domingo, noviembre 12, 2017

E hombre que nunca se equivocaba


20171111_234300.jpg

Pero no es que nunca se equivocara, es que se recuerda a sí mismo como el Gran Hacedor. No es que no se equivocara él, es que se equivocaron todos los demás. Y lo siente. Lo siente “por ellos y por el daño que han podido causar”.

Así se despacha el presidente Aznar en una reciente entrevista en la Cadena Ser. Con un par.

“No existe política más acertada que la Atlántica desde la II Guerra Mundial”. “Es (la política atlantista) la historia de la libertad, la historia de la prosperidad, la historia de la expansión de la democracia en el mundo del bienestar; el mundo de la seguridad está vinculado a toda la política atlántica; ser partícipe de esa política atlántica es lo mejor que pude hacer; sigue siendo la más interesante para España.” Porque Aznar no tiene que pedir disculpas por aquella foto de los tres de Las Azores (de la que ya se han arrepentido públicamente los otros dos), sino al contrario:

“No voy a pedir disculpas por defender el interés nacional de España. Lo he dicho muchas veces y lo repito ahora: el interés nacional de España pasaba por no dejar a los Estados Unidos solos en esa situación, por no abandonar la política atlántica. Me acompañaron esa decisión dieciocho países europeos y por lo tanto no voy a pedir disculpas por eso. No hubo errores”. Porque las armas de destrucción masiva, si bien no estaban, se las esperaba. Y él lo sabe.

Y reflexiona sobre Cataluña con la autoridad de quién propuso a Jordi Pujol formar parte de su gobierno, enumerando con rotundidad los acontecimientos: “Uno, un golpe de Estado; dos, una intervención del Rey muy importante; tres, una reacción espectacular de la nación española; cuatro, una agrupación de fuerzas constitucionalistas; quinto, una intervención legítima del Gobierno; sexto, una acción de la justicia, que no es poca cosa, en poco tiempo.  Todo esto parte fundamentalmente, tiene su origen, en que hemos sufrido un golpe de Estado”. Porque todo lo que sucede es ajeno a él mismo, porque nadie avivó aquellas ascuas y mucho menos él mismo. Así que no se equivocó mientras se convertía en la mayor fábrica de independentistas que ha nutrido jamás el separatismo catalán. De hecho recuerda con arrobo el pacto del Majestic con el que declaró unilateralmente concluso el desarrollo del estado de las autonomías. No se equivocó cuando dijo hasta aquí hemos llegado y todo lo demás será malo para España. “Yo dije públicamente: hemos completado el Estado de las autonomías. A partir de este momento todo lo que se quiera ir más allá va a ser discutir sobre la autodeterminación”.

Aznar no se equivocó al nombrar a Rodrigo Rato vicepresidente del Gobierno; se equivocó el buen Rodrigo al hacer cosas que no debía. No se equivocó invitando a Rafael Correa a la boda (¡y qué boda!) de su hija, porque no le invitó él. No se equivocó al consentir que su partido se financiara irregularmente, porque ¡cómo iba a ocuparse él de asuntos de orden tan doméstico!

Aznar, el presidente cuya liberalización del suelo provocó la mayor burbuja inmobiliaria que ha visto España, que bloqueó el desarrollo autonómico cercenando cualquier intento de modificación de los estatutos de autonomía por los que ya se clamaba en los territorios (polvo del que vienen estos lodos), el que malvendió la mayor parte de las empresas públicas rentables que había en el país, el que presidió un partido financiado en “B” gran parte de cuyos altos cargos están ahora procesados o condenados por corrupción, el que desvió hacia el eje atlántico su política exterior convirtiendo a España en blanco preferente del terrorismo de origen islamista, ese, sigue encantado de haberse conocido.

O quizás no tanto. A lo mejor en ese permanente afán por reivindicarse a sí mismo que sólo él practica, se esconde un oscuro complejo de señor bajito, mediocre y tirando a feo (a pesar de los fornidos abdominales que mostró en alguna foto tomada al descuido), que no consiguió el premio Carlomagno, ni la medalla del Congreso de los EE.UU. Que vivió tras la estela de grandes personajes en su entorno familiar, en su mundo político, en Europa, en España. A lo mejor el diagnóstico clínico de un buen psicólogo nos desvelaba alguna patología que más nos hubiera valido que se tratara mientras sacaba a relucir lo peor de cada ciudadano y exacerbaba las diferencias entre los “españoles de bien” y todos los demás (entre los que lamentablemente me incluyo).  No puedo olvidar aquella despedida suya en el Congreso de los Diputados cuando se disponía a dejar la Presidencia del Gobierno por voluntad propia tras el fin de su segundo mandato y se dirigió únicamente a los parlamentarios de bien: A los de su bancada.

¡… Tanta ruindad!
El dibujo es de mi hermana Maripepa.

No hay comentarios: