domingo, noviembre 26, 2017

Cuarenta mil. Y una vieja

Me indigné un poco porque, cuando investigaba por Internet este asunto de las personas sin hogar (la manifestación del otro día en Madrid llamó poderosísimamente mi atención), la red se empeñaba en mostrarme anuncios de comida riquísima para mascotas a precios desorbitados o la verdad sobre la asombrosa vida de Cristiano Ronaldo.

Yo andaba tan preocupado por la cosa del “cupo vasco” que no había caído en que, mientras compro pienso enriquecido para mis perras (el zinc favorece realmente su sistema inmunitario) y Cristiano Ronaldo hace no sé qué cosas que me importan un carajo, hay cuarenta mil personas en España que no tienen casa.

—¿Cuarenta mil?
—Cuarenta mil.
—Mucha gente parece…
—Un pueblo entero, sí.
—Serán drogadictos.
—Ya. O a lo mejor no.

Asusta un poco saber que hay tres millones y medio de viviendas vacías en España y que un millón y medio de familias viven en eso que se ha dado en llamar “infraviviendas”. Bueno, asusta tanto que nadie habla de ellos.

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Invisible
—Entonces ¿cuarenta mil?
—Sí. Cuarenta mil.
—Buff. Y no todos drogadictos, ¿verdad?
—No, no todos. Ni casi todos. El otro día unos jovencitos apalearon en Madrid a una señora de 84 hasta dejarla sin sentido.
—Se divertirían.
—Parece. Quemaron los cartones con los que se protegía.

Estos no pusieron banderas de ningún sitio en el pilar del viaducto que les hace de pared. Sus fronteras son otras. Tampoco están preocupados por la “Gürtel”, su problema es otro. No ven nuestras noticias. Es lo bueno de no tener smartphone, que no ves según qué gilipolleces. Lo bueno de tenerlo es que, mientras paseas por el viaducto consultado el Whatsapp, tampoco les ves a ellos. No están. O sea, sí que están, de hecho están ahí, debajo de esos cartones protegidos por mantas raídas, pero no los vemos. Y cuando los vemos nos asustan un poco: los pobres son muy malencarados; por eso no salen de pobres, porque dan fatal en la foto del currículum y no hay quién les de trabajo.

¿Cuánto nos gastamos en resolver este puto lío que, simplemente, nos descalifica como sociedad? ¿Seguimos dejando el asunto en manos de la caridad otro par de lustros, de décadas, de siglos?

—Y no era drogadicta, ¿verdad?
—No. Era gitana.
—Ah.
—Rumana.
—Por eso entonces.
—Se conoce.
—A lo mejor bebía…
—Igual sí.
—¿La policía?
—En sus cosas.

Las cifras abruman. Cuarenta mil: un pueblo entero, ¡y grandón! No se haga líos pensando en que ellos se lo han buscado. Haga como yo, no haga nada, siga buscando el mejor  pienso enriquecido, pero no se justifique. De verdad. Es jodido.

Hay que darle urgentemente una vuelta a cómo nos gastamos el dinero público. Nos gastamos muy poco dinero en las personas (la caída del gasto sanitario da igualmente miedo). Le tenemos que dar una vuelta cuanto antes a la sociedad en la que vivimos, al papel de las empresas, al papel de las organizaciones, a nuestro papel mismo como vecinos del barrio. Estamos haciendo las cosas muy mal. Dentro de nada vamos a  volver a hablar de las calefacciones y de quienes no pueden encenderla. Como el año pasado.

Si usted anda por la calle seguro de haberse hecho a sí mismo, de que lo que tiene es lo que se merece y de que nadie le ha regalado nada, piense que eso exactamente pensaba de su suerte ese al que no ve debajo de los cartones del zaguán del cajero automático, antes de que la cosa se le diera la vuelta.

—Y ¿ha dicho cuatro mil?
—No, no. Cuarenta. Cuarenta mil. Y una vieja.
El dibujo es de mi hermana Maripepa.

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