domingo, febrero 04, 2018

PEACE!

¿No le dan pena estos pobres dueños de la Opel?
En el primer semestre de 2017, los beneficios del grupo PSA apenas alcanzaron los 1.356 millones de euros. En 2016 ya había duplicado los de 2015.
Venían de pasar muchas penas, de años de pérdidas. Y Opel no era una excepción. PSA se hizo con la firma alemana a principios del año pasado e ideó un plan para hacerla rentable. ¿Ingeniería? No, no.
El nuevo plan de negocio de Opel se llama PACE!. PACE! (así, con interjección final) no significa paz, como cualquier lector poco avisado podría deducir. Debe querer decir algo así como Plan Astral de Contención del gasto en el Empleo, pero lo del gasto les jodía el acrónimo (¿quién quiere presentar ante la prensa un plan que se llama PACGE!?), así que se lo ahorraron.
El objetivo del plan, claro, era hacer rentable la marca (además de otros de posicionamiento estratégico del grupo) y debieron pensar en empezar por el principio de las cosas: la mano de obra; los empleados. Empleo competitivo, creo que lo llaman. Lo que nunca se sabe es con quién comparan los números, porque bien pudiera ser que si es con según qué zonas del continente asiático vengamos a salir siempre malparados.
El convenio alcanzado entre los trabajadores y la dirección para la fábrica de Zaragoza representa un año de congelación salarial, un incremento de solo el 50% del IPC durante tres años y del 60% para 2022 (el cuarto), y un recorte del 5%  en pluses de festivos y nocturnidad. (La empresa quería 3 años de congelación, rebaja del 6%  y el 10% de recortes en los pluses).
Alcanzado el acuerdo lo han echado a votos. Los trabajadores han dicho que sí.

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Trabajador eligiendo.

¿Y qué iban a decir?
La otra opción era el cierre. Dejar de fabricar no sé qué modelos en la factoría… el cierre. El paro.
Esta opción, sin embargo, conduce solo a la melancolía. Al desestimiento, al empeoramiento de las condiciones laborales y de la calidad (¿calidad?) de vida de los empleados.
El cuento no va a cambiar nunca. El puto cuento no va a cambiar nunca. ¿Quién va a pagar este pato? Y calladitos, porque mañana podremos volver a la fábrica. Y con una mueca de resignación porque, en definitiva, podría haber sido muchísimo peor. Y no te preocupes, Pablo, porque aún nos alcanza para pagar la hipoteca y tú encontrarás trabajo cualquier día y las niñas podrán estudiar. Y ya solo quedan dos meses de frío y para el año que viene, quién sabe si, a lo mejor, podemos poner la calefacción una hora más por las noches.
Porque el papel de las empresas es obtener beneficios. Y no es otro. La sociedad todavía no ha sabido encontrar una función más digna para este tejido denso y opaco que constituye el sector. Las empresas solo tienen que ganar dinero, sin que los gobiernos les puedan decir nada mucho más allá de cuál es el salario por debajo del cual no se puede contratar a las personas. Y el de España lo tiene fijado en 24,53 euros al día; 735,90 al mes. Haga números.
El ministro de Guindos estará contento con el acuerdo, porque andaba siguiendo el asunto con preocupación. La economía no se ha de resentir porque un puñado de mecánicos ganen un poco de dinero menos y los derechos de los trabajadores… bueno, los derechos de los trabajadores… “vamos mejor a ocuparnos de las cosas que nos conciernen”, se habrá dicho emulando a su jefe.
¿Recuerdan de dónde veníamos? ¿Recuerdan cuando los sindicatos se partían el pecho en las negociaciones con la patronal? ¿Cuando las medidas de presión eran efectivas en el mundo laboral y los trabajadores, bien representados, con voz propia, alcanzaban derechos que se convertían en inalienables? ¿Cuando la negociación colectiva era un derecho más y era eficiente y la Ley la protegía como un eslabón imprescindible del modelo productivo? Pues ya no está.
Bajaron un 5% a los funcionarios pero, como los funcionarios caemos tan gordos, la sociedad se alegró un poco en lugar de clamar por los derechos de los servidores públicos. Y, desde ahí, quedó claro que los salarios de las personas no son suyos, que pertenecen a quienes los pagan y ellos son quienes deciden cuánto hay que pagar. Pasó también con la liberalización de facto del despido que operó la última reforma laboral, con la aniquilación de la negociación colectiva, en definitiva ha pasado con todo. El trabajador es el mal necesario de la cadena de producción. Este dato terrible informa ya la legislación laboral, que protege al empresario contra su enemigo natural que es, curiosamente, quien lo enriquece.
Para rematar el mal, la conciencia de clase se ha perdido y, por ende, el papel de los sindicatos de clase se hace pequeño día a día. Así hasta que los salarios dejen de representar un problema para la única clase, la de los muy poderosos, que se ha enriquecido en esta crisis de locos de la que parece imposible salir.
Los trabajadores de Figueruelas han perdido pero, como no lo han perdido todo, solo están tristes, no muertos.
A mí me da tanta vergüenza, o más, que los tuits de Puigdemont.
El dibujo es de mi hermana Maripepa.

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