Esta obra se estrenó en Daimiel allá por los años noventa y tantos por el grupo Calatrava, de la asociación ANADE, dedicada al teatro con discapacitados psíquicos. La dirigió José Colmenro, un genio, amigo, actor de vocación y actual presidente de la cosa. Después corrió por la Mancha toda y, finalmente, se hizo en Madrid, en el teatro de la RESARD. No dió dinero, claro, pero sirvió para que los chicos de ANADE se pudieran constituir en Centro Especial de Empleo, convirtiéndose así en actores profesionales.
Acto I
Elisa está sentada en una silla de ruedas. Su movilidad es muy reducida. Aparenta unos cincuenta y tantos y su vestuario es pobre. El escenario es una habitación que tiene cocina y comedor juntos, al fondo de la cual hay una puerta que da al servicio. La estancia está desordenada y ella contribuye al desorden trasteando con dificultad para alcanzar el mando a distancia de un pequeño televisor. Cuando lo coge y activa el aparato aparece una escena cotidiana de suma violencia (manifestación en Basurto, linchamiento de un negro, coche bomba en Granada o desalojo de un grupo de “ocupas” de unas viviendas de Barcelona). Las imágenes se reproducen a la vez en una gran pantalla que debe inundar la sala con el sonido muy alto. Elisa baja el volumen y se queda absorta unos instantes.
Entra Johny. Un hombre mayor con el pelo completamente blanco y la cara muy estropeada. Su vestuario pretende ser arreglado (como si viniera del médico) pero denota vejez y falta de tinte. Está contrariado. La atención de Elisa se centra en él cuando quita la televisión con la expresión poco segura. Ella sigue quieta.
Elisa: ¿Dónde estabas?
Johny: Pues ya ves. He ido a la ópera, después he estado con un magnate de las telecomunicaciones tomando unas copas y, al ver la hora que era...
Elisa: ¿Necesitabas toda la mañana para ir a recoger unos malditos análisis?
Johny: No, ya te he dicho que ha sido cosa de un magnate de las telecomunicaciones que me he encontrado al salir de la ópera.
Elisa: ¿Qué te ha dicho el médico?
Johny: Nada bueno.
Elisa: ¿Cómo de malo?
Johny: Malo, malo. No sé como de malo: Malo.
Elisa: ¿Me voy a morir?
Johny: No sé si te vas a morir Eli. Me han dado cita para el miércoles.
Elisa: ¿Nos queda dinero?
Johny: No.
Elisa: ¿Cómo has pagado los análisis?
Johny: Tú de eso no te preocupes.
Elisa: No, claro, del dinero te preocupas tú, que para eso de las finanzas no tienes precio. ¿No ves qué bien nos va la vida?
Johny: ¿Qué vida?
Elisa: Eso digo yo ¿qué vida?
Johny: ¿Qué hacías?
Elisa: Esperándote como una idiota ¿Qué querías que hiciera?
Johny: Podías haber preparado algo de comer, por ejemplo.
Elisa: ¿Por qué? ¿Es que ya te has cansado de cocinar para mí?
Johny: No, es que se ha hecho tardísimo.
Elisa: Demasiado tarde. Sobre todo para mí. Dime ¿me voy a morir?
Johny: ¿Cómo demonios quieres que lo sepa? Supongo que no ¿no?. Te estudiarán, te pondrán en tratamiento... La gente ya no se muere de casi nada.
Elisa: La gente que tiene dinero para pagarse un médico ya no se muere de casi nada. Digo “yo”, que si me voy a morir yo.
Johny: Coño, Elisa, deja de decirlo ya. No, no te vas a morir, he decidido que no te mueras todavía. ¿Mejor?
Elisa: Mucho mejor, gracias. ¿De verdad qué, entonces, no me muero?
Johny: ¡Eli!
Elisa: Está bien, está bien. Ya sé, el miércoles...
Elisa pone otra vez la televisión, el volumen está bajo. Dulcifica el gesto y tiende las manos a su marido. Un locutor narra otra noticia catastrófica a la que ninguno de los dos hace demasiado caso.
Elisa: ¿Me harás la comida?
Johny: ¿Por qué?
Elisa: Porque estoy en una silla de ruedas desde hace más de diez años.
Johny: Prueba a mover las manitas, guapa, que le echas un cuento...
Elisa: Ya sé que puedo mover las manitas, simpático. Lo que no puedo mover es el culo.
Johny: Y, por cierto, ¿qué haces ahí sentada diez años?
Elisa: Si por algo me gustas es por lo ingenioso que eres, pero ya que me lo preguntas te lo diré: estoy esperando para ser libre.
Johny: ¿Qué quiere decir “libre?”
Elisa: Es... lo que pone en los taxis cuando uno los puedes coger.
Johny: ¿Qué pasa, que vas a comprarte una silla de cuatro plazas?
“El Gobierno ha informado de otro importante logro en la lucha contra la marginalidad. En la localidad ciudarrealeña de Miguelturra se ha localizado y desarticulado una colonia clandestina, esta vez de ciudadanos angoleños. Los inmigrantes, todos ellos ilegales, han sido detenidos y puestos a disposición de las autoridades del Ministerio para las Fronteras. Uno de los integrantes de la colonia ha denunciado a los responsables de una gran mafia que, al parecer, opera en todo el territorio nacional facilitando la entrada en España de ciudadanos del tercer mundo. El cabecilla de la organización parece responder al alias de “Toni” y, aunque no se dispone de datos suficientes sobre su identidad, la policía confía en su pronta detención. Tras esta operación, son ya novecientos dieciocho los “ilegales” que el Ministerio para las Fronteras ha logrado repatriar en lo que va de este año. El propio ministro ha asegurado que el 2032 pasará a la historia como el año de la limpieza nacional.
Y Mientras el país se felicita por esta nueva muestra de la eficacia de nuestras fuerzas de seguridad nos llega otra noticia de alcance: la asociación de amantes de lo autóctono...”.
Elisa: Quítale la voz a eso, por favor. Échame en el sillón. Estoy muy cansada.
Johny (bajando el volumen): No vas a poder tirar de tu silla de cuatro plazas si no te cuidas un poco.
Elisa: Dame un cigarro.
Johny: Te perjudica.
Elisa: No jodas, Johny, dame un cigarro.
Johny le enciende un cigarro a Elisa y se lo da. La levanta trabajosamente de la silla de ruedas y la echa en el sofá de la estancia. Se sienta junto a ella y enciende otro cigarro para él. Ella, fatigada de la operación, fuma con agrado.
Johny: Ese tal Toni no será tu hermano ¿verdad?
Elisa: Si lo es seguro que lo hace por dinero. No me imagino a mi hermano haciendo nada por nadie sin recibir algo a cambio.
Johny: A lo mejor está purgando sus pecados para liberar su alma inmortal.
Elisa: Dime ¿cuándo te sentiste libre por última vez?
Johny: Anda, no preguntes tonterías y déjame que prepare algo de comer.
Elisa: No, lo preguntaba en serio. ¿Cuándo fue la última vez que te paraste a disfrutar de lo que estabas haciendo?
Johny: No quiero hablar de eso, Eli. No me gusta la conversación.
Elisa: Dímelo ¿cuándo?
Johny: Supongo que... No lo sé, cuando nos juntábamos todos, la panda y bebíamos hasta el amanecer... Cuando vivíamos al límite.
Elisa: ¿A qué límite?
Johny: No seas injusta. No podíamos calcular lo que hacíamos. ¿Cómo íbamos a saber...?
Elisa: ¿A cuántos negros habrás apaleado, Johny?
Johny: No lo sé. Ya te he dicho que no me gusta la conversación. Éramos jóvenes, nos divertíamos. No lo sé. La vida era como era, el fin de siglo y todo eso. ¿Cómo íbamos a saber...?
Elisa: Y todo aquello de las cabezas peladas y los cueros y las armas y el alcohol y las drogas de diseño y la violencia... ¿Era todo aquello lo que os hacía sentiros libres?
Johny (levantándose): Sí, joder, sí. Tomábamos las calles cada noche, nos respetaban. Éramos los dueños de todo lo que podíamos ver. Entonces no hubiéramos tenido problemas con tus medicinas: Un golpe a una farmacia era lo más sencillo. ¡Nadie me había visto a mí mendigar por cien cochinos euros! ¿Y tú? ¿Qué hacías tú con tu rollo intelectual de mierda, todo el día pregonando aquello de cambiar la sociedad, de la solidaridad, de la igualdad entre los hombres...? ¿Qué hacíais?
Elisa: Nada.
Johny: Nosotros, por lo menos, nos hacíamos la ilusión de que estábamos vivos.
Elisa: Vosotros erais gilipollas. ¿Es qué lo echas de menos?
Johny: No cambies de conversación. ¿Te sentías tú mejor? ¿De qué ha servido toda la palabrería hueca de tus correligionarios? ¿Has salido a la calle esta mañana? ¡Está llena de mierda!
Elisa: No, a la vista está: hace muchas mañanas que salgo a la calle.
Johny: Está llena de mierda. No te has perdido nada.
Elisa: ¡Joder, Johny! Llevamos más de seis semanas sin salir a la calle.
Johny: Claro.
Elisa: ¡Me comen estas paredes, no lo aguanto!
Johny (dirigiéndose al fogón para hacer la comida): Claro que lo aguantas, tonta. Verás como todo cambia pronto y ya se puede salir otra vez y paseamos por las mañanas para que te dé el aire fresco. Ya verás como pronto recuperamos el pase y podemos volver a caminar por todas partes.
Elisa: Eso de caminar se lo dirás a todas.
Johny: Mujer, quiero decir que podremos...
Elisa: He pensado que si el médico certifica que lo mío es terminal, a lo mejor en el ayuntamiento nos daban un pase especial y podíamos salir a la calle de verdad.
Johny: Mientras yo esté en el paro no creo, pero bueno, le preguntaremos a la asistente social.
Elisa: Siéntate conmigo, Johny. Después comemos. Dime ¿aún me quieres?
Johny: Que tonterías preguntas. Claro que te quiero.
Elisa: ¿No es lástima?
Johny: No. Ya no. Ahora es verdad que te quiero.
Elisa: Tengo miedo.
Johny: ¿De qué?
Elisa (burlona): No, de lo de morirme y eso.
Johny: ¡Elisa!
Elisa: Tengo miedo de haber llegado tarde a todo durante toda mi vida y, lo que es peor, haberme dado cuenta demasiado tarde.
Johny: ¡No fastidies Eli!
Elisa: Es verdad. Además, creo que no te tuviste que casar conmigo.
Johny: Yo te dejé así, era mi obligación.
Elisa: Está bien. Así jodimos dos vidas por el precio de una. Pero ahora te quiero, Johny.
Johny: Yo, ahora, también te quiero.
Elisa: ¿Lo ves? Demasiado tarde. Lo que yo te decía.
El timbre suena con insistencia. Johny se levanta a abrir la puerta que está algo desvencijada.
Elisa: Ya te he dicho que tienes que arreglar esa puerta.
Johny: ¿Que le han pillao’ de qué?
Hombre: Pues de marrón, que más da.
Elisa: ¿Y a qué viene aquí?
Hombre: Pues a esconderse.
Johny: Ni hablar de eso colega, ni hablar. Que se busque la vida por donde le venga pero por aquí que ni se presente. No sabe ese imbécil que estamos más que pringados.
Hombre: ¿Y qué quieres que haga, qué se tire al metro?
Elisa: ¿Está limpio?
Hombre: Y yo qué sé. Está muerto de miedo.
Elisa: Si se presenta aquí cargao’ nos arma la de dios.
Johny: Mira tío, estoy a punto de conseguir un pase para poder sacar a Elisa a la calle, si me arma un lío este inconsciente me lo cargo. Te juro que me lo cargo.
Hombre: Yo digo que es por eso de los ilegales que se traía entre manos, pero yo no se nada, ya lo sabéis. Ahora si queréis le abrís y, si no, le dais con la puerta en las narices, que a mí lo mismo me da. Oye, por cierto ¿os ha sobrao’ algo de comer?
Elisa: Coge una lata si quieres, pero no lo pregones.
Hombre: Vale tronca, tú si que te enrollas.
Johny: Venga colega, que nos buscas un lío.
Hombre (cogiendo la lata de un armario cercano al fogón): Ok. Nos vemos. (Sale).
Elisa: ¿Qué le pasará ahora a mi hermanito?
Johny: Lo que a todo el mundo, que estará roto por algún sitio, que lo andarán buscando para enchironarlo por drogas o por eso de la tele del tráfico de ilegales o por... ¡yo que sé!
Elisa: ¿Y qué hacemos con él?
Johny: Si te parece le doy un botellazo cuando entre y llamo a la policía.
Elisa: Hablo en serio, Johny, ¿qué hacemos?
Johny: Pues esconderlo hasta que se pueda dar el dos. No podemos hacer otra cosa. Pero como le anden buscando por lo de los ilegales la ha fastidiado él y nos la va a fastidiar a nosotros.
Elisa: ¿Te acuerdas de lo que te hizo?
Johny: De todo. Me acuerdo de todo.
Elisa: ¿Entonces?
Johny: ¿Qué quieres? Ya somos mayores.
Elisa: ¡Jo! No soporto la idea de volver a esconderme; de que se me vuelva a sobresaltar el corazón cada vez que llaman a la puerta preguntándome si será otra vez la pasma. No tengo fuerzas Johny, te lo juro. Además ¿Y si por esta tontería nos quitan otra vez el pase?
Johny: Pues que se coman el puto pase, Eli. Es tu hermano, me acuerdo de lo que me hizo, sé que necesitamos el pase para poderte sacar a la calle, pero no voy a dejar tirado a nadie más a merced de esa panda de buitres carroñeros.
Johny: No me acuerdo. Seguro que fuimos nosotros. El mundo funcionaba así. Nadie pensaba en esto... Primero era contra los negros, contra los polacos o las filipinas y cuando no quedaron filipinas, polacos ni negros descubrimos que nosotros éramos los negros, los polacos y las filipinas... ¿Cómo íbamos a saber que los pobres éramos nosotros? Entonces empezamos a dispararnos entre nosotros. ¿Ves qué fácil? Una paliza a un borracho, un tiro en la cabeza a un mendigo y luego descubres que el mendigo era tu hermano y que tu amigo se parece demasiado al borracho de la paliza de anoche... No sé como empezó.
Elisa: Nosotros hablábamos de política, del estado del bienestar, de la mundialización de la economía, de las libertades y, entretanto, dejábamos pasar los días entre congreso y congreso sin hacer otra cosa que hablar y buscarnos cada uno nuestro huequecito en el aparato del poder. Yo tampoco sé como empezó todo esto. Lo que sí sé es que cuando quise darme cuenta estaba aquí sentada...
Johny: No sigas, por favor, Elisa.
Elisa: ¿Por qué no? Ya no te odio por aquello, Johny. Hoy menos que nunca. Entonces sí. Entonces hubiera querido matarte tan lentamente como tú me habías sentenciado a muerte. Pero apenas tenía treinta años; me vi desbordada. Ya no. A lo mejor descubrí la libertad aquí sentada, peleando por seguir viva un día más y rezando por que alguien consiguiera una maldita vacuna que me indultara de aquél polvo contagioso. Y a lo peor, hubieras podido matarme tú de un garrotazo en la sien, confundiéndome con una chinita. Estos rasgos orientales míos no eran buen salvoconducto para andar por la calle en aquellos días.
Johny: No digas tonterías.
Elisa: ¿No? ¿Era lo suficientemente aria para vosotros?
Johny: Me haces daño.
Elisa: No te duelas ahora. Las cosas fueron como fueron y no quisimos hacer nada. Nosotros...
Johny: ¿Nosotros? Y los empleados de banca y los funcionarios y los obreros de la construcción y los aparejadores... Hablaban, hablaban... todo el mundo hablaba. Lo que pasa es que entonces sólo se escuchaban los disparos por la televisión. Los políticos estaban demasiado preocupados por mandar, los veterinarios pensaban que no era con ellos la cosa, igual que las peluqueras. ¿Qué pasaba en el 97? Que si no te gustaban dos libros quemabas una librería ¿o no te acuerdas? Un lunes sí y otro no, la ETA asesinaba a un policía o a un mecánico, o a un juez ¿Y qué pasaba?
Elisa: ¿Y qué iba a pasar?
Johny: Nada. Cargaba la policía para desalojar a unos ocupas y no pasaba nada. Alguien le descerrajaba un tiro a una dominicana y no pasaba nada. Una bombona de butano estallaba en un quinto izquierda y, si allí los que vivían eran rumanos, tampoco pasaba nada. Si tú eras un hombre de orden, no iba la cosa contigo. Lo que pasó estuvo espléndido: Enérgicas condenas ¿lo recuerdas?, manifestaciones de repulsa, minutos de silencio, incluso seguro que alguien chasqueó alguna vez la lengua y exclamó con dureza algo así como “¡mecachis! Así no vamos a ningún sitio”. Pero no pasaba nada.
Elisa: Pero ¡¿qué íbamos a hacer, joder?!
Johny: Nada, nada; estuvo bien así. A la vista está ¿qué no?
Suena otra vez el timbre. La estancia se ilumina, Johny va a abrir la puerta. Entra Toni, el hermano de Elisa, muy tranquilo, seguido del hombre de antes que aún está muy nervioso y mira para todos lados. Toni es casi un viejo, corpulento, muy desaliñado. Le asoma del bolsillo del abrigo una botella de vino malo y chupa una pipa sin tabaco.
Johny (al hombre): No busques, esto es lo que hay.
Toni (casi a la vez): Hola troncos. Este me ha dicho que me dais asilo.
Hombre: Yo me abro que esto está que arde. (A Toni) Si quieres algo de mí ya sabes donde paro. Pero ándate con ojo, que esta vez estás hasta las cejas. (Sale).
Johny: ¿De qué huyes ahora?
Toni: De la policía ¿pasa algo?
Johny: Sí pasa algo; tu hermana está enferma, nos han retirado el pase y necesito conseguir otro, estamos en las últimas de pelas y casi no nos queda nada para comer. Si te cogen aquí nos buscas la ruina ¿lo ves?
Toni: Entonces ¿me quedo o me voy?
Elisa: No seas chulo, hombre de dios.
Toni (ofreciéndole a Johny un fajo de billetes): Toma esto, ya no me hace falta.
Johny: ¿Qué es?
Toni: Mucho dinero.
Johny: ¿De dónde lo has sacado?
Toni: ¿Y a ti qué te importa? No estás en situación de volverte honrado.
Elisa: ¿Le has sacado la pasta a ese grupo de ilegales que han cogido esta mañana?
Toni: ¿Y si así fuera?
Johny: Si así fuera me darías asco.
Toni: Con esta pasta se compran todos los pases y toda la comida que hace falta.
Toni: Todo es mentira.
Elisa: He dicho que necesito creérmelo, no que esté dispuesta a hacerlo por que tú me lo digas.
Toni: Todo es mentira. Créeme o no me creas.
Policía de paisano: No necesito que digáis nada. Sé quiénes sois, a qué os dedicáis y que no podréis daros a la fuga por que la vieja está inválida. Así que chitón. (El policía empuja a Johny, que cae en el sillón junto a Elisa). Esta bromita de tu hermano os va a costar muy cara. (Se queda pensativo unos instantes mientras pasea por la habitación) Estoy dispuesto a ser generoso si me decís donde está la pasta.
Johny: ¿Qué pasta?
Policía de paisano: La que ese delincuente de tu cuñadito robó la semana pasada para dar de comer a la panda de sucios negros parásitos que tenía escondidos.
Johny: No sé de qué me hablas, poli, pero yo no tengo pasta.
Policía de paisano (agresivo): No insultes mi inteligencia, cerdo. Yo sé que hay mucha pasta aquí, sé que el Toni no se la ha comido y no la voy a dejar escapar. Y hay uno que también lo sabe. (Dirigiéndose a la puerta) Tú, cerdo, entra. ¡Vamos, pasa. No van a hacerte nada! (Entra, con la cabeza baja, el hombre que había acompañado a Toni) ¿Cuánta pasta?
Hombre: No lo sé, mucha.
Johny (al hombre): Que vueltas da la vida ¿eh?.
Policía de paisano: No te hagas el listo. Tenéis dos horas. Luego vengo y no respondo de lo que pueda pasar con vosotros. Quiero ese dinero dentro de dos horas.
Johny: ¿Qué pasta?
Policía de paisano: La que ese delincuente de tu cuñadito robó la semana pasada para dar de comer a la panda de sucios negros parásitos que tenía escondidos.
Johny: No sé de qué me hablas, poli, pero yo no tengo pasta.
Policía de paisano (agresivo): No insultes mi inteligencia, cerdo. Yo sé que hay mucha pasta aquí, sé que el Toni no se la ha comido y no la voy a dejar escapar. Y hay uno que también lo sabe. (Dirigiéndose a la puerta) Tú, cerdo, entra. ¡Vamos, pasa. No van a hacerte nada! (Entra, con la cabeza baja, el hombre que había acompañado a Toni) ¿Cuánta pasta?
Hombre: No lo sé, mucha.
Johny (al hombre): Que vueltas da la vida ¿eh?.
Policía de paisano: No te hagas el listo. Tenéis dos horas. Luego vengo y no respondo de lo que pueda pasar con vosotros. Quiero ese dinero dentro de dos horas.
Johny (tristísimo): ¡Elisa!, ¡Eli!, ya no hay nadie bebiendo cerveza en la puerta de los bares. Vuelve en ti: Acaban de llevarse a tu hermano detenido, tenemos que irnos Eli.
Elisa: No, déjame, vete tú. A mí no me quedan fuerzas ni siquiera para huir.
Johny: Tenemos que irnos, van a volver, estamos en un lío enorme. Todo ese dinero es robado, tu hermano se va a pasar en cárcel el resto de su vida, no sé si por ayudar a esos infelices o por sacarles la pasta, pero igual me da... Tenemos que desaparecer del mapa.
Elisa: Para mí es tarde, ya te lo decía.
Johny: ¿Y tu día? ¿Y ese día que quieres que te regale? Tendremos que pasarlo en otro sitio.
Elisa: Tú crees que hay un sitio para nosotros.
Johny: Estoy seguro. Tiene que haber un sitio donde florezcan los almendros con el color que a ti te gusta y se escuche reventar la primavera confundida con el alboroto de los niños al salir de la Escuela. Cuando era pequeño, mi padre nos llevaba de vacaciones a un pueblecito de la sierra de Cuenca, alto, muy alto. Se veían desde arriba del monte extensiones enormes de pinos piñoneros y otras de olivos y sembrados que no tenían fin. Y el silencio se confundía en los atardeceres con el sonido lejano de los tractores que volvían de trabajar las tierras. Y los hombres reposaban en la taberna por las noches y sonaban las ranas croando en el riachuelo que atravesaba el pueblo debajo de un puente de piedra que llevaba al cementerio. Claro que tiene que haber un sitio que nos tenga. Habrá un sitio que las mañanas luminosas de invierno inviten a pasear y el aire te revuelva el pelo y se lleve tu risa calle arriba hacia el viejo edificio del ayuntamiento, donde el alguacilillo refunfuña porque los chicos le ponen petardos y no dejan dormir la siesta... Encontraremos un sitio. Vámonos, Eli. El mundo debe estar ahí fuera.
Elisa: Vete tú. Corre. Encuentra ese lugar que dices. Date prisa: recorre el mundo, búscalo, encuentra una casa que tenga el suelo de madera y el fogón de hierro. Busca una ciudad recorrida por calles que huelan a panadería, donde la gente se ponga de domingo los domingos y en las colas de los museos se hable de los cuadros y en las de los cines de las películas y en los teatros la gente esté nerviosa por que el telón se levante y dejarse sorprender por los actores. Encuentra ese lugar que dices y vuelve corriendo a buscarme.
Johny: No puedo irme sin ti.
Elisa: Entonces ninguno de los dos saldrá de aquí.
Johny: Pero no puedo irme sin ti.
Elisa: Nos cogerán, nos encerrarán... Tampoco estaremos juntos si te quedas. Búscanos un sitio, Johny, lo necesitamos mucho...
Johny: El miércoles tenemos que ir al médico.
Elisa: Vete. Coge ese dinero. Vete ahora.
Elisa: Ya comeremos.
Acto II
El telón se levanta rápidamente. El escenario vacío representa ahora un parque a las afueras de una ciudad que parece asolada (esperemos que alguien con imaginación lo sepa hacer). Suena algo pacífico. Se oscurece. A un lado, en un banco, un foco ilumina a Johny que aparece sentado con un amigo fumándose un cigarro.
Johny: Salí corriendo. Cogí el dinero y salí corriendo. No había policías en la puerta. Era una tarde increíble de primavera y, sin embargo, nadie paseaba por las calles. Robé un coche y salí de la ciudad sin saber hacia dónde. Estaba obsesionado con encontrar ese lugar que Elisa describía con la pasión de quien sabe que es su última oportunidad. Tenía que estar en algún sitio y yo lo tenía que encontrar. Se lo debía a ella, se lo debía al Toni, me lo debía a mí... Y tenía que estar en algún sitio. ¿Cómo no iba a regalarle ese día que quería? Ya sabía que no podría devolverle las piernas, sabía que podía morir si no se trataba, pero ¿acaso no era más importante conseguir un día?. Tenía metida en la cabeza una sola imagen: Su sonrisa. Elisa nunca ha sonreído. Estuve conduciendo durante mucho tiempo, crucé la frontera de Francia y seguí conduciendo. Tenía dinero para gasolina y la rabia necesaria para seguir adelante kilómetros y kilómetros. Por fin llegué a París...
Johny: París.
Amigo: ¿Por qué París?
Johny: Escucha; (Se levanta, sube un poquitín la música, desdobla un papel que lleva en el bolsillo, se pone un poco estupendo y recita):
“París guarda en sus techos torcidos los ojos antiguos del tiempo
y en sus casas que apenas sostienen las vigas externas
hay sitio de alguna manera invisible para el caminante,
y nadie sabía que aquella ciudad te esperaba algún día
y apenas llegaste sin lengua y sin ganas supiste sin nadie que te lo dijera
que estaba tu pan en la panadería y tu cuerpo podía soñar en su orilla.
Ciudad vagabunda y amada, corona de todos los hombres
diadema radiante, sargazo de rositerías
no hay un sólo día en tu rostro, ni una hoja de otoño en tu copa:
eres nueva y renaces de guerra y basura, de besos y sangre,
como si en cada hora millones de adioses que parten
y de ojos que llegan te fueran fundando, asombrosa
y el pobre viajero asustado de pronto sonríe creyendo que lo reconoces,
y en tu indiferencia se siente esperado y amado
hasta que más tarde no sabe que su alma no es suya
y que tus costumbres de humo guiaban sus pasos
hasta que una vez en su espejo lo mira la muerte
y en su entierro París continúa caminando con pasos de niño,
con alas aéreas, con aguas del río y del tiempo que nunca envejecen.”
Eso era París. Así lo escribió Neruda y así era. Por eso era París. Lo había encontrado. Alquilé una habitación en un hotel pequeño del barrio Latino. Nadie me conocía, nadie sabía que yo estaba enamorado y que por eso necesitaba una habitación con vistas al Sena para traer a mi hembra eterna y regalarle un día, pero aquel sitio me estaba esperando. Dormí algunas horas. Y soñé. Soñé con su sonrisa iluminándolo todo, con la serenidad de su rostro infinito, con un niño... Sé que era de día cuando salí a la calle y me dejé invadir por un sol que no se puede contar. Y volví a correr. Con el dinero de Toni me compré un coche y atravesé otra vez medio continente de un tirón. Ahora los campos sí estaban verdes de verdad y los pueblecitos que cruzaba se parecían todos a aquél al que mi padre solía llevarnos cuando niños. Llegué por fin. Subí de cuatro en cuatro las escaleras...
Elisa: Soñé con un cuarto pequeño de hotel, con vistas a un río ancho y manso surcado por barcos pequeños que hacían sonar broncas sirenas. Y allí estaba él, desaliñado y feliz, pensando en mí. Soñé que me recitaba los versos más hermosos. Soñé, mientras se me escapaba la vida, que volaba hasta él...
Johny: Subí de cuatro en cuatro las escaleras, o de cinco en cinco... (se aproxima al público).
Elisa: ...Que volaba hasta él, hermosa, libre...
Johny: Subí de cuatro en cuatro las escaleras y, de repente, el terror se apoderó de mí...
Elisa: Entonces oí sus pasos, inconfundibles. Estaba llegando hasta mí, podía olerle, oír su respiración entrecortada...
Johny: ...La puerta de la casa estaba abierta...
Elisa: Se detuvo ante la puerta...
Johny: ¡Era pánico!
Elisa: ¡Entra amor mío, empuja la puerta, ya estamos juntos!
Johny: Y entré por fin.
El episodio, según se ha sabido de fuentes próximas al Ministerio, pone fin a una prolongada investigación, cuyo brillante resultado libera a los españoles de una de sus lacras más corrosivas, bla, bla, bla...”
La voz del locutor se pierde con la música que va sonando cada vez más alta y es el final de la obra.
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