domingo, enero 14, 2018

Rodrigo Rato o la hipertrofia del ego

A veces engordan las cosas. Los seres humanos tenemos esto. Tu cavidad ventral puede adoptar dimensiones que hagan que se te olviden el color o el aspecto de alguno de tus miembros. Esto es verdad.

Si lo que torna en inabarcable es tu ego, entonces estás en problemas, porque lo que habrás olvidado es la medida de las cosas mundanas como la moral, la educación, la hombría de bien o, simplemente, el respeto por lo que afecta a todos los demás.

Rodrigo Rato ha pertenecido a varios gobiernos de España, ha sido vicepresidente económico en dos de ellos, presidente de Caja Madrid, el instrumento financiero de la comunidad autónoma más importante de España, amén de buque insignia de la transformación de las cajas de ahorro. Se le elevó después  a los altares de la economía mundial con el cargo de director gerente del Fondo Monetario Internacional. En su formación política había ocupado la Secretaria General Adjunta en el Partido Popular, la portavocía de su grupo parlamentario en el Congreso y llegó a figurar en el mítico “cuaderno azul” como posible sucesor de Aznar para  la Presidencia del Gobierno.

Utilizó el sucesivo ejercicio de responsabilidades institucionales, financieras y orgánicas, simplemente, para enriquecerse. Tanto y con tan malas artes que hoy en día está procesado más o menos, en una causa por cargo ejercido.

Administración desleal, apropiación indebida, corrupción entre particulares, falsedad contable e irregularidades fiscales de diversas índoles.

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Su primera condena se debe al escándalo de las tarjetas “black” durante su presidencia en Caja Madrid y lo ha sido a cuatro años y seis meses de cárcel por apropiación indebida. Las causas pendientes lo son por comisiones a cambio de la adjudicación de contratos publicitarios, presuntas irregularidades en la contratación de parientes, irregularidades fiscales en sus negocios particulares que incluyen evasión de capitales con destino al paraíso fiscal de Guernsey (Reino Unido), comisiones ilegales del banco de inversión Lazard y de Teléfonica, fraude fiscal por casi siete millones de euros entre 2004 y 2015.

Podríamos resumir este currículum en la idea de que Rodrigo Rato es un presunto montón de mierda.

Y he aquí cuando se obra el milagro. La hipertrofia de su ego le convierte a sus propios ojos en un desairado hombre de negocios que, cuando comparece en el Congreso de los Diputados, en la comisión parlamentaria que investiga la crisis financiera española, da lecciones a los miembros de la cámara y se permite el chascarrillo infame de asegurar que “esto es el mercado, amigo”, desafiando a quienes representan a la voluntad popular con una chulería digna de quien se sabe el fiel de todas las balanzas. Rato no es para sí mismo, virtud a esta extraña patología, el malhechor que encarna en su sola persona todos los vicios de la crisis, acreedor a cientos de años de cárcel por ladrón. No. Es la víctima propiciatoria de un complot de sus propios compañeros de filas para redimir en él los pecados de su Partido al completo.

Pues veamos: Para dejar las cosas moderadamente en su sitio y que las informaciones de uno y otro género no nos confundan más allá de lo que es asumible… fuera caretas: Este hombre nos ha robado. Nos ha robado a todos mientras ostentaba altísimas responsabilidades del Estado o incluso después de encumbrarlo a puestos internacionales.

La actitud desafiante de Rodrigo Rato ante la comisión parlamentaria ante la que compareció para dar explicaciones sobre la crisis financiera que ha dejado en la miseria a miles de españoles, solo se explica por un ego desmedido. Una patología más propia de ser tratada por un especialista clínico, que de ser exhibida en el Congreso de los Diputados.

Un montón de mierda.
El dibujo es de mi hermana Maripepa.

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