ya se había ocupado de dejar al servicio postal sin la financiación adicional por la pandemia (25.000 millones de dólares) que necesitaba para gestionarlo y de anular la partida extraordinaria negociada con los demócratas para promover el voto por correo, que pretendía evitar a los estadounidenses ocasiones de contagio. También esto le importaba un huevo.

Ese 14 de diciembre es cuando ha de reunirse el Colegio Electoral. Lo forman los compromisarios elegidos en las votaciones del día 3 (el primer martes de noviembre de cada cuatro años). Se designa un número de compromisarios por cada estado, que va desde los 55 de California, hasta los 3 de los menos poblados, como Vermont, Wyoming, Montana o Alaska. Y es en cada estado donde se deciden las normas que rigen las elecciones: plazos, recuentos, validez de los sufragios…  Y es el Tribunal Supremo de cada estado quien interpreta después en vía de recurso su correcta aplicación en un proceso que, aunque parezca mentira, culmina con la elección de un único presidente para todos ellos.

Si Trump logra que para el 14 de diciembre no estén confirmados la totalidad de los compromisarios, se iniciaría un tortuoso camino hacia la Presidencia con muchas posibilidades de reelegir al candidato que defiende el título.  Así es el delirante sistema de elección del presidente del Estado más poderoso del mundo. (Baste para confirmar cuanto digo la controversia entre Al Gore, ganador de hecho de las elecciones de 2000, y George W. Bush, que fue declarado, sin embargo, ganador en la chapucera resolución de un recurso que interpuso ante el Tribunal Supremo del Estado de Florida.)

Así que Donald Trump clamaba ¡Parad de contar!, cuando la tendencia de las encuestas, que apostaba por Biden, empezaba a confirmarse por los datos del recuento. ¡Parad de contar!, cuando Joe Biden comenzaba a perfilarse como ganador no solo en votos directos (le saca a estas horas más de cinco millones), sino en compromisarios de los estados que compondrán el Colegio Electoral. ¡Parad el recuento!, convencido de que las instituciones se plegarían a su mandato como han venido haciendo desde que en 2016 se impusiera a Hillary Clinton (a pesar de que esta le sacó tres millones de votos de ventaja).

Xenofobia, sexismo, machismo y ahora ya negacionismo. No de la pandemia, que también, sino del proceso electoral y del normal funcionamiento de las instituciones del país. ¿Le importa algo dejar en ridículo a su patria? América… ¿first?

Donald Trump es un tipo muy malo (del verbo ser malvado).

Y la democracia más avanzada del mundo no tiene herramientas para combatirlo. Su viejísima Constitución está escrita cuando no había ordenadores, no existe un censo electoral estable, en cada estado se tiran millones de votos a la basura, porque el que gana en cada uno se lleva a todos los compromisarios que tiene asignados, sin siquiera aplicar una suerte de regla D’Hondt (de la que tanto nos quejamos) para repartir proporcionalmente los votos electorales según los resultados.

En la democracia más avanzada del mundo tardarán aún días (y ya llevan cinco) en poder determinar quién ha ganado las elecciones presidenciales. Larga noche electoral.

En el país más poderoso del mundo, los comercios de las grandes urbes bunkerizan sus escaparates por miedo a revueltas callejeras ante el veredicto de las urnas, los partidarios de un candidato pueden acudir armados con fusiles de asalto a las sedes electorales, el presidente puede gritar a voz en cuello ¡Parad el recuento! Y nadie sabe detenerlo. Las televisiones interrumpen avergonzadas su intervención en directo: miente sin pudor, difama. Y se avergüenzan porque EEUU jugaba a ser el guardián de las esencias, el que interviene (incluso militarmente) países por falta de limpieza en sus procesos electorales, el que envía observadores que verifican resultados y sanciona a los estados que juzga poco democráticos. Y, de repente, el presidente lo presenta ante el mundo como una república bananera, cargándose en una noche toda la legitimidad de la que Washington, sin que nadie se lo hubiera pedido,  se ha autoinvestido históricamente como mantenedor del orden democrático mundial.

El gran antiamericano dejará la Casa Blanca.

¡Parad el recuento!, bramaba. Y algunos dirán ¡pero no se paró! Y a mí se me ocurre… ¡mandaría cojones!

El dibujo es de mi hermana Maripepa.