domingo, noviembre 05, 2017

Ya, ya. Pero... ¡negocien!



La inmediatez del asunto catalán y las muchas y disparatadas noticias que produce por minuto están hurtando al Estado de toda capacidad de acción y a los ciudadanos del conocimiento de las demás cosas que pasan, que no son pocas.

El encarcelamiento sin elusión de Junqueras y otros siete exconsellers, la huida de Puigdemont y otros cuatro, la diferencia en el tratamiento de la cuestión de las dos instancias judiciales que la tratan, la Audiencia Nacional y el Tribunal Supremo, que nos ha convertido a todos en peritos en Derecho, la ocupación de las instituciones de la Generalitat por las autoridades del poder central son, o parecen ser, los únicos acontecimientos que se suceden en nuestro país. Y es lógico.

Sin embargo, en estos mismos días, está sucediendo algo que, si bien no se reviste de la urgencia de todo lo anterior, sí es de importancia capital, y no está trascendiendo a la opinión publicada ni, por ende, a la pública: la reforma constitucional.

Uno de los efectos colaterales de la pretendida secesión de Cataluña fue el pacto alcanzado por el Gran Rajoy y Pedro Sánchez en orden a la reforma de la Constitución del 78. Pasó desapercibido y, sin embargo, es lo más trascendente que ha ocurrido en estas últimas semanas.

img_0605.jpgEl PSOE cambió ese cromo y ningún otro, o prácticamente ninguno: apoyaría la aplicación del artículo 155, a cambio de sentar al PP en una comisión que estudie en serio la reforma del reparto del poder territorial. Y el Gran Mariano aceptó. Enorme.

Ni siquiera han transcurrido dos semanas y la noticia ya parece vieja. ¿Qué sabemos de ella? Poco o nada. Aznar brama desde FAES (ese engendro que le facilita un altavoz mediático) advirtiendo de que la reforma constitucional no puede ser un “pago a plazos” de no sé qué precio que dice que los catalanes le quieren imponer a España. Los líderes territoriales del PP claman, cada uno desde su correspondiente taifa, para que se pongan límites previos a esa hipotética reforma que García Albiol centra en dotar de más poderes de” coordinación” al Estado sobre ciertas competencias (educación, sanidad…). Esto es, por hacer más restrictivo, en lugar de más amplio, el poder territorial.

Unidos Podemos y sus confluencias (el conglomerado irrecordable de las siglas que suma su grupo político), simplemente no van a estar en la mesa. Dicen que no se puede abordar una reforma constitucional desde el único prisma de su Título VIII, es decir, hablando solo del problema territorial, y añaden, no sin razón, otro buen puñado de asuntos (puertas giratorias, derechos sociales…) cuya ausencia invalida para ellos el proyecto de pacto.

PDeCAT, ERC y PNV ni lo van a plantear. De la CUP ni hablamos. Están claramente en otra jugada. O lo están en este momento preciso, porque nadie sabe qué posición mantendrían una vez que los hechos consumados abocaran a una verdadera mesa de negociación. Adviértase que todos ellos –PNV no, obviamente– van a concurrir a unas elecciones convocadas por una autoridad a todas luces ilegítima, a su juicio.

Jugamos al desconcierto. Seguimos jugando al desconcierto. Parece que solo el PSOE quiere hablar en serio del problema real que tiene este país y que, a mí no me cabe duda, es la no culminación de los pactos del 78, el inacabado proyecto de reforma del Estado que quedó en “stand by”  porque 1978 era el año que era, y la de los 70 fue la década que fue, y no se podía ir mucho más allá de dónde se llegó a riesgo de romperlo todo y de dar más excusa a poderes en la sombra muy interesados en que se rompiera (el ejército, que apenas tres años después lió la que lió, la Iglesia que aún zozobra recordando lo bien que le fue en aquel tiempo, el capital que no tenía claro lo que después se concretó con creces: que sus cuentas de resultados continuarían boyantes).

No será. Nadie retrocederá un ápice. Todos parecen tener claro que hay que actualizar la Constitución Española de 1978, pero cada uno quiere la suya y no otra. Todos tienen razones poderosísimas para que esto siga igual. Lo que falta por saber es a qué oscuros intereses obedece la obstinación de cada uno en que así sea.
El dibujo es de mi hermana Maripepa.


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