domingo, febrero 19, 2017

El misterioso caso de las chicas del banquillo.

Cuando por el año 2012 escuchábamos a la Pantoja y a Mayte Zaldívar explicar sin pestañear que el ex alcalde de Marbella era en realidad un pedazo de pan, que no tenía nada suyo y que cómo iban a saber ellas que esas bolsas de basura llenas de dinero contenían, en realidad, dinero, todos hicimos como que no nos dimos cuenta. Lo atribuimos a aquello de la España de charanga y pandereta que tan bien describió ya Machado, como una extensión algo extemporánea del cine de blanco y negro con el que Luis García Berlanga nos obsequió.
La infanta Cristina, también dijo cosas inimaginables: Que era por amor, que confiaba en su marido, que cómo iba ella a haber consentido si sus asesores… Todos pensamos que, al cabo, era una infanta de España, una Borbón por más señas. Tampoco se esperaba muchísimo más de ella. Y cambiamos de canal a la espera de una casi segura absolución que se confirmó eeste viernes en la vía penal y no diferirá mucho de la canónica, aunque para confirmar esta tendremos que esperar a las sentencias del valle de Josafat.
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Por ejemplo una infanta, en plena vista pública
Después llegaron las chicas de la Gürtel. Y la cosa, como si dijéramos, empezó a oler. La primera, Rosalía Iglesias, la mujer del tesorero de uno de los dos grandes partidos patrios. Pues nada, que tampoco sabía. Que una va a un banco suizo y parece que ha llegado a la peluquería, que no parecen bancos. Y que confiaba en su marido que era el que le hacía la declaración de la renta y que ella firmaba lo que le ponía y viajaba a dónde la llevaba, que ella estaba más bien en la cosa doméstica y en lo suyo de la restauración de muebles.
Lo de “la perla” tampoco defraudó. A Milagrosa Martínez no le movía el amor, al menos no el amor así comúnmente entendido. Ella de lo que no sabía nada era de turismo y por eso, cuando Camps la nombró consellera, precisamente de Turismo, no pudo sino ponerse en manos de sus asesores y a las órdenes de su presidente, porque ¿qué sabía ella lo que era FITUR y si los pabellones se compraban o se alquilaban? Y si le regalaban un reloj… pues sería de imitación., suponía ella.
Y al fin llegó Ana Mato. Esta había sido ministra (poca broma), pero entre ella y el señor Sepúlveda había poca comunicación. No es que no le extrañara que apareciera un Jaguar en su propio garaje, es que como no sabía lo que ganaba el señor Sepúlveda (de alcalde) no sabía si le daba o no para jaguares porque sus coches, los de ella, se los compraba ella misma con su propio dinero, que para eso lo ganaba. Y que como los viajes le tocaba pagarlos a él, al señor Sepúlveda, pues que cómo iba ella a sospechar que al caradura se los regalaba el tal bigotes.
Las amas de casa de mi barrio eran capaces de interpretar un patrón del Burda y sacar un par de vestidos para las niñas, mientras charlaban amigablemente con un grupo de vecinas, controlaban lo que tenían en la lumbre y hacían cábalas mentales  sobre si podrían pagar este mes el recibo de la comunidad. Sabían lo que ganaban sus maridos y lo sabían sumar a lo que ganaban ellas. Sabían que no daba para jaguares ni para cumpleaños con payasos. Sabían que habían firmado una hipoteca y dos préstamos personales. Y sabían a qué precio. Lo sabían todo.
Hablo en pasado porque hace tiempo que no paso por el barrio. Pero, de verdad, no creo que se hayan vuelto tan tontas. Todas no.
Juezas y magistradas lo deben estar flipando.
El dibujo es de mi hermana Maripepa.

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