domingo, junio 03, 2018

Y, sin embargo, se llama Pedro Sánchez

Nunca celebré tanto estar equivocado.
Existe el error generalizado de pensar que a La Moncloa se llega por los votos. Y no es exactamente así. Se parece mucho, pero no es así. Por los votos se llega a la carrera de San Jerónimo y es desde ahí, desde el Congreso de los Diputados, desde dónde se llega a La Moncloa.
Digo esto porque parece que Pedro Sánchez ha cometido una tremenda felonía desalojando (él con la connivencia de 180 diputados que representan doce millones de votos) a Mariano Rajoy de la Presidencia del Gobierno. Y no. Nada más lejos. La Cámara, compuesta de diputados democráticamente elegidos, estos sí por los votos, otorga su confianza a un ciudadano al que convierte en presidente del Gobierno. Y si este la caga mucho, la propia Cámara lo pone de patitas en la calle utilizando el instrumento que la Constitución diseñó para cuando un presidente la caga mucho, que es la moción de censura.
Ya está.
El bueno de Rivera, líder de la única formación que ha apoyado al Partido Popular en esta singular aventura de marcharse a casa, tiene un cabreo de oro. Ya se le ha olvidado la cosa de la ‘pureza de raza’ en la que pretendidamente ha basado sus apoyos a diversos gobiernos, mayoritariamente populares. Le importaba un carajo, se ve. Esto que ha pasado no le interesaba nada de nada, porque él (como yo mismo, error que tanto celebro) ya se veía presidente, aclamado en olor de multitudes ante la indigestión de corruptos de su partido amigo. Él quería que Mariano, el ex gran Mariano, se humillara, reconociera sus culpas y convocara elecciones, ahora que Ciudadanos subía en las encuestas como la espuma, con el PSOE desaparecido en combate y el jefe de Podemos comprándose chalets por la sierra de Madrid. Y esta moción le ha sentado igual igual que una patada en la parte inguinal (en la zona de los huevos, para entendernos).
Así que, de momento, Rivera no será presidente. Y no va a ser lo mismo comparecer a los comicios convocados por un Rajoy más que tocado y hundido, los que él esperaba, que a unos convocados (cuando los convoque) por un Sánchez presidente, ya no desaparecido, después de un más o menos corto período de gobierno en el que malo será que no mejore un poco el desastre que deja su predecesor.
Pero ¿qué ha hecho Pedro Sánchez?
No parece que lo sucedido se pueda deber únicamente a la ambición desmedida del sujeto: todos los grupos del Congreso, todos, con la lógica excepción del Popular y la esperable pataleta de Ciudadanos, cuyo líder nos dio el admirable espectáculo de cómo se enrabieta un chico cuando le quitan el móvil, estuvieron de acuerdo en la solución. Dudo sinceramente que el variopinto conglomerado de partidos que lo apoyaron tuviera como objetivo político de la legislatura la entronización de Sánchez. Algo más debía estar pasando y, de hecho, pasaba.
Lo que hizo fue utilizar legítimamente el recurso constitucional habilitado para sacar del Gobierno de España a un partido que no aguantaba un minuto más, una sentencia más. El acto patriótico de librarnos de un partido podrido que se aferraba a los sillones del Consejo de Ministros sacando a vociferar a María Dolores de Cospedal a la orden de ¡Cospe, mata!
Y yo se lo agradezco. Aunque se equivoque se lo agradezco. Peor no puede ser. Y el devenir de las cosas según estaban diseñadas nos traía un futuro muy de derechas y de muy largo recorrido, que no creo que fuera lo más beneficioso para esta maltrecha nación. Me refiero, claro, para las clases menos favorecidas de esta maltrecha nación.
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Por otra parte, este tipo de coalición ‘Frankenstein’ que tanto miedo produce en la derecha española (PP, Ciudadanos…) o sea, que tanto miedo produce a quienes no están involucrados en ella, sino expulsados de ella, no extraña a nadie en Europa.
Los gobiernos en minoría, las coaliciones entre varios partidos, incluso de muy diferentes ideologías, se producen con toda naturalidad en nuestro entorno donde, por cierto, son la norma. Países como Portugal y Bélgica (el primero ejemplo de gestión de la izquierda en el mundo, el segundo nada sospechoso de república bananera), están gobernados ya por coaliciones no lideradas por el partido que ganó las elecciones. Ambos con ensayos inéditos en sus historias respectivas.
Sumemos a estos a Austria, donde el ÖVP gobierna con el ultraderechista FPO; Holanda, otra coalición de diferentes ideologías; Dinamarca, un Ejecutivo de minoría, apoyado por tres formaciones; Suecia; Finlandia; Estonia; Reino Unido, donde los conservadores de Theresa May  han necesitado a los unionistas de Irlanda del Norte para poder gobernar con 316 escaños de un total de 650; la misma República de Irlanda; y Rumanía, Bulgaria, República Checa, Eslovaquia y Croacia en Europa central, donde solo en Hungría hay un gobierno con mayoría absoluta.
Poderse, se puede.
Ahora lealtad, solo lealtad institucional, y veremos a un presidente socialista sacar de la ‘marca España’ (de la que tanto gustaba alardear a los gobernantes del Partido Popular) la mancha pútrida de la corrupción con que la habían embarrado. Veremos parar la involución monstruosa en la que la derecha estaba sumiendo al país. Veremos desaparecer leyes represivas con las que, admirablemente, estábamos conviviendo sin chistar. Veremos parar la injerencia indigna del Gobierno en Fiscalía y Judicatura. Veremos diálogo político en la crisis territorial. Veremos unos medios de comunicación públicos dignos… Con un poco de suerte, y un poco de lealtad, veremos volver a este pueblo a la senda de la conquista social.
Y, entonces sí, elecciones.
El dibujo es de mi hermana Maripepa.

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