domingo, noviembre 29, 2020

Las lágrimas de Irene

Estamos dispuestos a celebrarlo todo. Y lo celebramos.

Nada que objetar, por otra parte, porque todo lo que suene a fiesta (nacional o extranjera) nos pone de un humor magnífico y, aunque solo sea por eso, ya vale la pena agendarlo en nuestro nutrido escandallo de excentricidades.

– Perdona, ¿has dicho helow… qué?

– Haloween, idiota.

– ¿Y eso qué es lo que es?

– Pues una cosa de los muertos.

– ¡Alabado sea el Santísimo!

Si hay que celebrar a los muertos, se celebran. Y si hay que celebrar el viernes después de Acción de Gracias (¡cosas!), pues lo celebramos y tomamos los comercios al asalto en busca de esa oferta irrepetible de accesorios para la barbacoa, tengamos o no barbacoa, que esto no es relevante a lo que nos ocupa.

– ¿Black Friday?

– Yes

– Pues ¡Black Friday!

¿A quién jodemos? Pues a nadie.

(Ya celebramos con devoción mariana el día del Pilar: tejemos un manto floral de descomunal tamaño en la plaza del mismo nombre, a más gloria de la virgen de igual advocación, ataviados y ataviadas con el traje típico de cada lugar de procedencia del peregrinaje, desde las siete de la mañana hasta bien entrado el atardecer… y nadie le parece una exageración.)

Un viernes negro con mascarilla es, sin embargo, como un jardín sin flores. Y vende menos, nunca mejor dicho. Así que tenemos buscar regocijo en Isabel Díaz Ayuso discurseando en Barcelona contra el independentismo (¡qué gran azote para la izquierda!) o a favor de la aniquilación de los impuestos, porque pa´ qué.  Y, si no, lamentando en tono mayor la muerte de aquél señor regordete que jugaba a pelota a las mil maravillas y luego fostiaba a su pareja cuando le venía bien y se metía un tiro de farlopa que temblaba el misterio para celebrarlo. El caso es celebrar.

Celebremos. El célebre alcalde de la capital de España (que tiene la estatura en común con la virgen aquella del manto) lo celebra con las luces navideñas y planta (con dos cojones) un kilómetro y medio de bandera de España en versión led Surface Mount Device, dotada de sistema RGB, con un índice de reproducción cromática de hasta el 80% (ya sé que esto del índice de reproducción cromática –IRC para los entendidos– es un dato menor). ¿Quiere parecerse el alcalde de Madrid a Abel Caballero y medírsela con el de Nueva York? No. En realidad solo quiere reafirmar su patrioterismo de opereta y tocarle los huevos al ingente censo de españoles de mal, estos que hace ya mucho rato asumimos de quién era la bandera, a quién representaba y para qué la usaban aquellos que se la apropiaron. Pero igualmente celebramos el acontecimiento, porque las gilipolleces de Almeida (como las de Díaz Ayuso) nos producen un regustillo íntimo que, ‘como un licor suavísimo, nos llena de contento’ (en cita de Pablo Guerrero).

Y ¿cómo celebra nuestra ministra de Igualdad la fecha en la que el mundo clama contra la violencia machista? Pues la ministra llora. Sí.

– ¿Llora?

– Llora.

– Pobre.

– Ya.

La ministra llora

Con toda probabilidad, si su madre la vio por la tele estaría pensando aquello de ‘como vaya yo vas a llorar con razón’. Pero llora. Llora porque en su yo íntimo sabe que el suyo es el ministerio de todas las mujeres, y eso es una cosa de mucho llanto. Y a lo mejor también llora porque esto le garantiza primera plana en todos los medios al uso. El caso es que llora de sus ojos y encoge nuestro ánimo: venga, ministra, que eso no es nada… que las ministras no lloran. (Cómo Sánchez Dragó se ha metido con ella, hago aquí público reconocimiento de las lágrimas de Montero y me solidarizo en ella en el llanto eterno).

Estamos dispuestos, decía, a celebrarlo todo. Urge buscar la fórmula para hacer grande la paliza que dos polis franceses le metieron a un tipo negro por ir sin mascarilla, o el disparo Taser (una pistola eléctrica con muy mala leche que lanza descargas eléctricas y que no está descrito sirva para inmovilizar jovencitas) que entre tres mossos d’esquadra propinaron a una chavalita que perdió los nervios cuando iba al psiquiatra.

Pero somos gente de buscar cualquier excusa y, sin duda, también la encontraremos para esto.

Celebremos. El mundo está perdiendo el oremus. Así que… ¡celebremos!

El dibujo es de mi hermana Maripepa.

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