domingo, octubre 18, 2020

Elegía


Mientras los restos de Francisco Largo Caballero eran trasladados a Madrid desde el cementerio parisino de Pére Lachaise donde se le dio sepultura a su muerte en el exilio y los de Indalecio Prieto Tuero viajaban desde México al Cementerio Civil del Bilbao, los del general  Gonzalo Queipo de Llano, junto a los de su esposa, descansaban desde su fallecimiento en la paz de la catedral de Sevilla, donde aún yacen.

«¡Yunques, sonad;/enmudeced, campanas!» Porque así se debe distinguir entre quienes fueron unos y quienes los otros.

Bien hallados entre la cera de los velones y las sayas de las sacristías (ellos y sus esposas) los que libraron a la patria del estigma del poder proletario. Y bien muertos exiliados quienes se aferraron a las ideas libertarias y trajeron primero, e intentaron mantener después, la libertad, los derechos de los trabajadores, la dignidad del pueblo, la república.

«¡Yunques, sonad;/enmudeced, campanas!» ¡Bien llevados al olvido los nombres de los hombres! ¡Bien honrada la memoria de quien merece recordarse en cada misa!

¿Para qué calles o estatuas? ¿Una placa en la puerta de una casa? ¡Cuantísimo mejor yacer junto a tu esposa en olor de santidad!

Merece el olvido Largo, que fue el primer obrero (un estuquista) en presidir un gobierno en España; y fíjense en esta reflexión suya: «Hace algunos años dije; “Si me preguntan qué es lo que quiero, contestaré ¡República! ¡República! ¡República!”. Hoy, si se me hiciera la misma pregunta respondería: ¡Libertad! ¡Libertad! ¡Libertad!, Pero libertad efectiva; después, póngase al régimen el nombre que se quiera.» ¿No merecerá sino el repudio?

Y Prieto merece el olvido, porque era un hombre que decía «Cuando no existen las posibilidades de educarse, de levantar dentro de la masa corpórea la estatua magnífica de un espíritu cultivado, no se es hombre, y mucho menos se puede ser ciudadano.» Sin duda merece el olvido.

Queipo, sin embargo, merece una catedral: él dijo «Nuestros valientes legionarios y regulares han enseñado a los cobardes lo que significa ser hombre. Y de paso, también a las mujeres. Después de todo esto, estos comunistas y anarquistas se lo merecen, ¿no han estado jugando al amor libre? Ahora por lo menos sabrán lo que son hombres de verdad y no milicianos maricas. No se van a librar por mucho que forcejeen y pataleen.»

¿No habrán de estar el uno en misa y los otros dos perdidos para la historia inventada con la que contaminaron nuestras mentes colegiales?

Pidiendo libertad… o tal.

«¡Yunques, sonad;/enmudeced, campanas!» Gracias por recordarnos quiénes sois y cuál es vuestra bandera. Gracias por esa bocanada de aire pútrido con la que habéis inundado el cielo de Madrid. Gracias por sacar de vuestra memoria tróspida a los hombres de la Segunda República, mientras honráis a los asesinos. ¡Gracias!

Largo, Prieto, seguirán en la memoria colectiva y volverán a la honra que merecieron. Las trece jóvenes rosas asesinadas volverán a recordarse en las tapias del cementerio; también los que allí cayeron fusilados ni por vuestro Dios, ni por vuestra España. No importan vuestras calles, no importan vuestras placas. Borrad los versos de Miguel Hernández de donde queráis, porque allí siguen. Madrid despertará algún día del larguísimo letargo que padece.

Entre tanto, Queipo de Llano, su esposa y todos los queipos de llano que ‘engrandecen’ a vuestro modo esa historia de mentira que nos contasteis, por mí, pueden seguir muertos en el incienso de las catedrales.

(Los versos ¡Yunques, sonad;/enmudeced, campanas! pertenecen a la elegía de Antonio Machado a Francisco Giner y dieron título a la necrológica de Largo Caballero, firmada por Rodolfo Llopis el 23 de marzo de 1946. El mismo día que murió.)

El dibujo es de mi hermana Maripepa.

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