domingo, noviembre 18, 2018

Enredos en red


Un mensaje de LinkedIn se despedía la otra mañana de los jefes y daba calurosamente la bienvenida a los ‘gefes’, acrónimo de ‘gestores de felicidad’. El idiota que lo posteaba aseguraba que los gestores de felicidad (varones, atractivos, comprensivos, empáticos y conocedores de la psicología concreta sus subordinados que, claro, le adoran y forman con él un verdadero equipo ganador), sustituyen a los jefes (antiguos, varones también pero con sobrepeso, autoritarios, exigentes, desapacibles y marimandones), que van desapareciendo como dinosaurios en glaciación para dar paso a las nuevas formas de liderazgo.

Oh —pensé—, un tonto. Y seguí con lo mío.
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Minutos después me llegaba por whatsapp una carta que lleva dando por culo desde 2011, escrita supuestamente por una sufrida farmacéutica que con toda probabilidad no existe, en la que explica con todo detalle cómo moros y sudacas se llenan los bolsillos de medicamentos gratis ¡gratis! y los revenden luego en sus países de origen para forrarse a nuestra costa. Como es lógico, el autor o autora real del panfleto se declara a sí mismo como no racista, pero comprende que todo tiene un límite y brama contra la universalización de la sanidad, seguro o segura de que, si solo fuera para españoles de pura cepa, España sería un país solvente y próspero y sus habitantes nadaríamos en la abundancia medicamentosa.
Circula por Twitter un vídeo con el soliloquio de un farmacéutico anónimo (enseña solo la bata y los zapatos) postrado de dolor ante el tremendo taco de recetas que un moro que se iba de vacaciones había intercambiado por medicamentos gratis. Y todos gratis. Y muchísimos.
¿Sabe? Es mentira. Todos los farmacéuticos lo saben.
Un inmigrante paga el 40% del precio del medicamento. Ningún médico utiliza un talonario de recetas para llenarle a ningún sudaca la maleta de fármacos. Es mentira y ya está. Y propagar estas sandeces sirve únicamente para propiciar el clima de mierda que a algunos les encanta crear contra los inmigrantes o, por ser más exhaustivo, contra los pobres.
En el mismo tono circula por ahí una carta verídica escrita por un alcalde a su población (que a veces es francés, a veces es de Zaragoza y a veces es una alcaldesa extremeña), que explica las razones por las que no permite que se deje de servir jalufo en los comedores escolares a pesar de las insidiosas exigencias de la comunidad alauita. La carta hace un panegírico completo de lo que tienen que hacer los musulmanes cuando llegan a nuestro país, en lugar de intentar mantener en lo posible sus costumbres. El mensaje insultante suele venir encabezado por un ‘con dos cojones’, que da noticia de lo mucho que el remitente admira al falso autor de la carta por atreverse contra tamaña invasión como representa la de la comunidad islámica, a la que ya hicimos huir de nuestro suelo con la cabeza gacha (o cortada) en la gloriosa Reconquista.
Este otro panfleto inmundo me trajo a la memoria aún otro, en el que algún fascista con muy pocas luces (valga la redundancia) ofrecía datos objetivos sobre los más de 600.000 políticos que viven a costa de los sufridos ciudadanos (generoso, Arturo Pérez Reverte rebajó la cifra a 445.000 en un tuit ya célebre por la ignorancia que revela). Hacía también una comparativa asombrosa entre los salarios astronómicos de los diputados y la cuantía misérrima con la que han de apañarse los pobres maestros o médicos, que estos sí que de verdad hacen el bien.
Las cifras reales son tan otras que da pudor revelarlas: de los más o menos 74.000 cargos electos que se computan, 68.462 son alcaldes y concejales de los 8.116 municipios que hay en España, el noventa por ciento de los cuales (de municipios menores de 10.000 habitantes) no cobra sueldo alguno. Lo demás son senadores, diputados nacionales o autonómicos (descuento a los de las diputaciones, porque ya computan como concejales), o sea, lo normal en cualquier país democrático. No todos cobran y los salarios en política, de verdad, en España no son para tirar cohetes. Los corruptos se llevan mucho más, pero esta es otra historia y no tiene que ver con los políticos, sino con los corruptos.
Entre tanta mierda como consumimos, posteamos, retuiteamos, casi me quedo con lo del idiota de los ‘gefes’. No genera odio, no contribuye a crear clima de crispación, es inocuo incluso para quienes profesan esa moderna confesión del ‘management’.
La otra confesión, la de la xenofobia, la de la aporofobia, esa que negamos profesar pero que cada día llena nuestros móviles y ordenadores de mensajes aberrantes que se absorben en nuestra anatomía como una crema hidratante, esa da más miedo. Acojona porque damos por bueno su contenido imposible, simplemente, porque dicen lo que queremos leer. Nos encantaría que fuera verdad que los inmigrantes desfalcan nuestro sistema sanitario para tener una excusa para echarlos de aquí; nos encantaría que fuera verdad que los salarios de nuestros políticos esquilman las arcas del Estado y tener así la excusa para acabar con ellos; nos encantaría que fuera verdad que el Islam estuviera intentando terminar con la dieta mediterránea para poder declararnos gordos de militancia y acabar con el invasor y, de paso, con la quinoa. Queremos que sea verdad y lo repetimos muchísimas veces para hacerlo cierto. Aunque sea mentira.
Pero es mentira. Ni los políticos desfalcan con sus sueldos nada de nada, ni los inmigrantes hacen el sistema sanitario insostenible revendiendo medicamentos, ni el Islam está intentando imponer sus costumbres a occidente a costa del jamón serrano.
Lo terrible es que no son simples ciber-charlatanes que no encuentran argumentos veraces para sostener aquello de lo que pretenden convencernos y se los inventan. Son factorías de bulos (fake news) que están a punto de conseguir un diputado de Vox, según el CIS, en Almería (la provincia que más inmigrantes debe emplear en sus invernaderos), que han conseguido colocar a un sujeto deleznable en la Casa Blanca, a varios xenófobos en gobiernos europeos, que influyen en los resultados electorales, no por casualidad, a través de campañas muy bien organizadas que se sirven ¡oh prodigio! de usted y de mí para convertir en virales las cosas más sorprendentes.
¿Por qué recibe usted esos mensajes? ¿Con quién le confunde el que se los reenvía? ¿Se atreve usted a compartirlos? ¿Hacemos una cosa?: ¿Los borramos del Facebook? No aguanto ni uno más.
El dibujo es de mi hermana Maripepa.

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