domingo, febrero 25, 2018

¡Nos vemos, maestro!



Preocupa terriblemente la involución que está sufriendo esta sociedad en todos los órdenes.

Preocupa cómo están sucediendo las cosas: Sentencias que condenan a multas o incluso a años de cárcel a personas que, simplemente, ejercen con mejor o peor gusto su libertad de expresión, obras de arte que se retiran de las exposiciones, libros que se secuestran, delitos que deberían estar ya desaparecidos que cobran actualidad y recrudecen la acción de los tribunales llevándola a cotas desconocidas hasta estos días.

¿Es normal que por el delito de enaltecimiento del terrorismo haya hoy más condenas que en el tiempo en que ETA mataba? ¿Lo son las condenas por tuits más o menos afortunados sobre chistes de Carrero Blanco, por canciones de raperos, por injurias a la patria?

¿Toca que, en los tiempos que corren, los tribunales de Justicia estén tan aplicados en perseguir la palabra o las ideas?

El Informe 2017/2018 de Amnistía Internacional “La situación de los derechos humanos en el mundo”, en lo relativo a España, es devastador. Solo una píldora:

“Se procesó a decenas de personas por “enaltecimiento del terrorismo” y “humillación a las víctimas” en las redes sociales. En muchos casos, las autoridades presentaron cargos contra personas que habían expresado opiniones que no constituían incitación a cometer un delito de terrorismo y que se inscribían entre las formas de expresión permisibles con arreglo al derecho internacional de los derechos humanos. Veinte personas fueron declaradas culpables en el curso del año.”

Pero hay más. Échele un vistazo. Y nada es casual.

Esta sociedad involuciona. Y no es casual.

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Escuché el terrorífico himno nacional que se ha inventado Marta Sánchez. Horroroso. A mí me importa un huevo que esta señora pague sus impuestos en donde los pague (ya hubiera querido yo una letra de Leonard Cohen para el himno que, por cierto, como mejor está es mudo). También me da lo mismo que sea una cursi impenitente y que sea tan de derechas, la pobre. Mi escándalo viene de las reacciones de propios y extraños. Ese común “pues a mí me gusta” que se escucha por todas partes porque “no ofende a nadie”. Es involución. Hemos proscrito intelectualmente la capacidad crítica más elemental y no sabemos, ni leer, ni escuchar. Y hemos perdido la capacidad de escandalizarnos con las cosas que producen escándalo. De verdad que no puede ser casual. Todo ello, siendo perfectamente comprensible que miles de mariposillas revoloteen en el estómago de Mariano Rajoy o Albert Ribera al escucharlo.

Entre tanto, le secuestran un libro a un escritor y le retiran una exposición a un expositor, a uno que el año pasado en la misma feria que ahora se duele del concepto –poco acertado a mi juicio– de “presos políticos”, le permitieron dos cruces gamadas de singulares proporciones que, al parecer, a nadie ofendieron.

Solo ver a los jubilados recorrer en masa las calles de ciudades de toda España conforta un poco. Al menos ellos, los jubilados, se están revolviendo contra la ignominia de este gobierno infame que persigue a los tuiteros, arruina a las clases medias y los asfixia a ellos como si de la peste misma se trataran.

Y, claro, Forges se ha tenido que morir. Lo ha matado el cáncer, no la estulticia, porque si la estupidez matara así la especie estaría en serio riesgo de extinción. El caso es que se ha muerto a la vez que agoniza la libertad de expresión en España, a la vez que se adormece el intelecto.

Vamos, Marta: ¡A la Copa del Rey!
El dibujo es de mi hermana Maripepa.

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