domingo, noviembre 08, 2020

¡Parad el recuento!


Al momento de cerrar este comentario, Joe Biden se configura como el presidente electo de los Estados Unidos de América.

Si se logra que las instituciones funcionen correctamente, tomará posesión el 20 de enero de 2021, fecha esta que la Constitución más vieja de la democracia planetaria establece para tal evento.

Ejerciendo con elegancia su derecho al pataleo

Si es que se logra, porque a Donald Trump le quedan, a saber, al menos dos ‘derechos’ por ejercer: el derecho al pataleo (inocuo aunque molesto donde los haya), y el de emponzoñar al máximo posible el recuento electoral. El objetivo: llegar al 14 de diciembre sin los resultados confirmados a base de llenar de recursos los tribunales de Justicia de cada uno de los estados en denuncia de corrupción, de manipulación, de fraude en el voto por correo.

Ha sido su principal eje de campaña: ‘el voto por correo va a ser un fraude’. Mi madre hubiera dicho que eso es ponerse la venda antes de la herida, pero Trump ha ido mucho más lejos. Ya se había ocupado de dejar al servicio postal sin la financiación adicional por la pandemia (25.000 millones de dólares) que necesitaba para gestionarlo y de anular la partida extraordinaria negociada con los demócratas para promover el voto por correo, que pretendía evitar a los estadounidenses ocasiones de contagio. También esto le importaba un huevo.

Ese 14 de diciembre es cuando ha de reunirse el Colegio Electoral. Lo forman los compromisarios elegidos en las votaciones del día 3 (el primer martes de noviembre de cada cuatro años). Se designa un número de compromisarios por cada estado, que va desde los 55 de California, hasta los 3 de los menos poblados, como Vermont, Wyoming, Montana o Alaska. Y es en cada estado donde se deciden las normas que rigen las elecciones: plazos, recuentos, validez de los sufragios…  Y es el Tribunal Supremo de cada estado quien interpreta después en vía de recurso su correcta aplicación en un proceso que, aunque parezca mentira, culmina con la elección de un único presidente para todos ellos.

Si Trump logra que para el 14 de diciembre no estén confirmados la totalidad de los compromisarios, se iniciaría un tortuoso camino hacia la Presidencia con muchas posibilidades de reelegir al candidato que defiende el título.  Así es el delirante sistema de elección del presidente del Estado más poderoso del mundo. (Baste para confirmar cuanto digo la controversia entre Al Gore, ganador de hecho de las elecciones de 2000, y George W. Bush, que fue declarado, sin embargo, ganador en la chapucera resolución de un recurso que interpuso ante el Tribunal Supremo del Estado de Florida.)

Así que Donald Trump clamaba ¡Parad de contar!, cuando la tendencia de las encuestas, que apostaba por Biden, empezaba a confirmarse por los datos del recuento. ¡Parad de contar!, cuando Joe Biden comenzaba a perfilarse como ganador no solo en votos directos (le saca a estas horas más de cinco millones), sino en compromisarios de los estados que compondrán el Colegio Electoral. ¡Parad el recuento!, convencido de que las instituciones se plegarían a su mandato como han venido haciendo desde que en 2016 se impusiera a Hillary Clinton (a pesar de que esta le sacó tres millones de votos de ventaja).

Xenofobia, sexismo, machismo y ahora ya negacionismo. No de la pandemia, que también, sino del proceso electoral y del normal funcionamiento de las instituciones del país. ¿Le importa algo dejar en ridículo a su patria? América… ¿first?

Donald Trump es un tipo muy malo (del verbo ser malvado).

Y la democracia más avanzada del mundo no tiene herramientas para combatirlo. Su viejísima Constitución está escrita cuando no había ordenadores, no existe un censo electoral estable, en cada estado se tiran millones de votos a la basura, porque el que gana en cada uno se lleva a todos los compromisarios que tiene asignados, sin siquiera aplicar una suerte de regla D’Hondt (de la que tanto nos quejamos) para repartir proporcionalmente los votos electorales según los resultados.

En la democracia más avanzada del mundo tardarán aún días (y ya llevan cinco) en poder determinar quién ha ganado las elecciones presidenciales. Larga noche electoral.

En el país más poderoso del mundo, los comercios de las grandes urbes bunkerizan sus escaparates por miedo a revueltas callejeras ante el veredicto de las urnas, los partidarios de un candidato pueden acudir armados con fusiles de asalto a las sedes electorales, el presidente puede gritar a voz en cuello ¡Parad el recuento! Y nadie sabe detenerlo. Las televisiones interrumpen avergonzadas su intervención en directo: miente sin pudor, difama. Y se avergüenzan porque EEUU jugaba a ser el guardián de las esencias, el que interviene (incluso militarmente) países por falta de limpieza en sus procesos electorales, el que envía observadores que verifican resultados y sanciona a los estados que juzga poco democráticos. Y, de repente, el presidente lo presenta ante el mundo como una república bananera, cargándose en una noche toda la legitimidad de la que Washington, sin que nadie se lo hubiera pedido,  se ha autoinvestido históricamente como mantenedor del orden democrático mundial.

El gran antiamericano dejará la Casa Blanca.

¡Parad el recuento!, bramaba. Y algunos dirán ¡pero no se paró! Y a mí se me ocurre… ¡mandaría cojones!

El dibujo es de mi hermana Maripepa.

No hay comentarios: