domingo, agosto 13, 2017

Un tonto es un tonto.

Un tonto es un tonto, financie a Podemos o no lo financie. Y el que defiende o sostiene las posiciones de un tonto es difícilmente listo. O no es listo. O es otro tonto.

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Chávez y Maduro, charlando de sus cosas.
Maduro es un tonto. Luego le pasan más cosas, ahora lo vemos. Pero es sobre todo y antes que nada, un tonto.

(Me contaron que aquello del pajarito, esto que lo definió como un tonto delante de la humanidad toda, es una superstición ancestral venezolana por la que todo el que se muere se convierte en pájaro y que, por eso, cuando Maduro contó lo del pajarito que era Chávez y que le silbaba, no lo echaron a gorrazos del lugar, sino que todos lo entendieron, lo creyeron y lo aplaudieron. Pero sigue siendo un tonto.)

Esto no le quita un ápice de grosería a la derecha venezolana. Ni un ápice. La derecha burguesa de los países latinoamericanos es una derecha sin ningún tipo de escrúpulos, entregada a intereses económicos nada confesables y, seguramente, vendida a socios que tampoco se pueden confesar. En esto igual tiene razón el líder “empoderado” de IU, Alberto Garzón, aunque el resto de su discurso pro gubernamental caraqueño lo descalifique a mi juicio.

Maduro se ha desvelado como un dictadorzuelo bananero sin recursos intelectuales, ni de carisma, ni personales, ni de ninguna otra índole. Sin capacidad de liderazgo, sin soluciones a la crisis económica y del petróleo que vive la región, sin discurso, sin posición política, sin ninguna idea en la cabeza distinta de aquellas que pretende le sujeten en el poder: una asamblea constituyente al margen del Parlamento, una Fiscalía a su medida, un poder electoral controlado por el Gobierno, son tres buenos ejemplos de entre muchos. Un verdadero tonto. Y defender la dictadura en la que ha devenido su gobierno, con sus muertos, sus medidas antidemocráticas, su discurso hueco contra el imperialismo yankee, es una memez. Es una gilipollez, por temprano que se levanten.

Esto podría acabar aquí: Un tonto que jodió un pueblo.

Sin embargo, el PP ha convertido Venezuela en un asunto de interés nacional.

En esta dialéctica, de un lado y para algún sector del pensamiento político en España defender a Maduro es apostar por la “izquierda verdadera”, como si ese bobo representara a izquierda alguna, y atacarlo es alinearse con los intereses espurios de aquella derecha ultra liberal y malévola. Del otro lado, cada vez que con frecuencia machacona el Telediario de la 1 nos narra el detalle de todos los males de Venezuela parece señalar a Podemos (¿a toda la izquierda?) con el dedo acusador. De paso, distrae la atención sobre la pésima gestión del asunto catalán o la corrupción insoportable del propio partido. Ahí debe estar la génesis de la sobreinformación que soportamos acerca del particular.

Nada que defender de la oposición venezolana. Me pasa con toda la derecha latinoamericana, con la exclusión de Santos, que ha logrado la paz en Colombia mediante un complejo proceso de negociación política con las FARC. Nada que defender, decía, de la oposición venezolana, aunque sea injustificable el encarcelamiento arbitrario y sin proceso de sus líderes, como es injustificable, igualmente indefendible, la caricatura en la que Maduro, seguramente para no tener que volver a conducir un autobús, ha convertido su mandato.

Apenas hace unas semanas me sobrecogía al leer que ya no cabe el diálogo, que la única solución radica en el ejército. Hoy ladeo la cabeza y encojo los hombros. A lo mejor va y es verdad. Y el PP le seguirá sacando ventaja política a la situación, siendo, como es, que le sale totalmente gratis.

Qué aburrimiento de caudillos a uno y otro lado (de la escena política, del Atlántico, del pensamiento). Y qué difícil futuro se granjea la humanidad, que solo parece poder conformarse con ellos.

El dibujo es de mi hermana Maripepa.

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