domingo, diciembre 27, 2020

84 palabras

87, según se cuenten.

Una alusión velada a que, si hubiera por ahí uno que fuera un corrupto (que bien podría ser su propio padre) sería una afrenta insoportable para su reinado.

Me descojono. Habla de su reinado como si estuviéramos en el siglo XVIII, cuando Felipe V le ganó la guerra al archiduque Carlos e instauró en España la dinastía borbónica. Y habla de sus viajes con la reina (se le olvida contar que iba en un Mercedes de medio millón de pavos) y del dolor que ha visto, como si sus lacayos hubieran porteado un cofre con monedas de oro para paliar el hambre de su pueblo. Mi pueblo (está elíptico) sufre; y eso provoca el regio sufrimiento de nuestra majestad. Qué cosas hay que escuchar a los reyes. Yo me dormí algún ratito.

Felipe VI ya no sirve, o es la Corona la que no sirve ya. Vivía con su padre mientras este se tiraba a todo lo que se movía, se iba a cazar elefantes por ahí y mandaba contar los billetes de cien en la Zarzuela con máquinas de contar billetes de cien. El entonces príncipe de Asturias, ya  figuraba como beneficiario de pútridas de sociedades secretas en paraísos fiscales. Ya obtenía fondos poco confesables para sus viajes privados. Un rey que nació muerto para la dignidad de la patria. Inútil para una función que, a la vista está, no hace falta ninguna.

Y no. No es que el amor a su padre esté por encima del amor a la patria, ni que el espíritu renovador de su reinado (qué cojones habrá querido decir con eso) le impida convivir con tal cúmulo de fechorías a sus espaldas. Es que un rey no puede reinar con su padre el rey en la cárcel. Es así de rápido.

No es que piense que, en efecto, no todos son iguales ante la ley, porque él no lo es y lo sabe, ni su padre lo fue, y también lo sabe. Es que recibió como legado el premio envenenado de una corona podrida de dinero sucio, de caspa, de piojos, que apestaba a Chanel rancio del número 5 pagado por un país que andaba quitándose el hambre a hostias.

Hablando de sus cosas

Las palabras de ánimo del rey, esto de hemos visto vuestro sufrimiento, pero el rey ama a su pueblo y os llama al esfuerzo colectivo para levantar España, no valen para nada. Valen para reírse del rey. El discurso del rey está hueco porque las coronas no sirven para nada. El rey no va a impulsar ningún tipo de medida económica, ni social (a lo mejor la reina sigue haciendo su papel en la mesas petitorias de la Cruz Roja, eso sí). El rey ni siguiera tiene huevos para ordenar que se deje de insultar al Gobierno legítimo de España, tratándolo de proetarra. No puede decirle a Pablo Casado que deje de masturbar a las instituciones bloqueando su renovación con la mano izquierda mientras jura la constitución con la derecha en la Biblia.

El rey no es símbolo de unidad ni permanencia alguna, por más que haya insultado gravemente a una parte importante de los catalanes, no arbitra, no modera el funcionamiento regular de las instituciones, ignora cuáles son las naciones de su comunidad histórica ante las que está llamado a ejercer la más alta representación del Estado, y las funciones que le atribuyen expresamente la Constitución y las leyes son pocas o ninguna, salvo que queramos significar como relevante el arduo trabajo de recibir el despacho los embajadores cuando toman posesión.

Pero más allá del debate de república o monarquía (un referéndum que mis ojos no verán), más allá del absurdo de sostener que el tataratataranieto de un señor que le ganó una guerra a otro y se quedó con España virtud al Tratado de Utrecht en 1713, es el legítimo jefe de este Estado; más allá de la lógica de la Historia (de la de verdad, digo, no de esta que nos han contado), está el sentido común de una institución que viene estando en el punto de mira de la prensa internacional desde hace décadas y que ahora salta por los aires por la irresponsabilidad de un monarca que debió ser democrático y actuó como el rey absoluto que siempre se supo desde que Francisco Franco le regalase el trono.

Felipe VI está amortizado desde la Nochebuena en la que, con 84 palabras, 87 según otros medios, saltara de puntillas sobre la crisis institucional más severa que ha vivido este país desde la Guerra Civil.

La princesa de Asturias es una niña.

La reina consorte está de mesas petitorias.

El advenimiento de la III República Española es inabordable (que ya se ocupó el rey viejo de bañarla con un recio blindaje en la Constitución del 78).

Así que el rey está desnudo y no tiene quién lo vista.

El dibujo es de mi hermana Maripepa

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