domingo, septiembre 22, 2019

Género (y número)

Un hombre mata a tiros a su ex, a la hermana de esta y a su madre en Pontevedra. Sus hijos ven como acaba con la vida de su madre, de su tía, de su abuela. También delante de sus dos hijas, otra mujer es asesinada en Madrid esta semana.
Van 43 mujeres asesinadas este año por sus parejas o exparejas. Ningún hombre.
Y, sin embargo, no quieren que sea un problema de género. Lo quieren un problema de violencia intrafamiliar. Que se entienda, como si dijéramos, cosa de la intimidad de las parejas, un asunto ajeno al ámbito público. O sea, que no sea su problema. Que usted no sea parte del drama. Lo quieren llamar ‘intrafamiliar’: perteneciente a la esfera de las cosas que se ventilan dentro del estricto ámbito de la convivencia.
Usted puede opinar de lo que sucede en su casa, que es su castillo. Y, en lo global, puede estar de acuerdo en que matar no está bien. Incluso nada bien. Pero ¿cómo separar ese concepto global de que matar esta feo, de las muertes que se producen en el exclusivo ámbito de la familia? Llamémoslo violencia. Y estemos en contra de todo tipo de violencia. Es violencia igual.
Tratar de manera diferente las circunstancias que son diferentes nos llevaría al caos normativo. A la discriminación positiva de una parte de la sociedad (la que muere) en contra de la otra parte (la que mata). Y eso sí que no. Subvierte el más elemental principio de igualdad.
La lucha antiterrorista y la desigualdad en el trato de los crímenes cometidos con esa motivación respecto de otros crímenes, está perfectamente identificada, como es normal. El tratamiento a las víctimas de los crímenes terroristas está perfectamente diferenciado del tratamiento de las víctimas de otros tipos de violencia. Aquí sí se entiende la discriminación. Se justifica, se aplaude, se protege. Las víctimas del terrorismo se asocian, se manifiestan, se hacen recibir por presidentes y parlamentarios, acuden a las sesiones del Congreso para influir en las normas que se dictan, señalan uno a uno a sus damnificados insistiendo (con razón) en las vidas que truncaron. Los partidos abanderan el sufrimiento de los supervivientes, les dan voz, subvenciones, prometen y promueven un trato diferenciado.
A nadie se oculta que el terrorismo machista lleva más muertes en su haber que el terrorismo, pongamos, de ETA. Ello a pesar de que las victimas del machismo se cuentan desde después que las víctimas de ETA. A pesar de que del terrorismo de ETA tenemos cifras ciertas y ha terminado, y del terrorismo machista, ni las cifras son escrupulosas, ni nadie se atrevería a aventurar una fecha de fin.
Me encantaría saber qué hubiera pasado si en el minuto de silencio que promovió el miércoles el Ayuntamiento de Madrid por el último asesinato, algún grupo político se hubiera desmarcado de la pancarta oficial que rezara ¡FUERA ETA! para ponerse tras otra en la que se leyera ¡REPUDIAMOS TODA CLASE DE VIOLENCIA!
20190921_224623Pero eso no fue lo que pasó. Vox se desmarcó de la pancarta oficial con el lema ¡BASTA YA! NO A LA VIOLENCIA DE GÉNERO para desplegar otra que decía LA VIOLENCIA NO TIENE GÉNERO. A estos de Vox les importaba un huevo la muerte de una mujer más. Su necesidad era reivindicar que las muertas son muertas y que lo mismo da quién las haya matado. El alcalde Almeida se lo reprochó: Tampoco yo creo en la ideología de género ni en el feminismo del 8 de marzo, le dijo, pero me debíais haber avisado antes. No sé si sería para decidir tras qué pancarta situarse.
Estos son los mimbres. Con estos elementos se gobiernan ayuntamientos, diputaciones y autonomías: todos aquellos en los que la suma PP, Ciudadanos y Vox alcanzaba la mitad más uno, con independencia de cuál fuera la lista más votada.
Y a la vez, a la misma hora, en el mismo Madrid, la izquierda española, llena de principios, de razones, de integridades morales, de insomnios (de excusas), permitía la disolución del Parlamento y la convocatoria de una nueva contienda electoral. Todos muy sentidos, todos muy, pero que muy ganadores del puto relato de los acontecimientos, se meaban en sus votantes y le daban una nueva opción a la derecha de volver a regir los destinos de España. A esa derecha, no a otra, a esa que han sumado entre todas las derechas (como si hubiera más de una) y se niega a diferenciar los crímenes machistas bramando contra la ideología de género, para proteger no sé qué sacros principios jurídicos.
Y ¿piensa de verdad que somos iguales?
No. No somos iguales. Ni nos parecemos.
El dibujo es de mi hermana Maripepa.

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