domingo, julio 05, 2020

Neoveraneo o tal

Donald Trump se apropia de la producción mundial para tres meses del único tratamiento que se ha demostrado eficaz contra la covid-19, en un ejercicio de soberanía aplaudido por muchos.

Un par de semanas antes, Angela Merkel intervenía con 300 millones de euros la empresa que está desarrollando la que parece será la primera vacuna contra el coronavirus SARS-CoV-2, causante de la enfermedad, en una maniobra de corte defensivo, también ante la amenaza de EEUU de reservar para sí todos los derechos de producción del laboratorio alemán.

El capitalismo más descarnado se apodera así de la razón de Estado dejando a un lado la solidaridad internacional, y la mundialización de la economía convierte en universal el acuario en el que los tiburones (que ya ostentan cancillerías y presidencias) despedazan a sus piezas y se intentan hacer con las mejores tajadas.

Ha llegado la hora de desmontar todas las ilusiones que nos habíamos querido hacer. No, la pandemia no nos ha enseñado nada; aquello de que nos haría mejores y distinguiríamos lo que importa de lo que no importa, es mentira: o es eso, o es que realmente en el lado de lo que importa no había nada. No somos un mundo mejor, ni más solidario, ni más hostias.

20200705_014506Y mientras los buitres planean sobre las farmacéuticas, enfrentamos el verano aún sin la conciencia de estar en los albores de una de las crisis más gordas que va a sufrir el mundo.

Damos por cerrado el episodio sanitario; nos asomamos a unas calles que tienen la misma pinta que tenían cuando nos encerraron en casa; el bicho no se ve más que en el miedo intuido tras las mascarillas; miras a un lado y a otro y cruzas el umbral de la puerta del portal con la precaución de no ser atropellado por una cadena de virus invisibles que esté coincidiendo contigo en la fatal dimensión espacio-temporal y anide en tu garganta o en tus mocos.

En realidad no está cerrado, pero lo hemos dado por cerrado porque los brotes son cuasi simbólicos y casi siempre están en una ciudad dónde usted y yo no vivimos. El miedo aún no está en los higadillos de las personas, más allá de las que sospechan que el ERE en el que se sujetan se convierta en un despido en ¿septiembre? ¿noviembre? Lo están mirando, aún no sabemos. 

Y, ahora ya sí, julio ha traído el verano; el más incierto de cuántos hemos tenido ocasión de vivir.

El apartamento de Santa Pola no es una opción. El control sobre el acceso a las playas la ha convertido en un postconfinamiento insoportable.

En el pueblo no le van a mirar bien. Se han protegido de los aluviones que suelen traer las fiestas patronales suspendiéndolas por cautela. Saben que las ciudades se expanden en verano y le esperan sin ninguna ilusión, porque les ha costado mucha disciplina mantener a raya el contagio.

La movilidad internacional de las personas es un puto lío. Países de los que admitimos turismo no nos quieren ni ver. Todavía, a estas alturas, no sabemos cuáles son las fronteras abiertas y cuáles no.

A todas luces, nos han robado ya la primavera y estamos a punto de ceder gratuitamente el verano a mayor gloria de SARS-CoV-2.

En definitiva, piensa usted, lo que va a importar es el otoño. Esa es la gran prueba. El gran test. A lo mejor este otoño aún tiene trabajo. A lo mejor el ensayo del teletrabajo le ha salido bien. A lo mejor vuelven a abrir los colegios, incluso los concertados. Y, a lo mejor, a usted todo esto ya no le produce más que un aburrimiento mortal.

Lo de la tele sí que no es una opción. Hasta la política ha dejado de existir para convertirse en el reality show que protagonizan personajes como Cayetana Álvarez de Toledo o Macarena Olona (si es que se llama así la señora del bozal verde con la bandera de España). Ya no hay quien soporte un telediario más desentrañando el proceso de conseguir los votos suficientes para sacar adelante las iniciativas del Gobierno. Ni una homilía más de Sánchez en sábados que parecen todos de Gloria, loando la infatigable entrega del personal sanitario a los que gracias a Vox y a su bilis recocida, pudimos dejar de aplaudir a las ocho desde los balcones. Incluso la ruta turística de los reyes de España solo nos ha conseguido arrancar un bostezo y un comentario lánguido sobre lo guapa que queda ella con sus vestidos floreados.

Parece que solo Máster Chef nos sacará del tedio. O Tele5.

Usted se ha hartado ya de reprender a los vecinos porque los chicos salen de casa sin mascarillas. Se ha hartado de reprender a los vecinos en general. Se ha hartado de planificar sus vacaciones. No sabe bien bien si tiene que ahorrar o lo que toca es gastar (con moderación o sin ella) para aliviar la crisis de consumo o para aliviar la puta depresión en la se está sumiendo. Usted está hasta los huevos (igual que yo).

Solución: engancharse a Twitter por si allá se encontrara la verdad de las cosas que se le antoja inalcanzable de momento.

Craso error. Se encontrará usted con una tendencia basada en la serie El Ministerio del Tiempo, que plantea un futuro distópico para España con Bertín Osborne como presidente, arrasando con su lema ‘mi patria es la tuya’. O al papa Francisco aportando su grano de arena: La alegría del cristiano brota (hablando de brotes) de la escucha y de la acogida de la Buena Noticia de la muerte y resurrección de Jesús.

Me he mareado. Vuelvo al confinamiento.

El dibujo es de mi hermana Maripepa

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