domingo, abril 19, 2020

El silencio de los confinados

Pasan los días.
La pandemia no es propiedad de los enfermos, ni de los sanitarios, ni de los confinados, ni de los muertos, que no la quieren para nada. La política se ha adueñado de la enfermedad, de sus consecuencias, de eso que vino en llamarse ’el relato’, de los soliloquios que nos marcamos delante del televisor a falta de mejor interlocutor (ni peor).
IMG-20200418-WA0008No hablamos de la mujer que se ha muerto sola en la cama de un hospital sin entender qué le estaba pasando, de los cuerpos que nadie ha reclamado, ni de la pena: no hemos hablado de la pena de cualquier hombre que despidió a su mujer apretando la mano de sus dos niños, solos los tres y los sepultureros en el cementerio inmenso que estaba vacío, y luego llamó uno a uno a sus hermanos, a sus tíos, para contarles que la cosa había acabado mal.
Solo hablamos de la culpa.
Pero ¿sabe? No hay culpa.
Algún imbécil ha rebautizado el COVID-19 como la pandemia del 8-M, porque así regocija sus entrañas podridas y descarga la hiel que se lo come por dentro sabe Dios por qué coño.
Otros han dedicado su tiempo a confundir, a mentir, a explotar el dolor para hacer algún tipo de caja. Miserables…
El común de las personas estamos a otra cosa.
Los menos cosen mascarillas de poca utilidad aferrados a la vieja Alfa de pedal, sin pensar muy bien a quién servirán para qué, mirando bizcos la aguja que sube y baja con el hilo enganchado fijando como por encanto las puntadas en la tela verde.
Los más, los más, desentrañan el lenguaje imposible de las aplicaciones informáticas en las que viajan los deberes de los niños por la mañana y, por la tarde, se asoman a la ventana a ver la vida aplaudir. Esta palmada por los sanitarios, esta por la policía, esta por los bomberos, esta por la madre que me parió, compartida con el ministro de Justicia, que tiene cara de buena persona.
Y cuando suena el teléfono se hiela la sangre. Porque es del hospital y de allí no llaman para tonterías. Y apagas la tele. Por si se apaga el mundo.
Y pasan los días.
Y a medida que pasan, la cosa va perdiendo gracia, porque maldita la gracia que tiene. Y el virus sigue matando y la tele los sigue contando y la política sigue dueña y señora del dolor escondido de los dolientes, porque de eso no sabemos hablar.
Alguien ha pintado ‘rata contagiosa’, todo con mayúsculas, en el coche de una médica. Seguro que por la noche, después del aplauso. Y han colgado un cartel en la puerta de un vecino que dice que con el virus a otra parte, que muy agradecidos por su labor ingente, pero que a otra parte.
‘No son números –grita algún que otro necio que pide luto y luto–, son seres humanos’.
¡No te jode…!
Ese sí que ha sabido captar la esencia. ¡Oye, fíjate, seres humanos! ¡Y yo que pensé que eran números! Pues que si no me lo recuerdan, oye, que ni caer. Y otro ministro en la tele tratando inútilmente de explicar el cambio de método en el conteo de víctimas y contagiados; y una señora tocada de mascarilla con bandera de España (¡eso sí que es ser española!), trayendo a sede parlamentaria otra noticia de escándalo que le ha mandado su cuñado por WhatsApp. Y el ministro que no y ella que sí. Y el ministro, que no… ¡Y ella que sí!
Y un ‘covimbécil’ grita por la ventana a una señora que sale a la calle con su hijo porque no sabe, el covimbécil, que con una parálisis cerebral no puede dejarlo en casa solo para bajar a la compra. Pero hay que supurar la ira por algún poro. Y las glándulas que producen el sudor están paradas. Las de Rajoy no.
Y ahora cálculos, curvas, proyecciones. Científicos, ministros, jefes de la oposición, hacen la suya.
Nosotros tendremos que hacer la nuestra. No abandone la cordura. Le va mucho en ello.
El dibujo es de mi hermana Maripepa

No hay comentarios: