domingo, abril 07, 2019

PP (policía patriótica)

Por eso decimos que se han apoderado de los símbolos y las palabras. Por eso decimos que se han apoderado de las banderas y las usan como armas arrojadizas porque, quien las ondea, se pretende por encima moral y socialmente, de quienes hemos declinado sus colores para no parecernos a ellos o, simplemente, porque los colores nos importan un huevo.
Y también se han adueñado de las palabras. Porque el que lleva una bandera es, además, un patriota. También el que luce orgulloso un lazo amarillo en la solapa es un patriota, o lo es la que lo lleva prendido del bolso, solo que de otra patria.
El que ayuda a bien morir a su mujer no, ese no es un patriota; es el cooperador necesario de un suicidio y si la cosa se le pone fea va a la cárcel. Pero ese es otro tema.
Si eres ministro del Interior y buscas el bien de la patria evitando a toda costa que un partido político al que has juzgado antipatriota tenga opciones de formar gobierno, entonces sí eres un verdadero patriota. Lo eres tú, que te sabes con la capacidad universal de distinguir el bien y el mal, y se contagia de ese patriotismo verdadero toda la actividad que despliegas en la consecución del patriótico fin. Así, si corrompes a un grupo de policías para que coadyuven en tu aspiración y tienes el buen acierto de denominarlo ‘policía patriótica’, entonces toda esa corrupción infecta adquiere la condición de ‘santa cruzada’, de ‘medio’ justificado por el fin supremo que persigues, que es la patria.
No importa qué cantidad de dinero público te has gastado en enviar policías patrióticos a Nueva York para sobornar a un político extranjero, ni a qué periodistas has filtrado qué información falsa para frenar la ignominia de un partido político que no comulga con tus hostias.
No importa, tampoco, que los periodistas a los que filtraste la información falsamente fabricada contrasten o no la noticia inventada, porque ante la patria, mejor, ante las agresiones a la patria, también los periodistas patrióticos adquieren esa ‘patente de corso’ que les permite engañar, ensuciar, corromperse, faltar a la regla básica de transmitir información veraz.
Los ‘españoles de bien’ lo permiten (¿lo aplauden?), igual que permiten (¿aplauden?) que los obispos se inventen falsas terapias buscando curar a los homosexuales que ‘voluntariamente’ se someten a las pías prácticas que intentarán acabar con la dolencia imaginaria. No hay dolencia en realidad: solo le duele al obispo miserable, enfermo de sus propios miedos ancestrales, que justifica la violación de un niño pero se niega a desterrar de su mente podrida los prejuicios atávicos en los que fue tan mal educado. Dios no quiere maricas. La patria no quiere maricas.
El ministro Fernández Díaz (que lo fue) nos libraba de los políticos que ensucian el suelo y los telediarios de esa patria que adora. El obispo Reig Pla, nos libra de los maricas y tortilleras que ofenden la recta moral de la grey. El Estado todo nos libra de las personas sin escrúpulos que acaban con el hilo ínfimo de vida que le queda a quien sufre la enfermedad y el dolor desde años.
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Y, de todos ellos, ¿quién pasará la noche en el calabozo? ¿De cuál de ellos sabemos seguro que ha delinquido? ¿Cuál de los tres será inmediatamente sometido al rigor de nuestra Justicia penal?
¿El que corrompió a la policía y practicó el odio contra sus semejantes fabricando y filtrando bulos y patrañas para impedir que pudieran nunca quitarle la silla ministerial?
¿El que se inventó la enfermedad donde no la había y practicó el odio sometiendo a tortura psicológica a través de curanderos sin titulación ni escrúpulos a sus víctimas?
No. Esos no.
El que se juega la cárcel, el que ha pasado la noche en el calabozo ha sido Hernández, el otro: el que en lugar del odio practicó el amor.
El dibujo es de mi hermana Maripepa

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