domingo, noviembre 06, 2016

De sabios y "todólogos"

Hay que andar atento porque son muy escurridizos. Me refiero, claro está, a los sabios. Los otros abundan.
Los sabios son pocos y no se les nota. Es muy importante estar muy despierto por si te encuentras con uno: no son tantas las ocasiones. Con los todólogos no. A estos se les ve de lejos y es tan frecuente encontrarlos que casi estorban un poco.
En este tiempo que viene, en que veremos rufianes de todos los órdenes —con sus aplaudidores— y tertulianos de todas las cadenas —también con sus aplaudidores— opinando sobre lo más grande; ahora que se ha hecho patente en España la profunda crisis que vive la socialdemocracia y que estamos a punto de vivir las que serán —y las habrá— sus consecuencias, es más importante que nunca ayudarse a hacer criterio por quien realmente lo tenga. Y no es tan sencillo pararse a analizar, con el furor de los ofendidos hirviendo por las esquinas.
Lo sabios parecen personas normales, escuchan, se entiende todo lo que dicen porque hablan con las palabras de la gente, no quieren demostrar nada y están en permanente disposición de aprender, incluso de uno mismo (aunque tan poca cosa tenga que enseñar).
Sospeche de grandilocuencias y exhibiciones dialécticas. Intuya que si alguien tiene la necesidad de demostrar cuánto sabe de todo, puede resultar que no sepa tanto de nada. Y luego es un chasco.
Esta es actitud más propia de todólogos, pequeños seres abyectos habituales en las tertulias televisivas que inundan de palabras la conversación, sea esta de la naturaleza que sea, y de todo saben y de todo

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Un sabio que estaba leyendo un libro.

opinan y de todo dan lecciones. Son fáciles de localizar porque se pisan en las conversaciones y no dicen nada que realmente merezca la pena. Sorprende, cuando la casualidad hace que estén hablado de algo de lo que uno entiende, la cantidad de barbaridades que sueltan por esa boquita.
Algún proverbio (casi seguro oriental) reza: Corrige a un sabio y lo harás más sabio; corrige a un imbécil y lo harás tu enemigo. A mí me lo contó un amigo de Ciudad Real y lo corroboré escuchando una ¿conversación? entre Inda y Marhuenda.
Si uno está delante de un sabio de los de verdad es posible que ni se entere. Sabrá estar en cualquier conversación y no pretenderá encandilar a su auditorio con elevadas formas de lenguaje y expresión. Y ¡tragedia!: habrá perdido la oportunidad de aprender cosas.
Es imprescindible poner la mente a trabajar con espíritu discernidor. Hay que distinguir entre los unos y los otros, gastar muy poco tiempo en escuchar idiotas y buscar el conocimiento allá donde pueda esconderse. Porque está. Y cuando aparece, abrir mucho las orejas, preguntar, absorber, contrastar la opinión que uno mismo tiene sobre las cosas que le importan y luego contarlo: ¡Estuve con un sabio! No le importe reconocer que había uno que sabía más que usted.
Piense que, de todos modos —para bien o para mal—, sus amigos ya saben lo listo que es.

El dibujo es de mi hermana Maripepa.

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