domingo, marzo 12, 2006

El cinturón de Orión

Cuando Merceditas hubo cumplido diez años, supo que ya era una niña mayor.

El mismo día de su cumpleaños, que era en invierno, se separó un momento de sus padres en el parque para estar un ratito sola y poder pensar en sus cosas. Se sentó en un banco que había en una especie de placita muy recogida.

Se encontraba estupendamente allí sola, sobre todo porque sabía que sus padres la esperarían en el quiosco de Manolo, que estaba también en el parque y que, cuando ella llegara, le dejarían tomarse un enorme chocolate con bizcocho.

Entonces miró hacia arriba y descubrió tres estrellas que estaban juntas, en fila, mucho más brillantes que todas las demás.

“¡Son preciosas!” pensó. Y pensó también que, seguro, tendrían la propiedad de conceder deseos a las niñas mayores que las descubrían entre todas las estrellas del firmamento, es decir, a las niñas como ella.


Merceditas cerró fuerte fuerte los ojos y pidió su deseo.

(Lo contaré porque de esto hace ya mucho tiempo. De otro modo, si lo contara, el deseo no se cumpliría, porque todo el mundo sabe que los deseos que se piden, si se cuentan, no se cumplen.)

Pidió Merceditas a las tres estrellas que su hermano José Manuel (que estaba aquejado de una enfermedad muy peligrosa y muy común en aquellos tiempos), se curara enseguida y pudiera andar cuando fuera mayor.

Pocos meses después, José Manuel fue sometido a una larguísima operación de la que salió estupendamente. Todos los médicos lo celebraron mucho porque la operación había sido un éxito y su madre le regaló al cirujano un jamón de pata negra. Pero Merceditas sabía que la operación había salido bien porque sus tres estrellas le habían concedido el deseo que les había pedido. Su hermano podría andar cuando fuera mayor gracias a ellas.

Como nada podrían hacer aquellas tres estrellas con un jamón de pata negra, ella les regaló una sonrisa de esas enormes que sólo te salen cuando ha pasado algo realmente extraordinario y les prometió visitarlas siempre que pudiera, desde ese mismo banco de la placita del parque.

Desde entonces, Merceditas hizo muchas visitas a aquel banco.

Después aprendió a encontrar a su trío de estrellas desde cualquier punto del Globo en el que se encontrara. Las vio desde Italia, desde Alcalá del Júcar, desde del mismo centro de París, desde Logroño... Le hicieron compañía mientras estudiaba en el colegio de Albacete, en el instituto y en Alicante cuando estuvo en la Universidad.

Ella siempre pidiéndoles cosas y cada vez eran más difíciles.

Es verdad que algunas se las concedían y otras no. Las tres estrellas de la suerte no eran más que tres estrellas. Pero eran las suyas. Y nunca se enfadó con ellas aunque no le hicieran caso. También es verdad que, siempre que había deseado algo mucho mucho, sus tres estrellas le habían hecho caso. (Eso debe ser porque cuando uno quiere algo mucho mucho, casi siempre lo consigue).

Merceditas nunca se sintió sola desde aquel descubrimiento. Ni siquiera las noches de luna llena, en las que la luz oculta hasta los astros más brillantes, ni esas otras tan oscuras que no se ve nada en el cielo. Nunca se sintió sola porque sabía que, brillaran o no, cada noche estaban ahí para ella. Para ella y para todos los niños que también las hubieran descubierto porque, si algo tienen de bueno las estrellas, es que se pueden compartir con todos sin que dejen de ser absolutamente tuyas (como tantas cosas que, sin embargo, nos empeñamos en poseer en exclusiva).

Años después, cuando Merceditas era ya una afamada cardióloga de un importante hospital y ya comprendía que las cosas pequeñas pueden ser de cada uno, pero que las grandes son de todos, cayó en sus manos por casualidad un extraño manuscrito, escrito con lapicero, probablemente de un sobrino despistado que se lo habría dejado encima de la mesa del comedor.

Allí, en un dibujo que parecía no tener sentido, descubrió, perfectamente alineadas, sus tres estrellas y, sobre ellas, un rótulo en letras muy pequeñas: “el Cinturón de Orión”.


Manuscrito hallado por Merceditas por casualidad

1 comentario:

Anónimo dijo...

Bien de nombres se me ocurren para esta, tu Merceditas. Nombres propios de gente única, pero todas con el mismo "fondo"....sí!.