domingo, noviembre 17, 2019

El pacto del abrazo

Por decirlo en castellano coloquial, una cagada.
Una enorme.
No una de esas que resuelve el limpiaparabrisas cuando has aparcado el coche debajo de un árbol, no. Una bien grande.
El arco parlamentario que siguió a las elecciones de abril era tremendo. Pero el que han conformado las de noviembre es simplemente demoledor. Desvela una sociedad harta de juegos, descreída, sin identidad ideológica. Conocedora de una realidad aplastante: no será la clase política la que venga a resolver el problema de las becas, ni el de las pensiones, ni el de la cesta de la compra o de la vivienda, ni el territorial (que no es menor), el del precio de los carburantes, ni el de la desigualdad, ni el de la desaparición de las clases medias, ni el de la corrupción… Hemos llegado a la conclusión fatal: la clase política no va a resolver nada.
Así que votamos a Vox… Y más risa.
O buscamos por aquí, cerca de casa, a ver si uno de nuestra calle nos trae al barrio alguna respuesta que dé consuelo a los abuelos (que ya se tuvieron que venir del pueblo porque no quedaba nada allá para guardar), o a los chicos (que ya van siendo unos hombrecitos y no ven la manera de irse a vivir con sus parejas y aprender a volar solos). La violencia machista no la van a erradicar, ni parecen pretenderlo, pero al menos podrán contarnos cómo se cuecen por Madrid los asuntos de Estado, esos tan importantes que ni siquiera sabemos de qué coño tratan.
El bueno de Sánchez la ha cagado bien. Seguro que con buenas intenciones, pobre, pero ha metido en el Parlamento de España a 52 radicales sin nada que perder que nos van a enseñar lo que es bueno. Perder, lo que se dice perder, solo 3 diputados. Eso no es nada.
Peor le ha ido a Rivera. Peor. Se ha extinguido. Ha dejado a la muchachada compuesta y sin diputados. Deben estar debatiendo si les ha ido bien alienados en Colón, o debieron poner el cordón sanitario en otro lado. París bien valía una misa… Y Andalucía, Murcia, Madrid… eran París suficiente como para comulgar con aquellas ruedas de molino. Pero parece que el plumero era de muchos colores. Y se les ha visto.
Se les ha visto, eso sí, a mayor gloria del PP. Ahí están, ¡89! El segundo peor resultado de su historia y a pecho descubierto por las televisiones pavoneándose de la remontada (venían de 66). ¡Cosas!
img-20191116-wa0004.jpgUnidas Podemos (o a lo mejor no tanto) ha perdido 7. Los justos para fundirse con Sánchez en un abrazo profundo, sentido, de compromiso, a corazón abierto. De esos que solo se dan en los entierros cuando el finado era persona de bien y sufrió mucho al morir. Una necesidad histórica. Nada menos.
Y uno de Teruel, uno gallego, un par de canarios, catalanes indepes un montón, el puñado habitual de vascos, uno de Revilla… yo qué sé. ¡Ah! Y tres de estos del chiquete de gafitas que parecía que se iba a comer el mundo.
Y otra vez los datos. Los tozudos números que nos recuerdan que el 28% de voluntades que ha movido el PSOE es menor, mucho menor, que el 35,91 que suman PP y Vox, y aún menos que el 42,70 que ha alcanzado la derecha toda, sumando a Ciudadanos. El dato: PSOE, Unidas Podemos y Más (o menos) País, en total, han sacado el 33,24% de los votos. A 10 puntos de los que han perdido… pero por debajo.
Difícil diagnóstico: La política (intentamos abarcar con este término al conjunto de actividades, herramientas, instituciones y personas que rigen o intentan regir el destino de los pueblos) está pagando un tributo alto por su inoperancia.
La desconfianza de la sociedad en la capacidad de sus gobernantes para resolver la enorme cantidad de problemas a los que se enfrenta produce monstruos. Los populismos radicales, tan de moda en esta década en el mundo, aglutinan una ingente cantidad de sufragios que sirven a los aqueos para introducirse en las instituciones (como dentro de aquel caballo se introdujeron en Troya), con el único fin –se diría– de reventarlas por dentro, desde dentro. Y parece que nos gusta el riesgo, que nos complace imaginar una sociedad que estalla entre soflamas patrióticas sin más proyecto de futuro que ley, patria y orden, conducida por los himnos y banderas los que buscan devolvernos al pasado más oscuro, con todo lo que ello conlleva.
Me cuesta distinguir si han sido los votantes o ha sido el reparto que se produce como consecuencia del sistema de asignación de escaños. El caso es que la izquierda española se ha encontrado por los pelos con otra oportunidad. La ocasión es histórica, como apuntaba Iglesias. Ensayamos un Gobierno de coalición entre dos partidos (el primero desde la transición) que necesitará, además, de apoyos que los españoles hemos querido que se repartan por los territorios seguramente buscando cercanía.
Es una apuesta difícil que, a lo mejor, es la única. Así que ahora toca apoyar, empujar, ponernos a ello, transigir para acordar, avanzar, fortalecer en definitiva a nuestra democracia enferma. Reaprender la política, que ya no se juega en los salones entelados de los palacetes y que tiene que volver a encajar en una sociedad que lo ha cambiado todo, para salvar lo que de valioso le queda: la democracia.
Cronos a cero. Empieza el tiempo. Es limitado.
El dibujo es de mi hermana Maripepa.

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