domingo, febrero 07, 2021

Mequetrefes*

Irrumpen en la cotidianeidad los nativos digitales, estas chicas y chicos veinteañeros, treintañeras, que tienen en las redes sociales una prolongación de sus vidas, cuando no encuentran en ellas su principal espacio de comunicación, juegos o simplemente de confort.

Los líderes en esta nueva manera de estar en el mundo, que han hecho en lo virtual fama y fortuna y se han sustraído de la sociedad en la que viven (me refiero a su portal, a su barrio a su centro de salud), enfrentan a su feligresía a la vieja doctrina del solipsismo, corregida con un cable de fibra óptica (preferiblemente) que abre todas las ventanas imaginables y conecta (tú y tu máquina) todos los rincones del planeta.

Sucede, por lo contrario, que estamos en un tiempo en que la necesidad de lo público se ha puesto rabiosamente de moda, ello por mor de la necesidad de las personas humanas de contar con estructuras políticas sólidas, capaces de vencer (con mayor o menor éxito, con mayor o menor celeridad) acontecimientos globales que rompen la vida.

Entendamos esta globalidad como global (la gran pandemia de SARS-CoV-2) o como que afecta a la globalidad de las personas de un territorio acotado (la gran nevada de hace unas semanas).

Buscamos lo público para que una declaración de estado de alarma nos prohíban salir de casa para frenar el contagio, para nos auspicien con un ERTE si la cosa se pone peluda, o para que nos quiten los 55 centímetros de nieve que se han acumulado entre la entrada del portal de nuestra casa y el Ahorramás en el que necesitamos comprar el pan. Buscamos lo público para que nos traigan vacunas con las que alejar la enfermedad (no solo la de la covid-19, que también, sino la de la misma gripe que cada año se inocula a más de seis millones de personas en España, casi todas ellas mayores de 65 años).

¡Claro! Buscamos lo público en aquellas actividades necesarias para la vida que no podríamos solventar si no es con el esfuerzo colectivo: la sanidad, desde luego, el cole de los niños o la universidad cuando ya no son tan niños, el control del tráfico aéreo, la seguridad en su más amplio sentido, el mantenimiento de la red de carreteras, el alumbrado de las calles, la defensa.

Unos más que otros defendemos lo público en oposición a lo privado, defendemos la justicia (la igualdad) frente a la libertad, aunque dicho así suene feísimo. Solo por resultar gráfico, defendemos la justicia en el reparto de vacunas (primero a los que más riesgo tienen de que los mate el bicho y luego a los que menos), frente a la libertad de comprarla en el libre mercado de los medicamentos (para mí y los míos) si tengo dinero suficiente para ello. Lo público. Lo que garantiza que todos tengamos acceso a lo necesario en condiciones de igualdad.

A nadie se le oculta a estas alturas que el mantenimiento de lo público depende casi en exclusiva de la fiscalidad. De los impuestos. Tampoco se oculta a nadie que el sistema impositivo de los países es una cosa compleja o muy compleja y que, así, por lo general, se contempla en términos de progresividad, esto es que los que tienen mucho pagan mucho más que los que tienen poco y los que tienen muchísimo, aún más.

El sistema fiscal no atiende al mérito. No paga menos impuestos el señor que se lo gana con su ingenio o con sus habilidades deportivas, que el que se lo gana trabajando de meritorio en una notaría. Va más rápido: si ganas más, pagas más, si ganas menos, pagas menos y si ganas muy poco, no pagas nada. Me refiero, como se intuye, a los impuestos directos, esto es a aquellos que gravan la renta o la riqueza.

Y así va esto. Una persona que gana muy poco tributa muy poco, a lo mejor un 2% de su renta. Una que gana mucho paga mucho más. El tope: el 47% de lo que ingresa. Y con todo eso pagamos los coles, las vacunas, el alcantarillado, los guardias y los submarinos.

Pues bien, en las sociedades avanzadas (ahora no se me ocurre ninguna, pero haberlas haylas), se cuidan muy bien de los impuestos que pagan los ciudadanos y los ciudadanos están de habitual muy orgullosos del dinero que ingresan al fisco, pues son conscientes de la importancia que ello tiene en orden al mantenimiento de este que se ha dado en llamar el estado del bienestar.

Y las menos avanzadas, menos. En las menos avanzadas pagar muchos impuestos nos sabe como mal, como a que no hemos sabido valernos de algún vericueto legal para mermar esa cuota que siempre (siempre) se nos antoja abusiva. Nos sabe como a que somos tontos.

Y esto se incorpora a lo que podríamos llamar la conciencia cívica de las personas.

Un chico muy listo llegando a Andorra.

Si, de pronto, un señor se apea con que "las leyes de Hacienda no estaban preparadas para esta nueva ola de creadores 'online'. Y siguen sin estarlo" (El Rubius dixit) y con tamaña excusa se las pira a vivir a Andorra para cambiar su 47% de impuestos por un confortable 10%, es que estamos en un lío. No solo por el alto concepto de sí mismo que el tipo demuestra al considerarse, nada menos, que un creador ‘on line’ que ya es bastante (nada menos creativo que lo que le he visto hacer en sus vídeos), sino porque pone de manifiesto que esto lo hemos contado muy mal.

Por decirlo deprisa: si los que ganan muchísimo utilizan (y publican que utilizan) todos los recursos a su alcance para pagar poquísimo, hasta el punto de irse a vivir a uno de estos ‘paraísos fiscales’, so pretexto de no parecerles justas las leyes de Hacienda, es que se lo hemos contado muy mal.

Si las nuevas formas de economía han adelantado a las fórmulas fiscales y permiten esas fugas en los ingresos del Estado y quienes las practican, además, se jactan de ello en público, es que se lo hemos contado muy mal.

Si los chicos que juegan con sus ordenadores, o al balón (a nivel planetario incluso) y levantan más de cuatro millones de euros al año, pueden esquivar con tanta facilidad sus obligaciones con la sociedad, es que lo estamos haciendo francamente mal. Muy mal.

Si además se convierten en referentes… mal.

Las nuevas formas de economía producen nuevas formas de pillaje. El desprecio a la responsabilidad ciudadana, la cultura de la defraudación que preside la forma de contribuir de tantos, son sin embargo los mismos.

*Mequetrefe: persona considerada insignificante en lo físico o lo moral.

El dibujo es de mi hermana Maripepa.

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