domingo, enero 21, 2018

Se llamará Albert

Es muy difícil hacer un análisis sosegado de lo que anda ocurriendo en el país y en el mundo con la cosa de la política.
Parece que el tiempo de las espantadas populares  a pie de urna y la “postverdad” se va pasando lentamente de moda, merced a que la necedad incontestable de Donald Tump o a la zozobra que se ha creado en el Reino Unido con la penosa aplicación del “brexit”, invitan a reflexionar más serenamente lo que cada uno hace con su voto.
Esta no es una buena noticia para Unidos-Podemos+confluencias, que venían arropados por esas mareas de populismo radical imperante, de izquierdas en el caso español, extremadamente de derechas en otras partes del mundo. Pero tampoco es una buena noticia para los llamados “partidos tradicionales”, que no avanzan un pimiento en este río revuelto.
Seguramente porque no hay tal revolvimiento en río alguno. O la peña no lo siente en sus carnes más allá de lo que lee sobre Diana Quer o lo que escucha sobre la fortuna incomprensible de los Franco. Así, lo que parece instalarse en el ánimo de la gente es una apatía monstruosa que reniega de la política (corrupta, inoperante, incapaz), de los políticos (incapaces, corruptos, inoperantes), de las instituciones (inoperantes, incapaces, corruptas).
A falta de ideas fuerza, de líderes que aglutinen corrientes de pensamiento, de organizaciones políticas capaces de modular en propuestas valientes las inquietudes de los ciudadanos, que son tantas y algunas tan imperiosas, se impone otra manera de alcanzar el poder y de ejercerlo, de obtener el plácet ciudadano: la mercadotecnia.
Y he ahí a Emmanuel Macron, nadie, rigiendo los destinos de una de las naciones más poderosas del mundo sin más programa, sin más pensamiento, sin más bagaje que la nada. Pero guapo y moderado, dueño de una propuesta que tira al neoliberalismo 2.0 con cierto tinte social para que no escandalice y con carita de haberse hecho pocas pajas y haber roto pocos platos o ninguno. El yerno que cualquiera querríamos sentar a nuestra mesa en Nochebuena.
Y todos adoran a Macron.
Prisa lo ha convertido en el paradigma de lo político del primer cuarto del siglo… Como a Rivera.
Igual que a Macron, ahora todos adoran a Rivera. Lo adora Prisa, lo adora el IBEX 35, lo adoran González y Aznar.
Y aquí llegan nuestros males.
La apuesta por Albert Rivera ha quedado tan patente que pocos dudamos ya del nombre del próximo presidente del Gobierno de España. Editoriales y portadas de El País, declaraciones de González en la Ser, loas de Aznar, la invitación de Cebrián a la reunión del Club Bilderberg de este último junio, avalada por Ana Patricia Botín… todo conduce a encumbrar a este monaguillo de plastilina a la más alta representación democrática del Estado (matizo “democrática” porque la más alta magistratura del Estado Español no lo es y, de momento, no está al alcance ni siquiera de Rivera).
Rivera
Los ciudadanos hemos abandonado la política. Hemos perdido las ideas. Hemos renunciado al compromiso, al pensamiento, a la necesidad de avanzar hacia una sociedad más justa que antes nos enardecía. Seguramente con razón. Pero la consecuencia es de una nadería exasperante. 
Ciudadanos es exactamente la nada, la no política, la no ideología, el no progreso. Un conjunto de medidas de carácter económico y corte liberal encaminadas al mantenimiento del “status quo” de la pequeño-burguesía a la que representa, que nada molesta a las clases dominantes. Un tibio racimo de medidas sociales que sirvan para callarle la boca a la socialdemocracia. Un cuidadísimo discurso de equidistancia desideologizada entre los buenos y los malos. Y la nítida imagen de uno al que definitivamente sí le comprarías un coche usado. La perfección de la talla “M”.
Un producto mercadotécnico que empezó a construirse en el gran juego hace más o menos cuatro años (aunque su marca llevara más tiempo en Cataluña), perfectamente diseñado, cuidadosamente envuelto, al que la caricatura en la que se ha convertido la crisis catalana ha empujado a lo más alto de las encuestas nacionales, amén de ser allá el partido más votado.
Es la imagen de la nueva derecha española, despojada –eso sí— de los ancestros que lastran a la vieja. Sin izquierda que le tosa. Sus creadores no podrían haber imaginado un escenario mejor.
Albert Rivera va a ser el próximo presidente del Gobierno de España. Y a mí me jode.
El dibujo es de mi hermana Maripepa.

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