domingo, marzo 18, 2018

Sed



¿Cuál es la dosis exacta de odio que necesita usted para sentirse bien?

La media es alta. Los comportamientos aberrantes generan una extraña reacción en la sociedad.
Sobran los ejemplos. Y la cosa es como cíclica.

Recuerdo el episodio que protagonizó la periodista Nieves Herrero, allá por el año 1992, en torno a la desaparición de las tres niñas de Alcàsser y que fue el detonante de una repulsa generalizada sobre el abuso de los medios de comunicación en el tratamiento de estos dramas, mucho más en busca de aumentar su audiencia que de prestar un servicio público de mediana calidad.

Poco duró la moderación. Y de poco ha servido esa lección no aprendida.

A estas alturas ya no me sorprende (me jode, pero no me sorprende) que la lucha por las audiencias degrade estas noticias dramáticas (tan dramáticas) hasta hacerlas pasto de la caricatura que implica toda exageración. No me sorprende que se prescinda del respeto más elemental por los hechos en sí mismos y por las personas que están a su alrededor, convertidas en protagonistas involuntarias del espectáculo aterrador de su propia tragedia.

Algo más me asombra la lucha por sacar de ellas ventaja política. El bochorno que vivimos el jueves en el Congreso de los Diputados, después de invitar a la tribuna a madres y padres de chicas y chicos víctimas de la brutalidad con la intención de obtener un clima de movilización política a favor de unos y en contra de los otros, mueve a la indignación. Aunque ya no sorprenda. Los cambios de opinión a la carta de según qué fuerzas políticas... Eso sí sorprende, aunque ya no indigne porque los sepamos capaces de eso y de más por lograr su objetivo.

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La ración de hoy.
Sin embargo, no puedo evitar dar un paso más en el intento de comprender qué pasa. ¿Por qué las horas y horas de información morbosa y repetitiva despiertan ese interés casi unánime? ¿Por qué suben las audiencias? Las cadenas no demuestran el pudor más mínimo: saben lo que buscan, lo obtienen y lo tuitean apenas terminan los programas especiales: ¡¡22% de cuota de pantalla!! ¡¡26%!! ¡¡Récord!! Y lo proclaman a los cuatro vientos.

Es su logro. Es su negocio.

Pero usted y yo lo consumimos.
Mirando, odiando, profiriendo las barbaridades más groseras, deseando el mal, el peor de los males. Las redes sociales se incendian de odio, del odio más soez, los noticieros ayudan ofreciendo todo tipo de datos, de ellos, de sus familias, de su pasado… los políticos movilizan a propios y extraños en busca de su rédito electoral, llamando a esa especie de rabia colectiva que pretenden convertir en votos, y todo se vuelve odio que se consume con avidez por todos. Y por usted. Y por mí.

Cadena perpetua, pena de muerte o, simplemente, muerte. Lapidación pública, venganza.

No es por los niños que mueren a centenares en Alepo, víctimas de una guerra que no hemos hecho ni siquiera el esfuerzo de intentar comprender. Estos nos producen apenas una lástima lejana que se vuelve ira cuando el problema toma la forma de los refugiados que buscan una tierra en paz donde esconderse de las bombas. Esos son demasiados niños y están demasiado lejos para hacer el ejercicio odiar a quienes los masacran.

Necesitamos un odio más próximo, uno que seamos capaces de abarcar sin esfuerzo intelectual, un odio doméstico que nos sujete al sofá mientras nos mastican los datos precisos (y todos los demás también) para darle forma humana.

Unos necesitan las audiencias, los otros las voluntades, unos por dinero, los otros también. Pero usted y yo lo que necesitamos es rabia, un motivo para sentirnos unidos colectivamente frente a la desgracia individual, una excusa para desatar la furia acumulada y clamar en nombre de la humanidad por la justa muerte del criminal.

La ración de este mes está ya consumida.
El dibujo es de mi hermana Maripepa.

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