domingo, agosto 12, 2018

Días de sol y playa



Menos diez. Esta noche ha hecho un calor insoportable.

Hay un manchurrón de sudor en las sábanas. Lo veo desde el baño, sentada en la taza del váter, despeinada y con los ojos turbios todavía. Solo un manchurrón. Hace mucho tiempo que no se deshace el otro lado de la cama.

No debí quedarme con el piso de la playa. Es una mierda de piso de la playa.

Los niños ya trastean por el salón. Es la única hora a la que se puede estar ahí. Luego el sol aniquila toda posibilidad abrasando la cristalera que mira hacia otros apartamentos igualmente abrasados. El mar no se ve si no te inclinas un poco en la esquina del balcón. Está lejos. Lo de ‘vistas al mar’ era un eufemismo. Bueno, era mentira.

img-20180812-wa0000-e1534031875115.jpgHay que tirar de datos para conectarse a internet desde el teléfono, pero era una gilipollez pagar todo el año por el ADSL para tres semanas de uso. Igual que la luz, que la tienes que tener por cojones todo el año y la usas apenas 20 días. La cisterna tampoco funciona y un par de enchufes se han salido de su sitio, pero qué vamos a hacer.

Se oye ruido en la cocina. Me prepararán café. Es la única gracia que hacen. Haré las camas y me armaré de valor para bajar a la playa. Se va en coche a la playa. Lo malo no es aparcar: si vas temprano siempre encuentras sitio. Lo malo es coger el coche a cincuenta grados cuando te marchas. Lleno de arena. La pequeña se deja pegada la piel en la maxi-cosi, pero no hay otra manera. El parasol no alcanza.

No, el piso no tiene ventilación cruzada, no se puede hacer corriente. El promotor de las viviendas olvidó decirle al proyectista que el fin último era habitarlas, pero embutir dos habitaciones, salón, baño, aseo y cocina independiente en 65 metros tiene su aquel. Mi excuñado vendió cuando aún se podía. Menos mal. Hubiera sido el colmo tener que soportarlos. Compramos juntos cuando pensábamos que esto de la familia era algo parecido a una ‘stock option’ de rentabilidad asegurada.

Yo no puedo vender. Aún me dan menos de lo que debo de hipoteca. La crisis y tal. Algún imbécil pensó que la vivienda era el ahorro de las clases medias y alguno no imbécil se decidió a quedarse también con el ahorro de las clases medias. Y se lo quedó. Después del acuerdo de divorcio pago yo la hipoteca. Lo mismo hice el gilipollas. Lo mismo, sí.

Los dos mayores vienen a regañadientes. Ya no les gusta. No me extraña. En la playa con mamá toda la puta mañana. A ver quién aguanta eso. Pero vienen. A lo mejor este año es el último. La semana con su padre se lo pasan mejor. Nos ha jodido.

Me he vuelto a traer ‘Los pilares la tierra’ a ver si puedo con las 900 páginas sin una sola ilustración y me convenzo de que esto no está tan mal. La hora de la siesta es imposible llenarla de otra cosa y a pesar de todo no consigo terminarlo.

Lavarme la cara no ha servido de nada, sigo viendo borroso. La cocina es un campo de batalla después del exterminio, pero huele peor. La videoconsola hace un ruido infernal de carreras de coches. La leche de  la niña está demasiado caliente. No me he peinado. Hoy toca paella en el chiringuito; es un emplasto de sabor indeterminado, pero los críos disfrutan mucho comiendo fuera y hay aire acondicionado. El vino con gaseosa hará el resto.

Son las nueve. El sol ya se ha adueñado del apartamento. Salgamos de aquí.
El dibujo es de mi hermana Maripepa.

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