domingo, octubre 04, 2020

Místicos de ayer y hoy




La definíamos en la escuela como aquella actividad espiritual que aspira a conseguir la unión del alma con la divinidad. Santa Teresa de Jesús (aquella monja de Ávila que salió por pies del pueblo y se dedicó por entero al teresianismo, o sea, algo así como Puigdemont, pero con aspiraciones no terrenales) nos dejó junto con otros autores la expresión poética de tan elevada práctica. Lo hizo viviendo sin vivir en ella o muriendo porque no moría, versos que hicieron fortuna, aun no existiendo redes en las que viralizarse, por mor de su mucha profundidad intelectual, moral, sensorial en todos sus sentidos, espiritual… mística.

Si se dice que el primer escritor que comparó con perlas los dientes de una mujer era un poeta, el segundo un plagiador y el tercero un imbécil, algo así habremos de pensar de todos los que en el mundo hemos intentado seguir los pasos de la Santa (y de otros tantos) al insistir en vivir sin vivir en nosotros, en morir por estar vivos.  Así nos definimos estando sin estar en el lugar que jamás existió o soportamos sin querer el estruendoso silencio de Magdalena Olona, escuchándolo por no escucharlo. Mística.

Mucho más elaborada es la mística política.

No sabría si el primer ser humano que afirmó haber votado al que es invotable es un poeta o es un imbécil. Descarto, esto sí, que sea un plagiador, pues tan peregrina idea no puede tener más autor que uno solo.

¿Mística?

Recuerda a aquellas inefables palabras de otro de nuestros grandes místicos políticos: “Cuanto peor mejor para todos y cuanto peor para todos mejor, mejor para mí el suyo beneficio político”, cuyo significado también se intuye, aunque envuelto en un acertijo solo al alcance de algunos elegidos. Hay más: “La indemnización que se pactó fue una indemnización en diferido. Y como fue una indemnización en diferido, en forma, efectivamente, de simulación, de lo que antes era una retribución, tenía que tener la retención a la Seguridad Social”. ¿Ven? (Este significado se intuye peor). Y más: recientemente se ha llegado a decir “Vamos a instar a que en ámbito familiar de forma obligatoria se mantenga la misma máximo de personas dentro de lo que es el ámbito familiar, siempre que no sean convivientes, siempre que no sean de la misma unidad familiar. Si es la misma unidad familiar sí. Lo que estamos intentando evitar el que se me acumulen o que se acumulen personas de diferentes unidades familiares dentro del propio ámbito familiar. De ahí que vamos a proponer una restricción que la propondremos que será seis personas fuera de lo que es el ámbito familiar dentro de lo que es la propia actividad familiar incluso también, por supuesto, el baremo social.” (Este no se entiende en absoluto, en absoluto, así que debe ser mística en estado puro. Sin embargo, apréciese la elegancia con la que ‘el baremo social‘ cierra el razonamiento, porque sin duda el autor pretendió con ello elevar la altura técnico-moral de su parlamento.)

Rompiendo España, el diablo, ante la atenta mirada de la santa en pleno éxtasis místico, creo.

Tampoco sabría opinar sobre el que asevera que el que llegó por los votos nunca fue votado. Va un poco más allá de la mística misma, pues contradice la física más elemental o incluso a la realidad siempre tozuda: el que fue votado lo fue, por más que quien lo niega, que también fue votado, no vea en los sufragios (cuando no se dirigen a él mismo) la voluntad del votante sino una prueba más más de que el diablo quiere destruir España (exministro Fernández Díaz dixit).

¿Mística?

No

Pero tampoco se diría plausible expresión de la voluntad del Mal.

Quizás se podrían aplicar a esta suerte de manifestaciones excesivas aquello otro de “cuando el diablo no tiene nada que hacer, mata moscas con el rabo”, que se emplearía en nuestra vigente literatura política como “cuando no tengas nada que decir, di una gilipollez o dos y mata un par de moscas con el rabo (del diablo), que luego ya hablarán de ello”.

La otra opción sería exigir cierto rigor en el uso del lenguaje en general, y alguna moderación en el de los adjetivos en particular. Así podríamos afirmar: Felipe VI no fue elegido rey por el pueblo español. O Pablo Iglesias fue elegido diputado al Congreso por el pueblo español. Porque a los reyes no los elige el pueblo y a los diputados sí. Luego si quiere usted le da vueltas a la cosa, dilucida sobre si es una metáfora, una hipérbole, un hipérbaton o un preterible histórico; pero si tras arduas cavilaciones su conclusión es que al rey lo hemos votado, mi consejo es que empiece de nuevo. Porque es mentira.

Y ¿cómo llamamos comúnmente a los que dicen mentiras? Místicos no.

Son mentirosos. No confundir con los cínicos que allá en la antigua Grecia sostenían que solo se puede alcanzar la felicidad mediante la virtud, pensamiento que les conducía al ascetismo.

Son solo mentirosos. O, todo lo más, cínicos en la otra acepción más común: desvergonzados, descarados o insolentes.

No son místicos, ni cínicos, ni peripatéticos (que no es que dieran mucha pena, sino que aprendían las enseñanzas de Aristóteles mientras caminaban alrededor de un claustro a las afueras de Atenas). A lo mejor ni políticos son, entendidos como aquellos versados en el arte, doctrina u opinión referente al gobierno de los estados.

Son mentirosos. Cínicos de los otros, que solo buscan confundir, enmarañar, convencer sin argumentos veraces. Arrimar el ascua a una sardina flaca, sin importarles nada ni el rigor, ni la verdad, ni las ideas.

Mentirosos. Charlatanes de aquellos que vendían en las plazas públicas dos peines,  tres mantas y una cafetera, jurando de sus efectos la sanación de todos los males del cuerpo y del alma. Solo que estos no te lo venden en el mercadillo, sino en el Congreso de los Diputados.

(No sé si Pablo Casado me habrá entendido).

El dibujo es de mi hermana Maripepa.

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