domingo, diciembre 02, 2018

Órbita lunar

Leí que la NASA (Administración Nacional de la Aeronáutica y del Espacio, por sus siglas en inglés) ha planificado para 2023 el momento en el que habrá personas humanas orbitando alrededor de la luna.
Gran noticia. Porque la evolución de la especie está pendiente de estas cosas, aunque parezca que a los de su barrio no les vaya a afectar extraordinariamente en un futuro inmediato.
Conocido el alcance de la cuestión no dudé en ponerme a trabajar en ello y redacté la siguiente misiva:
“A los jefes de la NASA
Estados Unidos de América
Muy señores míos:
Tenido conocimiento de las cercanas fechas en las que se tiene prevista la puesta en órbita de seres humanos alrededor de la luna, me es grato ponerme en contacto con ustedes a fin de solicitar me sea permitida la elección de algunos de ellos, toda vez que tengo la seguridad de que, del acierto en escogerlos, dependerá en gran medida el éxito de tan magna empresa.
Sin otro particular quedo, suyo afectísimo, a la espera de sus siempre gratas noticias.”
La siguiente tarea, hasta tanto recibiera la respuesta de la Agencia, era hacer la preselección del personal, por tal de tenerla ya preparada en el momento de aceptarse mi generoso ofrecimiento.
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La primera persona que se me vino a la cabeza fue, lógicamente, Carles Puigdemont, ello no porque me moleste en absoluto su presencia en Waterloo, sino porque pensé que, para como tiene el patio, lo mismo le da dirigirlo desde Bruselas que desde la órbita lunar y estará allá, sin embargo, más a salvo de la acción de la Justicia española.
A renglón seguido pensé en Donald Trump, que este sí estará mejor cuanto más alejado del planeta Tierra aunque, bien pensado, cabría esperar un par de años más y apuntarlo en el experimento que se produjera en la órbita de Marte.
Poco ambicioso, observé. La oportunidad merecía pretensión mayor, una reflexión más profunda. Pensé entonces en proponer la carga de la nave con pederastas (clérigos y seglares) y  maltratadores. Una operación de álgebra elemental me disuadió de la idea porque con tanto ser (humano o no) como habría que montar, el artefacto podría malograrse y quedar sin rumbo por el espacio infinito para toda la eternidad.
La siguiente opción parecía brillante: Los políticos corruptos y, de paso, los imbéciles. Pero aquí el problema se agravaba: al número ingente de ellos (al sumar a los imbéciles) se añadía el problema de las comunicaciones, pues tanta persona haciendo tan largo uso de la palabra para decir memeces, colapsaría a buen seguro las bandas de frecuencia del espacio radioeléctrico universal, y el resto de los mortales, los que nos quedáramos por aquí, tendríamos que volver al viejo método de hablarnos de tú a tú o remitirnos cartas ológrafas por correo postal (escritas y firmadas de puño y letra), lo que, así de sopetón, se me antojó inconveniente según está de convulso el gremio de los carteros.
¡Eureka! Grité. ¡Notarios y registradores! Me alejaría de segregar de la convivencia al enemigo ancestral del pueblo llano (la Iglesia) como ya se intentara en tiempos de menos paz que estos, pero me libraría de tan aburridos ejemplares de servidores públicos. Sin embargo caí en la cuenta de que mi listado, tan lleno de apellidos ilustres o ilustrísimos, se confundiría con un censo de escribanos y recaudadores del diezmo más propio del Siglo de Oro y que no tendría éxito alguno en un instituto tan moderno como es al que me dirigía.
Los banqueros me parecieron excelentes candidatos en un principio: estos no son tantos, advertí. Y los hubiera propuesto de no haber estado en el convencimiento de que querrían llevar consigo posesiones, obras de arte y tal peso en monedas (no se sabe que otros efectos bancarios o bursátiles tengan algún valor más allá de la corteza terrestre) que pondrían igualmente la misión en riesgo. Desistí de la ocurrencia. Algo similar me pasó con los taxistas que huelen mal, estos seguramente tampoco son muchos, pero enrarecerían el ambiente hasta convertirlo en irrespirable para el resto del pasaje. Mala idea.
Deseché así a los médicos matasanos, a los arquitectos megalómanos, a los censores de cuentas, a los secretarios municipales, a los constructores que especulan con las viviendas de las personas, a los tertulianos que saben de todo… Imposible librar al mundo de tanta inconveniencia como soporta.
La intención era buena, mas la elección imposible.
¿Por qué no nos vamos tú y yo?
El dibujo es de mi hermana Maripepa

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