Alguien ha dicho ya que no es que estemos en una época de cambio, sino que estamos en un cambio de época.
Otras veces usted se informaba como se informaba: Iba al kiosco, compraba el diario de su elección, ponía la radio, miraba las noticias en la cadena que mejor cuadraba con su forma de entender las cosas.
Las líneas editoriales y los intereses no siempre lícitos de los grandes grupos de comunicación guiaban nuestra forma de hacer criterio, unas veces para bien, otras no tanto.
Los intereses ya casi nunca lícitos de los grandes grupos de comunicación siguen guiando nuestra forma de hacer criterio sobre las cosas que pasan. Pero menos. Antes contábamos con la opinión más o menos cercana de nuestros compañeros de trabajo, de tertulia, de escalera.
Personas informándose esta mañana. |
Lo bueno: Es imposible que le engañe uno solo, o que oculte cualquier suceso un interesado grupo de comunicadores. Lo malo: Usted ya no contrasta, no mide la calidad de la información que devora. La da por buena o mala según consiga o no alcanzar a su fibra sensible. Y a esto llamamos la postverdad, a lo que, sea o no cierto, se da por bueno porque se lo han contado muy bien o muchas veces. Usted ha perdido el interés por verificarlo. Piénsese que Le Pen está pasando como la candidata de los obreros de Francia. Y esto no es verdad, en serio (nada más turbio que intentar hacer bueno que un partido xenófobo y de ultraderecha represente a nadie pobre), pero lo han convertido en viral y, por ende, en certeza.
Así se devalúa el contenido del pensamiento político. La verdad de cada quién, para que se haga viral, esto es, para que sea certeza en el contexto social en el que nos movemos, ha de caber en 140 caracteres. Y eso hace que los mensajes que nos llegan sean realmente pobres. Muy muy pobres.
La comunicación política ya no se hace desde le tribuna parlamentaria, ni en las trabajadas páginas de la prensa especializada. Se hace en las redes sociales. No es bueno ni malo, es simplemente así. A nosotros nos toca, pues, la parte más difícil: la de discernir. No se lo van a enseñar en la Universidad, ni hay cursillos on line para aprender a detectar lo que tiene calidad y separarlo de la basura informativa. La inteligencia para filtrar la información la tiene que poner usted. Declárese harto de leer bajo la presunta firma Antonio Fraguas (Forges) el relato que un señor de derechas escribió un día que estaba muy enfadado y denunciaba que nuestros gobernantes no saben inglés: La red hace cosas extrañas.
Donald Trump, cuyo pensamiento político, verdaderamente, cabe en un tuit y le sobran caracteres, puede ganar unas elecciones y gobernar el país más poderoso del mundo valiéndose de un social manager habilidoso y de una aplicación de móvil. Incluso Le Pen le recortaba distancias a todos los demás juntos, resumidos en Macron, a base intoxicar la red con el mensaje delirante de que representa al pueblo. En este mismo momento alguien lo estará dudando camino de las urnas.
Las redes sociales están. Han venido a quedarse y a formar parte de nuestra manera de interpretar lo que sucede. De usted, solo de usted, depende que la verdad que escoja de entre todas las que ponen a su disposición sea realmente una verdad asumible por el pensamiento crítico.
También puede escoger la otra, pero eso no le convierte en nada de lo que se pueda sentir orgulloso. (De que sus hijos se puedan sentir orgullosos olvídese: Si es menor de 20 solo le prestará atención a los youtubers de éxito. Están en la red.)
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