domingo, junio 07, 2020

La mano derecha de Luis XVI

No ha sido una noticia demasiado comentada, porque en España no sabemos darle importancia a lo que realmente la tiene; pero ha sucedido. Ha sido en  Louisville, Kentucky. La mano derecha de la estatua de Luis XVI, que preside una de sus plazas principales, fue arrancada del resto del cuerpo escultórico como consecuencia de los disturbios que se siguen en el país americano por la muerte de un negro llamado George Floyd a rodillas de un policía.

20200607_000914Ni el hecho de que un señor negro fuera asesinado por un policía de forma especialmente cruenta, ni el otro menos actual de que el tal Luis XVI fuera públicamente guillotinado por su pueblo en la parisina plaza de la Revolución (hoy de la Concordia), parecen ser de relevancia alguna para el duque d’Anjou, don Luis Alfonso de Borbón, bisnieto de Franco y descendiente no sé en qué grado del rey francés ahora mancado. 

El duque muestra en las redes sociales su desolación por tamaña tropelía y hace votos para que sea prontamente restaurada, no ya la mano, sino el mismo honor de su antepasado rey.

Se ignora si hay también en Louisville, Kentucky, un clamor popular por tal desaguisado, toda vez que, según el propio duque señala en su alegato, los regalos de Francia fueron muy importantes para los EE.UU. Pero más parece que la conmoción para la ciudadanía de aquel país esté centrada en el asesinato del tal Floyd y no en este otro acontecimiento, de suma relevancia histórica, que pasaría desapercibido para la masa inculta si no fuera por la nobilísima preocupación de don Luis Alfonso y mía. 

Queda así patente, como ya avanzábamos hace algunas semanas, que en estos tiempos de convulsión o, por circunscribirlo mejor, de crisis social y sanitaria mundial, las estructuras humanas están sufriendo mutaciones nunca antes conocidas y que, dónde antes apenas podíamos distinguir entre ricos, pobres y clerecía,  encontramos ahora estratos variopintos que pasan por infectados, seroprevalentes, inmunes, asintomáticos, sanos, negros (de estos siempre hubo) y ¡nobles! (que también vienen de lejos), donde solo estos últimos parecen haberse encontrado de bruces con la verdad.

La clerecía ya tenía la verdad, solo que ahora no la ejerce sino para reclamar más aforo para sus oficios en los ‘cambios de fase’ del plan del Gobierno para la desescalada. Sin embargo, la nobleza (que también debía tener la suya) no la había manifestado hasta aquí, y ninguna mejor causa que la de hacer valer el pesar inmenso por la mutilación de Luis XVI (en realidad de su estatua) en Louisville, Kentucky.

Existen. Están.

La Real Asociación de Hidalgos de España (existe, está), que agrupa a los hidalgos y otros nobles en una ‘unidad nobiliaria de carácter nacional’, aún no se ha pronunciado sobre el desafortunado mancamiento de Luis XVI. Con toda seguridad el motivo del mutismo se halla en  tratarse Luis XVI de un rey francés cuyo linaje, si existiera, caería fuera del acervo de las fronteras del reino, a pesar de que quien reclama su descendencia sea un español. Puede ser por esto, o porque estén ahora con mucho lío con eso de haber salido a la luz que gestiona (la Real Asociación de Hidalgos de España) con poco o muy poco rigor, unas cuantas residencias de ancianos de la comunidad de Madrid cuya mortalidad como consecuencia de la covid-19 ha resultado escandalosa.

Y así van pasando los días. Los unos quitándose el hambre como pueden en las colas de los comedores sociales, a la espera de que el Ingreso Mínimo Vital sea un hecho y garantice la dignidad que merece todo ser humano. Los otros cabreados como monos porque están hasta los cojones de que el color de la piel convierta a los más oscuros en dianas de los claros y esquivando a los soldados desplegados por Trump en las calles. Y aún un grupo más, los nobles, ocupados en si los gobiernos del mundo muestran el celo debido y restablecen las manos heridas de sus estatuas.

Casi, en este afán mío de simplificar lo que es complejo para ayudar a su comprensión, podríamos resumir todo lo humano en dos grandes categorías, a saber: unos que son muy gilipollas y otros que no tanto.

El dibujo es de mi hermana Maripepa.

No hay comentarios: