domingo, junio 10, 2018

Aznarcronismo



Trepidante semana.

Pedro Sánchez, flamante presidente del Gobierno tras ganar contra todo pronóstico y por primera vez en España una moción de censura, convoca a un conjunto de notables del Estado (y otros no tan notables) para configurar un consejo de ministras y ministros (de acuerdo con la nueva nomenclatura) que causa asombro por el número de mujeres, por la relevancia de los personajes, por la celeridad en la toma de decisiones.

El ex Partido Popular se retuerce desde el más allá exigiendo la inmediata convocatoria del debate sobre el estado de la nación (ellos mismos lo vienen obviando desde 2015) y barbarizando sobre las intenciones que le presumen al nuevo Gabinete. Todo ello mientras se remueven en sus filas hablando de un señor que se saca fotos en la popa del yate de un narco famoso, con él a bordo, y de dos señoras que pronto mostrarán los arañazos y moratones producidos por lo que no tiene pinta de ir a ser una contienda pacífica por la sucesión.

El partido de Rivera, hace apenas dos semanas firme candidato a ocupar con sus filas palacios y palacetes, se lame las heridas de su estupidez contenido en el viejo casón del pueblo que el padre de alguno les cedió para sus reuniones, hoy en la semiclandestinidad, después de haber dado noticia al país entero de quiénes son en realidad y cuáles sus intenciones.

Pablo Iglesias lamenta lo pronto que se produce el olvido y lo largo que es, para lo corto que ha sido el amor.

IMG-20180609-WA0017.jpg
Y en esto ¡aparece Aznar! Grande Aznar. Enorme.  Como un ‘aznarosaurio’ aparecido de  pretéritas glaciaciones, Aznar comparece ante la humanidad y, comprendiendo que la derecha española está en crisis, sabedor él y solo él de cuáles son las verdaderas claves del delirio en el que se halla sumida y conocedor, igualmente solo él, de qué pulsiones de la sociedad, qué fibras del complejo tejido neuronal de las Españas se hallan en estado de desgarro, se ofrece generoso, inmenso, para restañarlas.

Y es que hay que ser muy tonto o estar muy poseído de uno mismo, para creer que la propia mismidad de sí es el único ente en el mundo capaz de nada en absoluto y, mucho menos, de volver a poner orden en aquello de cuyo caos es principal hacedor. O sea, un tonto.

Aznar no solo nos ha regalado la mejor caricatura de sí mismo en estos días; también nos ha hecho comprender que se trata de uno de esos especímenes que forman parte de un pasado que no va a volver: el del triunfo de los contadores del Estado, de los registradores de la propiedad, de los inspectores de Hacienda. YouTube los ha ocultado, Facebook los ha dejado sin amigos, Instagram los repudia, Twitter los ignora. Simplemente ya no están. Solo que Aznar no lo sabe.

Este nuevo gobierno de astronautas, comunicadores, hombres y mujeres de la economía, del mercado, de la gestión pública, está llamado a modernizar el lenguaje y las maneras, a sacar  la naftalina de los despachos, a ventilar las cloacas, a cambiar las ventanillas por ventanas que se abran a las voces de la calle. A convertir el aparato del Estado en la herramienta de progreso de la sociedad que nunca debió dejar de ser.

Y entonces Aznar, los ‘aznares’, ya no nos harán falta. Ni puta falta.

La derecha, sin ‘aznares’ ni registradores ya, abrirá un proceso de cambio profundo que la aleje por fin (estaría cojonudo) del franquismo del que son herederos todavía, que reconozca el pasado y no lo justifique, que se crea de verdad que estamos en un estado laico, que pierda la capilla, el ardor guerrero, y se aleje del convencimiento de que son los dueños del chiringuito y que este solo sirve a sus intereses y a los de los amigos que pueden comprarlo.

A lo mejor entonces se puede hablar de aquellos grandes pactos que hoy son impensables y que tanta falta hacen: reforma constitucional, educación, igualdad salarial sanidad, dependencia, jubilación… Tantos.

Solo queda esperar unos milenios.

El dibujo es de mi hermana Maripepa.



No hay comentarios: