domingo, noviembre 13, 2016

No sea antiguo: ¡Involucione!

Pero ¿es que tan seguros estamos de tener razón?
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Manos unidas, hoy.
Debemos ser muchos los que pensamos que todos tenemos derecho a la vida. Pero son más lo que no. ¿Razón? ¡Qué sabe nadie! Los millones de refugiados que se agolpan en las fronteras de Europa no sé lo que piensan, pero en Europa no les dejamos entrar. El que dice que no los quiere ni en pintura, gana las elecciones. El que dice lo contrario, el recatado que proclama que todos tienen derecho a la vida, les cierra la puerta. ¿Qué diferencia en concreto al uno del otro?
Seguro que somos muchos los que pensamos que mujeres y hombres son manifestaciones del género humano en absoluta igualdad. Pero los que opinan lo contrario son más. Porque el que dice abiertamente que se le antoja más bien un objeto de placer masculino o un práctico artilugio doméstico de propulsión animal, gana las elecciones. Y, para ganarlas, también le tienen que votar muchas mujeres, porque son un montón. Por cierto, quien piensa que, en efecto, uno y otro sexo son manifestación de idénticas realidades, mantiene para ellas salarios inferiores, tareas menos relevantes, papeles de menor nivel en todos los órdenes.
Y ¿Latinos y latinas? ¿Gitanos y gitanas? ¿“Moras” y “moros”? —Entrecomillo porque en el lenguaje coloquial habitualmente despectivo, se entiende por moro o mora  algo mucho más amplio que la persona nacida en el Magreb y alcanza a cualquier musulmán—. Somos muchos los que sacamos pecho asegurando que todos tenemos derecho a la vida. Hasta las constituciones proclaman la igualdad de derechos de unas y otros ante la Ley. Pero los que los quieren mejor cuánto más lejos y lo dicen abiertamente durante la campaña electoral ganan las elecciones. Y para eso les tiene que votar también alguien de México, aunque haya prometido el candidato levantar un muro en la frontera, porque también son muchos. Ah, y los que proclamamos aquella igualdad y diseñamos políticas “inclusivas” —me descojono—, le alquilamos la casa mejor a uno de La Puebla de don Rodrigo, porque las familias subsaharianas son muy ruidosas y a saber cómo de limpias.
Se avecina un tiempo raro. Dígame ¿cómo de rojo quiere ser usted hoy? ¿Cuánto de “de izquierdas” se quiere levantar? Es seguro que acostarse, se acostará completamente de izquierdas, pero amigo, cuando se despierte, el monstruo seguirá encima de la almohada. Porque, no se engañe: el monstruo no es Donald Trump. Somos quienes le votaron, quienes no vimos lo que se nos venía encima, los que tanto miedo tenemos al "otro" y al "distinto", quienes vociferamos la igualdad sin que nos ocupe practicarla, los que provocaron la Gran Recesión… La autoría de esta pesadilla global es colectiva.
Ante esta espiral de despropósitos he llegado a sospechar que algún laboratorio de cosmética podría haber incorporado a nuestro champú una encima diabólica que estuviera debilitando el córtex cerebral de la humanidad, pero lo que debe estar pasando es que la peña está hasta los cojones y, entonces, le dice que no veladamente o a las claras a los procesos de paz –España, Colombia—, le dice que sí a la salida de su país de los sitios —Cataluña, Reino Unido—, o pone de jefe del chiringuito a un imbécil —anote aquí usted mismo, sobran referencias—. (Iba a escribir “votan presidente a un necio con pelazo” para incorporar a Puigdemont en la jugada, pero acabo de acordarme de que a este no le ha votado nadie para el cargo y al que votaron tuvo que hacer como que se marchaba para poder seguir estando —cosas de la alta política—).
El riesgo es mínimo: las consecuencias suelen ser ninguna. Luego los mercados ponen a cada uno en su sitio. Además, no hay cuidado: el botón nuclear hace mucho tiempo que no se aprieta. La profunda involución a la que nos enfrentamos en lo cultural, en lo social, parece que importe un carajo. Los pueblos ya no son de izquierdas o derechas: de los negros, de las negras, pensamos todos una cosa escandalosamente parecida.
Y, claro, el dibujo es de mi hermana Maripepa.

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