domingo, julio 19, 2020

Sin curas, sin Vox

El jueves tuvo lugar la ceremonia de reconocimiento del Estado a las víctimas de la Covid-19.

No se sabe muy bien para qué valen estas cosas. Seguramente a las víctimas les importa un huevo y aquí no hay victimarios a los que culpar (a pesar de que algunos apunten directamente a la cabeza de Pedro Sánchez como el señor X, tal si hubiera sido él mismo el paciente cero). Aun así queda elegante. Aunque solo sea para fijar en la memoria colectiva un desastre de las proporciones que este ha tenido. Es una suerte que no han corrido todas las víctimas de desastres colectivos y es, por ende, lo suficiente de agradecer.

Y este más.

20200719_005334Por primera vez en la historia reciente de España, ningún capellán, ningún sermón, ningún otro símbolo en la ceremonia que el pebetero en el que ardía el recuerdo de los muertos. Nada más. Rosas blancas. Nada más.

Gente normal honrando a la gente normal. Y todas las autoridades del Estado, algunas de la Unión Europea y todavía una de la Organización Mundial de la Salud, escuchando atentas las palabras de personas que contaban cosas que importaban. Gente normal. Un rey, eso sí, pero todos los demás normales.

El Estado al servicio del recuerdo de los que se han muerto y de los que han trabajado para mantener abierto por los pelos un país casi cerrado; una enfermera explicando el ánimo que sentían al escuchar los aplausos de las ocho; un hermano hablando de su hermano; un escenario solemne donde la solemnidad no tenía, ni uniformes, ni sotanas. Un acto civil, un acto laico. ¡Cuánta paz!

20200719_005433El Rey aparcaba por unas horas los asuntos más turbios de la Corona en un paréntesis que, a buen seguro, se merecía el país; Vox homenajeaba en otra parte de España (porque aquí no se merecían estar y lo entendieron así) a un chico muerto a manos de su marido en un acto que, a buen seguro, prepararon para negar la violencia machista; Iglesias olvidaba también por un momento que la tarjeta del móvil de Dina Boussleham estuvo indebidamente en sus manos en una acción que, a lo mejor, le cuesta cara; Casado guardaba el silencio que se esperaba de él; y Sánchez miraba a su alrededor agradecido por la primera casi-unanimidad que consigue aglutinar a la práctica totalidad de las intenciones del Estado.

El jueves no importaba nada que Vox no estuviera. No importaba nada que Moncloa y Zarzuela estuvieran viendo a ver qué coño hacen con el rey emérito para que su ‘asunto’ salpique lo menos posible al que ahora hace de rey. No importaba que la Audiencia Nacional esté estudiando la ‘exposición razonada’ que eleve el caso Dina al Tribunal Supremo para investigar a Iglesias.

Ni siquiera importaba la resaca electoral del domingo: la cuarta mayoría absoluta de Feijóo; la irrupción de Vox en el parlamento vasco; la constatación de que los territorios históricos viven en un mundo político de corte nacionalista que en el resto de España está por concebirse (porque el nacionalismo español computa en una vara que mide de otra forma); la aprobación tácita de la gestión del Gobierno que recibió el PSOE en las dos comunidades en liza; el varapalo sensacional a la ‘nueva política’ que se ha quedado vieja en apenas un lustro.

El jueves solo importaron los muertos, sus parientes, sus cuidadores y el tributo que había que rendirles. Y muy pocas cosas más.

Los dibujos son de mi hermana Maripepa.

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