domingo, abril 21, 2019

Notre Dame

En la madrugada del 25 de agosto de 1988 se iniciaba el incendio que, prácticamente, acabaría con el bario lisboeta de El Chiado y gran parte del de La Baixa. La vieja Lisboa lloró durante años.
En abril de 2003 la Biblioteca Nacional de Bagdad fue víctima de los bombardeos y el saqueo de sus fondos hasta perder más de un millón de libros. La memoria de Mesopotamia, cuna de la civilización que conocemos, desapareció entre cenizas ante la mirada impasible de los soldados norteamericanos que custodiaban la ciudad.
En mayo de 2015 la milicia terrorista de Estado Islámico arrasó Palmira, en Siria, icono de la multiculturalidad, que fuera capital del imperio que le dio su nombre durante el reinado de Zenobia en la segunda mitad del siglo III. Trípoli y su población todavía están bajo las balas.
20190421_015837
Este lunes ha ardido la Catedral de Notre Dame, en la isla de la Cité, mismo centro de París, ante la mirada impotente de quienes por allí pasaban y a pesar del trabajo del cuerpo de bomberos de la ciudad que se afanó en su tarea apenas minutos después de que diera comienzo el desastre.
Y así, poco a poco, nos vamos quedando solos. Huérfanos de nuestra historia, del conocimiento, de los rastros que nos cuentan de dónde venimos, cómo fuimos, qué explica nuestra sociedad (si es que esto se puede explicar de forma alguna).
Notre Dame se empezó a construir hace casi mil años y, como dijera Victor Hugo sobre París, pertenece al género humano. Igual que pertenecen al género humano los viejos barrios de las ciudades, los vestigios de las civilizaciones que nos preceden o los libros. Miles de años del relato de quienes somos se desvanecen en apenas unas horas y con ellos se desdibuja un poco nuestra condición humana.
A lo mejor solo un poco, o muy poco. Aun así, ver cómo se venía abajo la aguja de la Catedral, más allá del culto al que esté consagrada, fue como ver caer un poco de la humanidad sobre las cenizas del tiempo.
Nos lo merezcamos o no, tenemos que querernos más. Al fin y al cabo somos más frágiles de lo que nos parece: hasta esos pilares que nos trascienden, que nos trasmiten la serenidad de lo que permanece, se pueden convertir en humo.
Tenemos que querernos más: la humanidad no tiene más amparo que la humanidad misma.
El dibujo es de mi hermana Maripepa

No hay comentarios: