domingo, mayo 14, 2017

Por Dios y por España.

No hay leyes, comisiones de expertos, informes, ni dictámenes, que consigan traicionar la memoria de todos. Ni siquiera la falsa Historia que escribieron y nos contaron lo consiguió.
A pesar de que la sociedad española ha demostrado sobradamente tener memoria de pez (aproximadamente tres segundos) para según qué cosas, hay otras que no se olvidan, que no se han olvidado. Algunas sí, pero hay otras que no.
Se ha olvidado, por ejemplo, que el embalse de Riosequillo, en Buitrago de Lozoya, fue un  campo de trabajos forzados que el general Franco, ganada la guerra civil, utilizó para resolver el grave problema que representaba tanto rojo preso obstinado en sobrevivir. Pero no se ha olvidado que el Valle de los Caídos fue otro. Eso no se ha olvidado, seguramente, porque el propio monumento y la intención con la que se construyó son de una infamia y proporción tan enormes que es imposible olvidarlo.
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En sentido homenaje
Espero que nadie asome un amago de sonrisa al leer estas líneas, pues ello podría dar con mis huesos en la cárcel y nada más lejos puedo apetecer. De otra parte, maldita la gracia que tiene el asunto.
No se trata de reabrir viejas heridas como insisten en decir quienes siguen disfrutando de la victoria tantísimo tiempo después. No se reabre lo que sigue abierto. Es cerrar viejas heridas. Muy viejas. Muy profundas.
La muerte del general dictador y el posterior proceso de transición que nos trajo hasta donde estamos pasó de puntillas por un asunto mayor: la reconciliación. Así se decidió que interesaba en aquella España de golpes de estado, de salvadores de la patria, de Rey restaurado. Y así se optó por olvidar para construir, sobre la falsa idea de que este era un país sin rencores, sin cuentas que saldar. Sobre la reconciliación se pasó de puntillas. Sobre la verdad se habló poco o muy poco. Y la reparación a las víctimas del franquismo ni siquiera se planteó.
Los actores de la transición olvidaron reconocer que España era un país post-genocidio. Y que una sociedad que ha padecido la persecución hasta pretender el exterminio de una de sus dos partes, es una sociedad que guarda rencor. Y no hay leyes, ni dictámenes, ni comisiones de expertos, que muevan ese odio hacia el amor fraterno. Ni democracia que pueda madurar sobre tanta indignidad.
No hablo de la guerra y ya sé lo de Paracuellos. Hablo de la postguerra. Y del miedo, de la persecución, el exilio, de los robos de niños, de los juicios sumarísimos, de la humillación, los paseillos, de las fosas comunes.  Hablo del genocidio.
Rendir culto cristiano al general genocida en la basílica megalómana construida a mayor gloria de sí mismo por los presos del bando perdedor es un insulto a la sociedad española. Incluso a la de los vencedores que, después de vencer, tuvieron que seguir venciendo año tras año hasta la Restauración.
Establecer simetría alguna, como así se pretende en estos días, entre los contendientes de uno y otro bando es una barbaridad histórica de tamañas proporciones. No hay simetría. Es mentira. Los unos se resarcieron entre vítores de los horrores de la guerra en cada uno de los días que mediaron entre el 1 de abril de 1939 y el 20 de noviembre de 1975. Los otros aún buscan a sus muertos por las cunetas del Estado. No hay simetría.
(Es obligatorio recordar aquí las inefables palabras de Rafael Hernando, que se atrevió a insinuar que sólo desentierran a sus muertos cuando hay subvenciones. El imbécil. Me encantaría saber si se hubiera atrevido a decir algo así refiriéndose a cualquier otro colectivo de víctimas. Pero las víctimas del franquismo no existen, se ve. De la querella que se interpuso en su momento por la Asociación para la Recuperación de la Memoria Histórica no se sabe nada. La chica que contó un chiste de Carrero en Twitter ya tiene sentencia. Condenatoria, por cierto.)
El enaltecimiento del franquismo no es un delito en España. Todavía. Nuestra democracia puso sus cimientos sobre el olvido. Claro, era el olvido de cosas que no se pueden olvidar. Y, claro, no se han olvidado. Solo tenían que olvidar unos pocos: los masacrados, los perseguidos, los arruinados, los rojos. Era como si hubiera que pedirles perdón por ocupar legítimamente el poder tras la muerte de Franco. Hubo que darles las gracias por permitir que los partidos políticos ayer prohibidos, hoy votados, electos, se sentaran en el Parlamento.
Incomprensiblemente, la figura histórica del general Franco, golpista, criminal de guerra a juicio de tantos, genocida al mío, aún no ha sido colocada en el sitio que le aguarda. El Partido Popular no quiere porque se sabe el heredero de su historia.
Y una parte de la sociedad sigue rindiéndole honores. En público. Brazo en alto. Con el beneplácito de los distintos gobiernos que se suceden desde entonces y el de la Iglesia Católica. En el Valle de los Caídos por Dios y por España.
El dibujo de los señores muy de derechas homenajeando al Caudillo es de mi hermana Maripepa

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